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El Gobierno Nacional, con los argumentos respaldados por el acuerdo con el FMI, admitió la devaluación real de la moneda, y la puso en vigencia mediante una serie de mecanismos impositivos indescifrables para la mayoría de la población. El pueblo, que vive “al día”, sólo sabe que “todo va a subir”.

Por Pablo Casals

Si usted le pide un presupuesto a cualquier productor, empresario pyme o comerciante, los mismos no tienen mayor vigencia que 48 o 72 horas a menos que exista previamente una relación de confianza previa. Es simple esa reacción: de cara a “no perder tanto” se va jugando entre el dólar ilegal, algo al plazo fijo, otro pucho al crédito fiscal, y una parte importante en la evasión de impuestos y subfacturación.

Durante el fin de semana y el día de ayer, el “superministro” casi presidente y al mismo tiempo candidato al puesto, Sergio Massa, admitió la devaluación efectiva del Peso argentino cercana al 60% en los últimos doce meses.  Desde el Gabinete económico afirman que el “costo empresario” estuvo siempre “alineado” a la variación y que por tanto los efectos del paquete económico no deberían trasladarse a precios, porque no han tenido pérdidas en materia de rentabilidad.

El argumento oficial es falso. Sólo podría aplicarse a una economía “neutra y constante” – si es que eso fuera posible -; es un tipo “ideal”, una teorización que no tienen aplicación en la vida real.

El “mundo argentino” se desenvuelve de otra manera. El que produce compra insumos del extranjero. En el mejor de los casos es importados directo, o integra círculos o cámaras que adquieren volumen para luego repartir el costo. Y el que no importa, adquiere mediante reventa, cosa que ya encarece un poco más el precio final.

Pero, dada la restricción para acceder a los dólares para pagar dichas importaciones, se recurre a distintas “manganetas” de cara a no perder el valor del peso. Entonces, mientras se espera se compra “blue” para tener ese poder adquisitivo “calzado” en una moneda más “estable”. Cuando desde el Gobierno se da la “voz de aura” para el pago de importaciones, se cambian los blue y con los pesos más o menos actualizados se cambian las figuritas.

Otros recurren al plazo fijo, si el margen tiempo/volumen de dinero los asiste favorablemente. Y los ejemplos podrían enumerarse unos tras otros.

Se escucha en los medios que en determinadas cadenas productivas los aumentos son innecesarios o por mera especulación. Pero el ejemplo del maíz ahora nos viene muy bien para explicar alguna cosa.

El cereal es uno de los productos agropecuarios argentinos de mayor inserción en el mundo y de mayor producción en nuestros campos. ¿Para qué se usa? Mayoritariamente para la industria de la alimentación o para forraje (alimento para animales). Hay una porción marginal que se destina a la producción del biocombustible, pero no es determinante en su cotización.

Entonces, ¿qué sucederá? El Gobierno anunció que la liquidación – convertir los dólares a pesos – de las exportaciones de maíz las pagará con un dólar a $ 340, en lugar de $285 que es el precio oficial. Eso ya implica un 20% de aumento.

Los que liquidan exportaciones son justamente – valga la redundancia – los exportadores. Estos – que son los actores económicos que conducen la cadena agropecuaria –, así como transfieren los costos y pérdidas a toda la cadena también lo hacen con los esquemas de precios. Entonces, el tenedor de maíz dice: “si lo mando a exportación agarro un 20%; por lo tanto el que me quiera comprar para darle a los pollos, vacas y chanchos que iguale el precio”.

Y así, esos aumentos se trasladan al mercado interno. El precio final del pollo en criadero aumenta, y en mostrador también. De allí que – como ocurre con el trigo -, cada tanto instrumentan los fideicomisos compensadores que jamás han servido para nada, porque solamente ganan los “grandes”. El problema de los costos no se elimina y el condicionamiento externo tampoco.

Lo explicamos fácil para que se entienda, porque tampoco es tan difícil de comprender. Quien tenga que presupuestar trabajos o planificar compra de mercaderías para reventa, sabe lo difícil que es pensar hacia adelante.

Pero hay otros elementos que también suman a la inestabilidad. Por ejemplo, el productor de maíz – salvo los sueldos y jornales y algún impuesto o tasa-, posee costos dolarizados: semillas, fertilizantes y demás agroquímicos, servicios, labores, fletes, etc. De todo eso, una ínfima parte tiene “precio nacional”. Ni siquiera el combustible, dado que la referencia de precios está dada por el mercado internacional y los permanentes aumentos que autoriza el Gobierno a través de YPF.

La verdad, es que podríamos pararnos en cadena productiva por cadena productiva, analizar los costos y llegaríamos a conclusiones similares.

El problema no está en si el peso vale poco o vale mucho. El problema está en que tenemos una economía extremadamente dependiente del mundo externo. Exportamos mayoritariamente recursos naturales en bruto a bajo precio, y compramos manufactura industrial terminando.

Interactuamos en un mercado interno, donde no sólo el consumo de las familias está por el suelo, la interacción/complementación de y entre las distintas cadenas productivas e industriales también está rota.

No hay capital para financiar compras; no hay volúmenes de producción significativos (salvo los commodities); se remató el valor agregado. Se vive en una especie de “limbo exportador” que sólo existe en las cabezas de los liberales.

El costo fabril argentino es caro para el mundo. Y está bien que así sea. Lo que falta es que el poder adquisitivo del salario aumente en consecuencia, y la complejidad industrial se encargue de asignar esos valores agregados que tanto se necesitan, a partir de la sustitución de importaciones

El mundo seguirá demandando alimento y forraje; pero también valor agregado industrial argentino.

No es una cuestión de precio, es la lucha por salir de la dependencia. Dejen trabajar al argentino en paz.

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