Reproducimos en forma total el artículo de José Manuel Grima, publicado en la Revista Movimiento, donde a partir un rápido recorrido por el “pacto colonial” con el cual nació la Patria a inicios del siglo XIX, se fue reformulado en el proyecto de la generación del 1880 para seguir vigente en nuestros días y asumir en estos tiempos “la fachada de la colonialidad”.
Redacción
La matriz colonial
“La debilidad clásica, casi congénita, de la conciencia nacional de los países subdesarrollados no es sólo la consecuencia de la mutilación del hombre colonizado por el régimen colonial. Es también el resultado de la pereza de la burguesía nacional, de su limitación, de la formación profundamente cosmopolita de su espíritu” (Fanon, 1963).
Se tomó como referencia para el inicio de este escrito esa obra monumental de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, que mantiene su vigencia a pesar de los años transcurridos desde su primera publicación. Se pudo haber elegido otro escrito liminar para el campo nacional y popular como Nacionalismo y liberación (Hernández Arregui, 1969), cuyo texto –de manera similar al de Fanon– plantea la cuestión colonial anclada en el soporte que ofrecen las oligarquías vernáculas al capital trasnacional.
En Argentina, el colonialismo quedó firmemente instaurado con la consolidación del proyecto de la generación del 80. En él, el lugar de la producción nacional quedaba limitado al sector primario de la economía, aprovechando algunas ventajas comparativas, como la forma de tenencia de la tierra –latifundio–, la fertilidad de la Pampa Húmeda, el clima favorable para la producción de granos a lo largo de todo el año y la facilidad topográfica para la salida a los puertos y su exportación. En ese marco el país se insertó en el mercado internacional como productor y exportador de materias primas e importador de productos manufacturados, posicionando al sector agrario como el más dinámico de la economía. Este proyecto refundaba el pacto colonial establecido en los inicios del siglo XIX que reconocía a los mismos actores que cien años más tarde: en la Pampa Húmeda, los comerciantes criollos descendientes de colonizadores españoles –Anchorena, Alzaga Unzué, Martínez de Hoz, etcétera– y los intereses británicos que pugnaban por un libre comercio que los librara de tener que recurrir al contrabando, al cual eran tan afectos en la época colonial.
Sobre ese escenario se desarrolló el proceso político-económico del país hasta el presente. Se puede señalar que esa es la matriz estructural del desarrollo económico y político de la Argentina. El yrigoyenismo primero y –de manera más potente– el peronismo más tarde intentaron reformular aquel proyecto de desarrollo, pero sin atacar sus fundamentos materiales y jurídicos. Ello abrió el espacio a una contradicción importante al interior del modelo que nunca pudo subsanarse, echando por tierra la ilusión de una posible complementariedad entre el desarrollo industrial autónomo y la consolidación del sector agrario. El pacto colonial con el cual nació la Patria a inicios del siglo XIX y que fue reformulado en el proyecto de la generación del 80 sigue vigente en nuestros días y asume en estos tiempos la fachada de la colonialidad.
Colonialidad neoliberal
El colonialismo moderno en el cual se inscribe la matriz de desarrollo de la Patria se caracteriza en estos tiempos por la articulación a través del mercado capitalista globalizado y de la idea de raza, de las formas que asume el trabajo –intento de imponer la uberización de las relaciones laborales–, el conocimiento –producción y distribución–, la autoridad y las relaciones intersubjetivas –individualismo extremo. A estas formas de articulación que representan un “patrón de poder” se la denomina colonialidad (Maldonado Torres, 2007; Mignolo, 2007; Dussel, 2012). Se podría además sostener que la colonialidad representa en este estadío del capital neoliberal globalizado un instrumento de legitimación del colonialismo. Ello se produce gracias a la colonización de las propias subjetividades de los seres humanos que habitan este tiempo histórico. El sistema del capital ya no se apropia únicamente de la fuerza de trabajo, sino que para garantizar su propia reproducción infinita captura la fuerza creativa de la humanidad en sus formas individuales y colectivas. Aquello de lo cual era despojado el trabajador en el momento de ingresar a la fábrica, hoy es estimulado en su desarrollo al servicio de la reproducción del capital. En resumen, si antiguamente el capital se apropiaba de la fuerza de trabajo, en la actualidad usurpa la propia vida. “En otras palabras, en su nueva versión, es la propia pulsión de creación individual y colectiva de nuevas formas de existencia, y sus funciones, sus códigos y sus representaciones, lo que el capital explota, haciendo de ella su motor. Por eso la fuente de la cual el régimen extrae su fuerza deja de ser exclusivamente económica para serlo también intrínseca e indisociablemente cultural y subjetiva –por no decir ontológica–, lo cual la dota de un poder perverso más amplio, más sutil y más difícil de combatir” (Rolnik, 2019: 28).
Las formas propias de la dominación colonial en este tiempo histórico se introyectan subjetivamente abriendo paso a la colonialidad como nuevo patrón de poder. A su vez, de manera paralela y subsidiaria a la colonialidad del poder, se impuso una globalización neoliberal que llevó a un debilitamiento marcado de los Estados nación, quienes perdieron su capacidad de articulación de las demandas sociales y políticas que supieron tener en una etapa anterior. El espectáculo actual es el de Estados latinoamericanos institucionalmente debilitados y con escasa capacidad para dar cuenta de nuevos desafíos y problemas contemporáneos.
El futuro de la Patria entre signos de interrogación
“Nadie se realiza en una comunidad que no se realiza” (Juan Perón).
Queda claro en lo expuesto hasta aquí que el escenario para la emergencia de proyectos colectivos se presenta como extremadamente dificultoso. La inculturación neoliberal, sobredeterminada en estas tierras del sur por la colonialidad, presenta como uno de sus factores constitutivos la exacerbación individual como vía de autorrealización –meritocracia– y una subjetividad que define al otro como medio para alcanzar los propios fines. Un callejón sin salida a la hora de pensar la construcción de proyectos políticos que ubiquen al ser humano en el centro de la escena en el marco de una comunidad organizada. “El hombre es principio y fin de la comunidad organizada, por lo que no puede haber realización histórica que avasalle la libertad de su espíritu. No hay organización posible si el hombre es aniquilado por un aparato externo a su propia existencia” (Perón, 1974).
Se podría sugerir que nunca el peronismo se ha encontrado como en la época actual frente a tamaña resistencia de cara a la realización de su proyecto histórico, y como contraparte se observan las mejores condiciones históricas para la concreción del sueño de la oligarquía vernácula: una Nación habitada por miles o millones de individuos aislados de cualquier proceso colectivo. Tales son las actuales circunstancias. Ese es el contexto histórico, social y subjetivo en el cual el expresidente Mauricio Macri acaba de expresar con todas las letras y sin ningún tipo de eufemismo las medidas que llevaría adelante en un eventual próximo gobierno de Juntos por el Cambio para alcanzar aquel sueño fascista. La derogación de la ley de contrato de trabajo (Ley 20.744), la reducción de la planta de trabajadores del Estado a su mínimo indispensable, la privatización del sistema de jubilaciones y pensiones y de todas las empresas públicas integran ese menú, entre otras cuestiones, como por ejemplo incrementar las políticas represivas ante cualquier reclamo social: una sociedad que gire alrededor de la lógica del mercado y en la cual los más poderosos se devoran a los más débiles. En ese mundo del sálvese quién pueda, inaugurado en nuestra Patria el 14 de febrero de 1977 con la sanción de la Ley de Entidades Financieras y retratada en obras de arte del cine nacional como Plata dulce, solo alcanzan la gloria los mismos de siempre. En este escenario emergen dos interrogantes: el primero es cómo puede ser que una propuesta de esas características cuente con el apoyo de una cantidad tan importante de compatriotas; y la segunda cuestión sería discernir cómo presentar desde el peronismo una resistencia poderosa frente a estos neofascismos.
Para comenzar a responder ambas preguntas es importante destacar una serie de cuestiones simples, pero de importancia medular. La base de sustentación del peronismo es el trabajo, y su sujeto histórico, los trabajadores y las trabajadoras. Fue en torno a este sujeto histórico que el general Perón fundó y desarrolló a este movimiento político bautizado por él: Justicialismo. Ese fue el eje desde el cual se impulsó un proyecto político que en su perfil estructural se soñaba como comunidad organizada, en la que cada quien ocuparía su lugar (Perón, 1949). Como en un mecanismo de relojería, con el mejor ajuste posible de sus piezas se lograría la concreción de la Patria con la grandeza de la Nación y la felicidad del Pueblo. “La comunidad organizada no es, por lo tanto, una comunidad mecanizada donde la conciencia individual se diluye en una estructura que no puede más que sentir como ajena. Pero tampoco estoy predicando un desencadenamiento del individualismo como modo de vida, en el que la competencia feroz transforme al hombre en un lobo para sus semejantes. La solución ideal debe eludir ambos peligros: un colectivismo asfixiante y un individualismo deshumanizado” (Perón, 1974).
El proyecto político del peronismo combina simpleza y profundidad, como la poesía de Atahualpa Yupanqui. Sin embargo, sus posibilidades de realización dependen y dependerán de la existencia de su sujeto histórico y de las características que éste asuma. Un movimiento obrero organizado y con representaciones sindicales fuertes es la garantía de poner algún límite a la voracidad de mercado y de quienes lo lideran. Si la devastación de la sociedad argentina no llegó al máximo de sus posibilidades en la última dictadura cívico-militar fue en parte por la resistencia del movimiento obrero organizado alrededor de la CGT y del liderazgo de Saúl Ubaldini. Si la década neoliberal encontró algún freno al remate de la Patria fue en el accionar constante del Movimiento de Trabajadores Argentinos encabezado en la figura de Hugo Moyano. No obstante, el daño en las filas del movimiento obrero fue de gran magnitud luego de 40 años de neoliberalismo, sobre todo si observamos la suma de trabajadores informales y desempleados que existen hoy en Argentina. “Si esos índices de los 31 Aglomerados de la EPH (Encuesta Permanente de Hogares) se proyectan a todo el país surgiría que los ocupados suman 20,4 millones: los registrados –como asalariados, monotributistas, personal de casas particulares y autónomos– son 12,5 millones, con lo cual habría 7,9 millones no registrados. Y 1,5 millones de desocupados” (Clarín, 24-6-2022). Estos datos dan cuenta de la importante fragmentación en la cual se hunde al movimiento obrero argentino. Y se puede señalar a modo de hipótesis que ella posee al menos dos dimensiones. Una es la división entre trabajadores y trabajadoras con representación sindical –formales– y trabajadoras y trabajadores registrados sin ella –monotributistas y autónomos. También están carentes de representación sindical los millones de trabajadores no registrados, y obviamente los desocupados. La segunda dimensión importante para señalar es la fragmentación simbólica en la cual quienes se encuentran sumergidos –los cientos de miles de monotributistas, autónomos, informales y desocupados– carecen en su gran mayoría de conciencia de pertenecer al movimiento obrero, y por lo tanto del vínculo que los une al destino histórico del Pueblo. Los monotributistas y autónomos en muchas ocasiones se autoperciben como emprendedores, adjudicando sus logros a sus características personales y siendo víctimas de graves patologías del yo –pánico, fobias, adicciones, depresión, suicidios– cuando la mano les viene cambiada. En estos casos es difícil que alcancen la comprensión de que la realización personal está indisolublemente vinculada a la de la comunidad en la cual el sujeto se desarrolla y tiene su núcleo de vida. “Nuestra comunidad sólo puede realizarse en la medida en que se realice cada uno de los ciudadanos que la integran” (Perón).
La conciencia nacional nace del sentimiento de pertenencia a un Pueblo con un destino histórico común, y ello es otro de los elementos centrales de la doctrina peronista. Ese Pueblo –que a través de la labor cotidiana de cada uno de sus integrantes va construyendo la Patria– ha encontrado escollos en su andar. Los tiempos que corren no son una excepción en ese sentido. La fragmentación del movimiento obrero, tanto en términos materiales –fruto de la reestructuración del sistema económico productivo en los 90– como simbólicos –a consecuencia de la introyección del modelo meritocrático, adiafórico e individualista del hombre light– tal vez sea el obstáculo de mayor significación a la hora de enfrentar al proyecto neofascista que se encuentra en la vereda antagónica al Pueblo. Por esta razón, el futuro de Patria una vez más requiere ser puesto entre signos de interrogación, al igual que el destino de grandeza del Pueblo trabajador argentino. Y en clave de dar respuesta a los interrogantes planteados aquí, se puede señalar que el proceso de colonialidad de la subjetividad acompañando la fragmentación del movimiento obrero es una de las causas de adhesión al proyecto neofascista, consecuencia de la pérdida de la conciencia nacional y del sentimiento de pertenencia a un Pueblo. La posible resistencia una vez más quedará en manos del movimiento obrero organizado, como en la resistencia post 55, como durante la última dictadura cívico-militar, como en los 90. Unidad de concepción para la unidad en la acción es lo que exigen los tiempos que corren, o el sendero que empezaremos a recorrer será el de una Patria agonizante y en decadencia. Claro, si lo que deseamos como colectivo es dejar de poner entre signos de interrogación nuestro destino como Nación.
Bibliografía
Dussel E (2012): 1492. El encubrimiento del otro (Hacia el origen del mito de la modernidad). Buenos Aires, Docencia.
Fanon F (1963): Los condenados de la tierra. México, FCE.
Hernández Arregui JJ (1969): Nacionalismo y liberación. Buenos Aires, Contrapunto.
Maldonado-Torres N (2007): “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”. En El giro decolonial. Bogotá, Siglo del Hombre.
Mignolo W (2007): La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona, Gedisa.
Perón JD (1974): Modelo Argentino para el proyecto nacional. Buenos Aires, BCN, 2015.
Perón JD (1949): La comunidad organizada. Buenos Aires, BCN, 2016.
Rolnik S (2019): Esferas de la insurrección. Buenos Aires, Tinta Limón. Fuente: Revista Movimiento
Fuente: Revista Movimiento