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La participación de la pesca en el total del complejo exportador viene cayendo en términos porcentuales. En el año 2022 fue de 2,1% mientras que los años anteriores fue del 2,6% (2021), 3,2% (2020) y 2,9% (2019), dejando en claro las pésimas políticas llevadas a cabo desde la Subsecretaría Pesca.

Por César Lerena*

Por cierto, no nos referimos a la permanente crisis macroeconómica que vive el país; a la inflación; al atraso cambiario; a las trabas a la importación de insumos, etc. que destruyen la competitividad y, por cierto, ¿quién es un Subsecretario para incidir en la política nacional? El ámbito y la jerarquía de la actividad deben cambiarse. Y nos preguntamos ¿quién le prestará atención a esta actividad con el 2,1% de participación en las exportaciones y con un consumo en el mercado interno de 4,8 Kg anual, el más bajo de Latinoamérica?

Si algo tiene de bueno, la mal llamada Ley Federal de Pesca 24.922 es su artículo 1º. Desde éste en adelante, comenzaron los escribientes a copiar y pegar las exigencias de sus representados, para que casi todo fuera posible; pero, como suele ocurrir en un mundo de intereses cambiantes, éstos mutaron y, lo que era bueno pasó a malo y viceversa. Al crearse la Cámara de Armadores de Buques de Altura, porque algunos entendían que la Cámara de Congeladores, defendía intereses contrarios y viceversa, nada hacía suponer, que todo sería lo mismo, dando lugar, a un sinnúmero de siglas empresarias, donde a la luz de los resultados, hay más vocación de poner al funcionario de turno, para hacerse acreedores de intereses personalísimos, que conciliar una política que contenga al conjunto de la actividad y les permita a todos, crecer, desarrollar y multiplicarse, cual regla biológica.

Para qué atomizar la representación, si a la hora de defender sus intereses, las principales empresas juegan su partido por fuera de las cámaras. Una caja de langostinos tiene un efecto maravilloso en el funcionario que debe tomar decisiones. No es necesario dar más explicaciones.

El Estado como titular del recurso tiene al otorgar las concesiones debe asegurar que la explotación, realizada con idoneidad, sea rentable, tanto para los grandes empresarios como a los pequeños, a los que debería proveerles de una “Unidad Económica Pesquera” que les permita desarrollarse en esta actividad. Esto, debe darse en cualquiera de los escenarios macroeconómicos, ya que las medidas que se tomen deben ajustarse en forma permanente, para que esta ecuación se mantenga. De esto no se hacen cargo los funcionarios de turno del área.        

Hacia 1976, la flota de altura estaba compuesta por 113 buques fresqueros y 10 buques congeladores; es decir una relación de 92% a 8% respectivamente. Este porcentual se revirtió en forma notable, con el crecimiento sostenido hasta nuestros días de los buques congeladores. En el año 2022 los desembarques de los buques fresqueros fueron de 394 mil toneladas y de los buques congeladores de 400 mil toneladas; es decir, de un 50%. Los números son elocuentes, y ello encuentra fundamento en la dicotomía que, aun incrementándose las exportaciones, aumentó el desempleo y el trabajo no registrado. Dos razones: menos valor agregado e incremento del trabajo precarizado ¿Y qué opinan los Intendentes y concejales de los municipios de esto? Nada. Están ocupados en recaudar a través de las multas de tránsito, para resolver el rojo de sus comunas y, no alcanzan a darse cuenta de los recursos y el empleo que generaría el procesamiento en tierra de los productos pesqueros.

Por supuesto, no ignoramos, que la cuestión macroeconómica y el régimen laboral actual es contrario a la industrialización en tierra. Un régimen que fomenta el trabajo no registrado (basta ver la reducción de afiliados del SOIP en 1990 y treinta años después en 2020); cuestiones relativas a la participación en la producción; la intervención en las negociaciones de la moneda en la que se comercializa la exportación pesquera, en la que juega el dólar oficial y la posterior pesificación y otras distorsiones como la tercerización del comercio; las diferencias entre las empresas nacionales y las que en la Argentina actúan como filiales de sus casas matrices en el extranjero; la estacionalidad de la producción; la utilización de cooperativas que no se ajustan al régimen legal vigente y que cotizan a precios marginales la actividad manufacturera en relación a las empresas que enfrentan todos los impuestos, cargas laborales, patronales y tasas; la tolerancia de los municipios a los procesos clandestinos y, otros tantos males, que, como en otras actividades, desalientan la creación de empleo y la formalidad laboral y, que llevaron a que la flota fresquera que procesaba sus materias primas en las plantas industriales mutara -pese a que la ley 24.922 lo prohíbe- a congeladores que hacen procesamientos básicos a bordo, regalándoles la mano de obra a los países desarrollados de Europa, Asia, Estados Unidos y algunos de Sudamérica, a costa del empobrecimiento de nuestras ciudades y pueblos, para beneficio de los importadores y transformadores.

El argumento inicial de los compradores fue el disparador: “los productos congelados a bordo son de mejor calidad”. Ello favoreció que, en muchos casos, se aquellos se quedaran con los procesos de transformación, que, entre otras cosas, requiere de la descongelación, el proceso y la posterioridad recongelación e, ignora las nuevas tecnologías de mantenimiento de refrigerado a bordo de las capturas. El régimen laboral y la tolerancia de los organismos competentes hizo el resto.

Pero, pequeño detalle, el Estado que es “el dueño del recurso”, dando su explotación en concesión a los empresarios, no hizo absolutamente nada para tratar de armonizar los intereses, para que la pesca siga siendo generadora de poblaciones e industrias, fuente de empleo y ocupación de los territorios inhóspitos del litoral patagónico al igual que a la ciudad que dio origen a la actividad industrial en la Argentina.         

Con los buques congeladores no se puede cumplir con el axioma indicado en el artículo 1º de la Ley de Pesca: «fomentar el ejercicio de la pesca marítima en procura del máximo desarrollo compatible con el aprovechamiento racional de los recursos vivos marinos», porque efectuar un mínimo proceso y congelar a bordo, con una baja ocupación de mano de obra, no es procurar el máximo desarrollo y un aprovechamiento racional, que solo se logra obteniendo el máximo valor agregado a partir de una misma unidad de materia prima.

¿Ello, significa que haya que eliminar los congeladores? No. Hay que modernizar y tecnificar los buques fresqueros y asegurarse que el valor agregado esté presente en cualquiera de los casos y los buques congeladores se destinen, entre otras cosas, a la captura de los recursos migratorios originarios de la ZEE en alta mar y, para ello, el gobierno los debería liberar de toda carga impositiva y derechos a la captura y la exportación.   

El recurso pesquero y el ámbito de desarrollo de la especie es de dominio del Estado que lo da en concesión a las empresas, no para que éstas hagan lo que quieran con el recurso, sino, para entre otras cosas, agregarle el máximo valor posible a una captura sostenible y, ello, resulta virtualmente imposible en los buques congeladores, ya que éstos en general son ineficientes a la hora de procesar a bordo, tal cual surge del coeficiente de conversión (Bergamaschi, Nazareno, INIDEP, 2000) de los productos elaborados mecánicamente, que determina, cuántas toneladas de captura se necesitan para obtener una tonelada de producto final; ya que, sí tomamos ese coeficiente podríamos ver -a modo de ejemplo- que, para producir 1.000 toneladas de filet de merluza sin piel se requiere capturar unas 3.600 toneladas de merluza (Coeficiente 3,59); es decir, que se descartan al mar unas 2.600 toneladas del resto de la merluza fileteada; mientras que, para el mismo producto, en el proceso manual elaborado en tierra, el rendimiento es del 45%, es decir, que con 3.600 toneladas de merluza entera se logran 1.620 toneladas de filet, obteniéndose, en consecuencia, unas 620 toneladas más de merluza fileteada que en el envasado a bordo, además, del aprovechamiento de los residuos para la fabricación de harina con un 65% de proteína.

Al respecto, habría que tener presente la aplicación del Código Internacional de Conducta Responsable de la FAO que precisa: «los propietarios y armadores de los buques pesqueros deberían asegurarse de que sus buques de pesca estén dotados de equipos adecuados con el fin de procesar las basuras y otros desperdicios generados a bordo durante el servicio normal del buque», aunque ello podría sacar de competencia a los congeladores.

Por cierto, al no haber controles seguros durante la captura, los rendimientos son inciertos. A ello se agrega la falta de control en eventuales transbordos en el mar o en los desembarcos donde podrían sustituirse las especies envasadas. Chocolate por la noticia, diría mi amigo Jaime.

¿Quién puede sostener técnicamente que la calidad de los procesados y congelados a bordo es mejor? o, ¿de qué calidad y seguridad sanitaria se puede hablar en los productos congelados a bordo, cuando aquí no hay inspectores profesionales de SENASA que verifiquen la aptitud de las materias primas, la higiene de las superficies de contacto o la salud de los operarios al momento de elaboración, tal lo cual lo exige el Decreto 4238/68 apartados 1.1.2; 8.1; 8.1.1; 9.1; 23; 23.19 etc. o el artículo 31º de la Ley 24.922 y, habría que preguntarse: ¿qué profesional de sanidad certifica los procesos que ocurren a bordo?

Por otra parte, los productos tratados a bordo en los buques congeladores se descongelan en destino para su transformación, comercializándose luego, frescos o nuevamente congelados para su exposición en góndolas. También es cierto, que al comparar la calidad de las materias primas desembarcadas frescas no se han tenido en cuenta las nuevas tecnologías disponibles de almacenamiento ((RSW, Refrigerated Sea Water) en el transporte o el mantenimiento a bordo adecuado. Sí tienen interés la Unión Europea y la mayoría de los compradores de disminuir los procesos de las exportaciones de terceros y, ello se demuestra claramente, cuando se reducen a cero los aranceles de importación de las materias primas sin valor agregado o, cuando a España ingresan productos procedentes de Malvinas, con la sola condición que el 70% de ellos se procesen en la península ibérica.

Tenemos una fórmula adecuada para darle más competitividad económica y social a los buques congeladores, sin que ello signifique desatender a los buques fresqueros.

Mientras tanto la Argentina, con una gran cantidad de nacionales desempleados; un 40% de pobres y una patagónica con un índice poblacional de 2 habitantes por km2, transfiere trabajo a la Unión Europea al exportar con bajo valor agregado. No existe “la equidad” a que refiere la Convención del Mar (CONVEMAR); además de darles habilitación en el territorio continental argentino a empresas pesqueras españolas y chinas, mientras embarcaciones de estos países se apropian de nuestros recursos originarios de la ZEE en alta mar y Malvinas; una verdadera contradicción a lo prescripto en el referido artículo 1º, se «promoverá la protección efectiva de los intereses nacionales relacionados con la pesca y promocionará la sustentabilidad de la actividad pesquera, fomentando la conservación a largo plazo de los recursos». Estos intereses, no son solo explotar racionalmente el recurso, sino explotarlo de tal forma, que fomente el emplazamiento y el sostén de los pueblos en el litoral marítimo, como efecto de la radicación de las industrias y, el consecuente empleo regional. Los buques congeladores no provocan esta demanda laboral ni radicación industrial, porque sus procesos básicos (algunos incluso no pueden tipificarse de industriales) se realizan a bordo y en gran parte mecanizados. Por cierto, los «intereses nacionales relacionados con la pesca» también son fomentar la industria naval, y otras industrias anexas, cuestión que no se tiene en cuenta cuando el INIDEP y, toda la cadena de responsabilidades del gobierno, promueve la construcción de un buque de investigación, con un costo que supera los cien millones de dólares. ¿Y el Subsecretario de Pesca? Antes de bajar sus cuadros, viendo si le cierran las estadísticas; burocratizando la tarea productiva y, a juzgar por lo ocurrido en Río Negro, sin coordinar la protección y administración de los recursos pesqueros que se encuentran en jurisdicción nacional y/o provincial como prescribe el artículo 5º inc. b de la Ley 24.922 a la que adhirieron todas las provincias.

El mismo artículo 1º precisa: «favoreciendo el desarrollo de procesos industriales ambientalmente apropiados que promuevan la obtención del máximo valor agregado y el mayor empleo de mano de obra argentina». Ratificando lo ya dicho, este párrafo refiere a la industrialización en tierra, ya que éstos son los ámbitos apropiados, no solo para asegurar las mejores condiciones laborales y ambientales posibles, sino para asegurar el control y la obtención del mayor valor agregado a las materias primas brutas y la generación de empleo. Ello, en un productor agropecuario, por ejemplo, que explota sus bienes y negocios, puede quedar a su exclusivo arbitrio, pero, siendo una actividad concesionada, el Estado está obligado en administrar en la forma más eficiente el recurso que, no alcanza con extraerlo del mar y, mucho menos limitarse a exportar commodities, sino que los productos debieran estar aptos para ser destinados directamente a los mercados mayoristas del mundo y las góndolas, de modo que, partiendo de una misma materia prima se obtenga el mayor valor posible y, en lo interno, facilitar el consumo y mejorar la dieta de los consumidores, desarrollar la industria y generar nuevos empleos en el país.

Mientras ello ocurre, en el territorio argentino de Malvinas buques extranjeros se llevan 250.000 toneladas de pescados y calamares anualmente y, otros tantos, se apropian de unas 700.000 toneladas de recursos migratorios originarios de la ZEE en alta mar; ello sin contar los descartes que, traspolando la información nacional serían del orden del 30%. En este escenario, la subsecretaría de pesca no puede implementar ningún plan serio de trazabilidad.       

Hacia la década del 70 la pesca era considerada una actividad productiva y no podía acceder a los beneficios impositivos de la industria. Para revertir ello, las Cámaras se comprometieron a agregarle valor a las materias primas. Este compromiso, quedaría plasmado en el art. 2º de la ley de pesca: «la pesca y el procesamiento de los recursos vivos marinos constituyen una actividad industrial», ello, refiere, expresamente a “procesar” y, no puede limitarse, como hemos dicho, a una mera actividad extractiva, de bajo valor agregado y, de exportación de commodities; siendo obligación del Subsecretario de Pesca «establecer los requisitos y condiciones que deben cumplir los buques y empresas pesqueras para desarrollar la actividad pesquera» (Ley 24.922, Art. 7 f).

El legislador quiso beneficiar en la Ley de Pesca a la industria en tierra, frente a la actividad extractiva y, por ello, determinó las cuotas de captura por tipo de flota; la obligatoriedad de descargar en el puerto; estableció las mejores condiciones para el otorgamiento de los permisos a los que empleen mano de obra nacional en mayor porcentaje en tierra y buques en forma proporcional (Art. 26º), privilegiando con ello a los buques fresqueros que ocupan mayor cantidad de operarios en los procesos de industrialización; promovió la asignación de cuotas a la cantidad de mano de obra nacional ocupada (Art. 27º) y, prohibió la transferencia de cuotas de capturas de buques pesqueros fresqueros a congeladores (Art. 27º), dejando de manifiesto el interés de priorizar a aquellos por sobre estos últimos.

El modelo actual concentra en unos pocos el beneficio y perjudica al conjunto de la actividad. La pesca de sus inicios era impredecible porque carecía de la tecnología adecuada para la captura y los procesos y, desconocía los mercados. Hoy que se ha conseguido mayor certeza en las cuestiones operativas y, lo que es incierto e impredecible es la política estratégica y económica; en medio de ello, no puede semejante estructura, bienes y recursos humanos puestos al servicio de la producción pesquera representar el 2,1% del total las exportaciones y tener tan escasa representación en el mercado interno, por debajo de la producción de algunas economías regionales, cuya producción es ciertamente primaria. Asusta que este reducido porcentual dependa en un 60% de una especie que no se ha podido cuotificar a la que se le agrega bajo valor y, de un recurso, que aunque renovable puede agotarse cuando no se controla integralmente el ecosistema (ZEE-Alta mar-Malvinas).  

Nosotros entendemos que la Argentina en cuatro años puede llevar la exportación de 1.800 a 6.000 millones de dólares; aumentar la ocupación privada de mano de obra de 20.000 empleos directos registrados a 60.000; aumentar el consumo interno de productos pesqueros de 4,8 Kg a 10 Kg per cápita/año y mejorar el hábito alimentario. Reducir la pesca extranjera de los recursos migratorios argentinos en alta mar. Profundizar la investigación, la tecnología en la extracción y el proceso industrial de calidad, con la administración y el aporte del sector empresario y las fuerzas del trabajo.

*Dr. César Augusto Lerena es experto en Atlántico Sur y Pesca. Ex Secretario de Estado. Presidente de la Fundación Agustina Lerena. Presidente Centro de Estudios para la Pesca Latinoamericana (CESPEL).

Fuente: Portal del autor (cesarlerena.com.ar)

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