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Latinoamérica: el nombre que nos identifica

El nombre que le damos a nuestro continente, es materia de debate permanente y a veces excesivo. Sucede que la forma de nombrar las cosas, generalmente habla aunque lo ignoremos, de una carga de significados y valores. Siempre es bueno analizar estas cosas para ampliar la mirada y no caer en divisiones superfluas. Compartimos el siguiente artículo de Salcedo.

Por Elio Noé Salcedo

El tiempo que ha llevado rebautizar nuestra América nos habla de un proceso que ilustra nuestras luchas a nivel político, ideológico y cultural por la identidad y conciencia nuestra americana. Han sido muchos los nombres con los que se ha pretendido llamar o bautizar a Nuestra América: Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica (Sandino), Eurindia, Amerindia, además de otros, de existencia bicentenaria: Colombia (“hemisferio de Colón”), como la llamaran Francisco de Miranda y Simón Bolívar, que bautizaron a su vez con el nombre de Gran Colombia la unión de las repúblicas de Colombia, Venezuela y Ecuador, que por entonces incluía a Panamá e incluso en algún momento también a Santo Domingo. Para ambos patriotas grancolombianos, “Colombia” era sinónimo de “América”.

Así y todo, América Latina o Latinoamérica es el nombre que se ha impuesto colectivamente y que hoy representa e identifica a los 33 miembros y al territorio de la hoy reconocida Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), si entendemos con el doctor Roberto A. Ferrero que, si bien las Indias sustraídas por el Imperio Británico pertenecen desde el punto de vista cultural “al extenuado universo anglosajón desde Trinidad y las islas de Sotavento y Barlovento hasta Jamaica, pasando por la Guayana”, sin embargo, “vistas desde una dimensión geográfica y geopolítica, como países del Caribe, pertenecen indudablemente a la América Latina”. A esa determinación general se suman en el caso de la actual República de Trinidad & Tobago aspectos particulares “latinoamericanizantes” “que justifican incluir la historia y las luchas del pueblo trinitense en la temática del Caribe latinoamericano” en la perspectiva antedicha. Ni qué hablar de Puerto Rico. 

Para empezar, Nuestra América tiene una historia y una lengua mayoritaria común -desde Tierra del Fuego a Puerto Rico-, que es de origen latino. El término “latina” proviene del vocablo lato, que se refiere a aquello que es natural de los pueblos que hablan lenguas derivadas del latín, como la nuestra, y que evolucionaron a partir del idioma vulgar –lato– entendido en su sentido etimológico como “habla cotidiana del vulgo” (Wikipedia). Justamente es del latín -lengua madre popular- de donde provienen o se originan las lenguas romances, llamadas también románica, latina o neolatina -como son el español (el castellano), el portugués, el italiano, el francés e incluso el rumano-, lenguas que se impusieron en Europa con la expansión del Imperio Romano, al mismo tiempo que desaparecían otras lenguas pre romanas. De allí proviene principalmente nuestro nombre latinoamericano, herencia directa de España, que a la vez nos diferencia de ella y de nuestra primera conformación hispanoamericana conjunta antes de nuestra Independencia.

El término América Latina no solo ha vencido toda clase de objeciones y ha sido reafirmado y confirmado por el tiempo, la costumbre y la necesidad de identificarnos y potenciarnos como algo único y a la vez distinto ante los demás pueblos del universo, sino que también ha sido acreditado y reconocido expresamente en obras cuyos autores han sido determinantes en la confirmación de una identidad y en la conformación de nuestra conciencia nacional común, nominando con el nombre propio de nuestra América a numerosos tratados de orden político, sociológico, filosófico o cultural. “América del Sur, moderno continente latino”, la define Perón en su famoso discurso de 1953.

Su nominación recorre todo el siglo XX y parte del XXI, desde Manuel Ugarte, que a principios del siglo XX popularizó con sus obras y discursos el nombre de América Latina (El porvenir de América Latina); sin dejar de lado A América Latina: males de origem (1905), del brasileño Manuel Bomfim; pasando por el título de la popular Historia de la Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos (1968); Nacionalismo latinoamericano (1969), de Felipe Herrera; Las venas abiertas de América Latina (1971), de Eduardo Galeano; Historia de América Latina (1978), de otro uruguayo, Carlos Rama; Gestación de Latinoamérica, del chileno Enrique Zorrilla; sendos libros de Norberto Galasso, Felipe Varela y la lucha por la unión latinoamericana (2010) y Manuel Ugarte y la unidad latinoamericana (2012); o los libros de Roberto Ferrero, como Enajenación y Nacionalización del Socialismo Latinoamericano (2010), Apuntes latinoamericanos (2014), De Murillo al rapto de Panamá. Las luchas por la unidad y la independencia de Latinoamérica (2014), Acerca de la Cuestión Nacional y Latinoamericana (2017); en el medio, se destacan también Historia económica de América Latina (1979), del costarricense Héctor Pérez Brignoli y el brasileño Ciro Santana Cardozo; Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano (1981), El pensamiento latinoamericano y su aventura (1994), Caminos de la filosofía latinoamericana (2001) y La literatura en el proceso de integración latinoamericana (2011), del argentino Arturo Roig; eso, sin mencionar las obras y autores de lo que se ha dado en llamar el boom de la Literatura Latinoamericana, que es exuberante como nuestra propia naturaleza, historia y cultura.

En suma, el nombre de América Latina o Latinoamérica revela: un pasado, un presente y un destino común (historia); un origen genético (mestización indo-afro-ibérica-europea); un lugar o territorio común (Continente latinoamericano); una lengua mayoritaria principal –lata y común-, o mejor dicho dos: el castellano y el portugués, que junto a las principales lenguas aborígenes conforman nuestra herencia lingüística; una cultura mestiza, producto de la cultura ibérica y de las culturas originales nativas, conservadas y arraigadas en distintas partes de nuestra América; una herencia religiosa colectiva (el cristianismo), que los españoles y portugueses heredaron a su vez del Imperio Romano (Latino) y luego transmitieron a América, generando, junto a la ya existente religiosidad de los pueblos aborígenes, una religiosidad popular de base sincrética; una psicología, costumbres o “modo de ser de un pueblo”, reunido todo ello en una tradición, una cultura y un sentimiento común que hemos definido como “latinoamericanismo” y que en conjunto conforman una identidad, una cultura y una conciencia y civilización, síntesis y superación de todo lo anterior heredado y conocido.

Universalizada a través de la herencia latina transmitida directamente por España, el bagaje cultural e identitario común que nuestra América Latina carga sobre sus hombros durante ya cinco siglos, es inmenso.

La lucha por el nombre

Como bien dice Alfredo Terzaga al analizar el tema y fundamentarse en el propio pensamiento latinoamericano del siglo XX, el nombre de Nuestra América “gravitó en el pensamiento de un grande luchador americanista… Raúl Haya de la Torre”. A propósito, el líder político peruano advertía en 1930 sobre la posibilidad de que “el período “latinoamericano” que reemplazó históricamente al “hispanoamericano”, pudiere ser sucedido –como todavía se intenta tanto en la Universidad como fuera de ella- por la etapa “panamericanista”. Para Haya de la Torre –refiere Terzaga-, “la expresión “Hispanoamérica” o “Iberoamérica” refleja los resabios de la época colonial. La palabra “Latinoamérica”, en cambio, corresponde más precisamente a las concepciones políticas vigentes en la época de las luchas por la independencia”. A cambio de otros nombres de los “pueblos indohispanos”, como los llamaba Augusto Sandino, Haya de la Torre proponía el término “Indoamérica”, aunque al denominar a su movimiento político –el primer movimiento político de carácter nacional, continental y antiimperialista de América Latina-, le llamaría, sin más, Alianza Popular Revolucionaria Americana.

Más allá del nombre, creemos que si la expresión “Hispanoamérica” o “Iberoamérica” puede tener resabios de la época colonial, por su parte, “Indo-América” resulta una redundancia, ya que la palabra América sintetiza por sí misma la conjunción, confluencia y mezcla (mestización) genética, cultural e histórica de nuestro pueblo-continente e incluye tanto a indígenas como a criollos mestizos y descendientes de ibéricos o europeos a partir de nuestra conformación nacional inconclusa y en proceso de desarrollo, hasta que se produzca la unidad integral y definitiva de la Patria Grande, pues como advertía Simón Bolívar, ya no somos indios ni europeos, sino una nueva raza.

La influencia del ideario universal de la Revolución francesa, e incluso la influencia de autores franceses en lo que respecta a nuestro nombre, no significa que nuestras revoluciones y la conformación de nuestra cultura y nuestra historia hayan tenido una dependencia directa de esos factores. Reconocer o tener en cuenta la experiencia y el pensamiento de otras latitudes, no debe entenderse como una dependencia lisa y llana de esos factores probablemente coadyuvantes, complementarios o secundarios, como resulta el caso de las ideas de la Revolución Francesa y de la Independencia de EE.UU. en el ideario de la Revolución de Mayo o la Revolución de toda la América Criolla en su conjunto. La tesis nacional latinoamericana abreva principalmente en la propia realidad iberoamericana, justificada por la opresión del absolutismo español y la necesidad de liberarse de las ataduras y subordinación a su poder absoluto, por un lado, y por la acefalía del Reino de España y América debido a la ocupación francesa del territorio español, el encarcelamiento de Fernando VII y la usurpación del trono por parte del invasor francés.

En su interesante libro “La América española 1492-1810. Leyenda negra y realidad”, José R. Sanchís Muñoz, aunque entiende en un principio que el “latinoamericanismo” puede ser “otra manifestación de retaceo a lo hispanoamericano”, reglón seguido afirma que “la palabra (latinoamericanismo) lleva implícita una verdad que no puede negarse; lo latino ciertamente recorre la americanidad y ha coadyuvado a su conformación de un modo decisivo”. Verdaderamente, tanto lo latino como las lenguas romances (el español y el portugués), el derecho, la cultura clásica y la religión judeo-cristiana nos ha llegado, sin duda, a través de España, como a ella le llegó a través del imperio romano (latino), lo que le da a nuestra cultura un sesgo universal y una originalidad a la vez como a ninguna otra cultura. Lo hemos dicho en “Crónicas Latinoamericanas” (2020): “La palabra latinoamericanos resume en nuestros días la búsqueda por darle un nombre definitivo a nuestra identidad y nacionalidad nuestro-americana”.

América Latina o Latinoamérica es el nombre que nos universaliza a la vez que nos identifica plenamente, y que al mismo tiempo nos une e iguala desde el siglo XIX, e incluye y abarca a todos los países de nuestro continente-nación y a todas sus partes constituyentes: México, el Caribe, Centro y Sur América.

Fuente: Revista Patria Grande

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