Por primera vez en la historia del mundo, Argentina pudo determinar y certificar la huella ambiental de un kilo vivo de carne vacuna, lista para ingresar al resto de la cadena frigorífica y su consumo final. El logro lo consiguieron INTA e INTI. El estudio está relacionado a las exigencias de consumo europeo como mercado objetivo de exportación.
Redacción
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), realizaron y publicaron un estudio de cara a obtener la Declaración Ambiental de Producto (EPD). Las EPD, son parte de las exigencias que se están canalizando en el pliego internacional de la denominada “Agenda 2030”; y que la Unión Europea comenzaría a exigir de cara a acuerdos comerciales futuros.
El trabajo, según se informó desde las entidades, fue realizado en un establecimiento ganadero entrerriano y se trataría de el primer estudio a nivel mundial publicado en ámbitos científicos. Según la información difundida por las entidades, la experiencia se habría realizado sobre la escala de un kilogramo de animal peso vivo de la raza Angus.
El denominado “eco-etiquetado” contiene una decena de impactos ambientales, desde el origen de todos los factores de producción hasta la salida del animal en la tranquera. Según profesionales implicados en el mismo, el estudio de determinación de huella ambiental, se abocó a certificar la producción de animales en el campo, lo que en la jerga internacional se denomina “upstream”, o en una acepción más criolla “aguas arriba”. En términos simples, el trabajo se concentró en estudiar la etapa que va desde que se generan todos los productos para producir, todos los insumos, todos los factores de la producción, hasta que se logra un kilo de peso vivo en la tranquera del campo. Es decir, hasta que sale del establecimiento agropecuario hacia el mercado.
Según lo difundido oficialmente, el “eco-etiquetado” consideró diez impactos ambientales entre los que se encuentra la denominada “huella de carbono”. Uno de los profesionales de INTA vinculado al estudio explicó que “cuando se tiene en cuenta el sistema de producción, la remoción de carbono o secuestro de carbono que hay en un manejo silvopastoril, con pasturas perennes, se llega a una reducción de la huella de carbono, a una compensación, y en el balance queda un valor final de 1,77 negativo, es decir, una remoción de 1,77 kilos de dióxido de carbono equivalente por cada kilo de peso vivo».
Nuevamente, en criollo, eso sería “favorable” para el ambiente ya que el sistema de producción aplicado “secuestra carbono”. En este sentido, la buena noticia tiene fundamento en que para los mercados con consumidores exigentes esta carne gana competitividad y amplia la posibilidad y oferta exportable para el sector. Además, ya que las exigencias comerciales de los mercados de destino escalan, esta metodología agrega valor en la etapa de upstream.
Supuestamente, los consumidores europeos – que contarían con alta conciencia ambiental sobre los alimentos -, poseen una mirada “hostil” respecto de la metodología de producción de carne. Por lo tanto, el estudio y la certificación permitan realizar la trazabilidad del alimento desde el nacimiento del animal hasta su llegada a la tranquera, como “animal terminado”.
El rol del INTI en el proceso estuvo vinculado en lo específico del sistema de certificación EPD. Es decir, la emisión de un documento verificado y registrado por terceras partes independientes que comunica de manera voluntaria información objetiva y comparable sobre el impacto ambiental de un producto o servicio durante su ciclo de vida, con el método Análisis de Ciclo de Vida, de conformidad con la norma de Ecoetiquetado ISO 14025.
Según el informe, las categorías de impacto que se certificaron, incluyeron el potencial de calentamiento global o huella de carbono, que resultó en 12,24 kg CO2eq por cada kilogramo peso vivo de animal terminado. Dice además, que el principal punto crítico de emisiones o hotspot radica en la producción ganadera, donde se destaca la emisión de metano por fermentación entérica (80,8 %), seguido por la producción de alimento en las distintas etapas cría, recría y engorde (14,1 %) y en tercer lugar aparecen las emisiones por gestión del estiércol (4,5 %).
Los impactos ambientales se habrían calculado según se especificado en la norma de referencia PCR Carne de mamíferos versión 4.0.1. Desde INTA e INTI, explicaron que se implementó el criterio de asignación biofísico, asumiendo un rendimiento de 2,71 kg de peso vivo animal por cada kilogramo de carne envasada deshuesada, y un porcentaje de asignación del 94,07 % para la carne, con respecto a los subproductos. Asimismo, amplían, si el objetivo fuera conocer el impacto de la carne sin hueso, se requieren de 2,71 kilos de peso vivo, para poder multiplicar la huella de carbono negativa, y determinar una huella de carbono negativa de 4,51 por kilo de carne envasada al vacío. Sin embargo, en este ejemplo específico, habría que determinar y sumar el impacto del procesamiento de esa carne y la cadena de abastecimiento.
INTA considera que la línea de trabajo seguida para consolidar estudios como el referido, posee un sentido estratégico para la ganadería nacional y su posicionamiento en el mercado internacional. Supuestamente, la “Agenda” climática que viene, exige animales y sistemas productivos ganaderos basados en pasturas – por ende fijadores de carbono -, y no en complementos alimenticios balanceados.
Sin embargo, “una cosa es decirlo, y otra es medirlo y certificarlo”. Y la papeleta es la que certifica el valor agregado.
Cuando esto prolifere, el asunto que se viene es si la familia argentina no ganadera, podrá acceder en góndola a comer de esta carne, o si por su precio, deberá seguir a feedlot.
Esperamos que los muchachos de la “Agenda 2030” piensen en todo y sean ecuánimes. Dado que es difícil que el chancho chifle, la equidad vendrá por una posición política.
Fuente: INTA / INTI / Agritotal / IPCVA