Ya sabemos que lo que usted va a leer es viejo. Por eso nos conformamos con explicar en criollo algunos de todos los despelotes desorganizados con que nos bombardearon durante toda la semana.
Redacción
Para quienes siguen habitualmente a Chasqui Federal Noticias, saben que no necesariamente nuestras coberturas de cada día responden a lo que manejan los grandes medios capitalinos. Intentamos dar cuenta de otras cosas que suceden, fundamentalmente en torno a las actividades productivas y el trabajo argentino.
Sin embargo, hoy nos tomamos el tiempo de explicar algunas de las cosas que vienen sucediendo, en el despelote permanente que es la Argentina. No lo hacemos tanto por “ética y rigor” periodístico, sino porque varios lectores se han comunicado con la Redacción y nos piden que expliquemos un poco lo que pasa. Ejemplos de algunas de las preguntas que llegaron: “¿cómo es que especula el campo?”; o “¿por qué tantas cotizaciones del dólar?”.
Las consultas son absolutamente lógicas y coherentes: el ciudadano común, el laburante, el que está diariamente atrás del mango; no entiende un carajo de lo que está pasando ni por dónde pasa la discusión. Lo medios por nuestra parte sumamos al embrollo, porque cada cual tiene su línea editorial, y trabaja los temas en función de la misma. Por lo tanto, el lío se agiganta.
Lo del dólar – más allá de que la van a seguir complicando cada día otro poco – es relativamente simple de comprender. Por un lado, Argentina en tanto país necesita dólares para cumplir con los pagos de la insoportable deuda externa. Salvo los pedazos de deuda que corresponden a los capitales privados, la mayoría de esos pagos corresponden al Estado Nacional o provinciales.
El único país que emite dólares es Estados Unidos, porque es su moneda nacional, y al mismo tiempo, instrumento de pago para las transacciones comerciales entre países. ¿Cómo obtienen dólares los demás países que no son Estados Unidos? Simple, mediante el ejercicio de su comercio exterior.
El Estado Argentino abandonó hace varias décadas la potestad de manejar su comercio exterior. Sólo mantiene al respecto su capacidad de cobrar impuestos aduaneros sobre esas operaciones. Y sobre ese rol se han sentado los gobiernos de los últimos 45 años – dictadura cívico militar incluida -; y por tanto no ejercen las transacciones por si mismos. Entonces, la empresa X radicada en Argentina, le compra o le vende algo a la empresa Y que está en otro país. El Estado Nacional, sólo cobra impuestos sobre esas operaciones. De ahí, que muchas veces hablamos de la mirada “fiscalista” sobre el comercio exterior, que se sustenta solamente en recaudar y acumular “reservas”.
Al mismo tiempo, el Estado Argentino permite – y alienta – a las empresas y ciudadanos, el “ahorro” o “atesoramiento” en dólares en bancos privados y en su mayoría extranjeros. Por ende, no hay un control soberano del circulante en moneda extranjera dentro de nuestro país. Por ende, entre lo legal y el mercado negro, se genera una ronda especulativa movilizada por los “mayoristas” de dólares en el mercado privado (banca extranjera, grupos financieros, actores políticos, y -como mostrador de despacho – las famosas cuevas).
Como el Estado no controla, no regula, no maneja, ninguna cadena de valor productivo ni ninguno de los circuitos de trabajo real que funcionan en el país, los desbarajustes son cada vez mayores. Lo que más se siente y oprime al laburante, es que su salario o lo obtenido a cambio de su trabajo, pierde valor a cada momento. La famosa “pérdida del poder adquisitivo del salario”.
¿Pero entonces, cuánto vale el dólar? Técnicamente es así: la suma de todos los pesos circulantes, más los depósitos bancarios en pesos, más todas las famosas letras y bonos en pesos (es decir, todos los pesos que andan dando vueltas); divididos las reservas en dólares del Banco Central y los depósitos bancarios en dólares (supuestamente declarados por los bancos). De esa cuenta sale un número, y eso es lo que vale el dólar.
Después viene toda la escalada especulativa, que está llevando durante la corriente semana a que el Gobierno Nacional le acomode el valor del dólar a cada sector de la producción, para que opere en el mercado, compre o venda; y así no perder capacidad real de recaudación y seguir cubriendo los baches.
Ahora, si vamos a la realidad “real”, contante y sonante, cada dólar “canuto” que usted pueda tener guardado en el cajón de las medias, es ilegal. Lo s únicos dólares legales son los que tiene el Banco Central en concepto de reservas; o los que tienen declarados los bancos y entidades financieras en concepto de depósitos.
Esto de crear un dólar para cada uno, sólo contribuye al desorden, la timba, la especulación; y atenta contra el trabajo nacional y la comida que las familias deben llevar a la mesa cada día.
¿Y cuál es el tema con los productores agropecuarios entonces? Simple. Los tipos siembran cosechan y venden. Si ellos consideran que el precio al cual pueden vender la mercadería no les conviene, tienen todo el derecho de guardar la cosecha. El silo bolsa es aguantador; permite entre tres y cinco años de conservación de ínfimo costo. Por lo tanto pueden hacerlo.
¿Está bien que hagan eso? La legislación se los permite. Porque la ley dice que el campo, la tierra, es de ellos y por lo tanto deciden; que la siembra es de ellos y por lo tanto deciden, y que la cosecha es de ellos y por lo tanto, pueden hacer lo que quieran.
Además hay oro agravante más que fundamental: esta dinámica no depende del productor agropecuario común; sino de las multinacionales exportadoras de granos y subproductos a gran escala. Ellas son las que conducen ese proceso.
¿Y cómo se puede hacer para que esto deje de suceder, pero a la vez no afecte a los productores? Desde nuestro punto de vista, hay dos formas que deben necesariamente convivir. Una es la nacionalización del comercio exterior. Es decir, el Estado Nacional le compra a los productores su producción y el mismo Estado se encarga de venderla al mundo.
Segundo, y siempre hablando del mundo agropecuario, el Estado incentiva a través de las industrias e instrumentos, al agregado de valor en origen. Entonces, siempre habrá una porción de las cosechas o de los rodeos, que se exporten a granel o apenas faenados según se trate. Sin embargo, el otro camino es desarrollar todo la cadena de valor de la industria de la alimentación nacional, a la escala correspondiente y a la mayor cercanía necesaria de las regiones productivas. De allí que, luego de abastecer en forma suficiente lo necesario para el consumo interno, el excedente pueda exportarse.
Daremos un ejemplo tan burdo como fácil de comprender: durante los ’90 llegaron al país, a paquete cerrado, las papas fritas envasadas en tubos de cartón. Un producto que perfectamente podía fabricarse en Argentina. Sin embargo, lo que era argentino era la pasta de papa y harina que las conformaba.
Piensen ese ejemplo, pero como debería ser: que esas papas fritas en tubo, luego que estén al alcance de toda la población en forma suficiente, lo que sobre se exporte a precio razonable: tampoco hay que hacerle a los demás países del mundo, lo que han hecho con el nuestro desde que el mundo es mundo.
Fuentes: Poder Ejecutivo Nacional / BCRA