La sentencia antagónica legitimada por las urnas pareciera ser el nuevo mantra para los tiempos que vienen. Sin embargo, es mentira; o al menos, incorrecta. Pase y lea.
Por Pablo Casals
El título no necesita contexto, más allá de una la exageración lunfardezca. Los dichos del presidente electo y sus acólitos ya lo explicaron. Así como para ellos en función de sus intereses “no hay plata”; para nosotros en función de los nuestros hay un montón. Hay que ir a buscarla nomás.
Antes de decir dónde está la guita, explicaremos brevemente lo que se está postulando usando los argumentos que ellos mismos pregonan. El modelo de obra pública que supuestamente se viene (las PPP), es el ensayado en Inglaterra durante la década del ’70 para obras menores, que funcionaba de manera bastante similar al que rige en Argentina: no eran “obras por Administración” – realizadas por el Estado con personal y capital estatal -, sino que se impulsaba gubernamentalmente una obra y se adjudicaba a un privado por mecanismo similares a las actuales licitaciones. En el caso de las obras “menores”, aunque importantes para un poblado pequeño – ejemplo: algún camino, acceso vial, o similar -, se consensuaba con capitales privados a cambio de periodos de concesiones de explotación.
Ya con Thatcher en el poder, el modelo se pretendió universalizar en forma parecida a lo que propone el mandatario electo, y fue un rotundo fracaso, porque el capital privado se dedicó a hacer obras menores cuya explotación les significaba un retorno rápido de la inversión más utilidades; o bien, las obras eran de carácter terminal para grandes núcleos de capital concentrado, que tranquilamente podían prescindir del factor estatal para llevarlas adelante.
Resultado: desempleo a raudales en Gran Bretaña porque la “inversión integral en infraestructura logístico productiva” – que es lo que necesita cualquier país para que funcione más allá de su corte ideológico -, se vino abajo. Después vino Tony Blair y su agenda socialdemócrata de la “tercera vía” – no confundir por favor con la Tercera Posición, nada que ver -. La situación mejoró en Gran Bretaña.
Para nuestros países, la situación fue negativa igual, porque el grado de dependencia se fue incrementando. Adicionalmente a todo esto, está la condición de Gran bretaña como invasora de nuestro territorio no cambió, salvo por los 74 días de recuperación en 1982.
Pero sigamos…
Lo que Milei impulsa como el modelo “a la chilena”, es el sistema británico mencionado, con las modificaciones del caso para que no fracase tan rápido, y aplicado en un país dependiente como el nuestro – sí, mi amigo lector, Chile está igual de mal que nosotros o peor, aunque su “situación macroeconómica” sea más estable -.
El esquema propuesto, denominado Participación Público Privada (PPP), significa que el Estado le otorga la facultad al capital privado de llevar adelante una obra de infraestructura a cambio del usufructo de un bien mediante concesiones. Los ejemplos más claros son las rutas con peaje, o servicios públicos con tarifa, etc. Es más, si el acceso a las telecomunicaciones fuera considerado legalmente un derecho en Argentina, y por tanto la provisión de las mismas fueran un servicio público; tales prestaciones serían un buen ejemplo.
Entonces para esquematizar un poco, hay tres modelos de obra pública. El primero, “por Administración”, donde el Estado define la prioridad de la obra y la lleva delante con personal estatal y bienes de capital estatales. Lo más parecido a un modelo soberano, independiente y justo en materia de obras públicas.
Después está el hecho que hoy por hoy se defiende como “obra pública estatal” que en realidad lo es a medias. En el actual modelo, el Estado define la prioridad de obra; luego inicia un proceso de licitación que se adjudica a una empresa privada; y luego el Estado le va pagando en la medida que “certifica obra”. En el camino, hay todo tipo de curros de tire y afloje de pliegos, certificaciones, adelantos, “mayores costos”, y docenas de etc’s.
El tercero es el que propone en futuro gobierno: las PPP. En palabras del propio Milei, si la obra “no es rentable para el mercado, entonces no es deseable socialmente”. Listo. Sanseacabó. La preocupación por los puestos de trabajo directos (los obreros), indirectos en los proveedores (con más cantidad de obreros), y el “reflejo social” (todos los puestos de trabajo que se mueven porque hay obreros afectados a las obras públicas), las resolverá el mercado por sí mismo y la voluntad individual de cada individuo; y quien no lo logre, será un boludo (perdón por la rispidez, pero no son tiempos de metáforas).
Lógicamente la preocupación en las provincias es entendible, dada la cantidad de trabajadores que irán quedando colgados en el camino. Ya son titulares de diarios las aceleraciones de trámites parlamentarios previamente acordados con Massa en caso que él ganase las elecciones: paulatinamente se iría permitiendo un nuevo endeudamiento en dólares por parte de las provincias. Eso que se iba a hacer paulatinamente, ahora hay que hacerlo ya. Antes de fin de año.
Es probable de todas maneras que esta cuestión de las PPP tenga algo de éxito en algunos segmentos, donde hasta ahora la inversión fuerte siempre la hizo el Estado, para que luego la ganancia cruda, dura y abundante la acumulara el capital multinacional exportador.
Sí, adivinó: la explotación de los recursos naturales, subproductos y prestaciones: agro, hidrocarburos, minería, servicios públicos, transporte y logística. Luego, la exportación sin valor agregado.
Ahí hay guita. Montañas de guita. Una cordillera les diría.
Y ahí hay que ir a buscarla. Milei y su gente no lo van a hacer; ya sabemos. Pero lo recordamos para la próxima vez que toque un gobierno que diga bregar por la soberanía.
Si hoy los liberales conservadores – como Milei – dicen que “no hay plata”, es porque no piensan tocar las exorbitantes ganancias y curros que poseen las exportadoras desde hace décadas en el caso del agro, y más recientemente en el plano minero e hidrocarburífero.
Para todos esos complejos, los grandes gastos de infraestructura los hizo el Estado, a la vez que ejerció la actividad explotadora, productiva, industrial y comercial. Así se hizo grande este país y se dignificó al pueblo.
Hace casi medio siglo que Argentina abandonó manos del extranjero y cipayos los resortes y pilares reales de su fortaleza.
Más conservadores o más socialdemócratas (progresistas), tanto la dictadura genocida de Martínez de Hoz y los sucesivos gobiernos constitucionales, no abandonaron la matriz liberal. Es decir, aquel país que no está industrializado naturalmente, no debe industrializarse.
Disculpen la herejía: pero no creemos aquí en esta redacción, que tras el Big Bang o la creación celestial, hubiera aparecido “naturalmente” en Manchester o Chicago una planta de montaje automotriz.
No jodamos muchachos. Basta de verso y autocompasión.
La guita está. Lo que hay que hacer es construir un proyecto de país y una fuerza de gobierno que vaya a buscar esa guita. Cosa que no hicieron en los últimos 48 años.
Ya sabemos que no es fácil, pero alguna vez se hizo en Argentina y puede volver a realizarse.
Eso sí, hay que terminar con el biri biri, el tachín tachín; y dejar de hacerse el boludo.
Porque ya lo dijo el “Negro” Quintero aquella mañana de helada patagónica, al lado del fuero y mientras esperábamos que aclare: “Acá boludo no es nadie”.
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