Sin ofensa ni temor 103: El poeta del federalismo

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Sin ofensa ni temor 103: El poeta del federalismo

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos la siguiente nota escrita por el historiador y periodista Gustavo Battistoni*, en homenaje y rescate de la figura de una importante figura de nuestras letras y el trabajo de prensa: “Olegario Víctor Andrade, el vate del federalismo”.

El Editor Federal

Raúl Scalabrini Ortiz habla, con acierto, de la sabia organización de la ignorancia, para describir a un sistema de poder ideológico que se dedica a ensalzar a la mentira en desmedro de los auténticos valores del espíritu humano. Somos bombardeados, cotidianamente, con un montón de cuestiones secundarias que nos impiden ver la realidad en su complejidad. El ocultamiento de los grandes pensadores y su intensa vida es una de las formas sutiles en que se nos mantiene divididos y dominados.

Tal es el caso de Olegario Víctor Andrade, uno de los políticos y escritores más importantes de la segunda parte del siglo diecinueve. Nacido el 6 de marzo de 1839, desarrolló desde muy joven un talento literario que no pasó desapercibido para sus contemporáneos. Tuvo una vida azarosa, llena de altibajos, en la que su periodismo combativo se combinó con una existencia dedicada al estudio y a una cuidada manifestación estética. Secretario privado del Presidente Confederado Santiago Derqui, fue dos veces diputado nacional y diputado provincial en la Provincia de Santa Fe en 1859. Murió joven, impecune, a los 43 años. Su última carta, dirigida a Julio Argentino Roca, dice: “Julio. Te recomiendo a mis hijos. Dios mío. No he sido malo. Quedan en la pobreza”.
El periodismo fue una de sus actividades más destacadas. Fundó varios periódicos, como La Fraternidad y El Porvenir. Poeta de gran lirismo, tradujo a Víctor Hugo y a Lonfellow. Dedicó, comprometido, un poema al Chacho Peñaloza y a su lucha libertaria: “¡Mártir del pueblo! Tu gigante talla/ Más grande y majestuosa se levanta/ que entre el solemne horror de la batalla/ Cuando de la sangrienta valla/ Servía de pedestal para tu planta”. Le cantó, con pasión, a la heroica Paysandú y al mártir Leandro Gómez, y dedicó estas palabras al General José de San Martín: “Nació como el torrente; rodó por larga y tenebrosa vía, desde el mundo naciente al mundo viejo; torció su curso, un día, y, entre marciales himnos de victoria, desató sobre América cautiva las turbulentas ondas de su gloria”.
Fue un entrerriano de ley que vio con claridad la importancia de Francisco “Pancho” Ramírez y Justo José de Urquiza en el afianzamiento del Federalismo del Litoral contra el poder de la capital del antiguo virreinato del Río de la Plata. Desenmascaró, con su pluma magistral, las políticas de Rivadavia y Mitre. Inciso aparte merece su denuncia del falso federalismo de ese unitario de hecho y convicción, que fue Juan Manuel de Rosas.
Como gran parte de su generación, la que había militado bajo las banderas de la Confederación Argentina, apoyando al Interior en su brega emancipadora, observó en el Partido Autonomista Nacional, una reivindicación contra el centralismo porteño. Fue amigo de Nicolás Avellaneda, y defensor de su gobierno, representando, en el parlamento, ese liberalismo nacional que tantos frutos positivos le dio a la República Argentina.
Sus escritos políticos han resistido el paso implacable del tiempo, sobre todo los ligados a su comprensión de uno de los problemas fundamentales de nuestra patria, el federalismo inconcluso. Tenía muy claro cuál era uno de nuestros principales incordios: “La ambición de Buenos Aires, ha sido siempre fecunda en calamidades para las regiones del Plata. Buenos Aires ha sido el antro de donde han salido todos los huracanes destructores de la sociedad política, el cráter que ha vomitado a larga distancia las cenizas encendidas de la anarquía”.
Su excepcional trabajo Las Dos Políticas, obra maestra del pensamiento político nacional, es de una actualidad palpitante. Afirma con acierto: “Federales y unitarios, lomos negros y mazorqueros, nacionalistas y liberales, todos esos nombres con que se han bautizado los partidos argentinos, no han sido más que disfraces de una gran cuestión económica. Buenos Aires ha querido desde 1810 mantener en sus manos el monopolio del comercio exterior, y en sus cofres el producto de las rentas que él produce. El puerto único habilitado por las Leyes de Indias para el comercio exterior, ha pugnado por retener sus caducos privilegios. Esta es una verdad histórica. Este es el punto de partida de nuestras guerras civiles”.
Más adelante, plantea, con agudeza: “Los caudillos fueron hijos del egoísmo de Buenos Aires”. Palabras acertadas, de profunda significación histórica, que todavía resuenan en la política argentina. Y agregaba: “Los caudillos representan la resistencia de los pueblos al ascendiente usurpado, a la codicia sórdida, de la política centralista de Buenos Aires”. Una brillante descripción de la realidad histórica, en línea a lo manifestado por su contemporáneo Juan Bautista Alberdi y que profundizará, años más tarde, Juan Álvarez en su libro, Las Guerras Civiles Argentinas.
Su producción poética es solo una parte de una obra donde la calidad es su sello distintivo. Periodista de nota y agudo escritor político, sus trabajos son desconocidos por la inmensa mayoría de los argentinos. Es hora que pongamos en el lugar que se merece a la maravillosa vida de Olegario Víctor Andrade.

*Periodista, historiador federal. Publica sus escritos en el Diario El Correo de Firmat

Fuente: El Correo de Firmat / Revista Patria Grande

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