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Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos un escrito de Fermín Chávez que sirvió de introducción a una de las ediciones del libro “Modelo argentino para el proyecto nacional” escrito por Juan Perón, donde se reunieron un conjunto de lineamientos políticos anunciados el 1º de mayo de 1974 en la apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional.

El Editor Federal

Introducción a Modelo Argentino para el Proyecto NacionalPor Fermín Chávez*

(Cuarta Edición del año 1983. El Cid Editor — Fundación para la Democracia Argentina. Buenos Aires)

En un ensayo ya clásico para todo lector de lengua castellana, José Ortega y Gasset dejó sentada esta verdad política a menudo olvidada: “la realidad histórica efectiva es la nación y no el Estado”. Complementada y aclarada por otra; que dice que el Estado “es tan solo un instrumento de para la vida nacional”.

Lo apuntado resulta premisa válida en todo esclarecimiento acerca de una noción de nuestro tiempo, con justa fortuna, cual es la de Proyecto Nacional, que ha sido definido por los entendidos como un “esquema concreto y coherente de objetivos, instrumentos y distribución de responsabilidades, conocido, aprehendido, consentido y aceptado por la colectividad y por su mayoría efectiva y políticamente significativa y perdurable, las cuales se sienten entonces identificadas con él”. Y el mismo autor dijo bien al acotar que “muchos gobiernos han tenido su proyecto en Argentina, pero han sido proyectos de gobierno; no de país”.

Precisamente este Modelo Argentino que Juan Perón preparó personalmente y anunció públicamente el 1º de mayo de 1974, a dos meses de su muerte física, reúne las notas de un Modelo Nacional elaborado para ser realizado por el país. Resulta casi obvio destacar que fue preparado por un político de genio, esto es, que estamos ante un producto resultante del intelecto teórico y de una praxis política con larga experimentación.

Claro está: no cualquiera es un político con “una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una nación” para no alejarnos del ya citado Ortega, porque sencillamente “el Estado no es más que una máquina situada dentro de la Nación para servir a ésta”. Y en este sentido un Modelo Nacional está a mitad de camino entre la República real y la República constitucional, que es meta y no punto de partida, como siempre quiso la Ilustración, desde Rivadavia a nuestros días.

Cuando Perón dice que “nuestra Patria necesita imperiosamente una ideología creativa que marque con claridad el rumbo a seguir”, se coloca en un punto determinado de nuestra historia, cual es el que marca el agotamiento del Modelo Argentino anterior, y si elabora su Proyecto en 1974 y no en 1945 es porque su autor no es un mero intelectual racionalista, sino un político nato, al que se le fueron agregando dosis de intelectualidad y ondas de información que lo habilitaron para consumar esta obra, después de trajinar durante más de treinta años de vida argentina y mundial.

Una lectura atenta de este trabajo que Perón define como “una propuesta de lineamientos generales, antes que de soluciones definitivas”, va revelando todo lo que su pasado recoge, revisa y afila nuestro líder. Resulta relativamente fácil rastrear hacia atrás los numerosos fragmentos ideológicos y la doctrina básica que alimenta estos textos de 1974. Primero que todo, aquella clase magistral del 10 de junio de 1945 que alguno ha calificado de acta fundacional del peronismo. No hay razón para olvidar esa doctrina y ese análisis de la Argentina del Proyecto “del 80” que el entonces coronel Perón expuso en La Plata, en esa hora de afirmación autoconsciente.

Aquella clase magistral fue pronunciada en un momento de dura ofensiva imperial contra la Argentina, y su contenido fue considerado unánimemente por la prensa colonial – local e internacional- como un desafío, la respuesta dada por un atrevido coronel de la periferia. Y era en verdad un desafío, anunciador del Movimiento Nacional en ciernes. Digamos que la idea del Movimiento Nacional no se explica en Juan Perón sin esa idea militar de “la Nación en armas” que él expuso en el aula platense, para escándalo del liberalismo tradicional y del “profesionalismo militar”. ¡Cómo no iba a desatar las iras de las potencias coloniales y de los enemigos internos de la Nación!

“Un país en lucha – dijo esa vez el coronel- puede presentarse como un arco con su correspondiente flecha, tendido al límite máximo que permite la resistencia de su cuerda y la elasticidad de su madera y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra. Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha, pero el resto de ésta, la cuerda y el arco, son la expresión de su energía y poderío”. De allí la otra idea básica, la de “unión nacional”, reiterada por Perón en los documentos fundacionales del Movimiento Nacional Peronista, concebido como respuesta ideológica al reacondicionamiento colonial que caracterizó a la Década Infame.

Descubrir en las doctrinas y en el pensamiento del sistema central de poder los elementos culturales útiles para crear autoconciencia en la periferia, y romper la “colonización pedagógica”, es tarea prioritaria en nuestra política nacional. Es lo que hizo el coronel Perón, abrevando en Colmar Barón von der Goltz, encontró en la doctrina de “la nación en armas” un pensamiento que sobrepasaba lo castrense y se convertía en doctrina política y social no iluminista. Lo político, como noción recortada por el liberalismo, recuperaba su sentido clásico, aristotélico por la vía de un teórico de la guerra. Y la economía recobraba su subordinación a lo social y al bien común.

Alguien pudiera pensar que solo Juan Perón conoció la obra del Barón von der Goltz, en la Argentina de su tiempo. Nada más lejos de la verdad. Muchos otros oficiales de la Escuela de Guerra entre 1925 y 1930 fueron adoctrinados en La Nación en Armas. El mayor Lautaro Montenegro, por ejemplo, instructor de la famosa Legión Cívica Argentina, publicó en 1931 un opúsculo con la “doctrina básica” de dicha asociación en el que se hablaba de la “moderna noción de la defensa nacional” y se dice que la guerra más que función de los ejércitos es una función de pueblos. Solo que la conclusión era distinta, porque Montenegro lo explicaba con el fin de que los civiles se adiestrasen en el manejo de las armas y enrolasen en la legión.

Ya seguramente, el general Manuel Rodríguez, muy conocido por “el hombre del deber”, tampoco desconoció la doctrina del teórico germano. Solo que a este colaborador del presidente Justo su lectura no le sirvió para descubrir los verdaderos intereses de la nación, sino para escribir frases tan pomposas como ésta: “Desgraciado el país en el que los militares puedan expresar sus ideas políticas”. Engañosas y anacrónicas en plena Década Infame.

“En nuestra lucha por la independencia y en las guerras exteriores que hemos sostenido, sin asumir el carácter de nación en armas que hemos definido, podemos observar grietas lamentables en el frente interno, que nos obligan a ser precavidos y previsores”, expresaba en cambio Perón en su discurso platense, para añadir un poco más adelante: “La defensa nacional es así un argumento más, que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo”.

Esto después de afirmar que “una gran obra social debe ser realizada en el país”.

No vamos a rastrear, en esta nota preliminar, los avances progresivos del futuro creador del Justicialismo, de orden intelectual, ni todas sus elaboraciones hasta llegar al Modelo Argentino.

Pero si debo señalar que este último se ha venido engendrando en momentos de confrontación entre la teoría y la praxis, reflejadas especialmente en La Comunidad Organizada, de 1949; las clases dictadas en la Escuela Superior Peronista, de conducción política y filosofía peronista; La Hora de los Pueblos, de 1969, y el Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, de 1972, en que consagró el derecho a la supervivencia.

Agotado el proyecto colonial del 80, definitivamente tras los años que van de 1932-42, la Argentina carecía de un Proyecto Nacional que reflejara las necesidades y posibilidades argentinas, ponderadas en perspectiva histórica, conforme a los avances logrados en lo social en auto-conciencia nacional.

Seis años antes de comenzar esta década del 80, período en que se definen los modelos nacionales y sociedades que se corresponderán al año 2000, Perón pudo dar término a su “propuesta de lineamientos generales”, como él la quiso llamar, respirando un aire de consejo, a la manera de Martín Fierro frente a sus hijos, en el canto final del Poema.

Me apresuro a llamar la atención del lector sobre un concepto primordial que Perón incluye, de entrada, en la “Fundamentación” del Modelo: “debemos tener en cuenta –dice- que la conformación ideológica de un país proviene de la adopción de una ideología foránea o de su propia creación. Con respecto a la importación de ideologías –directamente o adecuándolas- se alimenta un vicio de origen y es insuficiente para satisfacer las necesidades espirituales de nuestro pueblo y del país como unidad jurídicamente constituida”. Y poco después añade: “Los argentinos tenemos una larga experiencia en esto de importar ideologías, ya sea en forma total o parcial”.

Como se trata de fundamentar el Modelo Nacional, es decir, un Modelo No Colonial, la premisa fue colocada por su autor con todo rigor epistemológico. Quienes trajinan en la historia del pensamiento argentino y de su función política saben que el Proyecto 1860-80 se nutrió de una ideología importada y que ella tuvo nombre y apellido. El pensamiento colonialista se infiltró a través de la ideología iluminista, que tuvo un primer instrumento pedagógico en la Universidad de Buenos Aires, creada durante el ministerio de Bernardino Rivadavia.

Recuérdese que la teoría económica imperial fue la que deformó a nuestros primeros universitarios de la década del 20, desde la cátedra que dictó el doctor José Pedro Agrelo, quien usaba como texto una versión castellana de Elements of political Economy, obra del filósofo utilitario James Mill, padre de John Stuart Mill. Y en cuanto a la cátedra de filosofía, fue dictada por los profesores de Ideología, Juan Manuel Fernández de Agüero y Diego Alcorta.

La filosofía de la ilustración se convirtió, después de Caseros, en la ideología oficial, que sería realimentada por el llamado Proyecto del 80, desplegado por la inteligencia británica en nuestro país, conforme con una rigurosa división internacional del trabajo. Así, entre 1860 y 1880, el modelo importado consolidó el desarrollo de la Pampa Húmeda, en desmedro de la Patria Grande, eclipsada definitivamente con la reforma constitucional de 1860 y con la derrota confederal en Pavón, en 1861.

El Modelo Argentino No Colonial, a diferencia de los propuestos históricamente por la ideología de la Ilustración, surge por un movimiento de abajo hacia arriba: “La creación ha nacido del pueblo… Es por eso que este Modelo no es una construcción intelectual surgida de las minorías, sino una sistematización orgánica de ideas básicas desarrolladas a lo largo de treinta años”.

Este Modelo Argentino Justicialista no puede ser estructurado sino a la luz de un nuevo concepto de cultura, distante de aquel que el imperialismo impuso en el pasado y que aún alienta. Perón lo había definido en sus clases de filosofía de 1954 en la Escuela Superior Peronista, diciendo: “En las conceptualizaciones liberales de la cultura contemporánea se ha pretendido hacer una escisión entre la llamada cultura de masas y la cultura de elites. Es una pretensión que no tiende sino a quitarle personalidad al Pueblo, encuadrándolo dentro de las normas y costumbres inferiores, que anulan su auténtica vida, de modo que se obedezca solo a las directivas interesadas de una clase dirigente”.

Ningún pensamiento orientado a fundamentar un modelo de desarrollo para la Argentina y para América Latina puede prescindir de una primera realidad: nuestra dependencia.

En cualquiera de sus matices: en función de dominación o en función de imperialismo, la noción de dependencia figura en todo modelo no colonial de la periferia. Un país es dominado cuando su economía está sujeta a reglas de juego que lo coloquen en situación de desigualdad con relación a los países o poderes dominantes, de los que recibe presiones que no pueden ser contestadas por contrapresiones de sentido opuesto e igual intensidad. Este es un orden puramente material. Pero también (y esto es esencial) somos dependientes en sentido cultural, diríamos como una necesidad (de los poderes centrales) anterior al dominio material. Más de uno habrá advertido que hemos entrado a esa esfera que otro de nuestros más lúcidos y eficientes pensadores llamó “colonización pedagógica”.

En su Modelo Argentino, Juan Perón sostiene tajantemente: “Optar por un Modelo Argentino equidistante de las viejas ideologías es, consecuentemente, decidirse por la liberación. Por más coherencia que exhiba un modelo, no será argentino si no se inserta en el camino de la liberación”. Esto vale tangencialmente para una diferenciación con respecto a otros modelos ya elaborados, que se resienten por proceder originariamente de las necesidades del sistema central.

En los últimos años ha sido aceptada hasta por viejos funcionarios del sistema capitalista una dialéctica: la de Centro-Periferia. Como es notorio, en el segundo término de esa dialéctica se encuentran los países llamados del Tercer Mundo, donde –siempre en el orden puramente económico- el excedente de los bienes es captado por el sistema central. Con más exactitud, por la burguesía de los países desarrollados, con su modelo de consumo, al que aparecen asociados los grupos dominantes de las naciones subdesarrolladas.

Esta relación es inseparable de la propuesta, y a veces imposición, de un determinado Modelo de Desarrollo, que en el marco latinoamericano es el modelo de la sociedad de consumo, que se nos induce a imitar. Perón señala, marca el incremento artificial de “un consumo voraz de productos inútiles”. Y ese sistema “es incompatible con la forma nacional y social a la que aspiramos, en la que el hombre no puede ser utilizado como un instrumento de apetitos ajenos sino como punto de partida de toda actividad creadora”. Ese consumo artificialmente estimulado desestima las potencias creadoras, en desmedro del arte y de la ciencia, dice el líder argentino, al tiempo que se coloca en una problemática de vanguardia como es la de los “límites del desarrollo”.

Por lo demás, en los últimos años, economistas nada afines con el peronismo como Raúl Prebisch, se han referido a la vieja ilusión según la cual la extensión del capitalismo central a los países significaba, por propia virtud, llevar los beneficios del desarrollo a estos últimos. Esta ilusión se acabó hace tiempo, aún para esos tecnócratas de los organismos internacionales.

En el mejor de los casos, quienes “se desarrollan” son los estratos superiores de nuestras sociedades, con alguna participación en los beneficios de los estratos medios, pero ninguna de los trabajadores. Es que el modelo de la sociedad de consumo propuesto por el sistema central ha fracasado y fracasará siempre en la periferia. El mismo Prebisch exhibe la razón: el problema de las sociedades del Tercer Mundo, especialmente, es el de la participación; y éste no es un concepto económico, sino espiritual, social, político. Otro debe ser el posible modelo de desarrollo de nuestras comunidades, no éste, imitativo y limitativo, con sus imperativos antipopulares.

En su Modelo Nacional el teniente general Perón atiende primordialmente al hombre argentino, agredido por modelos economicistas de desarrollo y por nuevos factores de dependencia, entre ellas las corporaciones transnacionales, gigantescos eslabones de poder sin patria, sin nacionalidad, dueños de la potencia tecnológica.

Perón era un espíritu integrador, un integrador por excelencia. Y así se muestra también en este documento cuando expresa que “la progresiva transformación de nuestra Patria para lograr la liberación debe, paralelamente, preparar al país para participar de dos procesos que ya se perfilan con un vigor incontenible: la integración continental y la integración universalista”.

Días después del 12 de octubre de 1973 publicamos unas páginas sobre el significado final del regreso del líder argentino al gobierno, bajo el título de “Perón, única síntesis posible de lo nacional”, en el que tratamos de condensar tan rica y compleja personalidad, como representación de todos los argentinos y no mero líder de un partido. También ahora cabe un párrafo sobre ese “resumen válido de la argentinidad contemporánea”, como lo definió Jesús Suevos.

Fue a orillas de la ideología, en 1945, con muchos Sanchos y muy pocos Quijotes (y casi ningún Sansón Carrasco) que Juan Perón puso en marcha la estrategia nacional posible en esa coyuntura. Organizo a medias un “partido político” para dar la cuantitativa batalla electoral, al margen de lo cualitativo. Echó las bases de una doctrina nacional, con sustanciales ingredientes de pueblo. Y puso en marcha, haciendo de tripas corazón –en un país mucho más heterogéneo que en el de 1974- lo que desde entonces llamamos el Movimiento Nacional.

Pero al peronismo le costó, desde la cuna, entrar por el brete del “partido”. Los amantes de la historia política argentina saben cuántos sudores y dolores de cabeza pasó el coronel antes de lograr la unidad de sus huestes partidarias. Y saben también cómo se desarrolló la vida del partido a lo largo de treinta años. Es que en la medida en que el peronismo es síntesis posible de lo nacional, su ser histórico se identifica con el Movimiento.

En un texto de fines de 1971 leemos lo que tantas veces Perón reiteró y machacó: “La fuerza del peronismo radica en gran parte en su condición de Movimiento Nacional y no de partido político. Lo moderno y que obedece a las nuevas formas impuestas por la evolución y las modernas necesidades, es una ideología, transformada en doctrina, que luego se rodea de una mística con que el hombre suele rodear todo lo que ama. Ese es el único “caudillo” que resiste la acción destructora del tiempo en las evolucionadas comunidades modernas”.

Aquí, y en el Modelo de 1974 es bien clara la propuesta de integración regional y continental, que nos desocuparán, al fin, del modelo insular de la Pampa Húmeda, ya transitado por el viejo país de los argentinos.

*Compilado por Francisco Pestanha en el Portal No me Olvides.

Fuente: No me olvides

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