Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Reproducimos un trabajo del historiador Elio Noé Salcedo, respecto del origen, carácter y sentido histórico del federalismo nacional, popular y provinciano. No hubo uno sino varios; y parte de sus vaivenes están reflejados en el texto que sigue.
El Editor Federal
En el Prólogo a “Historia de Córdoba (1810 – 1880). Luchas políticas, guerras civiles y formación del Estado”, del Prof. Alejandro E. Franchini, el historiador y pensador nacional Roberto A. Ferrero pondera la obra de Franchini en la medida en que “se hace cargo de una mirada historiográfica que va del Interior a la ciudad-puerto y no al revés” como sucede con otras interpretaciones históricas. Ese es el punto de vista que hemos adoptado en esta breve revisión del federalismo nacional.
Para introducirnos en el tema, conviene saber con Alfredo Terzaga -otro gran pensador nacional de Córdoba, que lo que se conoce como federalismo o “llamamos Partido Federal, no nació entero de la noche a la mañana ni se mantuvo como algo homogéneo o idéntico a través de nuestras peripecias civiles”.
En efecto, “circunstancias diversas de tiempo, de lugar y de coyuntura política –factores que van a condicionar en última instancia su carácter y sentido histórico- fueron determinando que el pabellón federal recubriera muy distintos programas, muy diferentes matices y a veces hasta muy opuestos intereses”.
En ese mismo sentido, advierte Roberto A. Ferrero respecto al fenómeno federal, que solo con posterioridad a 1820 “pausadamente, fue constituyéndose como un cuerpo de ideas”, de tal manera que, “las primeras proclamas de los caudillos y las instrucciones iniciales de los Cabildos de provincia planteaban principalmente la exigencia del gobierno propio, la necesidad de la protección para determinadas industrias artesanales y la cesación de las expediciones punitivas contra los pueblos”, que cada tanto organizaba Buenos Aires para imponer su poder y su política librecambista. En cambio -aclara Ferrero-, “la problemática de la nacionalización de la Aduana porteña, la coordinación de las autonomías locales con las facultades del poder central, la discusión doctrinaria sobre las ventajas y los males del librecambio en Pedro Ferré -debate que sigue vigente a la espera de que la política lo resuelva-, son todos temas que aparecen con posterioridad al año XX”.
De allí que. el federalismo no sea uno ni el mismo en el espacio ni en el tiempo. De hecho se pueden apreciar a grande rasgos, tres etapas o períodos políticos del federalismo entre 1810 y 1853: el Federalismo Artiguista o Artiguismo (con sede en la Banda Oriental y el acompañamiento del actual Litoral argentino, con ramificaciones o extensión en casi todo el país de los argentinos, que concluye en 1820 con el exilio definitivo de Gervasio Artigas en el Paraguay); el Federalismo del Interior argentino o Federalismo Nacional (que sucede al artiguismo en la lucha por un país federal); y por último, y más tardío, y sobre todo distinto al federalismo del Interior, el Federalismo Bonaerense (luego transformado en “Santa Federación”) que -en conflicto con el ala unitaria y más liberal del “partido de Buenos Aires”- aparece con Manuel Dorrego y se consolida con Juan Manuel de Rosas.
En cuanto al propio Federalismo del Interior, heredero del Federalismo Artiguista a partir de 1820 (con el eclipse de la estrella de Artigas), podemos considerar que hubo dos expresiones o ramas genuinas de él en la primera mitad del siglo XIX: el Federalismo mediterráneo (en un comienzo con sede en Córdoba, integrado por las provincias del Norte y Cuyo, que nace con la sublevación de Arequito el 9 de enero de 1820), y el Federalismo del Litoral, con sede en Santa Fe, e integrado por esta provincia, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, que tiene su bautismo de fuego propio en la batalla de Cepeda y el derrocamiento del Directorio el 1 de febrero de 1820.
En “La saga del artiguismo mediterráneo”, Roberto A. Ferrero aclara que lo que el federalismo del Interior deseaba “era la organización nacional, pero en un pie de igualdad con la metrópoli porteña, sin subordinaciones ruinosas para su economía y deprimentes de su calidad de pueblos capaces de autogobernarse”. En principio, la diferencia con los unitarios no estribaba en el rechazo a “la unidad constitucional de la nación”, sino al dominio de una provincia (la ciudad-provincia de Buenos Aires) sobre las demás. Por eso, como dice Alfredo Terzaga, “casi no hubo caudillo que en algún momento no tratara de contribuir a la organización del país y de pedirla, como requisito indispensable para que sus provincias salieran de la asfixia, el aislamiento y el atraso”, condición que, por supuesto, Buenos Aires no sufría, dada su condición natural de ciudad portuaria y provincia ganadera extensa, poseedora de los suelos y los pastos más fértiles de la República, cuya producción era toda exportable.
A propósito de la compatibilidad federal entre autogobierno, unidad nacional y constitución de la Nación, el federal cordobés José Javier Díaz, en su oficio del 10 de octubre de 1815, ya se peguntaba: “¿Es lo mismo unión que dependencia?”. Y agregaba: “Es preciso no equivocar las palabras ni el significado de ellas, y entonces se verá claramente que Córdoba, sin embargo, de hallarse independiente (autónoma), se conserva y desea permanecer en la perfecta unión y armonía con el Pueblo y Gobierno de Buenos Aires”. Pero como sabemos, Buenos Aires no concebía la unidad sin subordinación de las provincias y de sus habitantes. En 1826, con Rivadavia, promovería “la unidad a palos”, y desde 1830 a 1852 esquivaría la organización nacional y la obtención de una Constitución Federal para el país.
Federalismo nacional: de la Banda Oriental al Norte y Cuyo
Si seguimos la línea temporal histórica que describe Ferrero en “La saga del artiguismo mediterráneo” (1810 – 1820), aparte del movimiento artiguista principal de la Banda Oriental (Artigas), de la que participaban hombres del Litoral como Pancho Ramírez de Entre Ríos, Estanislao López de Santa Fe y Andresito Artigas de las Misiones, se manifestaban algunas expresiones artiguistas autonómicas tierra adentro (autonomistas artiguistas o de influencia artiguista) en el Norte, Córdoba y Cuyo, que acompañan esa primera expresión del federalismo provinciano y nacional entre 1810 y 1820: José Javier Díaz y Juan Pablo Bulnes en Córdoba; Juan Francisco Borges en Santiago del Estero; Domingo Villafañe en La Rioja; José Moldes en Salta; y Fray Justo Santa María de Oro en San Juan y Cuyo.
Antes de la aparición del Federalismo Mediterráneo, haytambién un autonomismo provinciano –no necesariamente artiguista-, cuyos casos más destacados son: el del mismo general José de San Martín en 1814, reelegido como gobernador en Cuyo por el propio pueblo cuyano, protagonista de la primera revolución autonomista (así la llama el historiador Ferrero) contra la voluntad y decisión del Directorio (que, salvo el apoyo personal de Martín Pueyrredón, se desentendería del Ejército de los Andes y de las provincias cuyanas); y el de Martín Miguel de Güemes en Salta, “al frente de un gobierno autonomista de facto” contra “la sorda resistencia de la oligarquía salto-jujeña” (1815 – 1821), aliada de Buenos Aires y la oligarquía porteña.
Si bien Güemes no se sentirá representado por el federalismo como fuerza y sistema político hasta la sublevación de Arequito, la proclama y convocatoria a un Congreso Federal Constituyente del general Bustos, lo tendrán entre sus apoyos y auspiciantes. Igualmente, el Gral. San Martín se contará entre los que apoyan dicho Congreso constitutivo de una República Federal, aparte de negarse también (como Bustos, Paz y Heredia en Arequito) a poner el Ejército de los Andes al servicio de Buenos Aires (desobediencia histórica) para reprimir la lucha del Interior por sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales. He allí otra diferencia entre federales y unitarios.
Artigas y el Congreso de Córdoba
El año XX, “por una cruel ironía de la historia” –señala Ferrero-, es al mismo tiempo el año de la derrota de José Artigas y el de la victoria de sus lugartenientes (López y Ramírez) y de otros caudillos provincianos, es decir del nacimiento de lo que Terzaga postula como la siguiente etapa federal, que podríamos llamar en nuestro esquema temporal, el segundo federalismo argentino. La derrota y los conflictos internos estaban a la vuelta de los planes y de las buenas intenciones del “Protector de los Pueblos Libres”. No obstante, sobreponiéndose a las vicisitudes de su destino, como auténtico federal, ya derrotado por los portugueses y abandonado por alguno de sus propios aliados, Artigas “volcó sus últimos esfuerzos sobre Bustos y las provincias mediterráneas para apoyarlas en la tarea de constituir la unidad federal de la Nación, siempre resistida por Buenos Aires”. Así, Artigas –junto a Bustos- coadyuvó al nacimiento de uno de sus hijos dilectos –el federalismo mediterráneo-, sin poder disfrutar los halagos de su paternidad y de su esfuerzo a lo largo de su concepción.
Si López (Santa Fe) y Ramírez (Entre Ríos) triunfaban sobre el Directorio y Buenos Aires el 1° de febrero de 1820 en la Batalla de Cepeda, terminando con el poder omnímodo de la ciudad-puerto, veinte días antes, Bustos (Córdoba), Paz (Córdoba) y Heredia (Tucumán) -con el apoyo de Felipe Ibarra (Santiago del Estero) desde su comandancia de frontera en el chaco santiagueño-, habían sublevado el Ejército del Norte en Arequito contra los planes de represión del Directorio a los movimientos anti porteños en las provincias. Creemos ver en la sublevación de Santa Fe de la madrugada del 8/9 de enero de 1820 encabezada por Juan Bautista Bustos, secundado por el tucumano Heredia, con el apoyo lejano del santiagueño Ibarra –los tres serían luego gobernadores de sus respectivas provincias por voluntad de sus pueblos- el nacimiento de lo que hemos dado en llamar el Federalismo Mediterráneo. El general José María Paz (que también participa en Arequito) -dado su fuerte carácter individual y sus ambigüedades políticas- será asimismo gobernador de su provincia, pero no precisamente por voluntad de su pueblo, y no integrará las filas del federalismo mediterráneo, tomando otro rumbo.
En cambio, a través de su Proclama del 3 de febrero de 1820, a poco menos de un mes de la rebelión de Arequito y dos días después de la batalla de Cepeda, el general Juan Bautista Bustos hacía saber a Estanislao López (Santa Fe), Martín Miguel de Güemes (Salta), Bernabé Araoz (Tucumán) y José Javier Díaz (Córdoba) sobre los sucesos de Arequito, y el 16 de febrero –mostrando su innata condición de liderazgo militar, político e intelectual en ese frente- se comunicaba con el “Protector de los Pueblos Libres”, a través de un largo oficio en el que “analiza la frustración de la alegre perspectiva de Mayo”, “critica al Directorio que usaba las fuerzas destinadas a enfrentar el enemigo realista para combatir a sus mismos hermanos y arruinar las mismas Provincias” (nada nuevo bajo el sol), explicando a su vez la memorable jornada de Arequito. Llamaba además a la unión de todos los patriotas y le expresaba a Artigas la esperanza de que el gran caudillo federal le diera a la Proclama de Arequito la importancia que ella merecía.
En otro oficio al día siguiente, Bustos le mostraba al caudillo oriental –referente principal del federalismo argentino hasta ese momento- su fidelidad al clamor popular y se justificaba de su silencio anterior a la sublevación federal de Arequito, “porque las circunstancias no me permitían otra cosa y aun no se había generalizado bastantemente la opinión pública a favor del sistema federal”. Asimismo, pasando del dicho al hecho, le explicaba a Artigas -el gran organizador del Congreso Independentista de los Pueblos Libres de 1815- sobre la convocatoria al Congreso Federal que estaba programando en Córdoba para 1821, invitando a las demás provincias “para que a la brevedad envíen sus diputados a ésta, que es la que me parece media mejor las distancias, a efectos de que cuanto antes se organice el Estado por medio de una Constitución General que conciliando los intereses de todos, fije y establezca la administración general…”.
En un tercer oficio al gran federal americano, refiriéndose nuevamente al Congreso que organizaba en Córdoba, Bustos le solicita su cooperación para “su más pronta formación”, asegurándole que, “con este paso acabará su V.E. de afianzar para siempre su reputación en la opinión pública y estas provincias y el mundo entero reconocerán en la persona de V.E. al Washington de ellas y de Sud América”. Sin embargo, la derrota frente a los portugueses, la traición de Ramírez e incluso la desoída advertencia respecto a no dejar a Buenos Aires las manos libres para actuar hasta no asegurar la organización nacional y una Constitución Federal, desarmarían a Artigas y lo acorralarían definitivamente en su exilio paraguayo.
De hecho, por necesidad histórica, aunque sin imponerle en definitiva a Buenos Aires las condiciones de la victoria provinciana (que le podría haber impedido a Buenos Aires volver sobre sus pasos), nacía el federalismo argentino en su nueva etapa, uno de cuyos vástagos era el Federalismo Mediterráneo, que pronto reuniría, además de Córdoba, a las provincias de Mendoza, San Luis, San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán y Salta (Jujuy, que dependía de Salta, se erigiría en provincia autónoma a partir de 1834), con sus respectivos caudillos provinciales y/o regionales, que construirán ese gran movimiento federal y se irán incorporando a él a través del tiempo.
Por su parte, si como dijimos, el Federalismo del Litoral había formado parte importante y necesaria del Federalismo Artiguista, la desaparición de escena del caudillo oriental lo puso frente a la tarea inconclusa de su antecedente federal, destacándose prontamente el liderazgo de Estanislao López y la concurrencia de las cuatro provincias litorales -Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones- aunadas en un mismo propósito.
Con la muerte de Bustos en batalla (1830), de Facundo Quiroga en Barranca Yaco (1835) y de Alejandro Heredia y Estanislao López (1838), se produciría la atenuación y neutralización de ambos federalismos del Interior y se produciría, con Juan Manuel de Rosas, la hegemonía del Federalismo Bonaerense, que mantendría al país en un impase hasta la reunión nuevamente de las fuerzas provincianas del Interior, para darle al país, con el entrerriano Justo José de Urquiza, el apoyo de las provincias argentinas -y la oposición de Buenos Aires-, la Constitución Federal de 1853.
Fuente: Revista Patria Grande