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Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Un imprescindible análisis sobre el rumbo de la política universitaria argentina, lo encontramos en el texto de Gustavo Matías Terzaga, titulado “Universidad y cultura nacional”. Un llamado a dejar de importar realidades foráneas y poner norte en desarrollar la línea nacional.

El Editor Federal

En el análisis de la dependencia y el subdesarrollo que afecta a los países de América Latina, es imperativo examinar la conexión intrínseca que existe entre estos fenómenos y la formación de profesionales en nuestras universidades. El persistente enfoque positivista que circula en nuestras aulas, que trata los hechos sociales como inamovibles y a los procesos históricos como compartimentos estancos, perpetúa una enseñanza que niega la verdadera influencia de las personas en la historia. Este paradigma, lejos de fomentar la creación de un futuro promisorio y comprometido, conduce a una resignación pasiva e institucionalizada ante nuestra compleja realidad.

En las universidades argentinas, notamos una tendencia histórica a enfocarse más en la importación de las realidades foráneas que en el ejercicio de hacer foco en la propia riqueza cultural e histórica del país. Entendemos que el relato de la “historia oficial” ve a la argentina como una nación sin líderes ni héroes, y así, héroes sólo tiene EEUU, y líderes los ingleses, los países que juzgan nuestras élites profundamente cipayas y apátridas como merecedores de la valentía y el sacrificio personal.

Por caso, lo que ha caracterizado al dispositivo “desmalvinizador” de la posguerra en las instituciones académicas, escolares y en la comunicación hegemónica, es tratar de deshistorizar el fenómeno de la guerra movilizando ciertas emociones derrotistas en el público con el fin de impedir entender la realidad tal como se presenta, y así ocultar cuáles son los intereses concretos de los actores internacionales y los escenarios y estrategias que desde hace décadas se vienen desplegando sucesivamente alrededor del control del Atlántico Sur y sus recursos.

Pero la verdad histórica indica que el tema con Malvinas viene de mucho tiempo atrás, tanto que cala y hunde sus raíces en el tuétano de la formación de nuestra conciencia nacional, ya que se vincula al ejercicio de nuestra soberanía desde el “minuto uno” de nuestra historia; básicamente, se vincula a la lucha del pueblo argentino contra el imperialismo inglés, con las invasiones a Buenos Aires de 1806 y 1807, se vincula, además, con la formación de los ejércitos populares americanos que se armaron y organizaron para defenderse contra el invasor. Malvinas es historia latinoamericana y nos enseña que ser argentino es ser, básicamente, antiimperialista. Pero, en general, Malvinas no está en la universidad, sólo se encuentra arraigada en las clases alusivas en los colegios y sujeta a la formación y la conciencia del docente, pero no es tratada su complejidad como fenómeno integral de nuestra historia reciente en las aulas de la academia.

En contraste con la situación académica imperante, debemos luchar por una función social de las universidades que incluya la preservación y puesta en valor de nuestro patrimonio cultural e histórico. Este proceso no sólo implica conocer y difundir la historia, sino abordarla como hechos sociales antecedidos por las luchas que encarnaron nuestros hombres y mujeres, para interpretarla y generar conocimiento acorde a nuestra propia racionalidad.

La pugna por el sentido de lo histórico, la ideología y el método político

El revisionismo histórico se presenta como una herramienta vital para buscar los indicios que revelen la conciencia colectiva del país y oriente su futuro. Sin embargo, sabemos por Alfredo Terzaga, que esta tarea está atravesada por un cúmulo de tensiones propias de la naturaleza política de un país periférico y semicolonial; dice el historiador cordobés: “La confrontación de juicios sobre épocas y personajes de nuestra historia Argentina, se sale todo el tiempo del cenáculo de los especialistas y de las academias, para convertirse en una disputa de partidos y partidarios, con toda la aspereza y hasta con toda la violencia que el choque de partidos suele tener. Nuestra historia para nada resulta en una memoria oficial, prueba de ello es que un amplio público quiere saber de qué se trata, participando activamente en la formulación de un juicio sobre el pasado, es porque ese pasado está muy cerca, y porque la historia argentina está llena de pleitos sin fallar”, “Temas de Historia Nacional” (1995).

Es crucial reconocer que la educación en nuestros países refleja y custodia los ideales de las clases dominantes, estableciendo un círculo vicioso donde se perpetúa un conocimiento ajeno a la realidad del pueblo. La universidad, en este contexto, la percibimos como distante del abordaje de los problemas nacionales.

Consideramos a la Argentina como una Patria aún incompleta, y el desdén por nuestras raíces y la influencia extranjera nos alejan de la posibilidad de concreción de una identidad colectiva que nos calce auténticamente.

A propósito, nuestro pensador nacional Arturo Jauretche nos dice que “pensar una política nacional, sobre todo ejecutarla, requiere conocimiento de la historia verdadera que es el objeto del revisionismo histórico por encima de las discrepancias ideológicas que dentro del panorama general puedan tener los historiadores”; en términos políticos, nuestro autor sugiere que cualquier proyecto de política nacional debe basarse en una comprensión profunda y veraz de la historia del país. Sin este cometido, las decisiones políticas podrían carecer de fundamentos sólidos y llevar a un torbellino de realidades que no respondan a las verdaderas necesidades y aspiraciones del pueblo argentino.

La actual situación de “snobismo colonial” que desestima nuestras raíces y apunta a avanzar sin mirar atrás debe ser desafiada. Muy por el contrario, la cultura nacional no es un fenómeno estático sino, más bien, es un movimiento en constante creación que se conecta inevitablemente con nuestras tradiciones pasadas que emergieron de nuestro suelo. En ese sentido, la educación debe desterrar la tergiversación de la historia y el olvido de las luchas justas que han determinado la historia argentina.

Universidad y comunidad nacional. Educar es combatir

Si bien es cierto que las universidades públicas argentinas han sido fundamentales en la formación de profesionales destacados a nivel planetario, es crucial reflexionar sobre la conexión entre la academia y el bienestar del pueblo. Consideramos que si la comunidad universitaria no asume activamente y de manera consciente su papel en el desarrollo integral de la sociedad, correrá el riesgo de confirmarse como un bastión exclusivo de la corporación universitaria, alienándose de la realidad y los anhelos de la mayoría humilde que, aunque ha experimentado los beneficios de la gratuidad en el acceso a la educación superior impuesta por el General Juan Perón, a menudo la percibe con desconfianza.

En el contexto de la actual coyuntura de ajuste, donde se discute la intervención estatal en la inversión en educación superior, es imperativo que la universidad no solo sea un reproductor de conocimientos, sino también una entidad comprometida con la realización de los anhelos del pueblo argentino. Si los frutos universitarios caen lejos del árbol del interés colectivo y no se traduce su producción en beneficios tangibles para la comunidad y, sobre todo, para los sectores más humildes, la conexión entre la academia y la sociedad se debilitará irremediablemente.

La universidad no puede ser percibida como una entidad ajena a los problemas nacionales; por el contrario, debe ser una fuerza motriz para superar los desafíos sociales, económicos y culturales que enfrenta la nación.

Hay una responsabilidad latente de la comunidad educativa universitaria para elevar su propia conciencia y la conciencia de nuestro pueblo a un estadío superior, que no termina en la civilidad y el conocimiento general.

En los países como la Argentina donde tenemos una independencia apenas formal y una profunda realidad de sujeción, los mecanismos de colonización cultural son fundamentales para sostener esa situación de dependencia y condicionamiento. En ese contexto, entran todos los resortes e instrumentos de dominación en las demás esferas: en lo económico, en lo jurídico, en lo normativo y en lo político.

Como dijimos, la actual coyuntura de ajuste podría ser una oportunidad para repensar el propósito de la educación superior. Es necesario que la universidad retome, refuerce y tribute a la tradición nacional, abandonando los vestigios de una formación colonial y cipayista que aún persiste, salvo las excepciones en universidades más jóvenes, en las currículas de perfil individualista y desarraigado.

La orientación hacia un modelo que priorice la responsabilidad social sobre la acumulación individual de riqueza es esencial para forjar una sociedad más justa. La universidad, como baluarte del conocimiento, debe internalizar su función como agente promotor de la solidaridad social, y la inversión en la formación de ciudadanos comprometidos con el bienestar común debe ser una vía potente para construir una Argentina auténtica, justa y soberana.

La esperanza reside en el pueblo argentino, que espera ser convocado para avanzar hacia una independencia definitiva. En medio del dolor inmerecido y la espera paciente, hombres y mujeres ansían ponerse la Patria al hombro para contribuir en su renacimiento, guiados por la fe en un futuro donde se alcance la plena realización.

*Gustavo Matías Terzaga es preside la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico “Arturo Jauretche” de Río Cuarto, Córdoba.

Fuente: Pal´Sur

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2 Comments

  1. pablo olano dice:

    Sin doctrina no se puede ir muy lejos!!!y es a ella la que apuntan a destruirla!!!!

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