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Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. No importa cuándo lo leas, siempre sirve. El siguiente artículo cuya autoría corresponde a Francisco José Pestanha*, tiene sus años. Data al menos de los años 2011/2012. El título del texto es “Jauretche y los ‘supertarados’ (Ahora tarados a ‘Chip’)”, donde además de volver a repasar algunos conceptos del escritor argentino, nos pone en sintonía con el mundo de los medios de comunicación – y ahora – las redes sociales.

Por Editor Federal

 “Sabíamos del ornitorrinco por la escuela y del baobab por Salgari, pero nada de baguales, ni de vacunos guampudos e ignorábamos el chañar, que fue la designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln”. Arturo Jauretche

Algunas reflexiones sobre el periodismo militante

La ligazón existente entre los medios de comunicación y nuestra cotidianidad, y la influencia que éstos ejercen sobre opiniones y conductas resultan en la actualidad cuestiones indubitables. Una posición a mi juicio extrema pero que da cuenta del fenómeno, ha llegado a sentenciar que en la vida moderna “el orden de prioridades establecidas por los medios de comunicación determina la capacidad de discriminación temática en el público, por cuanto éste, responde a los mismos criterios de prioridades presentes en los medios de comunicación de masas”.[1]

Se compartan o no los alcances de dicha afirmación, cierto es que los mass media constituyen parte integrante de nuestro periódico devenir ya que ellos contienen un potencial capaz de incidir en conciencias, razonamientos y valoraciones.

Recientemente se ha abierto una muy saludable polémica respecto de la naturaleza, las formas, y las modalidades en que debe desarrollarse la actividad periodística con especiales referencias a una de sus variantes: la del “periodismo militante”. He tenido la providencial ocasión de inmiscuirme superficialmente en esta disputa advirtiendo que lamentablemente en la mayoría de las opiniones vertidas en los grandes medios – voluntaria o involuntariamente – se ha omitido toda referencia a un dato de la realidad que no puede soslayarse al momento de especular sobre el ejercicio de dicha actividad y de otras tantas profesiones; me refiero a la dinámica de relaciones desiguales de poder que han determinado y aún determinan el universo de lo humano.

Tales relaciones -sostuve con cierta vehemencia- no se manifiestan exclusivamente en el orden de lo económico sino que se expresan también en el universo de lo cultural, y en tanto, en el campo de lo intelectual, concluyendo en aquella oportunidad que aquellos individuos, comunidades o pueblos sometidos directa o indirectamente a improntas palpables o impalpables de sojuzgamiento, han adoptado históricamente las más diversas estrategias y modalidades de resistencia, y que en el caso argentino, Manuel Ugarte, Rodolfo Kusch, Abelardo Ramos, Fermín Chávez, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, entre otros tantísimos, han asumido y representado en su época lo que ahora denominamos la “matriz resistente”.

Periodismo y medios

Desde que el canadiense Marshall McLuhan proclamó que toda “… herramienta humana y/o construcción social puede estudiarse como un medio de comunicación cuyo mensaje es el conjunto de satisfacciones e insatisfacciones que éste genera”[2], razonamiento que compone su archiconocido aforismo “el medio es el mensaje”, millares de científicos sociales, psicólogos, semiólogos y demás profesionales vinculados con el prodigio de la comunicación se han abocado al análisis de tal fenómeno. Sin embargo, tal como sostienen Laureano Ralón y María Cristina Eseiza en un trabajo titulado sugestivamente “Arturo Jauretche y Marshall McLuhan: Trazando un paralelismo entre retrivialización y barbarie”[3], la vigorosa incidencia de los medios de comunicación en el ámbito de lo social era abordada tempranamente aquí desde la periferia por un paisano de Lincoln, Provincia de Buenos Aires, cuyas inferencias alcanzaron o tal vez superaron las del canadiense. Por su parte, cuando Louis Althusser a comienzos de la década de 1970 publicó sus memorables reflexiones sobre los aparatos ideológicos del estado, posiblemente desconocía que en estas lejanas tierras del sur ese criollo de pura cepa ya los había descrito “en concreto” en los “Profetas del Odio y la Yapa”, obra publicada en 1957.

Entre otras tantas facetas, Jauretche, consagró su vida a inmiscuirse en una cuestión sumamente significativa para los pueblos de la periferia: aquella que presupone una práctica o más bien una tendencia en los sectores ilustrados de los países sujetos a improntas coloniales (o periféricos) a deslumbrarse por los conceptos, contenidos y metodologías provenientes del “mundo civilizado” – y en tanto – a seguir sus “modas” conceptuales. Esta verdadera mentalidad escolástica, así definida por el uruguayo Alberto Methol Ferré, es y ha sido sumamente redituable para dichas elites, ya que su “acoplamiento amigable” con las estructuras de producción de sentido consagradas, les ha permitido y aún les permite acceder a líneas de financiamiento, a publicaciones, a conferencias, a simposios, a congresos, etc., además del prestigio y del reconocimiento público.

En ese orden de ideas, don Arturo ya a principios de la década de 1960 denunciaba la existencia de una poderosísima impronta que “…había llevado a elaborarnos una ‘cultura’ a pelo y otra, a contrapelo, o dos culturas paralelas. Una, a la vista, que identificábamos con el guardapolvo escolar, era la que exhibíamos ante los mayores y en la escuela. La otra, secreta. Este conflicto íntimo lo llevamos todos los argentinos. En mí, creo que ganó la cultura paisana – o si usted quiere, `la barbarie´ – que, seguramente, será poca, pero buena, porque está hecha a base de sentido común y contacto con la realidad”.

Los descubrimientos que don Arturo enunció parcialmente en su obra “Los profetas del Odio” lo llevaron además a reflexionar en éste y en otros textos subsiguientes, respecto a la íntima relación existente entre el poder y los medios de comunicación. En tal sentido se ha sostenido con certeza que Jauretche demuestra ser totalmente consciente de la magnitud de la acción de los poderes consagrados a través de los medios de comunicación, y la influencia de éstos sobre el individuo y la sociedad. El desarrollo técnico sentenciaba nuestro paisano “… crea una variedad especial de tarado. El tarado con técnica. Que viene a ser técnicamente un supertarado. La última palabra del supertarado técnico es el tarado con transistor”. Y agrega, “[el tarado del transistor] está atado a una cadena y no la puede dejar. Y cuando sale de su casa en lugar de llevar la argolla al pie la lleva en la oreja. Como ese Romeo que hemos visto que pudiendo en un portal decir, oír y hacer cosas tan maravillosas, las posterga a la transmisión que le golpea en el oído la lección del pildorero que hace propaganda”. Pero su percepción lo lleva aún más lejos: “Imagine el lector una pareja de adolescentes, a la caída de la tarde, oscuro ya, apretados contra un portal. Apretados. ¿Uno contra otro? ¡Sí! Pero con el transistor entre las dos cabezas. Oyendo el episodio o, lo que es peor, oyendo a Alsogaray. La cuestión es oír algo…”. Con esta última declaración hecha en febrero de 1960 – cuatro años antes de que McLuhan publicara “Comprender los medios de Comunicación” el libro que presenta al mundo su famoso aforismo- Jauretche parece habérsele adelantado al sumo sacerdote de la cultura pop y metafísico de los medios” [4].

La vinculación entre poder y medios ha sido profusamente tratada durante las últimas cinco décadas por numerosos especialistas nacionales e internacionales, y además expresada en incalculables obras de las que sería imposible dar cuenta aquí. Sin embargo, la gran mayoría de tales especulaciones coinciden en que la relación entre ellos se torna cada vez más indivisible, y además, que los medios masivos resultan hoy instrumentos vitales para la conservación del poder ya sea político, económico o cultural. Si concebimos el poder no como fórmula estática, sino como una continua construcción que requiere enfrentamientos y negociaciones, la lucha por el poder implica en una de sus extensiones la lucha por la producción de sentido, entendiendo a este último, como el conjunto de presupuestos, de variables y de fundamentos sobre los que se asienta un discurso determinado. Los medios de comunicación en la actualidad son esencialmente reproductores masivos de sentido aunque algunos autores ya los consideran productores directos de sentido.

Puede entonces coincidirse con Arturo Jauretche y con Pierre Bourdieu que los medios de comunicación reproducen el sentido de aquellos grupos de poder que cuentan con una posición más privilegiada, utilizándolos para mantener el estatus quo. Los grupos que cuentan con un mayor capital simbólico poseen en una sociedad altamente mediatizada mayores posibilidades de legitimar las decisiones. En ese sentido, nótese que don Arturo refiriéndose en su época a una de las zonceras sobre las que aún se sostiene la legitimidad de cierto periodismo moderno decía: “La prensa independiente no existe, y la independencia es una máscara para hacer pasar la mercadería de contrabando como agua corriente incolora, inodora, insípida, para que el estómago del lector no se prevenga defensivamente”. De esta forma el linqueño alertaba respecto a la dinámica de poder que encubre el utópico e idealizado principio de la “libertad de prensa” y del “periodista independiente”.

Pero las observaciones jauretcheaneas se extienden a otras aristas de la vinculación existente entre medios de comunicación y poder. Por un lado denuncia el surgimiento de las agencias internacionales sosteniendo: “la artimaña está en ocultar la ligazón de las agencias con los grandes intereses financieros y con los gobiernos de los imperios que prácticamente controlan su orientación informativa”. Por el otro refiere a la relación entre medios y política: “Mientras los totalitarios reprimen toda información y toda manifestación de la conciencia popular, los cabecillas de la plutocracia impiden, por el manejo organizado de los medios (…), que los pueblos tengan conciencia de sus propios problemas y los resuelvan en función de sus verdaderos intereses. Grupos capitalistas tienen en sus manos la universidad, la escuela, el libro, el periodismo y la radiotelefonía. No necesitan recurrir a la violencia para reprimir los estados de conciencia que le son inconvenientes. Les basta con impedir que ellos se formen. Dan a los pueblos la oportunidad de pronunciarse por una u otra agrupación política, pero previamente imposibilitan materialmente la formación de fuerzas políticas que respondan a las necesidades populares”.

Jauretche proclama además: “Esto ocurre aquí y en cualquiera de las llamadas grandes democracias. Mientras en los países totalitarios el pueblo es un esclavo sin voz ni voto, en los ‘democráticos’ es un paralítico con la ilusión de la libertad al que las pandillas financieras usurpan la voluntad hablando de sus mandatos. Proponemos un auténtico ideal democrático. El sometimiento de las fuerzas de las finanzas al interés colectivo”. Y sigue don Arturo: “Porque los medios de información y la difusión de ideas están gobernadas, como los precios en el mercado y son también mercaderías. La prensa nos dice todos los días que su libertad es imprescindible para el desarrollo de la sociedad humana, y nos propone sus beneficios por oposición a los sistemas que la restringen por medio del estatismo. Pero nos oculta la naturaleza de esa libertad, tan restrictiva como la del estado, aunque más hipócrita, porque el libre acceso a las fuentes de información no implica la libre discusión, ni la honesta difusión, ya que ese libre acceso se condiciona a los intereses de los grupos dominantes que dan la versión y la difunden”; y además: “Porque estos periódicos tan celosos de la censura oficial se autocensuran cuando se trata del avisador; el columnista no debe chocar con la administración” [5].

Concluyo este apartado advirtiendo que aunque reconozcamos que los medios de comunicación han adquirido el protagonismo descripto precedentemente, tal como acredita nuestra propia historia, su imperio nunca es ilimitado. La actividad desarrollada por los integrantes de la Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina (FORJA) [6] en el decenio 1935-1945 y de otros protagonistas del campo nacional, excluidos de todos los medios masivos de la época, pudo perforar el presuntamente impenetrable muro de universo mediático y llegar a las masas casi sin recursos. Por su parte la campaña que llevó al gobierno al primer peronismo en 1946 logró penetrar un acorazado mediático casi unánimemente opositor.

Medios, periodismo y actualidad

En la actualidad la concentración económica ha producido un nuevo fenómeno: ciertos medios de comunicación han comenzado a constituirse en un poder en sí mismo, y en tanto, se integran o aspiran a integrarse a la dinámica del poder ya no como una herramienta o instrumento sino como un factor concreto. Aunque esta circunstancia probablemente nos desafíe a reflexionar nuevamente sobre esta cuestión, la mayoría de los medios mantienen todavía su matriz instrumental.

El periodismo suele ejercerse a través de instrumentos de comunicación que están configurados en forma diversa. Así los hay conservadores y los hay progresistas; los hay revolucionarios y los hay retardatarios; los hay oficialistas y los hay opositores; los hay combativos y los hay contemplativos; los hay concentrados y los hay desconcentrados; los hay modestos y los hay opulentos, etc. pero mientras no constituyan un poder en sí mismo en definitiva “son medios”, es decir, “herramientas”. En esta cuestión hay que ser muy precisos: Todo medio es instrumento de una orientación o de un interés, y el ejercicio específico de la actividad periodística dentro cada uno de ellos dependerá ciertamente de tales orientaciones e intereses en un marco de relaciones donde una lucha de poder se encuentra omnipresente. En tal contexto resulta absolutamente ilusorio pensar en un ejercicio periodístico de cierta trascendencia aislado de la dinámica de humana de poder.

En toda sociedad además existen individuos que poseen una marcada tendencia hacia la idealización de ciertas disciplinas y profesiones. En occidente, el liberalismo ha contribuido a forjar un prototipo “idealizado” de periodista asociado con la labor investigativa o de difusión de noticias o acontecimientos, donde el respeto por “la verdad”, el “rigor investigativo” y la “objetividad” constituyen el norte de su actividad. Cuando se refiere a las prácticas periodísticas, suele hacerse referencia a una “deontología comunicacional” que nos acerca a ciertos principios éticos que deben orientar su labor.

La figura arquetípica del periodista independiente “fogoneada” por el liberalismo presupone entonces la existencia de un individuo inexplicablemente aislado de un contexto dinámico de lucha por el poder, entendiendo el “poder” en un sentido amplio que engloba todas sus modalidades y aspiraciones posibles, y que no se circunscribe obviamente a lo político.

Como ejemplo de apelación acrítica a dicho arquetipo, bien podemos recurrir a sendos artículos recientemente aparecidos en dos “consagrados” periódicos locales Perfil  y La Nación [8]. En ambos textos, puede detectarse nítidamente la presencia de esa figura idealizada a través de la exaltación de un “modelo” de periodista aséptico, objetivo e independiente. Aparece de esta forma el “profesional periodístico” como representante de un “periodismo… escéptico frente al poder” (llamativamente no se aclara cuál, pero se parecería que estrictamente respecto del político). Por su parte, el antagonista de este “pulcrísimo personaje”, aparece configurado como un individuo ideologizado, dependiente, prejuicioso, comprometido con los intereses del Estado, impulsado por el resentimiento del fracaso. Es el “periodista militante”, una suerte de difusor de “propaganda con formato de periodismo sin ajustarse al pacto con la audiencia sobre que las opiniones son libres pero los hechos son verdaderos” [9].

He revisado puntillosamente ambas notas y más allá de ciertos prejuicios que presupone tanto la figura idealizada del periodista independiente como la construida respecto a la del militante, lo realmente sugestivo es que en ambos autores parecen desconocer el significado y los alcances que para los países periféricos reviste del concepto de “periodista militante”.

El periodismo “resistente” o “militante” es una modalidad de ejercicio periodístico desarrollado en los países periféricos al calor de las luchas independentistas y anticolonialistas. Así como los pueblos sojuzgados material y culturalmente han resistido también – material y culturalmente – contra dichas improntas, el periodismo militante ha acompañado esa batalla mediante una práctica periodística orientada a tales fines. Raúl Scalabrini Ortiz fue un claro exponente de dicha práctica, ya que consagró su vida a demostrar en su época cómo el capital extranjero, especialmente el británico, era una organización económica y financiera montada para extraer regalías extraordinarias a costa del trabajo argentino.

Cuando hago referencia a lo periférico incluyo obviamente a esa verdadera epistemología que fue emergiendo de los pueblos sujetos a improntas coloniales o semicoloniales, y a su batallar contra las superestructuras culturales consagradas. Sobre estas cuestiones mucho se ha escrito. Recomiendo a los autores de sendas notas la lectura del magnífico acerbo del pensamiento nacional y latinoamericano.

El periodismo militante o resistente vino de esta forma romper con el estereotipo burgués del periodismo independiente consolidado en la vieja Europa a la sazón las cruzadas antimonárquicas, asumiéndose como actividad situada en un lugar determinado, el de la periferia. Su contienda ya no es contra una forma institucionalizada de poder o de gobierno (la monarquía), su lucha es contra la opresión colonial provenga de donde proviniere con independencia de la modalidad política o institucional que asuma.

En ese orden de ideas el periodista militante o resistente no ejerce una “profesión” independiente desde “el utópico Olimpo” para garantizar las libertades conquistadas. Muy por el contrario, el periodista militante se asume inmerso dentro las fuerzas que operan en la realidad desde una posición concreta para conquistar la liberación. El periodista militante es utópico ya que persigue una utopía posible. Este sea tal vez su pecado, ya que el periodista militante rompe con la asepsia consagrada y toma clara posición manifestando sus objetivos.

Para quien les escribe, resulta cuanto menos lamentable la forma en que ciertos medios locales “consagrados” han elevado el pedestal a comunicadores cuyo único mérito tal vez haya sido el de descubrir alguna de las tantas corruptelas que acontecen en el manejo del Estado, pero que jamás tuvieron la sagacidad y la valentía de inmiscuirse en las causas esenciales de esa corrupción, cuyos orígenes muchas veces pueden encontrarse en el seno de las empresas y corporaciones que patrocinan a los mismos medios de los que reciben sus abultados salarios. Contraponer tales figuras con otras que, desde el llano, batallan cotidianamente contra la censura y el oscurantismo, resulta cuanto menos indignante.

La confusión entre militancia y oficialismo constituye otro craso error que aparece en los artículos analizados. En los países periféricos es periodista militante quien se asume como instrumento de liberación y orienta sus investigaciones para contribuir con ella. En estos tiempos hay periodistas militantes que acompañan críticamente al gobierno, pero también los hay dignos críticos y opositores, ya que como enseñaba el “tirano depuesto”, el proceso de liberación material y cultural es lento y progresivo, requiere esencialmente tiempo, y en tanto, resulta lógica la existencia de posiciones diferenciadas y lecturas diferentes.

La referencia despectiva hacia “lo militante” o tal vez su negación, nos remite al comienzo de este trabajo, en donde denunciamos la existencia en sector importante de nuestras elites de una tara recurrente que los impulsa a “fugarse” hacia las modas escolásticas. La negación de nuestro carácter periférico, y la tentativa de aplicar categorías “clásicas” para el análisis del fenómeno periodístico en nuestra propia realidad es una forma nítida de fuga. Si la ingenuidad fue el motor que impulsó a los columnistas a despreciar “lo militante” habrá que “desazonzarlos” como enseñaba Jauretche, más creo inferir por quienes suscriben las notas referidas, que es probable que ambos artículos criticados provengan de esa “cocina periodística” de la que hablaba Jauretche, donde se entremezclan ingredientes y recursos para manipular la información.

Anhelo que estas breves cavilaciones resulten una sana contribución a la polémica desatada, y a la vez, al esclarecimiento respecto a la naturaleza y los caracteres de una modalidad periodística que, para quien les escribe, mucho ha de contribuir a la conformación de una nación digna y autosuficiente.

*Abogado, ensayista, Profesor Universitario de la UBA, profesor titular del Seminario“Pensamiento Nacional y Latinoamericano” en la Universidad Nacional de Lanús. Se desempeña como Director Decano del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús.

NOTAS

1. Enric Saperas: “Los efectos cognoscitivos de la comunicación de masas”. Ariel editorial. Edición 1987.

2. Laureano Ralón y María Cristina Eseiza “Arturo Jauretche y Marshal Mcluhan: Trazando un paralelismo entre re- trivialización y barbarie”. Publicado en : www.dialogica.com.ar

3. Laureano Ralón y María Cristina Eseiza: Op. Cit.

4. Las Citas y reflexiones extraídas del trabajo de Laureano Ralón y María Cristina Eseiza: op.cit

5. Arturo Jauretche: Textos extractados de: “Opinión Pública y Democracia”. 17/11/1941. Escritos Inéditos – Corregidor 2002. Los Profetas del Odio y la Yapa. La colonización pedagógica. A. Peña Lillo Editor. 1975. Pueden consultarse más textos de Jauretche en la página: www.elforjista.unlugar.com

6. Para tomar cabal comprensión de la labor forjista en este sentido, pueden consultarse entre otras obras “F.O.R.J.A. una aventura argentina (De Yrigoyen a Perón) de Miguel Ángel Scenna, en dos tomos de Editorial Oriente Edición. 1972 y “F.O.R.J.A; 70 años de Pensamiento Nacional, de autores varios, en tres tomos, editado por la Corporación Buenos Aires en el bienio 2006-2007.

7. Jorge Fontevecchia: “Periodismo militante y subversión de la verdad”. Diario Perfil. Domingo 9 de enero de 2011.

8. Silvio Waisbord “El error de la prensa militante”. Periódico “La Nación”. Miércoles 12 de enero de 2011.

9. Jorge Fontevecchia: “Periodismo militante y subversión de la verdad”. Diario PERFIL. Domingo 9 de enero de 2011.

Fuente:  Revista ESCENARIOS para un nuevo contrato social.  AÑO 13 – Nº 32 – Marzo 2015. UPCN (pp 118-125).

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