Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Tiene sus años el siguiente artículo que vamos a compartir con ustedes. Más de cincuenta. Titulado “Los monopolios”*, Oscar Troncoso supo – desde la ya extinguida revista “Panorama” -, describir la presencia e influencia en Argentina de los monopolios, las empresas multinacionales y los denominados “trust”.
El Editor Federal
Una imagen se repetía en los dibujos políticos de la época: la del pulpo. Cuando los diarios opositores simbolizaban la raíz de los problemas económicos que acosaban a la Argentina, los trazos caricaturescos recaían, una y otra vez, en el cefalópodo como el mejor ejemplo didáctico de la realidad. Para la imaginación popular el monstruo monopolista no tenía ocho tentáculos sino todos los que fueran necesarios para apoderarse de las fuentes de riqueza nacional, y una enorme boca para engullir el esfuerzo de los trabajadores argentinos.
Consorcios exportadores de cereales
La comercialización de los cereales resultó remunerativa al planificarse con amplitud internacional y al disponer de los medios necesarios para superar las oscilaciones del mercado mundial. Si, además, se contaba con el favor oficial para eliminar obstáculos inesperados, entonces se trasformaba en un estupendo negocio.
A principios de 1930 tomó impulso un movimiento cooperativo agrario en el Litoral tendiente a quebrar el dominio exportador de Dreyfus y de Bunge y Born. Para la venta de cereales se constituyó la Asociación de Cooperativas Argentinas y luego fue creada la Corporación Americana de Fomento Rural con el fin específico de construir elevadores de granos. La empresa progresó, edificando estratégicamente elevadores que culminaron con el terminal de Rosario inaugurado por el presidente Uriburu en julio de 1931.
Poco después, Jacobo Saslavsky, director de Louis Dreyfus y Cía., entrevistó a Isaac Libenson, chacarero y miembro de la Corporación de Fomento Rural. El sabroso diálogo que habían mantenido fue narrado por este último a Norberto Galasso, quien lo reprodujo en su trabajo “La economía bajo el signo de la entrega”…
«- Supongo, mi amigo -le dijo Saslavsky- que ustedes se han metido en esto porque quieren ganar dinero, ¿no es cierto? Pues bien, Dreyfus y Cía. les compra en este mismo momento el elevador de Rosario.
– Me sorprende su propuesta porque nunca hemos dicho que el elevador de Rosario estuviese en venta -contestó Libenson-. Por lo tanto, no hay negocio posible.
– Vea, joven: si ustedes quieren luchar contra nosotros están perdidos. Son unos ilusos. ¿Sabe usted lo que hacen los presidentes argentinos cuando deben fijar los precios de las cosechas? Nos llaman a mí y a Hirsch (director de Bunge y Born) y después obran de acuerdo. ¿Cree que en esas condiciones la lucha de ustedes tiene sentido?
– Nosotros vamos a seguir adelante, no vamos a vender.
– Eso es idealismo, estúpido idealismo. Venga un día por mi estudio. En la caja fuerte tengo todavía dos millones de pesos en cheques, que se los voy a mostrar. Las firmas son de diputados y senadores argentinos… Es una vieja costumbre parlamentaria. Me llaman y me dicen si les puedo adelantar efectivo en canje de un cheque a siete días. Cuando llega el vencimiento me piden que no lo deposite. Yo les contesto que no hay problemas y les agrego: cuando ustedes hayan depositado y se pueda girar me lo comunican…., y el tiempo transcurre. La única molestia consiste en que hay que renovar el cheque de tanto en tanto… Son dos millones de pesos los que tengo… Por favor, joven … ¿Piensa seriamente que cuando se produzca el cambio de gobierno ustedes podrán sobrevivir? ¿Ustedes creen que el Congreso Nacional se va a negar a un pedido de la casa Dreyfus?»
Verdadero o imaginado, el diálogo subraya, de todos modos, el clima de una época que los adversarios políticos del régimen. denominaron «década infame» y que para los humoristas fue «la era del pulpo».
El 20 de febrero de 1932, Agustín P. Justo asumió la presidencia y el 13 de abril dictó un decreto por el cual quedaba sin efecto la garantía otorgada a la Corporación de Fomento Rural para emitir debentures, quebrando su fuente de financiación.
El negocio de las carnes
Cuando se hallaba en plena discusión el pacto Roca-Runciman en Londres, en una de las comidas con que se agasajaban los negociadores, el príncipe de Gales dijo que el porvenir de la Argentina dependía de las carnes. «Ahora bien -agregó-, el porvenir de la carne argentina depende quizá, enteramente, de los mercados del Reino Unido.» El vicepresidente, Julio A. Roca, reconoció entonces que su país era, desde el punto de vista económico, parte integrante del Imperio Británico.
Indignado por las alternativas de las discusiones y por el compromiso de «trato benévolo para los capitales ingleses», Lisandro de la Torre propició una investigación que terminaría en tragedia, con el asesinato del senador nacional Enzo Bordabehere.
El 27 de julio de 1933, expresó: «En este asunto, la verdad puede establecerse en términos resplandecientes. Cuando el gobierno de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte se vio compelido por el doctor Saavedra Lamas a realizar un trato con la Argentina, se trazó un plan lógico y sencillo: hizo una lista de todo aquello que Inglaterra podía pedir a la República Argentina y lo pidió, manifestando que lamentaba no ofrecer en cambio sino la buena voluntad británica debido a los tratados de Ottawa y al propósito de fomentar su propia ganadería. El gobierno inglés no se apeó después de su actitud y cuando la misión argentina le hizo saber que no aceptaba semejantes condiciones, le contestó que lo deploraba mucho y le dejó expedito el camino del regreso».
De la Torre explicó que los británicos advirtieron a los representantes argentinos que les permitirían la organización de frigoríficos cooperativos, pero no tolerarían la organización de compañías individuales que les hicieran competencia a los frigoríficos ingleses.
«Esto último lo podrá hacer Nueva Zelandia -agregaba con sorna De la Torre-, lo podrá hacer Australia, lo podrá hacer el Canadá, lo podrá hacer el África del Sur. Inglaterra tiene, respecto a esas comunidades de personalidad internacional restringida, que forman parte de su imperio, más respeto que por el gobierno argentino. No sé si después de esto podremos seguir diciendo: ¡Al gran pueblo argentino, salud!»
Quiebra o monopolio
El 23 de abril de 1931, el embajador británico dirigió una carta a Ernesto Bosch, ministro de Relaciones Exteriores argentino, en la que manifestaba que la situación de la Compañía Anglo Argentina de Tranvías era grave. Reclamaba una compensación por los gastos que significaba la aplicación del horario de ocho horas y el salario mínimo para el personal.
«El gobierno provisional se apresurará a adoptar una pronta resolución, tal cual queda indicado en el memorándum. Y estoy también seguro -agregaba Ronald McKay- que no necesito reiterar a V. E. la situación en extremo grave que se crearía para el crédito argentino en el mercado financiero de Londres, si la compañía se encontrara en la imposibilidad de abonar el pago de sus servicios.»
En febrero de 1932, el Diario de Sesiones de la Cámara de los Comunes registró una intervención de lord Scone, representante de los accionistas ingleses de la Compañía de Tranvías, interrogando al secretario de Estado de Relaciones Exteriores sobre la veracidad de la noticia de que esa compañía había tenido que suspender el pago de interés de sus acciones. Anthony Eden contestó:
«Creo que es así. Esperemos que el asunto se resuelva por negociación. Si esto no ocurriera, el gobierno de Su Majestad tendrá que considerar, evidentemente, que otros pasos pueden darse».
El carácter verdadero de las dificultades de las compañías extranjeras de trasporte de pasajeros y carga en la Argentina fue explicado por el presidente del Ferrocarril del Sud en la memoria anual publicada en junio de 1933. «El 83 % de la disminución de los pasajeros -decía- corresponde al tránsito suburbano, debido a la competencia sin precedentes de los ómnibus y colectivos.»
No obstante esas dificultades, los ferrocarriles ganaron en 1934 la suma de 83 millones de pesos. Las 349.644 toneladas de carne enfriada remitidas ese año a Inglaterra produjeron 127 millones, es decir, que la ganancia confesada de los ferrocarriles pagaba el 65 % del chilled beef argentino que comían los británicos.
Pero como ello no era suficiente, la municipalidad de Buenos Aires designó una comisión especial que, en diciembre de 1933, presentó un proyecto de ley que propugnaba la creación de un monopolio de trasportes urbanos controlado por la Compañía Anglo Argentina de Tranvías. Fue sometido al intendente Mariano de Vedia y Mitre para que lo elevara, por intermedio del Poder Ejecutivo, a la aprobación del Congreso Nacional. La comisión que propuso esa medida estaba integrada por Roberto M. Ortiz, abogado de los ferrocarriles ingleses y futuro presidente de la Nación; Pablo Nogués, administrador de los Ferrocarriles del Estado; Manuel C. Castello, de la Dirección General de Ferrocarriles, y Agustín Pastalardo.
Luz y sombra
Al instalarse el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires en 1932, los representantes de casi todos los partidos políticos rivalizaron en demostrar su preocupación por los derechos de la Municipalidad y de los consumidores, frente a las reiteradas violaciones de la Compañía Hispano Americana de Electricidad (CHADE) y la Compañía Italo Argentina de Electricidad (CIADE), ambas pertenecientes a consorcios financieros con residencia en Bélgica y Suiza.
Con discursos vehementes se puntualizaron los incumplimientos de las concesiones, como ser: adulteración de los servicios domiciliarios; extensión de cables distribuidores pagados por los vecindarios; depósitos de garantía que facilitaban a las empresas disponer de grandes capitales, y otras maniobras ideadas para sustraer dinero a los usuarios.
El edil Germinal Rodríguez manifestó, al finalizar el primer período del Concejo Deliberante, su convencimiento de «que este asunto servirá, por lo menos, para llamar la atención del país. Estas grandes compañías juegan un papel profundo de forma y de fondo en la política; puedo decir que muchos gobernantes son hechos por estas empresas»; por otra parte ellas son responsables de «la expoliación más grande que pesa en la actualidad sobre la ciudad de Buenos Aires».
Con el tiempo se atenuaron las indagaciones y muchos concejales cambiaron de opinión en forma sugestiva. La prórroga de las concesiones eléctricas dio lugar a uno de los mayores escándalos de la época en el que se vieron involucrados diputados, senadores y altas autoridades nacionales.
El informe de la comisión investigadora creada posteriormente, presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde, dio a conocer, además de una abrumadora documentación, la carta que el ingeniero Agustín Zamboni, director de la CIADE, dirigió el 7 de julio de 1932 al ingeniero Juan Carosio, presidente de la empresa. «Debo hacerle notar que la mayoría de la Cámara de Diputados, que es conservadora, se presta a cualquier sorpresa, lo que he hecho notar al doctor Anchorena (Joaquín S. de, del directorio de la CIADE)»; y añadía: «algunos entre éstos votan cualquier disparate, sin disciplina alguna, habiendo uno de ellos llegado hasta propiciar la exoneración de derechos aduaneros para la introducción de máquinas y materiales de electricidad destinados a una cooperativa eléctrica (la de Olavarría), proyecto que trataremos de aniquilar en el Senado, pero que no hubiera debido tener la sanción que tuvo».
Péguele fuerte a YPF
Poco antes del golpe militar del 6 de septiembre de 1930, el Senado debía sancionar un proyecto de ley de nacionalización del petróleo a la vez que se realizaban negociaciones sobre la base de una oferta formulada por la Unión Soviética: vender a la Argentina la parte de nafta que Yacimientos Petrolíferos Fiscales no alcanzaba a abastecer. Arturo Frondizi, en su libro Petróleo y Política, escribió que «al tener asegurada la provisión de petróleo ruso, la Argentina habría podido dictar, con tranquilidad, su ley de nacionalización y monopolio estatal, pues se colocaba fuera de toda posibilidad de represalias».
Al frente de YPF estaba el general Enrique Mosconi, quien al tomar posesión de su cargo encontró funcionando un solo surtidor de nafta y a través de su gestión esparció 2.300 bocas de expendio por todo el país. Esa tarea fue cumplida a pesar de la lucha que debió emprender contra el slogan infiltrado por los monopolios en la mente popular: «Los productos nacionales son malos», y con respecto a la nafta se decía que tenía agua en emulsión que disminuía las calorías y deterioraba los motores.
Mosconi enfrentó por centenares artimañas torpes y pudo medir en toda su magnitud la inescrupulosidad del competidor. Por eso repetía: «Es menester acelerar la marcha hacia el Junín y Ayacucho económicos, terminando así el ciclo que se inició en Buenos Aires el 1° de agosto de 1929 (nuevo San Lorenzo), en que YPF rompe los trusts, tomando la dirección y el contralor del combustible líquido en la Argentina».
Con el triunfo de Uriburu debió renunciar Mosconi y todo su trabajo se desmoronó. A partir de entonces no se intentó comprar la nafta a 12 centavos el litro sino que se siguió pagando a 30 centavos a las compañías monopolistas. YPF quedó frenado ante los intereses de la Standard Oil y la Shell, perdiendo terreno ampliamente cuando en 1936 se firmaron convenios secretos con los trusts, por los cuales la empresa estatal se obligaba a no aumentar su producción, repartir el mercado con las compañías extranjeras y a no importar petróleo por su cuenta.
Los monopolios rústicos
Víctor O. García Costa, un ex concejal, estudioso de los antecedentes y formas de operar de los monopolios internacionales en la Argentina, declaró a Panorama: «La penetración monopolista del imperialismo -inglés, yanqui, alemán, combinado o conjunto- adquiere caracteres inusitados en la década de los años treinta. No tiene las características y sutileza de la actualidad, -que es transistorizada; entonces era rústica, a galena».
«Es precisamente en esa época que la prensa grande nos ofrece las elucubraciones de Wirth, desde Tittmoning, que el 4 de julio de 1930 pontifica sobre el internacionalismo capitalista, diciendo que con él ha comenzado una nueva era para el mundo. La humanidad comienza también a agruparse en trusts y no sólo comercialmente, sino también moralmente. En 1933 se firma el pacto Roca-Runciman, que es un pacto que no tiene nombre pero sí tiene apellidos, y allí -recalca- se siguen las líneas fijadas por los ingleses con el Estatuto de Westminster para el manejo de sus dominios, y luego con la Conferencia de Ottawa para el reparto de mercados.
«Si algunos años antes el germano Tannenberg decía qué lugar asignaba a la Argentina como colonia en el reparto de América del Sur entre Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, estaba en lo suyo. Quienes no estaban en lo suyo fueron muchos de los hombres que dirigían la cosa pública argentina después del 6 de septiembre y firmaron el pacto Roca-Runciman; los convenios petroleros con la Standard Oil y la Royal Dutch, y entregaron al trust SOFINA (Bélgica 18,7 %, Estados Unidos 18 %, Alemania 15 %, Gran Bretaña 14,7 %) y a Motor Columbus (CHADE y CIADE) el mercado de electricidad más grande de América latina.
«Es también en este período -finaliza-, que se produce la más grande penetración del capitalismo alemán. Entre 1930 y 1938 más de trescientas firmas son fiscalizadas por el capital alemán que está en SOFINA, en el trust yanqui EBASCO, en la CHADOPYF, en Bracht, en Tornquist, etcétera. Carlos Meyer Pellegrini, el hombre del imperialismo alemán, preside la CADE e integra en 1939 dieciocho sociedades anónimas más. Fue el interventor del general Uriburu en la provincia de Buenos Aires.»
La invasión invisible
Mientras se desarrollaba todo el proceso de intensa actividad de los monopolios, la prensa mundial desgranaba elogios sobre las medidas económicas de Justo. Los comentarios desdeñaron el descontento obrero, la desocupación y la pérdida del valor adquisitivo de los salarios, malestar que se reflejó en las elecciones de 1934, especialmente en la Capital Federal, donde la derrota oficialista fue aplastante.
Es que, como indicaron los nacionalistas Rodolfo y Julio Irazusta en La Argentina y el imperialismo británico, «la oligarquía no ha hecho del país una potencia económica, sino un sujeto de especulación». Un tango rimado en el clima económico nacional comenzó a ganar el favor popular porque sintetizaba su propia realidad: «Vivimos revolcaos en un merengue / y en un mismo lodo todos manoseaos». Para Enrique Santos Discépolo, su autor, la nación se había trasformado en un cambalache en el que todo se vendía y se compraba, y en donde «el que no llora no mama, / y el que no afana es un gil…».
Raúl Scalabrini Ortiz, que intentó llegar a la esencia de lo argentino, comprendió que penetraría mucho más en la cuestión analizando los problemas económicos, y en 1934 publicó en La Gaceta de Buenos Aires, dirigida por Pedro Juan Vignale y Lizardo Zía, varios artículos en los que puso de relieve la absorción de la cooperativa local de teléfonos por la Unión Telefónica, la del tráfico fluvial por la Mihanovich Limited, la capitalización de los bancos norteamericanos con el préstamo de los depósitos de los ahorristas argentinos, para recapitular con amargura que «el país está en manos de los capitalistas extranjeros que han obrado subrepticiamente, escudados en sus denominaciones engañosas: Ferrocarril Central Argentino, Fábrica Argentina de Cemento Portland …».
Julio V. González, de muy distinta extracción social e ideológica que Scalabrini Ortiz, llegó a idénticas conclusiones cuando estudió el problema del petróleo. «Estamos invadidos -dijo alarmado- por un ejército al mando de gerentes de compañías financieras, que no necesita tropa porque la recluta en nuestro propio suelo y que no ataca con cañones sino con el arma más poderosa del dinero.»
Esas fuerzas de los consorcios internacionales respondían a los designios de Estado de potencias extranjeras, por lo que el hijo del fundador de la Universidad de La Plata demandaba la elaboración de un plan de defensa nacional que sirviera para enfrentar al ejército invisible. Sólo así, según él, la Argentina sería verdaderamente dueña de su destino.
* Escrito por Oscar A. Troncoso. Publicado en revista Panorama, marzo de 1971.
Fuente: Portal Mágicas Ruinas