Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos una vieja pieza periodística del año 1964 rescatada de Primera Plana, aquél medio básicamente antiperonista y pro capitales extranjeros. Es interesante leerlo casi 60 años después de su publicación original, hay análisis y líneas argumentales que aún tienen vigencia.
El Editor Federal
Dictámenes. Política, moral y buenas costumbres
A lo largo de 113 días con sus noches, con el concurso de 64 testigos —algunos de los cuales no llegaron a declarar, como Arturo Frondizi y Ricardo Rojo—, 16 diputados nacionales vivieron las alternativas de la Comisión Especial Investigadora sobre Petróleo. Detrás de ellos, no obstante, yacían las apreciaciones subjetivas que sobre la política petrolera desplegada entre 1958 y 1962 por el gobierno de Frondizi, continuada hasta los últimos días de 1963 por los presidentes Guido e Illia, asumieron como posición los partidos políticos argentinos.
Esas opiniones eran tan divergentes que a nadie llamó la atención que fueran cinco los despachos presentados. Casi 200.000 palabras estallaron el martes de la última semana, para demostrar que los contratos suscriptos eran malos o buenos, legítimos o fraudulentos, económicos o antieconómicos. Curiosamente, los despachos salieron —luego de tres postergaciones— mientras deliberaba en Buenos Aires la reunión de empresas petroleras estatales latinoamericanas (ver pág. 54).
El más extenso fue el suscripto en mayoría por seis bloques: el radicalismo del Pueblo, el justicialismo, los socialismos argentino y democrático, la Confederación de Partidos Provinciales y, con leves disidencias, la democracia cristiana. En 108.000 palabras, el partido oficialista y sus seguidores señalan que los contratos, «especialmente los de mayor importancia, han sido tramitados y celebrados en forma irregular, ilegal y clandestina, con grave perjuicio moral, económico y financiero para el país».
El informe señala, más claramente, que los principales inculpados son el propio Frondizi. Arturo Sábato y Rogelio Frigerio. También estima en 452 millones de dólares y 6.605.660.465 pesos argentinos los perjuicios económicos y financieros sufridos por el país a causa de los contratos; aconseja, por fin, la remisión de las actuaciones a la justicia, para que ésta dictamine.
Otros despachos, si bien imbuidos del mismo espíritu moralizador del mayoritario, difieren en detalles:
– El conservador ataca duramente la ley de nacionalización del petróleo, enviada al Congreso por Arturo Frondizi, que «despoja a las provincias de la propiedad sobre los yacimientos petrolíferos». No reniega del aporte privado para la explotación petrolera, aunque aclara que debe contar con fiscalización de YPF.
– Por el mismo camino transita el despacho demoprogresista: además de considerar que había personas que lucraban con su influencia personal, estima los perjuicios en 900 millones de dólares.
– UDELPA, por fin, marca una nueva divergencia: si bien los contratos «no se han negociado en las mejores condiciones… a pesar de ello fueron en definitiva un aporte útil al país por sus resultados económicos». Sólo coincide en la condenación moral de los contratos; por lo demás, «la política prudente debió haber sido la inmediata renegociación».
La defensa cerrada de la gestión petrolera de Arturo Frondizi, contra todas las conjeturas, fue asumida por un legislador que no milita en el MIR. Las firmas de los frondicistas Héctor Gómez Machado y Antonio Pereira fueron estampadas junto a la de Pablo Calabrese, actualmente suspendido por el bloque de la UCRI. El detalle parece descubrir un movimiento de política menor: la posible adscripción de Calabrese al MIR.
El diputado por Quilmes «aprueba la política petrolera seguida por el gobierno del doctor Frondizi»; también enjuicia la actual y aconseja al P. E. «volver rápidamente a la experiencia de los cuatro años de gobierno constitucional». El documento expresa, en sus 300 carillas, que «YPF ha recibido beneficios directos de esa política petrolera, y durante el gobierno de Frondizi invirtió 1.000 millones de dólares, cifra nunca alcanzada en su historia. El país —estima— ha ahorrado divisas del orden de los 220 millones de dólares».
«La política petrolera de Frondizi —concluye Calabrese— no sólo se justifica, sino que era la única posible si es que debía alcanzarse el autoabastecimiento a ritmo adecuado… La nueva política petrolera muestra ya el rostro del retroceso. En lo que va del año se han debido importar 1.486.000 metros cúbicos, lo que señala un incremento del 45,5 por ciento sobre las cifras del año anterior. Las perspectivas son aún peores, y se puede afirmar que en 1965 se importarán masivamente petróleo y sus derivados.»
Un lánguido receso espera ahora a los dictámenes: no serán discutidos hasta fines de noviembre, si es que el Poder Ejecutivo incluye el tema en la convocatoria a sesiones extraordinarias. Hasta entonces, los 16 diputados podrán descansar, y transferir a sus 169 colegas la responsabilidad de asumir una posición final.
Comunismo. Aquellos polvos y estos lodos
En un amplio y no muy confortable piso del barrio Montserrat, al sur de Buenos Aires, desde hace dos semanas un hombre gordo, de mal disimulado acento itálico y maneras bruscas, pide no ser molestado. Las puertas de su habitación sólo se abren para permitir el paso de unos pocos amigos íntimos y unos silenciosos «camaradas ordenanzas» que llevan delgados sobres tamaño oficio: son despachos de la agencia de noticias Tass. Rastreando viejos documentos ideológicos y explorando las carillas mimeografiadas de la agencia, Vittorio Codovilla, inmigrante del año 12, busca la clave que permita explicar claramente la nueva voltereta que debe dar el Partido Comunista Argentino.
Sin embargo, no son la caída de Nikita Kruschev, la explosión atómica en China o el aparente acercamiento entre Breznev y Mao-Tse-tung los problemas mayores que debe afrontar el veterano jerarca. Es cierto que sobre su escritorio parece olvidado un tomo de 360 páginas, que lleva su firma: está dedicado a glorificar el papel de Nikita Sergueievich Kruschev como «constructor de la paz mundial». Para Codovilla, ese tomo aún no del todo encuadernado, ese libro que los activistas y simples afiliados comunistas no verán nunca, será apenas otro mal negocio de la editorial Cartago, uno de los cuatro sellos vigentes del partido.
Lo que preocupa realmente a Codovilla, y con él a toda la «vieja guardia» comunista argentina, es la red sutil que los «cuadros» más jóvenes y activos del partido van tejiendo alrededor de ellos. Antiguos testimonios son restituidos a la luz, en los últimos días; en esencia, persiguen los mismos objetivos de quienes tuvieron menos suerte y terminaron separados, excomulgados del sacerdocio rojo: la realización de un nuevo congreso «abierto», no limitado como el último de 1963. Y no es China, precisamente, el motivo de tanta lucha clandestina dentro de las filas oficiales del PC: el tema es el antiperonismo cerrado, el «gorilismo», que los rebeldes achacan a la conducción partidaria.
La Argentina no cuenta con «kremlinólogos», a la manera de Estados Unidos, pero sí con pacientes observadores del partido, cuyo trabajo es aprovechado luego por los servicios de informaciones. Uno de los últimos resúmenes, realizado por encargo de un organismo puramente militar, consigna algunos datos importantes: «Cien mil afiliados que pagan el 1 por ciento de su sueldo mensualmente; 170 millones da pesos recaudados en la última campaña financiera, calculada originalmente en 100 millones; dos órganos de difusión: Nuestra Palabra, clandestino, y El Popular, público; este último produce 200 mil pesos semanales de pérdidas; una flota de dos docenas de coches y camionetas; cinco revistas de difusión ideológica; una decena de cooperativas que realizan operaciones comerciales sin contactos con el partido; unos cuatro centenares de funcionarios rentados.»
Ese informe consigna también ciertos datos de la actual posición partidaria, que coincide con los cargos formulados a la conducción de Codovilla por los activistas jóvenes: «Seguidismo del PC a Illia; dos metas visibles: legalidad para el partido y derogación de leyes represivas, únicamente; contactos oficiosos entre funcionarios de gobierno (Palmero, Ricardo Illia, Vesco, Germán López) y altos dirigentes comunistas.» Los quejosos añaden algunos cargos más: «Apoyo tácito al gobierno a cambio de la legalidad; ridiculización y no interpretación del peronismo.»
El último congreso partidario (el XII, realizado en Mar del Plata en febrero de 1963) contó con la presencia de 117 delegados que, con la única excepción de Ricardo Vinchelli, secretario general del gremio químico, respondían exclusivamente al septuagenario Codovilla: eran miembros del comité central, los secretarios barriales y los responsables de los «movimientos de masas». La dirección del PC, tal como salió de ese congreso, es ejercida por un presidente —Codovilla—, miembro nato del secretariado político (5 miembros), del comité ejecutivo (12) y del comité central (22). Más allá de los cargos, acudiendo a la discriminación en boga durante el gobierno de Guido, los activistas distinguen tres sectores:
– Los «colorados», la «línea gorila» del PC, que sigue opinando que «el peronismo es nazifascismo» (Codovilla) . Son los colaboradores íntimos del jefe: Vicente Marischi, Víctor Larralde, Rubén Iscaro.
– Los «azules», más condescendientes, interesados en el acercamiento con el peronismo, aun sin renegar de su pasado furibundamente opositor al régimen: Rodolfo y Orestes Ghioldi, Ernesto Giudici y Héctor P. Agosti.
– La corriente «moderadora», que evita los enfrentamientos demasiado duros entre los sectores citados: su líder visible es Jerónimo Arnedo Alvarez.
El cuadro se completa con apreciaciones no políticas, pero válidas para el proceso: los únicos que parecen estar en buenas condiciones físicas o mentales de todos los nombrados son Codovilla, Larralde y Agosti. Los hermanos Ghioldi, Marischi, Giudici y el mismo Arnedo Alvarez parecen sentir sobre sus cuerpos el paso de los años y la dureza de las cárceles que soportaron a lo largo de su carrera, y su salud parece quebrantada.
Para quienes delinean posiciones en el juego interno, la actual situación del comunismo argentino se asemeja a las que ya se vivieron en 1946 y 1952. Los «herejes» de entonces (Puiggrós, «los chisperos» ferroviarios, Real) parecen reencarnarse en nombres que son mencionados casi en público (Juan Gelman, Aráoz Alfaro), y el motivo, en caso de ser alejados,: sería el mismo: acercarse peligrosamente al peronismo. Juan Carlos Portantiero, ya expulsado en 1963, fue una experiencia en ése sentido; su retiro desmanteló el 70 por ciento de los cuadros universitarios de la Federación Juvenil Comunista, incluidas íntegras las «escuelas» de Derecho, Filosofía y Ciencias Exactas. Otro tanto ocurrió en Córdoba con Aricó, ex secretario de la «Fede» local, ex director de la revista Pasado y Presente.
La acusación del partido contra ellos fue la misma que agita a los que hoy no se sienten lo suficientemente interpretados: exceso de crítica «negativa». Pero no volcada hacia la cuestión ideológica entre Moscú y Pekín, sino hacia adentro: los renovadores de hoy, al señalar algunos párrafos de viejos discursos del PC en 1946, cuando Codovilla exigió que el conservadorismo entrara en la Unión Democrática; en 1949, cuando La Hora hizo de la extradición de Codovilla y la persecución al entonces diputado Ricardo Balbín una misma bandera; en 1956, cuando se mencionó a Isaac Rojas como «el ala progresista y anti-imperialista de la revolución libertadora»; en 1963, cuando para Codovilla «es más peligroso el cismático espíritu chino que el propio imperialismo»), no hacen más que mostrar la historia de sus frustraciones, sobre todo en el ala sindical que, por fuerza, debe tratar a diario con el peronismo.
Poco a poco, animándose entre sí, los jóvenes conspiradores comienzan a señalar qué quieren:
– Un congreso nacional «abierto», que incluya a delegados elegidos directamente por las bases.
– El comienzo de una etapa de crítica y autocrítica, en especial para momentos como el presente, en que el PC debe variar su posición.
– Comprensión de que el peronismo ya dejó de ser un fenómeno de turbas (el «lumpenproletariado») y que, en última instancia, puede coincidir con los fines comunistas.
– Buenas relaciones con el régimen cubano, inexistentes desde que el Ché Guevara le recordó a un «responsable político» enviado por Codovilla quiénes eran los verdaderos autores de la revolución en la isla.
Al paso que niega la existencia de disidencias internas («Nada de lo que se dice ocurre entre nosotros; lea El Popular y verá que el partido sigue unido monolíticamente», repite Giudici), la «vieja guardia» se defiende. Cree tener en sus manos un arma insuperable: el hecho de que Codovilla sea, entre los jefes de partidos latinoamericanos, el único hombre de confianza de Moscú. Los rebeldes, en cambio, soslayan esa certeza: en sus manos suelen aparecer ejemplares del último folleto del omnipotente ex albañil. Su título es, precisamente, Los cismáticos trotskisantes chinos.
Conservadores. En busca de un lugar al Sol
Seguramente, los vínculos más sólidos entre el conservadorismo y el gobierno de la UCRP no se computan en términos ideológicos, sino en cifras de matemática electoral; esto es así porque los partidos de la Federación de Centro ocupan, en la mayoría de los casos, el flanco marginal de las tablas electorales. De tal manera, cualquier ingreso de votos positivos provoca el desplazamiento de sus candidatos, al elevar la «cifra repartidora»: he aquí el origen de la sólida voluntad conservadora por evitar la presencia peronista en los comicios y ésta es, precisamente, la cláusula de oro en el acuerdo Hardoy-Balbín, inmediatamente anterior al Colegio Electoral de 1963.
Desde entonces, los dirigentes federacionistas han venido soslayando en forma casi monótona los postulados programáticos del viejo liberalismo; en su apoyo al gobierno fueron solicitando, periódicamente, un pronunciamiento oficial en torno del problema peronista; sin embargo, esta posibilidad parecía haberse esfumado casi definitivamente al cabo de la semana pasada. En los tensos y conmocionados quince días últimos la rebeldía volvió a estallar entonces, con renovada violencia, dentro de la Federación: el partido Demócrata de Córdoba criticó, en una declaración, el «magro, lento y contraproducente intento de los actuales gobernantes».
«Estamos en total desacuerdo con la política del oficialismo», comentó el longilíneo Emilio Olmos ante una consulta de PRIMERA PLANA. La nota incluía una formal ruptura con la UCRP y el deseo de «hacer una clara y vigorosa política totalmente independiente» en el orden nacional y provincial. En los primeros momentos, ese deseo fue interpretado como una desvinculación entre el partido Demócrata y la Federación. El mismo Olmos se esmeró en aclarar. «No hemos roto con la FNPC; seguimos dentro de ella, pero hemos recuperado para nosotros el derecho de hacer nuestra política».
Los observadores calcularon luego que planteamientos similares aparecerán cuando el 14 de noviembre se concentren en la Capital los asistentes a la Convención Nacional; para muchos será el momento de recordar que la Federación de Centro no es un partido, sino una liga de partidos provinciales con autonomía política y funcional. Pero los dirigentes del Comité Nacional intentarán, en cambio, que se apruebe un programa filo-oficialista para afrontar los comicios de marzo de 1965, en todo el país. En lo profundo, la antinomia se presenta con términos parecidos a éstos: ¿está el partido en condiciones de lanzarse a disputar con la UCRP y UDELPA los votos del antiperonismo o, por el contrario, se debe llegar a las elecciones-en brazos de la UCRP?
En este sentido, una compulsa que se realizó entre los dirigentes medios, en la Capital Federal, demostraba que era esperada la política de mayor independencia con el gobierno; de algún modo han sido los diputados y senadores del partido quienes iniciaron la ofensiva antiperonista en las Cámaras al solicitar la derogación de la Ley de Asociaciones Profesionales, protagonizando, de paso, las más estridentes incidencias con el bloque justicialista en el período que ahora culmina.
Más allá de la atracción que los conservadores puedan despertar entre los votantes antiperonistas, es cierto que muchos afiliados comparten el desafío del «distrito Córdoba»: «El Poder Ejecutivo Nacional, por vías directas e indirectas, alienta la cohesión y el fortalecimiento del peronismo, que se cierne como una amenaza sobre la convivencia pacífica y en libertad, las instituciones y el decoro de la República», se decía en la declaración antes mencionada.
Hábilmente, las secciones conservadoras de Mendoza y Corrientes tienen el propósito de respaldar a los oposicionistas —Córdoba, La Rioja, Chubut, Entre Ríos y el Comité de la Juventud—, pero desde la segunda línea; la condición de partidos en el gobierno de esas provincias no les permite aventurar opiniones anti-UCRP, que, no obstante, extienden a la sordina. Además, el flaco saldo de puestos secundarios y sólo algunas embajadas a cargo de correligionarios parecen excitar la crítica en los gobernadores; pero para ellos, también la ruptura significará una nueva conducción central fuera de las manos minoritarias de la provincia de Buenos Aires.
En síntesis: el camino abierto hacia la instalación de una fuerte personalidad al frente de una renovada Federación de Centro para liquidar la seducción que otros partidos neo-conservadores vienen ejerciendo en sus distritos, privándolos de sufragios vitales. Este íntimo deseo quizás consiga explicar los esporádicos acercamientos con el general Pedro Eugenio Aramburu.
Frondizismo. Nuevo rostro en el espejo
Hace exactamente dos décadas, el historiógrafo Johannes Huizinga (Le déclin du moyen age, Les chémins de l’histoire culturel) decía a sus ocasionales discípulos de los cursos de verano en la Universidad de Santander, España: «La ciencia histórica ha ganado enormemente en valor cognoscitivo y en fuerza persuasiva, desde que han sido comprendidos los grandes fenómenos bajo, el aspecto de un proceso de desarrollo.» Una lluviosa tarde de la semana pasada, similares conceptos fueron aplicados por Arturo Frondizi (56 años) al análisis de la realidad argentina, frente a un grupo de cincuenta y seis alumnos que se apretujaban en una salita colmada de humo y de libros en Luis María Campos 665.
Orgullosamente, los alumnos (entre quienes se cuentan veinte universitarios, tres empresarios y hasta un capitán de navío) declararon a PRIMERA PLANA que habían pagado tres mil pesos por la matrícula del curso, que promete contar entre sus expositores a Juscelino Kubitschek; cuando la conferencia terminó, se distribuyeron por las distintas salas de la casa —repletas de obras de arte, fotografías, pergaminos y hasta banderines deportivos, testigos mudos del homenaje cotidiano que recibe un mandatario— para discutir la tesis esbozada por Frondizi.
«La historia —había advertido este último— no es una parcialidad, sino una totalidad. Para el liberalismo, los procesos internos no serían otra cosa que resultados de influencias exteriores»; en cambio, «el valor del revisionismo consistió en sacar el período de Rosas del ostracismo. Pero para los revisionistas, Rosas era un hito sin antecedentes, la historia anterior a Rosas era la historia de la declinación de nuestros valores nacionales, la posterior era la derrota de la nacionalidad; el revisionismo —concluyó— se transformó en rosismo».
Sagaces observadores que se encontraban presentes insinuaron más tarde que la aparentemente académica fisonomía del presidente derrocado en 1962 tiende, en realidad, a expresar de manera práctica la actitud del nuevo MIR; sobre estas tres letras —que para algunos jueces ya constituyen una palabra, aunque sin sentido preciso— se halla tendido el cadáver de la UCRI; los teóricos del partido tratan de explicar las causas de su fracaso al cabo de cuatro años de gobierno y extraen conclusiones para formular una nueva doctrina. ¿Acaso no señaló Frondizi, cuando finalizaba su conferencia: «Los motivos de esta derrota temporaria deben ser analizados a la luz de la crítica, a la estrategia de las clases y de los partidos que constituyen el fundamento natural de la coincidencia nacional. (…); ahora, esas clases deben ponerse nuevamente en movimiento, porque no es posible pensar que renuncien a la defensa de sus propios y vitales intereses.» Evidentemente, el frondizismo no se resigna a ser un postulante pasivo de los votos que dejaría vacantes una posible proscripción del peronismo.
«Nuestro método —indicó el fugaz catedrático— consiste en descubrir las tendencias generales con arreglo a las que se desenvuelve el proceso histórico; se hace preciso entonces distinguir lo esencial de lo accesorio: lo esencial en el peronismo —anotó— es el despertar de la conciencia nacional de las masas, el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, su organización y participación en el gobierno de la cosa pública. La crítica debe recaer necesariamente en su incapacidad para echar las bases materiales económicas que cimentaran sólidamente aquellas conquistas.»
En términos generales, el antiguo hegeliano Frondizi sostuvo que nuestra comunidad muestra «por debajo de las luchas enconadas, una tendencia hacia la síntesis; pero esta tendencia no se desarrolla sin contradicciones; por el contrario, desde su nacimiento encontró grandes obstáculos»: hay una tendencia hacia la síntesis y otra hacia la disgregación. De alguna manera, a esta altura de la disertación el historiador sucumbió ante la política. Frondizi acusó a sus adversarios —a la «oligarquía antinacional»— de fomentar esa disgregación.
«¡Distorsiona los términos del problema —insistió—, introduce la división entre las clases solidarias, excita a las unas contra las otras, oculta los intereses comunes y exalta los intereses particulares.» De alguna manera, también, el orador consiguió elegantemente su propósito: forjar una teoría idónea para la interpretación de la realidad y asequible, a la vez, a sus seguidores más inmediatos, en la nueva etapa. Sin embargo, la historia argentina parece algo más que todo esto.
PRIMERA PLANA – 27 de octubre de 1964
Fuente: Mágicas Ruinas