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Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Ayer, se cumplieron 210 años del Combate de San Lorenzo, ocurrido el 3 de febrero de 1813. Fue el bautismo de fuego del Regimiento de Granaderos a Caballo, y el inicio de su gesta independentista americana que culminaría más de una década después, en febrero de 1826.

El Editor Federal

Extracto del Parte de Batalla, escrito por Rafael Ruiz, jefe de la expedición de tropas realistas oriundas de Montevideo, con base en Martín García:

“…por derecha e izquierda del referido monasterio salían dos gruesos trozos de caballería formados en columna y bien uniformados, que a todo galope sable en mano cargaban sobre él despreciando los fuegos de los cañoncitos, que principiaron a hacer estragos en los enemigos desde el momento que les divisó nuestra gente. Sin embargo de la primera pérdida de los enemigos, desentendiéndose de la que les causaba nuestra artillería, cubrieron sus claros con la mayor rapidez atacando a nuestra gente con tal denuedo que no dieron lugar a formar cuadro sino martillo. Y tras afirmar que la carga inicial ha sido rechazada y que los granaderos se retiran, sigue diciendo: “…ordenó Zabala su gente a fin de ganar la barranca, posición mucho más ventajosa, por si el enemigo trataba de atacarlo de nuevo. Apenas tomó esta acertada providencia cuando vio al enemigo cargar segunda vez con mayor violencia y esfuerzo que la primera. Nuestra gente formó aunque imperfectamente un cuadro por no haber dado lugar a hacer la evolución la velocidad con que cargó el enemigo…”.

A principios de 1813, la isla Martín García oficiaba de fortificación y enclave naval realista en el río de la Plata, que oficiaba de fortaleza y posta para proteger Montevideo de los posibles embates desde el oeste. Allí se encontraba acantonado un importante número de soldados de infantería y parte de la flota de guerra.

Desde Montevideo, se ordena una expedición río arriba, con el objeto de destruir las defensas que hubiera en el Paraná y allanar la navegación hasta Asunción. La misma, estaría a cargo del corsario Rafael Ruíz, mientras que la tropa, actuaría bajo el mando del capitán artillero realista, Antonio Zabala. La flota zarpa a mediados de enero, con tres naves de guerra y otras once embarcaciones bien armadas, además de alrededor de 350 hombres.

Según los partes recopilados en las narraciones históricas, la flota pasa el 28 de enero frente a San Nicolás; el 30 frente a Rosario; y en la madrugada del 31 la escuadrilla ancla frente a las playas del convento de San Lorenzo

Enterados en Buenos Aires de los movimientos, se indica el desarme de las baterías del Rosario y reforzar las de Punta Gorda. Se ordena además al coronel San Martín que proteja con sus granaderos la costa desde Zárate hasta San Nicolás. El 28, el jefe militar emprende viaje con una columna de caballería.

Varias son las fuentes que aseguran que la marcha se realizó a velocidad récord dadas la distancia, los medios de movilización, y los caminos de la época. El trayecto se habría realizado en mayor medida durante la noche para intentar evitar a los espías realistas. Se dice que en las sucesivas postas del camino fueron renovando caballos, lo que facilitó la rapidez del viaje. Así, Santos Lugares, Conchas, Arroyo Pinazo, Pilar, Cañada de la Cruz, Areco, Cañada Honda Arrecifes, San Pedro, San Nicolás, Arroyo Seco, Arroyo del Medio, Rosario y Espinillo fueron las distintas paradas realzadas hasta llegar a la posta de San Lorenzo, ubicada según las crónicas a una legua del convento. Allí llegan los granaderos el 2 de febrero por la noche; y durante la madrugada del 3 arriban a los fondos del convento.

Mientras tanto, el 31 por la mañana, parte de la tropa realista con Zabala al mando desembarca e intenta saquear el edificio, aunque sólo logra hacerse de gallinas y verduras del huerto. Fueron repelidos por un breve cañoneo de la milicia de la Villa del Rosario, al mando del oriental Celedonio Escalada, que venía siguiendo por tierra a la flota desde hacía tres días.

Según se cuenta – y aquí estaría el motivo por el cual los realistas habían elegido ese lugar de desembarco intermedio en su viaje hacia el Paraguay -, tanto Ruíz como Zabala estimaban que además de víveres, el convento guardaba cuantiosos caudales de los cuales querían apropiarse. La escaramuza con los hombres de Escalada, produjo dos efectos que serían determinantes: por un lado, cierta desorganización de la cuadrilla española motivó la oportunidad de fuga de un prisionero paraguayo que informó a Escalada sobre los planes realista. Por el otro, ese “tiempo ganado” por la milicia, permitió el envío de chasquis a San Martín para indicar la posición de la escuadra.

Al alba del 3 de febrero, desde el campanario del convento, San Martín observa el movimiento de tropas realistas que se dirigen hacia el pequeño puerto a la vera de las aguas. Zabala emprende el movimiento con 250 hombres y dos piezas de artillería. San martín cuenta con 120 granaderos y los 50 milicianos de Escalada.

Rápidamente, inicia la ejecución del plan de batalla: dos columnas de caballería que apunta de sable atacarán la línea enemiga. Una, al mando de San Martín, de frente al fuego enemigo. La otra por el flanco abierto para arremeter sobre la retirada realista, al mando del capitán Bermúdez.

Es interesante la descripción realizada por William Parish Robertson, miembro del Foreign Office británico, que acompañó la marcha de los granaderos desde una de las postas intermedias hasta San Lorenzo. Se dice que su desempeño informante de los británicos, era camuflado o combinado por el ejercicio de la actividad comercial que le daba cierto “libre tránsito” por el territorio. Escribió el inglés:

“. . . San Martín volvió a subir al campanario y deteniéndose apenas un momento volvió a bajar corriendo luego de decirme: «ahora, en dos minutos más, estaremos sobre ellos sable en mano». Fue un momento de intensa ansiedad para mí. San Martín había ordenado a sus hombres no disparar un solo tiro. El enemigo aparecía a mis pies seguramente a no más de cien yardas. Su bandera flameaba alegremente, sus tambores y pitos tocaban marcha redoblada, cuando en un instante y a toda brida, los dos escuadrones desembocaron por atrás del convento y flanqueando al enemigo por las dos alas, comenzaron con sus lucientes sables la matanza que fue instantánea y espantosa. Las tropas de San Martín recibieron una descarga solamente, pero desatinada, del enemigo; porque, cerca de él como estaba la caballería, sólo cinco hombres cayeron en la embestida contra los marinos. Todo lo demás fue derrota, estrago y espanto entre aquel desdichado cuerpo.

La persecución, la matanza, el triunfo siguieron al asalto de las tropas de Buenos-Ayres. La suerte de la batalla, aun para un ojo inexperto como el mío, no estuvo indecisa tres minutos. La carga de los dos escuadrones instantáneamente rompió las filas enemigas y desde aquel momento los fulgurantes sables hicieron su obra de muerte tan rápidamente, que en un cuarto de hora el terreno estaba cubierto de muertos y heridos.

Un grupito de españoles había huido hasta el borde de la barranca; y allí, viéndose perseguidos por una docena de granaderos de San Martín, se precipitaron barranca abajo y fueron aplastados en la caída. Fue en vano que el oficial a cargo de la partida les pidiera que se rindiesen para salvarse. Su pánico les había privado completamente de la razón, y en vez de rendirse como prisioneros de guerra, dieron el horrible salto que los llevó al otro mundo y dio sus cadáveres aquel día, como alimento a las aves de rapiña.

De todos los que desembarcaron volvieron a sus barcos apenas cincuenta. Los demás fueron muertos o heridos, mientras San Martín solamente perdió, en el encuentro, ocho de sus hombres. . .”.

Los sucesivos trabajos historiográficos coinciden a grandes rasgos en que el combate duró quince minutos. La columna liderada por San martín fue la que recibió el principal fuego realista. Allí fue que ocurrieron las principales bajas; la herida de su caballo, su caída, y las conocidas intervenciones de los soldados Cabral y Baigorria que salvan su vida.

San Martín, herido por la caída, ordena una segunda carga al mando de Bermúdez. La misma es repelida a cañonazos desde las naves, como fuego que cubría la retirada de la tropa al mando de Zabala.

El capitán Bermúdez, el teniente Manuel Díaz Vélez, y unos pocos soldados se suman entre los heridos. Además de los seis granaderos caídos en el combate – Cabral incluido -, en las próximas semanas y meses, San Lorenzo dejará como saldo otros nueve muertos, 27 heridos y un prisionero. Bermúdez morirá días después por consecuencia de las heridas. Díaz Vélez lo hará por las mismas razones el 20 de mayo de 1813, pero antes protagonizaría un hecho que años después resulta ilustrativo de las peripecias y pormenores de las guerras de Independencia y de la campaña militar de San Martín al mando del Ejército de los Andes.

Durante la retirada, herido, Díaz Vélez había sido tomado como prisionero. Al día siguiente del combate, el 4 de febrero, se realiza el intercambio, donde San martín entrega al capturado, y recibe al mencionado teniente y a tres lancheros paraguayos capturados por los corsarios antes del combate. Los tres se integrarán automáticamente al Regimiento. Pero uno de ellos, Félix Bogado, el 13 de febrero de 1826 volverá a Buenos Aires con el grado de coronel, al frente del resto de los granaderos que regresaron al cuartel de Retiro tras más de una década de lucha por la independencia.

Fuentes

Mayochi, Enrique Mario – El Combate de San Lorenzo – Instituto Nacional Sanmartiniano.

Portal La Gazeta Federal

Portal Revisionistas. Efemérides.

Robertson, John Parish. Cartas sobre el Paraguay. (fragmento extraído del muro de Facebook de Luís Fabián Laici).

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