Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Un nuevo mayo nos encuentra casi en el mismo lugar que hace 213 años atrás – e incluso varios lustros antes -. Hoy no hay replique de historia documentada por especialistas. Hoy hay mate con caña y fogón.
El Editor Federal
La haremos corta o por lo menos lo intentaremos. No desconocemos la extensa biblioteca que existe disponible respecto de los sucesos del 25 de mayo de 1810, sus interpretaciones, su documentación y demás acerbo.
Tenemos la suerte de contar entre nuestras lectoras y lectores profesionales de la historia. Aquellos que por vía de la investigación o la enseñanza – o ambas -, han elegido la historia como modo de vida y se esfuerzan a diario por su divulgación y nuevas búsquedas.
A la mayoría de ellos, es probable que defenestren estas líneas luego de leerlas. Cosa que estaría bien. Somos simples aficionados en este campo. Verán que salvo en raras ocasiones como la hoy, nuestras publicaciones de divulgación históricas en realidad son replicaciones de otras, a las cuales solamente le agregamos alguna introducción aclaratoria. Es más, frecuentemente no coincidimos con la interpretación de esos artículos que reproducimos, pero consideramos que es mejor publicarlos a que pasen de largo.
En fin; si en algo coinciden los trabajos que conocemos respecto de los hechos de mayo de 1810 fue que, ese día, se manifestó una verdadera revolución. ¿Qué es para nosotros una revolución? Simple, un cambio radical de la organización política y económica de un país o una nación.
¿Fue en aquella oportunidad tan drástico el cambio? Depende con lo ojos que se lo mire. Desde nuestro punto de vista lo fue; lo cual no significa que haya sido necesariamente positivo.
Pasemos revista rápidamente de algunos detalles que nos resultan relevantes. El “caldo” del 25 de mayo se venía cocinando desde la propia fundación de Buenos Aires, pero los sucesos que tuvieron lugar a partir de 1776 con la creación del virreinato del Río de la Plata, en aras de fortalecer el monopolio comercial entre América y la península; más las continuas idas y vueltas siempre conflictivas con Portugal e Inglaterra; las guerras europeas de y contra Napoleón Bonaparte; las invasiones británicas a Buenos Aires y Montevideo; el contrabando permanente que invadía nuestro mercado internos; las industrias interiores americanas; la paulatina instalación en los pueblos de provincias de circuitos económicos no necesariamente dependientes de los designios de la corona pero sí afectados por la política impulsada por Buenos Aires; y – para cerrar la enumeración en algún punto – con las disputas porteñas entre los comerciantes y despachantes que manejaban el comercio con Cádiz y los que abogaban por “legalizar” el contrabando inglés; todo eso – y otras causas – derivaron en los acontecimientos de la famosa “semana de Mayo”.
Los elementos enumerados y los omitidos, dan para escribir varios tomos de lectura apasionada y a la vez interminable. Puteen tranquilos, pues dijimos que seríamos breves con este asunto y cumpliremos con ello.
Hay solamente un aspecto que nos interesa poner de relieve. ¡Ojo! Ya lo han hecho otros; no estamos inventando nada, somos meros payadores de este asunto.
Ese aspecto tiene dos líneas fuertes. Una, que en aquel mayo, se inició algo que todavía no se cerró. De hecho, es probable que más de uno de ustedes esté pendiente de lo que sucederá en la Plaza de Mayo el día de hoy. Todavía, “la moneda está en el aire”.
La segunda y más importante – tanto que no sería posible hablar de historia en Argentina – es qué rol ocupó, qué pito tocó el pueblo llano, trabajador en aquellos años de principios del siglo XIX. Lamentablemente, salvando honrosas excepciones, la historiografía ha borrado o gambeteado hábilmente ese “pequeño detalle” que significa la viday los deseos del pueblo llano, simple. Cuando no se los trató de barbarie o escoria humana, se los escondió detrás de la figura de algún líder – incluso a pesar de los deseos de dicho líder.
Prácticamente ningún historiador salió a preguntar qué corno quería hacer el pueblo, “la gente”, con los súbditos de la corona española o los de la corona inglesa.
Pocos hicieron el esfuerzo por interpretar qué había detrás de los seguidores de Bohorquéz, Condorkanki, Campana, Errepuento, Catemilla, Artigas, Güemes, por nombrar un puñado entre miles de líderes y referentes locales y regionales de todo el territorio.
Y no han cambiado tanto las cosas en algo más de 250 años. Cada vez que el genuino movimiento popular emergió organizadamente y se hizo del poder, no se escatimaron gastos para perseguir, desmembrar, encarcelar y aniquilar a sus principales cuadros y figuras. No sólo a sus líderes visibles que son los que figuran en los libros y las memorias; particularmente a sus payadores, a sus divulgadores, sus sabios, sus curanderos y guerreros.
Las cosas no han cambiado mucho. Hoy mismo, 25 de mayo, se están desarrollando acontecimientos que el pueblo llano y simple mira de afuera, lo que otro decide sobre sus vidas. Si bajo un mismo régimen, el alineamiento es con América del Norte (Estados Unidos, Inglaterra e Israel) o con Asia Central (China, Rusia y la India).
La revolución formalmente iniciada el 25 de mayo de 1810, aún no ha concluido 213 años después. Los Rivero, los Molina o los Pampa Felipe de hoy se andan buscando nuevamente.