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Tiemblen los Tiranos 175: Causas del Terrorismo de Estado

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Lo siguiente es un documento que en un día como hoy, es imprescindible leer.

El Editor Federal

[NOTA del EDITOR: Lo siguiente es un documento escrito oportunamente como material de formación política interna de la agrupación política Social 21, La Tendencia. La versión publicada dataría de noviembre de 2018, aunque es probable que haya otras anteriores o posteriores. Su autoría o escritura principal, habría sido realizada por Ángel Cadelli, histórico militante de ANUSATE y referencia de la industria naval nacional dado su desempeño en el Astillero Río Santiago.]

I

Cuando se habla de los compañeros desaparecidos, casi siempre lo que trasciende o se publica es el anecdotario policial. El relato macabro de la persecución, la captura, la tortura y la muerte. Pocas veces se refiere la causa por la que el imperialismo los secuestró, torturó y asesinó 30.000 veces. El proyecto político de liberación nacional al que pertenecían queda para un después que nunca llega. Memoria, verdad y justicia, se quedan generacional, doctrinaria y socialmente cortas. No dan testimonio del trasvasamiento, actualización y nacionalización de la Patria socialista. Las tres razones que el terrorismo de estado vino a destruir.

Los desaparecidos no eran compañeros excepcionales más allá de su compromiso revolucionario. No eran ni piquitos de oro ni luminarias esclarecedoras. Los hombres son todos más o menos parecidos. No son las cualidades personales las que hacen la diferencia, sino la causa a la cual sirven. Ahí, en su causa, está toda su grandeza, o su mezquindad. Ese es el mayor contraste entre los compañeros y sus captores.

Por eso, el relato policial de su trágico destino no les hace justicia si no incluye su proyecto político también. La crueldad del imperio parece gratuita, inexplicable, absurda. Hace de las víctimas de la doctrina de seguridad nacional… tipos con una terrible mala suerte. No ´targets´ estudiados, perseguidos, asesinados. Además, el ensañamiento con la militancia de base, humildes delegados de fábrica, estudiantiles o barriales, también tiene una razón de ser. No por brutal y perverso, el terrorismo dejó de ser inteligente, lúcido y atroz.

La mayor elocuencia política no es lo que se dice sino lo que se hace. Y los delegados de base no eran tan importantes por lo que decían sino por lo que hacían. Una y otra vez en el trabajo, la facultad y el barrio, la militancia por la liberación nacional daba testimonio de su compromiso revolucionario. Ahí ejercía trasvasamiento generacional, actualización doctrinaria y socialismo nacional. Entonces, su propia vida era su discurso más poderoso. Su presencia, el hecho político testimonial. Sus actos, su mayor elocuencia.

Y, cuando alguien hace de la propia vida su discurso, la única forma de silenciarlo es… matándolo.

Simple y brutal razonamiento de la embajada y los servicios. Mortal pero eficaz freno a un debate político que subía desde el pie. Ya no era el regreso de Perón y un ciclo biológico próximo a su fin. Era la proyección al futuro de los protagonistas imberbes que lo cuestionaban. Una argentinidad al palo, joven y adoctrinada, que había renegado del capitalismo antes de traer de vuelta al general. Juventud peronista no sectaria, que se unía con la izquierda nacional, el radicalismo por la liberación, el nacionalismo popular. Un sentimiento común a estos cuatro palos políticos, que hacía que estuviesen más cómodos entre sí que con los demás peronchos, zurdos, radichetas, fachos, dogmáticos y verticalistas, serviles a su estructura partidaria.

Como emergentes fácticas de la actualización doctrinaria, el trasvasamiento generacional y el socialismo nacional… que el propio Juan Domingo Perón alentaba en sus reuniones con las (por él así bautizadas) Formaciones Especiales… y con su negativa a reunirse con Álvaro Alsogaray (al que bautizó como “el enemigo”)… y despidiendo al Che Guevara con el título “Ha caído el mejor de nosotros”… y etc… la Juventud Peronista creó la figura legal de las Sociedades y Corporaciones del Estado (SyCEs).

Forma argentina, ágil, poderosa y auto determinada de la propiedad social de los medios de producción. Impenetrables al capital privado por antonomasia, pero abiertas a la participación estatal municipal, provincial, nacional o de otras SyCEs. Estado Empresario, para nada bobo, cuya razón social se fundó en la voluntad política soberana de renegar del capitalismo y la propiedad privada como razón de la tarea industrial, comercial, financiera, agropecuaria. Factores de escala concurrentes, integración de valor agregado, asociatividad expresa, ¿¡y todo estatal!?… Los radares imperiales se pusieron en alerta roja.

Para peor de males, El Viejo, influído por los aires progresistas de la época, con un toque gramsciano reconocible a simple vista, le impuso al Rengo Robledo, a la sazón Ministro de Defensa, la designación de directores obreros en todas las fábricas a su cargo… que, obviamente, eran militares en su mayoría sino en su totalidad. El argumento no podía ser mejor: si los trabajadores son los verdaderos creadores de la riqueza, ¿por qué razón no deberían participar de su administración? Es justo que quien más trabaja, sepa el destino de lo que produce… La sorpresa fue casi tan grande como el escándalo. ¡Perón corría por izquierda a la JP!…

En menos de lo que canta un gallo, las estructuras conservadoras y revolucionarias se dieron a la tarea de disputar ese puesto en el directorio que El General tan generosamente les ofrecía. En Ensenada, ARS, el filo montonero Negro Vicente primereó en la asamblea general y entró en la historia como director obrero inaugural. Pero a los dos años fue reemplazado por Bertita Di Plácido, de la ortodoxa agrupación Azul y Blanca de ATE Ensenada. José Tacone, en SEGBA, Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires, tal vez haya sido el más trascendente, y paradigma de la competencia profesional empírica, sin cartulinas universitarias.

Toda esta iniciativa de clase desapareció a partir del 24 de Marzo de 1976.

Los fundamentos de la constitución de los directores obreros, y en fábricas militares, nada menos, no tardaron en hacerse populares más allá de éstas. Si era cierto que los trabajadores eran los factótums de la riqueza en las empresas del estado, también seguía siendo cierto en la empresa privada. Por lo tanto, sería justo que también en la actividad privada los trabajadores tuviesen participación en los directorios. Así, el ARS contagiaba a Kaiser Aluminio, Propulsora Siderúrgica, SIAP, INDECO, Petroquímica Olmos, etc.

Pero las estructuras gremiales de metalúrgicos, petroleros, químicos, mecánicos y demás, veían en el director obrero un cargo desde el que sus opositores podían hacerse fuertes y desestabilizar su conducción, ya harto cuestionada sin necesidad de agite extra. Paralelamente, los empresarios privados, con semejante espía en el directorio, expondrían a la luz del sol (y de la asamblea en fábrica) sus ganancias, inversiones, ahorros, evasiones impositivas, sub y sobre facturaciones, endeudamientos, vaciamientos, quiebras, etc…

Entonces, el pacto sindical-empresario fue un hecho político secreto, conservador e inmediato al de los directores obreros. Triste y menor antecedente del otro, el sindical-militar, que suscribieran al final del terrorismo de estado El Loro Miguel y el Almirante Massera, que denunciara Raúl Alfonsín, y cuyo fruto más visible fuese la aceptación, por parte del PJ e Ítalo Luder, de la auto amnistía del gobierno militar de facto.

El olvido de estas y otras iniciativas políticas, que tenían como protagonistas a compañeros como Jorge El Petiso Astudillo en ARS, le quita causalidad a su militancia además de a su desaparición forzada. El relato policial de sus penurias no les hace justicia. Ni memoria. Ni verdad. Carece de aquello que amaron: Un proyecto argentino de liberación nacional. Para Argentina y la Patria Grande. Universalista y proletario. Con acento rioplatense y pacífico. El socialismo nacional. Pero con una dinámica y energía que los países de la URSS ya habían perdido, si es que alguna vez la tuvieron. Para matar esto, los desaparecieron.

Desarrollo de proveedores. Pleno empleo. Pymes. En el plan general de gobierno jamás estuvo como modelo el estado elefantiásico soviético, omnipresente y atendiendo pequeñeces. Tampoco una planificación central agobiante y excluyente. La guerra trajo la sustitución de importaciones como respuesta, pero a manos de la pequeña y mediana empresa más que del Estado Empresario. Mosconi, Yrigoyen, Savio, Perón, dieron escala estatal al petróleo, el acero, los ferrocarriles, lo macro, sin ahogar la pequeña y mediana escala existente en la empresa privada nacional, a la que desarrolló como proveedora, abastecedora, complementaria.

El estado peronista era particularmente consciente de que los tamaños influían sobre la eficiencia de la planta industrial o comercial. Los gatos no cazan guanacos ni los pumas se alimentan con lauchas. La gran empresa estatal debe atender lo macro, la pequeña empresa privada lo micro. Por lo tanto, debe haber en las primeras una política de desarrollo de proveedores, de modo de ir delegando las tareas no estratégicas en la pequeña y mediana empresa argentina, que es la gran proveedora de fuentes de trabajo.

La memoria establece, a muy grosso modo, un 20% del empleo en las multinacionales, otro 20% en el estado y el 60% restante en las pymes. Pero, a pesar de que el 80% de las fuentes de trabajo se repartía entre privados, lo que le resultaba intolerable a las embajadas era el poder del Estado Empresario de anular-sustituir a la multinacional como líder del mercado interno. Ford Motor Argentina fue forzada por Juan Domingo Perón a venderle Fords Falcon a Cuba, rompiendo el bloqueo al que su casa matriz obedecía. El conflicto en EEUU fue enorme para la Ford: fue demonizada recordando los coqueteos de Henry Ford con Adolf Hitler.

Esta insurgencia industrial argentina, en la que el propio mercado interno era su mayor apoyo, tenía el poder del efecto demostración para toda la Patria Grande del Caribe y la América del Sur, a la que entonces se llamaba América Latina. Y la alianza Estado Empresario-Pyme Nacional constituía un eje dinámico mucho más fuerte que el del capitalismo: Multinacional-Pyme, o el comunismo: Empresa Estatal Integrada. Porque las multinacionales tendían a importar sus insumos de los países de origen, tanto sea de la casa matriz como de sus proveedores de allá, y la Empresa Estatal Integrada era lenta y pastosa para los cambios y las mejoras que la evolución industrial exige de manera constante. Así, La Patria Peronista tenía un enemigo… ¿bipolar?.

Lo de bipolar no es juguete: el Partido Comunista Argentino declaró públicamente que la de Jorge Rafael Videla era más bien una dicta-blanda que una dictadura, tal vez seducido por la continuidad, que José Alfredo Martínez de Hoz y la Sociedad Rural Argentina garantizaban, de las exportaciones agropecuarias a Rusia. Tampoco la exportación de los Falcons a Cuba le pareció bien a la izquierda dogmática, que creía al hinterland cubano un mercado cautivo del socialismo internacional, y veía en la compra de Fidel Castro a la Argentina una ingratitud manifiesta más que un ejercicio de soberanía cubana o un vínculo latinoamericano.

Sosteniendo lo propio contra lo ajeno, la militancia industrial se extendía mucho más allá de la mera reivindicación salarial. El sujeto colectivo trabajador enderezaba su espalda de esclavo y se negaba a bajar la vista. Quería observar y comprender ese panorama al que accedía por primera vez y que las patronales de la empresa privada o el estado autoritario le habían negado. La Tendencia Revolucionaria del peronismo no se quería bajar de esa ventana política, abierta para siempre desde El Luche y Vuelve, anterior a y razón de

El Regreso de Perón, por la que espiaba a la propiedad privada de los medios de producción. Esta lucidez es tan potente como la del Internacionalismo Proletario, se decía… Igual, lo mismo, pensaron las embajadas.

Ser expulsado-despedido de la fábrica durante el terrorismo de estado era ingresar a una lista negra que compartían Propulsora Siderúrgica, Kaiser Aluminio, YPF, Petroquímica Olmos, ARS, la UOCRA, PGM, Ferrocarriles Argentinos, y toda empresa de La Plata, Berisso y Ensenada. El destino del compañero caído en desgracia era sobrevivir como mano de obra barata de los subcontratistas de mano de obra, o hacer patito con el orto en la calle más solitaria y hostil que se pueda imaginar: …levantar la voz era morir al toque.

Así se creó la empresa sub-contratista golondrina o fantasma, constituida por oficina alquilada, teléfono, secretaria bonita pero incompetente y empresario siempre ausente. Institución que flexibilizó a la baja salarios y condiciones de trabajo del mismo modo que hoy sucede con los desocupados. Cuestión que la embajada consideraba central para el buen desempeño del capitalismo, que requiere no menos del 5% de la población económicamente activa de desempleo, y La Patria peronista había violentado ocupando al 100%.

El pleno empleo desestabiliza al capitalismo. Sin miedo, el trabajador se hace valer. Sin el hambre ni la amenaza de muerte, el obrero se emancipa, se libera. Y, con las cuentas claras y a la vista, comprende que la facturación de la empresa privada tiene un tercio de costo, otro tercio de impuestos y otro más de ganancias para su dueño. Es decir, que su salario está como parte del primer tercio y la plusvalía de su patrón es todo el tercero. Los directores obreros gramscianos de Juan Domingo Perón sacaron esto a la luz, porque, aunque los laburantes fuesen minoría en el directorio, eran mayoría en la asamblea general de trabajadores.

La información es poder. La estructura de costos de la empresa pública pero también de la privada, la ecuación económico financiera de sus cotizaciones, la proporción de materiales, insumos, mano de obra, energía, impuestos, costo financiero, cargas patronales, multas, premios, seguros, todo, derramó hacia la clase trabajadora gracias a la transparencia peronista que garantizaban los directores obreros. Alarmado, casi en la desesperación, el capitalismo se veía cada vez más desnudo ante sus propios subordinados, los trabajadores. El terror desde 1976 frenó esta consciencia en desarrollo y retrotrajo las cosas al orden conservador previo.

Fueron beneficiarios económicos de la política de estado terrorista, entre otras muchas empresas, Talleres Carini, del homónimo dueño, Instalarsa, del Petiso Cañedo, Coninsa, del Pepino Riccione, Ingeniería Sanchez, del ingeniero de igual nombre, etc. Todos ellos subcontratistas de mano de obra y efectores de la privatización periférica de las empresas del estado, además de flexibilizadores a la baja de salarios, seguridad y condiciones de trabajo en general. De visible operatoria política en un principio, con el tiempo la práctica se naturalizó, al punto que no pocos trabajadores les agradecían el tener trabajo a pesar de su desgracia, de la cual se culpaban a sí mismos más que al gobierno militar o al capitalismo imperial. Así de confuso fue todo.

El sacar mal las cuentas se volvió la práctica de legitimación seudo contable de la subcontratación a ultranza. Comparando obreros en blanco, con cargas patronales, comedor en fábrica, salario familiar, aporte jubilatorio, obra social, vacaciones pagas, ropa de trabajo, medidas de seguridad e higiene, con obreros en negro, desesperados, temerosos hasta de perder la vida, sin ninguna de las condiciones antedichas. Las cuentas truchas eran harto favorables a la subcontratación y contrarias a la mano de obra propia. Igual con los costos fijos de mantenimiento, calidad, ingeniería, edificios, parque de máquinas, es decir, la estructura que permitía contratar el trabajo industrial, que el costeo por absorción cargaba sobre la mano de obra directa propia mediante un ratio indirecto… pero se olvidaba de hacerlo cuando se evaluaba el precio de la subcontratada.

Esta competencia desleal del “out sourcing” respecto de la mano de obra propia era obediente a un modelo norteamericano que las empresa europeas no compartieron. Los cruces entre la General Motors, que tercerizó al máximo su cadena de valor hasta fundirse, con la Siemens alemana, que le adivinó el futuro gratis y en público debate industrial, no tardaron en repercutir en la colonia argentina, mal que le pesara a la embajada yankee. Incipiente pero crecientemente, las empresas privadas de matriz europea empezaron a resistir la subcontratación de mano de obra, que en su caso ya no sería privatización sino enajenación periférica de la cadena de valor agregado. Propulsora Siderúrgica, Kaiser Aluminio y otros actuaron así.

Pero estas decisiones partían de la ecuación costo-beneficio capitalista, no de la voluntad soberana de bienestar popular y engrandecimiento del país, que eran los de la militancia política de liberación. De ahí el reproche a los compañeros que consideraban “serios” a los empresarios capitalistas que no adherían a los Chicago boys de Martínez de Hoz. Confundían una contradicción inter capitalista con la resistencia a la más brutal de las injusticias, la desaparición forzada de personas, el secuestro, la tortura y la muerte, impuesta a sangre y fuego para defender la crematística, la plusvalía, el lucro, la ganancia, el materialismo propietario.

El socialismo nacional argentino había efectuado el trasvasamiento generacional y la actualización doctrinaria correspondientes. Las SyCEs eran la instrumentación argentina, ágil y poderosa, de la propiedad social de los medios de producción. Su razón social, libre y auto determinada, podía incluír o excluír la

ganancia como objetivo. Su presencia estratégica en el mercado las hacía creadoras y reguladoras de la tarea, los precios, la calidad. Ese 20% de la población económicamente activa enrolada en el Estado Empresario le bastaba para constituir una suficiente y benéfica hegemonía en el mercado interno argentino. Forzadas desde ahí, las automotrices que hoy importan el 70% de los autos que venden, llegaban al 95% de integración nacional. Esto es, solo chapa del techo en el Fiat 600, y solo el diseño Ghia en el Ford Falcon… Contra esto fue el golpe. El socialismo nacional argentino no solo cacareaba, también ponía huevos.

FATE, Fábrica Argentina de Telas Engomadas, producía calculadoras de diseño argentino. SIAM Electromecánica hacía autos, electrodomésticos y lo que se le pusiese a tiro. Nadie estaba desocupado. El pleno empleo era un hecho materialmente verificable, tanto en la estadística de la producción de bienes y servicios como en la de su consumo. Ni siquiera a ese 5% que los economistas y el capitalismo consideran necesario le faltaba trabajo. El 100% de la población económicamente activa estaba ocupada.

Enojada con la emancipación de la colonia, en 1975 la Chevrolet, la General Motors, abandonó el patio trasero y se volvió a EEUU… nadie se dio cuenta ni lamentó el hecho, más allá de la hinchada de TC. Se dijo desde la derecha que las reivindicaciones laborales le resultaban insoportables. Desde la izquierda no sabían qué decir ni dónde pararse. Desde el peronismo señalaron que lo que era insoportable para Chevrolet la Ford se lo bancaba sin chistar. Y Fiat, Ika, Citröen, Peugeot, Mercedes Benz, Di Tella, Dodge, también.

El terrorismo de estado no derrotó a nadie. Secuestró, torturó y asesinó. Pero no venció. Un ladrón que despoja a su víctima, la roba, pero no la derrota. Un asesino que mata a una persona, le quita la vida, pero no la vence. Es decir que, precisamente por no poder vencer políticamente al trasvasamiento generacional, la actualización doctrinaria y el socialismo nacional, el capitalismo apeló al terrorismo de estado, la doctrina de la seguridad nacional, la geopolítica norteamericana en la Patria Grande del Caribe y la América del Sur.

Si el rol del Estado Empresario argentino no ha sido reivindicado como corresponde, se debe más a sus éxitos que a sus fracasos. Desarrollando proveedores nacionales de alta calidad de insumos, materiales y equipos industriales, calificó para siempre a la pequeña y mediana empresa argentina. La excelencia de sus productos y servicios, la potencia de satisfacer las más rigurosas normas de calidad, alcanzada como abastecedora del Estado Empresario, le abrió a la pyme puertas de mercados que antes se le cerraban.

En este altísimo nivel tuvieron que estar, en el caso del ARS, para ser proveedores de componentes para centrales nucleares, bajo requerimientos de la A.I.E.A., Asociación Internacional de la Energía Atómica, partes de armamentos y buques de guerra, bajo normas A.Q.A.P., Allied Quality Assurance Procedures, de la N.A.T.O., North Atlantic Trate Organisation. Igual en YPF, con las exigencias A.P.I., American Petroleum Institute. O en Ferrocarriles, con las de S.N.C.F., Societé National des Chemins de Fer, y las A.A.R., Association of American Railways. Y así siguiendo. El Estado Empresario era ventana al mundo de la pyme.

Entonces, cuando se desconoce esta realidad del pasado que debe volver a ser, cuando se ignora el alto destino posible para la industria argentina, se desmerece el esfuerzo ciclópeo de la generación diezmada, de la militancia emancipadora de peronismo combativo, izquierda nacional, radicalismo por la liberación, nacionalismo popular. Cuando el terrorismo de estado dejó correr las iniciativas que usurpó, el éxito industrial sobrevino tarde o temprano. Cuando quiso imitarlas (Alm. Massera, Thyssen de Alemania, en el Astillero Domecq García, hoy Alm. Storni) su torpeza, corrupción e incompetencia fracasaron rotundamente.

El esquema de funcionamiento industrial de pleno empleo argentino, conducido desde el 20% del Estado Empresario, elevó el trabajo, la calidad y la facturación a niveles jamás vistos antes. Nadie tenía stock en automóviles, artículos del hogar y consumos por el estilo. La fuerte demanda agotaba las existencias por anticipado, el comercio vendía con plazo incierto y dos o tres meses antes de recibir el envío de fábrica. Y los bienes de capital gozaban de una planificación nacional centralizada por ELMA, YPF, CONEA, SOMISA, FM, SEGBA, YCF, Aerolíneas, Ferrocarriles, todas ellas empresas del estado, coordinadas como SyCEs.

Esto diversificó el perfil de las importaciones argentinas a la baja en valor agregado. En vez de los artículos de consumo que se adquirían antes, ahora aparecían más insumos y máquinas para la industria nacional, creando más empleo y de mayor calidad en el mercado interno del que nunca existió. La demanda de matriceros, torneros, fresadores, ajustadores, montadores y demás oficios de la metalurgia hizo de todos ellos un motivo de bienestar, orgullo y prestigio social… que se hacía sentir en los convenios colectivos de trabajo con pautas salariales en otro tiempo imposibles de imaginar. El obrero industrial se hacía valer.

Pronto, estas potencias internas de la Patria argentina y su Pueblo trabajador, encendieron alarmas imperiales al norte del Río Bravo. En el rubro automovilístico, la indiferencia ante las multinacionales, antes alabadas hasta la obsecuencia, hacía pensar en una reedición agigantada del paradigma Torino y la total sustitución de cualquier marca extranjera por el motivo que fuese. Ya estaban importando apenas el 5% de cada automóvil y la situación tendía a consolidarse. En el rubro energético, la construcción exitosa de partes

nucleares más el dominio de las tecnologías de reactores lentos y rápidos por igual, con toda solvencia y un cierto donaire, ponía la construcción de la bomba atómica al alcance de la mano. Consciente y divertida con la alarma que causaba a los servicios de inteligencia propios y ajenos, la militancia decía que, quien puede lo más puede lo menos, y que la bomba era para las centrales algo simple, como una molotov para un mecánico.

Ya implantado el terrorismo de estado, siendo el ARS proveedor nuclear de Embalse Río Tercero y Atucha, se realizaron estudios para la construcción de submarinos nucleares con el reactor hoy conocido como tipo Carem, dado su estrecho volumen de inscripción. Después el Alm. Massera se llevó la inquietud a Tandanor, creando el Astillero Domecq García, consagrado a submarinos y equipado por Thyssen Gruppe de Alemania, con la idea de comenzar por convencionales no-nucleares. Prueba de su iniciativa y consecuente acción industrial, la constituye el hecho de que la planta sigue virgen de toda producción, a medio siglo de creada, y sin las costosísimas máquinas, que habrían emigrado de modo non sancto a Brasil, durante Menem.

No está bien omitir en la memoria, verdad y justicia de lo que pasó en el terrorismo de estado las causas profundas que le dieron lugar. La matanza fue la herramienta de restauración violenta del orden colonial capitalista, que la política del gobierno y las militancias nacionales y populares de la época superaban largamente. Esta realidad no-policial, socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana, es el motivo por el cual los militares golpistas usurparon el gobierno. Con la anuencia de políticos profesionales, empresarios capitalistas y jerarcas religiosos, que sentían amenazados sus privilegios de clase no-trabajadora por la continuidad de la política a manos de una juventud que ya había hecho el trasvasamiento generacional, la actualización doctrinaria y se mandaba, con toda fe y esperanza, hacia el socialismo nacional.

Nada grande se hace sin alegría. Y aquella juventud era alegre, solidaria, comprometida. Decía que iba a hacer las más grandes cosas, y después las hacía. Prometió que iba a traer a Perón de regreso, y cumplió. Anhelaba el pleno empleo para todos, y lo alcanzó apenas recuperada la democracia. Deseaba salarios justos, y los logró cada vez que se lo propuso. Porque era particularmente consciente de que no puede haber hambre en el país de los alimentos. Hoy hay 42 millones de argentinos, el país exporta alimentos para 460 millones de bocas… y, sin embargo, hay gente que pasa necesidades. El propio territorio está sub-habitado en enormes extensiones… pero también faltan terreno y vivienda para gran parte de los argentinos. El país revista en la categoría de sub-desarrollado, casi todo aún está por hacerse… pero, a pesar de ello, falta trabajo. Es decir, la injusticia social, hoy en democracia como ayer en terrorismo de estado, es un objetivo político arteramente planificado y no un efecto colateral indeseado. Por lo tanto, el país no es pobre sino que es empobrecido.

Pero ese empobrecimiento planificado excluye al empresariado capitalista, que tanto fabrica en el país como importa del extranjero, que si no produce especula financieramente, y que se beneficia del temor del obrero, los salarios a la baja, las malas condiciones de trabajo, el 5% de desocupados que el capitalismo asimila al pleno empleo… a números de hoy, aquí y ahora, 1.250.000 desocupados, nada menos. Entonces debería llamarse al banquillo de los acusados a la Sociedad Rural Argentina, la Unión industrial Argentina y todas las instituciones empresarias de aquel entonces que prohijaron el terrorismo de estado para restablecer las condiciones coloniales de injusticia que maximizaban sus ganancias y minimizaban sus costos capitalistas. Sería más memoria, más verdad y más justicia, complementarias de las tan noblemente conseguidas en estos años. Las causales profundas del violentamiento de la democracia de entonces, aún pendientes de registro.

También las embajadas norteamericana e inglesa. También las europeas y la japonesa. También la rusa y la china. Nadie dejó de hacer negocios. La que se perdió fue la libertad política, democrática. No la de mercado. Todos sus agregados comerciales siguieron transando negocios sobre el trasfondo del secuestro, la tortura y el asesinato de los 30.000. La noria capitalista no se detuvo. El terrorismo de estado la protegía. Y a sus márgenes de ganancia también. Porque no fue que justicia social, liberación económica y soberanía política los dejaran afuera. Sino que reducían sus utilidades y su dominio estratégico de los mercados a un nivel justo y equitativo para el código peronista: fifty-fifty, mitad para el capital, mitad para el trabajo.

Esto, y no otra cosa, es lo que les resultó insoportable a la embajada y al pentágono. Porque en su geopolítica imperial, el capitalismo establece que las reguladoras fácticas del mercado colonial son las multinacionales que le pertenecen. La propiedad privada y extranjera de los grandes medios de producción. No la propiedad social argentina. No YPF, no ARS, no ELMA, no SEGBA, no CONEA, no SOMISA. No el Estado Empresario argentino, no las SyCEs, Sociedades y Corporaciones del Estado, no los directores obreros gramscianos que Perón le ordenó a Robledo crear, elegir y respetar en todas las empresas de defensa.

Contra eso fue el terrorismo de estado, contra la máxima socialización posible de un medio de producción, que es la propiedad estatal nacional, que hace dueños del mismo a los 42 millones de habitantes. La llave estratégica de regulación del mercado interno del país. El 20% de los trabajadores que, desde allí, crea y conduce la actividad del 60% de los enrolados en la pyme y el restante 20%, de las multinacionales. Por eso el terror y la privatización periférica a manos del golpismo militar y sus socios capitalistas.

II

La fenomenal reducción de los costos salariales producida por las listas negras del terrorismo de estado no necesariamente redundó en una baja de precios de bienes y servicios. La fuerte caída en la parte de los trabajadores fue inmediatamente apropiada como ganancia por la patronal, en absolutamente todos los casos. Pensare como conservador acólito del régimen militar o como secreto opositor de la progresía, el total del empresariado capitalista absorbió gustoso la plusvalía manchada con sangre. Se vería en el futuro si ese suculento beneficio extraordinario merecía alguna expiación culposa de su parte. No entonces, no cuando era la hora de recaudarlo. Tal vez después, quizá más adelante, si la política cambiaba… No aceptar era riesgoso.

El inesperado, pero no tanto, superavitario resultado en las arcas empresariales, disoció el mercado interno de sus principal demanda, los salarios industriales. El contraste fue feroz, cruel, pero el colchón de bienestar social heredado del gobierno constitucional tardó un tiempo en diluirse. Y el terror mantenía a raya la reivindicación política. Recién para 1979, la CGT Brasil, Ubaldini, lanzó un paro nacional, de acatamiento notable si se atienden las circunstancias. El conflicto inter pares entre el empresariado y la embajada poco tardó en plantearse. Los primeros decían tener excedentes exportables, pero la segunda solo aceptaba los de origen primario. No le interesaba una colonia proveedora de productos industriales, por baratos que fuesen.

Internamente, la tercerización a ultranza, el out sourcing importado de EEUU, comenzaba a dar lugar a una carrera de corrupción galopante, no exenta de negocios cerrados a punta de pistola y con el Unimog de la tropa esperando en la puerta. Porque también la empresa privada recibió visitas de cortesía para convencerla de subcontratar empresas fantasmas, de mano de obra barata pero altamente calificada, y delegar en ellas tareas rentables que ejercía por sí misma… socializando ganancias con los esbirros del régimen. Oferta que casi nadie osó rechazar y forzó a los jefes de personal a despedir trabajadores con cualquier excusa para luego retomarlos bajo el mando de la compañía sub contratista y para hacer, exactamente, el mismo trabajo. Tan vil e impune era la circunstancia, que muchos trabajadores-rehenes ni se molestaban en llevarse la ropa y efectos personales. Dejaban la taquilla del vestuario con el candado puesto, ya que antes de una semana volverían al mismo lugar, para hacer el mismo trabajo, con las mismas herramientas. Lo único que cambiaba era su patrón.

Brutos sin consuelo, al punto en que solo un militar puede serlo, el terrorismo de estado creyó que podía ser aceptado por el primer mundo, que Roma pagaría traidores. Con esta ilusión, lamió cuanta bota extranjera se expuso a sus lambetazos… con resultado nulo. Cuanto más esforzada era su obsecuencia, peor y más humillante era la respuesta de la embajada. Entonces, descorazonado, el régimen vuelve sobre sus pasos y trata de congraciarse con la Patria argentina y su Pueblo trabajador. La consigna es inapelable para propios y ajenos: Malvinas. La reivindicación secular que nadie osó atender, tampoco la democracia. El Gral Galtieri tiene, llena y rebosante, su Plaza de Mayo… y con su dueño histórico, Perón, muerto. Es el caos.

El empresariado capitalista nacional y extranjero, tan insaciable como el del cualquier otra parte del mundo, comprende que es un error estratégico y se abre lo más cuidadosamente que puede. Pero se abre. Una cosa es matar argentinos y muy otra ingleses. Una cosa es defender el capitalismo extranjero y muy otra el territorio nacional. La embajada, gustosa, deja que los niños vengan a ella. Es tema más del Pentágono que de la Secretaría de Estado. No es tema de empresarios ni es negocio. “Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla” hace explotar de patriotismo a la multitud. Pero “yo interpreto al pueblo argentino” produce una rechifla igual de intensa, acto seguido. El borracho rencoroso, único cadete en reprobar West Point, gana y pierde por goleada en un mismo discurso. El caos crece sin parar, parece no tener límites.

Estados Unidos es el país más poderoso de la tierra. El Pentágono, no el Capitolio o la Casa Blanca, es la institución más poderosa de EEUU. El complejo industrial-militar lo más poderoso del Pentágono. Y Northrop Grumman, el mayor fabricante de armas del planeta, es el grupo más poderoso de ese complejo militar-industrial. Todo empresario lo sabe, aunque no lo diga. La embajada se lo enseña, gratis y sin tener que pedirlo… a la fuerza. Y la voz del imperio dijo: Ni siquiera los peores de los argentinos son confiables. Hasta los que secuestraron, torturaron y asesinaron a 30.000 de sus compatriotas, cumpliendo la geopolítica norteamericana para la región, la doctrina de la seguridad nacional. Hasta ellos, diluído su poder inicial, necesitados de congraciarse con la gente, apelaron a la causa de Malvinas. Causa que la sociedad reivindica por popular, latinoamericana y anti imperialista. Es decir, antinorteamericana… Inglaterra debe ganar.

Así el empresariado se preparó a obedecer a la nueva guardia colonial. Se alineó con la embajada contra el gobierno militar de la misma forma que antes lo había hecho con el terrorismo de estado contra el Pueblo trabajador. Eran marxistas, pero de Groucho. Los que cambiaban eran los mandantes. Ellos siempre eran obedientes. Y tenían principios para todo tipo de liderazgo. Su misión era hacer dinero, no política. De fabricantes nacionales se convirtieron en importadores. De industriales en financistas. Diversificaron toda su

cartera de inversiones. Y eran capaces de ir a todas partes donde el lucro los llamara. Siempre en calidad de colonos que jamás desafían al imperio que les da poder. Esto es, EEUU y el capitalismo. Así fue y aún es.

Ideologizar el terrorismo de estado es algo que no todos toleran. Porque son de derecha. Pero lo que sucedió con el mismo fue una restauración del orden colonial, que la democracia desafiaba superándolo por mucho en bienestar popular, producción industrial, empleo, vivienda, cultura, turismo. Era la movilidad social ascendente peronista lo que acontecía. Feliz y a toda velocidad, sucedía. Porque se resistía a perder el terreno ganado, la clase trabajadora y su militancia fabril, universitaria y barrial fue demonizada. El diagnóstico falso de Ricardo Balbín denunciando una guerrilla fabril que no existía y declarando que la Unión Cívica Radical no tenía solución para la situación creada fueron luces verdes al golpe, que tal vez no imaginó tan cruento.

Esta caracterización fue repetida a ultranza por la pyme capitalista, que mordía la mano que le daba de comer. Esto es, el Estado Empresario y la protección política del mercado interno argentino. La producción nacional de bienes y servicios. La regulación de salarios y condiciones de trabajo por medio de convenios colectivos, con discusión paritaria entre capitalistas y trabajadores. Ese sistema, solidario y unificado, hacía que un metalúrgico aislado, de Tierra del Fuego, fuera defendido en su salario por las masas conurbanas y capitalinas, que tenían fuerza suficiente para hacerlo, en un convenio colectivo con el país como territorio único. Igual los trabajadores rurales de los campos de la oligarquía nucleada en la Sociedad Rural Argentina. Igual los albañiles empleados en las obras de empresarios de la Cámara Argentina de la Construcción. Gente adinerada que protestaba contra la unidad nacional de los trabajadores… olvidando que UIA, SRA, CAC y todas las cámaras empresariales también unificaban el territorio nacional cuando les convenía.

Esta típica doble vara, se estiró hasta el relato policial con el regreso de la democracia, pero no toleró el político, el ideológico, el causal del terrorismo. Porque los derechos humanos se detienen ante la propiedad privada de la misma forma que las libertades republicanas ante las ganancias imperiales. Lo que no está dicho todavía, lo que no tiene aún memoria, ni verdad, ni justicia, es que el sistema partidocrático demoliberal cesa cuando el imperialismo capitalista lo desea. Y que, aunque se hayan logrado de forma pacífica y republicana, la propiedad social de los medios de producción, la protección del mercado interno, el estado de pleno empleo, los salarios dignos y el desarrollo de la pyme nacional, fueron negados violentamente, con secuestro, tortura y muerte, a favor de privilegios indebidos de las cadenas de valor extranjeras. La Nippon Electronic Company, socia de Perez Companc en Pecom Nec, arrasó con todo lo desarrollado en el país. Objetaron a Fate diversificarse hacia la electrónica siendo una fábrica de neumáticos. Pero olvidaban que Perez Companc venía del petróleo… Lo que realmente se objetaba era que Fate era autónoma y nacional, y el otro un prestanombre, un facilitador del país, own country brocker de los japoneses para meterse en el mercado interno argentino.

La amenaza de dumping, con la expresa anuencia del gobierno militar, era ejercida para reconvertir lo libre en dueño de sus cadenas. Chloride International le ofreció a fabricantes y distribuidores de ATMA ser parte de su estructura y vender importado en vez de nacional. La oferta, que no podían rechazar, consistía en plegarse inmediatamente, antes de ser destruídos por precios con los que no podrían competir, y mantener la cartera de clientes, pero ya sin fabricar ATMA nacional, vendiendo Chloride importado. No acceder era tal vez morir… en el más amplio sentido de la palabra, no solo industrial o comercialmente. Así, trabajo, capital y conocimiento acumulados durante años de profesión, eran arrumbados en un rincón para vender extranjero. Y la mano de obra, acendrada en años de genuina labor argentina, era bombeada a la baja, hacia las manos de subcontratistas que la parasitarían, intermediando innecesariamente entre el trabajador y quien lo necesite. La transformación de algunas víctimas, no todas, poco y nada tardó en llegar: lamiendo, adulando la mano que lo explotaba, egoísta y cagador, individualista a ultranza, ventajero y miserable, el terrorismo de estado también generó su perfil de obrero. Sumiso y delator, obediente y chupamedia, era el preferido de los jefes de la hora.

Los suculentos beneficios del terrorismo de estado para los subcontratistas de mano de obra, se vieron sobre todo en la prontísima capitalización de sus dueños. Las listas negras de los despedidos por la economía formal, en blanco, generaron una mano de obra esclava que se vendía al mejor postor, con salario a la baja, en pésimas condiciones de seguridad e higiene, ilegal y precario. Siendo, en aquel entonces como ahora, la ley del tercio una norma no escrita pero de estricto cumplimiento, un tercio era costo, otro impuesto y otro ganancia patronal. Así, dado que lo único que ponía el subcontratista extorsivo era la mano de obra de su empleado, de mínima se llevaba un sueldo por cada uno que pagaba. Pero, siendo evasor, podía duplicar esa renta, abandonando para siempre su oficinita alquilada, desapareciendo en la noche junto a secretaria, teléfono y escritorio, y dejándole el muerto de salarios impagos, indemnizaciones, juicios laborales y demás deudas a sus forzados contratantes, mancomunadamente responsables con estos delincuentes, según la ley.

Pronto, el mecanismo cundió por todo el país como picardía criolla que aceleraba las ganancias de un modo jamás visto, y para empresarios debutantes, más instruídos en el manejo de pistolas ´45 y fusiles

FAL que en el del trabajo industrial. Les bastaba tener 50 trabajadores introducidos en alguna obra para recaudar 100 salarios por cada mes que aguantaran sin conflicto. Y 1.300 salarios si pasaba un año. Lejos de quejarse, el trabajador de las listas negras muchas veces agradecía al explotador como a la mano que le daba de comer… asociar al que lo despedía de la empresa formal para engrosar la planilla del subcontratista podía ser harto peligroso. La lucidez política estaba prohibida, y podía ser castigada hasta con pena de muerte. Tan fuerte se hizo ese silencio y esa disociación forzada, que se naturalizó y perduró aún ya vuelta la democracia. Del modo descripto, a sueldos de bolsillo de U$ 400/mes, un ignoto subcontratista, de apenas 50 operarios, podía hacerse con más de medio millón de dólares, para él… en solo un año de trabajo ajeno.

Minimización de los costos, maximización de las ganancias, cero conflicto laboral, cero impuesto, amo y señor de vidas y haciendas, el terrorismo de estado era la epifanía del subcontratista de mano de obra esclava. Los más inteligentes, una minoría, invirtió comprando máquinas, un predio, construyendo un galpón u obrador. Los más, brutísimos, perdieron todo con la misma velocidad y torpeza con que lo acumularon. Su perfil daba más para verdugos que para empresarios. Fueron la verdadera cara del capitalismo colonial: el que, cuando sus ganancias son las que considera suficientes, respeta el orden partidocrático demoliberal, pero, si no lo cree así, no vacila en obtenerlas por medio del terrorismo de estado. Y esto, la continuidad del capitalismo, la geopolítica en su modo terrorista, ha sido silenciada. La muerte de la democracia tuvo como culpable casi excluyente al militar golpista. Pero los que hicieron las ganancias fueron los empresarios capitalistas. Con aprobación ficta de muchos políticos profesionales y jerarcas religiosos. El acuerdo tácito en no ideologizar la historia, es una concesión indebida al sistema capitalista. Su peor, atroz naturalización.

Las embajadas fueron más que partícipes necesarias del terrorismo de estado. Fueron instigadoras. Los verdaderos embajadores, los que perduran aún cuando las relaciones diplomáticas se rompen, son los agregados comerciales… la más política y mandante de las voces en una embajada extranjera. Si no ocupa un puesto más visible y jerárquico en la estructura, es para enmascararse. Es por disimulo, no por falta de poder. Y esos, los agregados comerciales, son los que reciben las quejas de las empresas multinacionales y tramitan excepciones que las favorezcan en la colonia de turno… lo que incluye golpes de estado cuando los estrategas del gran capital así lo consideren. Los intereses norteamericanos en otros países y el autoproclamado destino manifiesto del propio, que se transforma en guerra cuando el golpe de sus títeres fracasa, así lo demuestran.

El rol del empresariado durante el terrorismo de estado, el registro, estudio y denuncia de su conducta política, económica y laboral, es una asignatura pendiente de la democracia. Pero quedaría incompleta sin la inclusión del modo capitalista de producción, el carácter colonial impuesto a la economía argentina y la total responsabilidad en lo actuado de las embajadas extranjeras, alineadas a la norteamericana. No hubo bloqueo alguno a partir del 24 de Marzo de 1976. Ningún negocio fue obstruído o perjudicado por el orden dictatorial. Al contrario, como ya se explicó, el out sourcing de mano de obra, la tercerización en beneficio de genocidas convertidos en sub contratistas, intermediarios entre la mano de obra esclava de las listas negras y el capital concentrado, florecieron como hongos después de la lluvia a lo largo y a lo ancho del país. Estado Empresario y empresas multinacionales por igual sufrieron la extorsión armada de estos parásitos casi tanto como su peor víctima: el obrero expulsado de su trabajo, desamparado ante el terror y necesitado de llevar el pan a su mesa.

La causa política del terrorismo de estado, la imposición del capitalismo, la colonización del país, la esclavización del trabajador en listas negras, el parasitismo de la subcontratación a ultranza, no caben en los relatos policiales del secuestro, la tortura y la muerte. Requieren una investigación de la responsabilidad de los empresarios y las embajadas que se beneficiaron económicamente del terrorismo de estado. La no discusión paritaria de los convenios colectivos de trabajo redundó en que la inflación se comió los salarios sin la más mínima actualización. Esa reducción del costo productivo no se trasladó a los precios sino al bolsillo de los patrones. El dinero manchado con sangre de la represión, se transformó en plusvalía, una mayor ganancia de los propietarios a expensas de los proletarios. La Cámara Argentina de la Construcción, la Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural Argentina, aumentaron su lucro a expensas del sueldo de sus empleados. Ellos también podían hacer lo que los subcontratistas de mano de obra, y lo hicieron. Aún hoy lo hacen, lo intentan. Sobre una masa de 100 albañiles, si logran quitarles un 10% de salario a cada uno de ellos sobre 400 U$/mes, harán 4.000 U$/mes de ganancia por reducción de costos laborales… En esta conciencia, cuando vuelve la democracia, El Sapo Grinspun, ministro de Raúl Alfonsín, daba todos los meses un aumento automático de salarios del 1% por encima de la inflación del mes. Eso también fue memoria, verdad y justicia.

Cuando se rompe el abastecimiento interno de bienes y servicios, el que primeramente y más sufre es el trabajador, no el empresario. Los obreros no dejan de producir para transformarse en importadores. Se vuelven desocupados que traccionan a la baja los sueldos y las condiciones de trabajo de quienes aún, por ahora, no se sabe hasta cuándo, conservan su empleo. Este ejército de reserva del capitalismo, que Carlos

Marx describió en el siglo XIX, es un acto consciente y deliberado del sistema, no un efecto colateral del mismo. Así lo prueba el hecho de que todos los economistas, los conservadores pero los progresistas también, aceptan acríticamente una desocupación del 5% de la población económicamente activa como pleno empleo. Esta naturalización con fórceps, considera a ese porcentaje como una masa de trabajadores que está en busca de un trabajo mejor. Eufemismo que hoy ocultaría el drama de por lo menos 1.250.000 desocupados.

Pero desde un punto de vista de poder y control político más que social y de beneficio económico, el terrorismo de estado puso a la empresa capitalista como voz mandante, en nombre y representación del mercado, para la asignación de recursos materiales y la propaganda de valores espirituales. El éxito en los negocios y la prosperidad económica se volvieron una bendición del cielo, una señal contundente del amor de Dios, verificable, material, mientras que el fracaso y la pobreza otra de condena, que daba cuenta de un castigo divino cuya causa, no por desconocida, dejaba de existir… por algo habrá sido. Así, ética protestante norteamericana, libertad de mercado y terrorismo de estado se daban la mano acá, al sur del Río Bravo. La marca de la embajada en todo esto es inconfundible. Son huellas dactilares, ADN genético de Wall Street, la Secretaría de Estado, el Pentágono, la CIA, Ford, Chevrolet, Chrysler, el mercado de cereales de Chicago.

Es el imperialismo,…

Colaborando con la impunidad, revisión histórica y justicia penal restringieron culpa y búsqueda de los culpables a las personas. No a las instituciones, no a las embajadas, no a las empresas capitalistas, que lucraron, y en grande, con el terrorismo de estado. La recuperación de plusvalía de la empresa capitalista y el control extranjero, multinacional, del mercado interno argentino fueron objetivos explícitos del golpe de estado de 1976. No efectos colaterales indeseados, sino el motivo fundamental del hecho y la metodología del terror que le siguió. El retroceso, sistemático y atroz, de todo lo avanzado velozmente en materia industrial, laboral, social y política durante el gobierno democrático. Y la más grande de las instituciones, mayor aún que las embajadas y las empresas multinacionales, es el sistema capitalista. El plan general de negocios de las empresas que, cuando el estado de derecho se le subordina, lo respeta, pero que no duda en violentarlo si restringe sus ganancias, si no le permite transformar derechos en mercancías, si emancipa a sus explotados.

Como ya se dijo, la del tercio es una ley no escrita del capitalismo. Un tercio ganancias, otro costo, otro impuestos. También en la construcción, donde la mano de obra oscila entre 45% y 55% del total del costo. Entonces, al caer derechos laborales y precio de la hora de trabajo humano, Techint, Benito Roggio y demás agrupados en la Cámara Argentina de la Construcción, tomaron como ganancias propias la reducción del salario ajeno. Lo mismo hizo la Unión Industrial Argentina. Igual la Sociedad Rural Argentina. La sangre de los 30.000 abonaba sus negocios y le decía a los demás que mejor recuperar la vieja cultura del no te metás y del igualmente antiguo qué dirán, al que se le agregaba ahora el nefasto por algo habrá sido.

Así una obra que facturase 1 millón U$/mes, si la reducción de salarios fuese del 40%, beneficiaba a la empresa capitalista, a igualdad de precios, con aproximadamente 60.000 U$/mes de ganancia extra. Es decir, unos 780.000 U$/año en caso de que mantuviese el pago de aguinaldo. Pero bastante más, otro extra de unos 150.000 U$/año, si no lo hacía, victimizándose ante sus trabajadores por la situación tan dura que nos afecta a todos. Particularmente conscientes de esta situación, los nuevos empresarios del típico out sourcing norteamericano, los subcontratistas de mano de obra, acosaban a sus clientes exigiendo ser parte de la fiesta, disfrutar del botín que el terrorismo de estado tan generosamente volcaba sobre la mesa de sus presupuestos. Ladrón que roba a ladrón, cien años de perdón era una consigna irresistible del subcontratista ante sus, para nada virtuosos, contratantes. Si los clientes dudaban, aunque excediera su competencia comercial, ofrecían el costeo por absorción como herramienta contable de justificación interna del absurdo gasto por sus servicios.

La corrupción política del Estado Empresario actuó como legitimador de estas prácticas. Del mismo modo que durante el gobierno democrático fuera un ejemplo de lo que se debía hacer en sueldos, condiciones de seguridad e higiene, salarios familiares, aportes jubilatorios, derechos laborales, ahora lo era del secuestro, tortura y muerte de trabajadores, anulación de todos sus derechos, evolución a la baja de sus sueldos… y de la subcontratación a ultranza de mano de obra con cualquier excusa que fuera. Así, la oficialidad militar igualó e instruyó a los gerentes industriales en el uso del terror como herramienta de gestión. La plantilla de personal se nutrió de delatores a sueldo tanto como de obreros especializados. Una llamada de la oficina de personal se volvió algo misterioso y amenazante, difícil de enfrentar, porque tanto podía ser por algo administrativo como la antesala del despido y la muerte. Los semblantes eran sombríos. Y el miedo, como Dios, omnipresente.

El pensamiento científico analiza el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad que los explica. Sin la causalidad del terrorismo de estado, sin empresas, sin geopolítica imperial, sin embajadas, sin sistema capitalista que las explique, su análisis deviene en anecdotario policial. Memoria, verdad y justicia resultan incompletas. Sin militancia por la liberación nacional, sin la propia vida como discurso más elocuente, sin el

registro de los avances populares a que dio lugar el gobierno democrático, sin la vulnerabilidad y derrota del orden colonial a la vista, el terrorismo de estado parece una exageración absurda. Una descomunal torpeza, una terrorífica sobreactuación, una innecesaria matanza de los militares argentinos contra otros argentinos. Pero no fue asi. Hubo premeditación y alevosía. Sus ejecutores actuaban coordinadamente. Militares golpistas, empresarios capitalistas, jerarcas religiosos, y algunos políticos profesionales también, actuaban de acuerdo unos con otros. Casildo Herrera se borró con absoluta conciencia de lo que se venía. Ese, sabía.

Rodolfo Walsh, otro que también sabía, jamás se borró. Hubo de todo en los años de plomo, tan argentinos y dignos de vergüenza nacional como otros de orgullo. Porque justo es reconocer que los sujetos colectivos pueden ser tan abominables como los individuales. Y el empresariado capitalista en general, no dejó ventaja sin aprovechar, viniere de donde viniere, también del terrorismo de estado. El sujeto colectivo propietario de los medios de producción, hostigó, humilló y explotó al sujeto colectivo proletario empleado en sus fábricas, su comercio, su obraje. Maximizó sus ganancias materiales como nunca antes, y sometió por un largo tiempo a la clase trabajadora. Estamento que, con el gobierno peronista, había osado avanzar al punto de nacionalizar el comercio exterior, rompiendo el bloqueo a Cuba con automóviles Ford, desequilibrar en su beneficio al mercado interno, llegando al pleno empleo del 100% de la población económicamente activa, y generar una crisis de consumo, en la que se compraba meses por adelantado, porque la industria no daba abasto, produciendo 24 hs/día, y no tenía permiso de aumentar los precios para achicar la demanda.

Esta ruptura del orden colonial capitalista, lograda pacíficamente, con instituciones democráticas como el gobierno popular, la discusión paritaria entre el capital y el trabajo, el acceso popular al trabajo genuino, la salud, la educación, la vivienda, la seguridad social, fue lo que el terrorismo de estado vino a destruír. Esta felicidad argentina, digna como nunca antes, erguida sobre sus propios pies, libre, justa y soberana, fue la que resultó intolerable para las embajadas en general, prolongaciones imperiales de Estados Unidos, Europa y Japón. El empresariado multinacional y el autóctono se plegaron, disciplinados y rápidos, al viejo-nuevo orden colonial que los militares venían a restaurar. Pymes, burguesía nacional, oligarquía terrateniente, cámaras importadoras de valor agregado extranjero y exportadoras de productos primarios argentinos, todos, comulgaron con lo que creyeron un golpe de estado más. No supieron ver que lo peor aún estaba por venir. Lo peor de los represores… pero también lo peor de sí mismos: el dinero sangriento.

La constitución nacional argentina manda a levantarse en armas en su defensa si es violentada. Orden que hace de quien resista, por cualquier medio que sea, el legal, y al terrorismo de estado, el ilegal. Pero poder judicial y militares golpistas se amañaron para convivir, respetando la independencia de los jueces… hasta de la propia constitución fueron independientes. Hubo excepciones, como también entre políticos profesionales, empresarios capitalistas y jerarcas religiosos. Pero la convivencia fue la regla. Como en asado conservador, de política, religión y futbol no se hablaba. Transeúntes en la calle, pasajeros en un tren, hinchadas en la cancha, los argentinos eran una multitud de solitarios. La justicia, como desde 1930, cuando el golpe a Yrigoyen, no se dió por aludida y, de facto, por omisión, continuando sus rutinas, tan aterrorizada como los demás, legalizó.

Entonces, cuando alguien le reprochaba a otro el plegarse dócilmente a los acontecimientos, le bastaba al acusado señalar hacia arriba para mostrar otros, insignes, más culpables que él. Este modo de dar excusas señalando conductas ajenas, exhibiendo la propia impotencia, advirtiendo el peligro en el que estaban todos, él también, fue la excusa predilecta de la empresa capitalista para dar vuelta la página de la política y volver a lo suyo, que decía ser el trabajo, la obra, la producción, pero en realidad era y es la ganancia. Lucro que más se incrementaba cuanto mayor fuese la incidencia de la mano de obra en su estructura de costos. Lo que hizo que el terrorismo de estado encontrara rápido consenso en los mandamás de la construcción, 45% a 55% del costo explicado por empleados directos, y un poco más lento en los de menor incidencia, 8% del costo en sueldos de choferes en una empresa de colectivos. Motivo por el cual los militares invitaban a los más distantes a participar de la fiesta evadiendo impuestos, las cargas patronales primero que nada.

Prohibida la actividad gremial, el sindicato se volvió tan sospechoso como cualquier institución. A comienzos de los ´80s, con el genocidio ya a la vista de todo el mundo, Juan Horvath, secretario nacional de ATE, viaja a la Organización Internacional del Trabajo, OIT, con Albano Harguindeguy, general usurpador del ministerio del interior, para decir en Ginebra, Suiza, que no había desaparecidos en la Argentina. Ese era el contexto en el que el trabajador estatal de planta permanente veía entrar a las compañías subcontratistas de mano de obra, nutridas de personal barato, rehén, esclavo, por las listas negras que los empresarios privados y los militares en el estado confeccionaban de común acuerdo. Así veían descender a la Patria argentina y su Pueblo trabajador los militantes que tanto y tan bien habían luchado por la justicia, la libertad y la soberanía… Pero aún en esas horas aciagas hubo nobleza de espíritu y valor revolucionario. Pasados los años y regresada la democracia, en el Centro Cultural Malvinas, de La plata, presentando un libro de su autoría, El Vasco Gurrucharri agradeció, a Beatriz Ronco entre otros, morir bajo tortura pero en silencio para permitirle escapar.

III

La motivación política del golpe de estado de 1976 debe estar presente en el juicio de valor respecto del terrorismo de estado. La restauración del orden colonial capitalista es el motivo no suficientemente dicho de los crímenes de lesa humanidad. La exclusión de la ideología, el imperialismo y las rentas sangrientas a las que dieron lugar son convenientes a los victimarios de la flor y grana de la militancia popular argentina. Dejar vacío el lugar del móvil es hacer inexplicable al crimen. Pero no fue así. El terror vino a destruír con toda su violencia lo que la democracia había construido pacíficamente en estado de derecho. Y a recuperar las rentas capitalistas indebidas que, antes del gobierno peronista, los propietarios privados de los medios de producción obtenían de sus trabajadores, cercenando salarios, condiciones de trabajo e importando cosas innecesarias.

En la cabeza liberal, la oferta externa de bienes y servicios actúa como amenaza reguladora de los precios internos. En la cabeza imperial, el mundo fue siempre un mercado global, al que América se incorpora a partir de Colón, desde 1492. En la cabeza militar, la política es la continuación de la guerra por otro medio. Así piensa Estados Unidos desde 1861 por lo menos, cuando Lincoln se victimiza entregando al sacrificio el fuerte Sumter para convencer al norte industrialista de guerrear contra el sur terrateniente, y su asesor Segwald que propone declarar la guerra a Rusia, Francia, Inglaterra, España, para unificar norte y sur en la conquista, y su general Sherman, que privilegia la logística por sobre la táctica, la inteligencia y la estrategia, creando la producción industrial de la muerte. Estas tres ideas, victimización-guerra-producción industrial de la muerte, ya con un siglo de perseverancia política, son las instigadoras de golpe, secuestro, tortura y muerte en 1976.

Lo mismo puede decirse de la Europa imperialista, que obligó a América a hablar español, inglés y portugués, a India a hablar inglés, a Indochina, francés y al África esos más italiano, holandés, etc. Espíritu que mudó de portador, de nobles a burgueses, pero no de contenidos. Talante que se manifiesta no solo en los torturadores franceses importados de Argelia, sino también en las multinacionales de origen europeo, que se sirvieron del terrorismo de estado para subordinar al trabajador argentino a su estándar colonial, cuando el mismo había avanzado al siguiente nivel, aunque sin alcanzar al de Europa. A igual trabajo igual paga, es un derecho que estos extranjeros aplican, pero cuidando que los trabajadores del mundo desarrollado no se comuniquen nunca con los de las colonias. Porque, cuando sucede, los de abajo quieren subir y los de arriba se niegan a bajar. Por lo tanto, hay huelga por salarios en la colonia y exigencias de barreras para-arancelarias en el país central. Por eso la producción nacional de bienes y servicios atentaba contra la exagerada, abusiva ganancia de las empresas extranjeras, que eran proteccionistas cuando se trataba de su casa matriz y libre cambistas en lo atinente a su sucursal argentina. Esta injusticia capitalista fue el móvil del golpe.

La integración nacional alcanzada en la producción automotriz estaba en el orden del 95% de cada vehículo. La abundancia de repuestos baratos y originales se había naturalizado con la más olímpica de las ignorancias. Lo importado casi no existía, resultaba caro, innecesario y exótico, una vanidad más que una necesidad. La raíz de esto era el Estado Empresario, el modo argentino de propiedad social de los medios de producción, que es la forma de hacer, y con trabajo nacional, lo que el imperialismo se niega a fabricar en el país. Estado Empresario que se hartó de esperar a que Ford, Chevrolet, Peugeot, Renault, Dodge, Mercedes Benz, con ventas en Argentina desde antes de 1920, pusieran en el país algo más que una miserable línea de montaje. Entonces, en 1952 crea Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado, IAME, que produce el muy utilitario Rastrojero, el sedán, la camioneta, el furgón, la rural familiar para siete pasajeros y el deportivo Justicialistas, este último con motor Porsche y carrocería de fibra de vidrio, en paralelo al revolucionario Corvette norteamericano. Y, ya que estaba, se despachó también con la moto Puma y el avión Pulqui…

Complicando las cosas tanto como pudo, el golpe de 1955 no logró destruír la iniciativa ni la memoria colectiva de cómo había empezado todo. Por eso, en un acto de impotencia más que de fuerza, en 1957 le cambia el nombre a IAME y le pone DINFIA, Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigación Aeronáutica, discontinuando varias líneas de producción, que para entonces se habían extendido, entre otras cosas, a tractores, lanchas y veleros… Pero la obstinación argentina en el ser nacional seguía en pie con el Rastrojero original, que mejoraba y evolucionaba a la par de sus harto satisfechos propietarios. Tanto hacía el humilde utilitario que en 1967, tratando de ocultar lo imborrable, le vuelven a cambiar el nombre a la fábrica por IME, Industrias Mecánicas del Estado, y al propio vehículo, al que pretenden bautizar Caburé con rotundo fracaso, porque la gente dice: …“ah, vos me querés decir el Rastrojero nuevo, ¿no?”… Por eso, hartos de la persistencia industrial argentina a través del Estado Empresario y el inmortal Rastrojero, José Alfredo Martínez de Hoz, en 1980, al amparo del terrorismo de estado y en beneficio de las multinacionales, cierra la fábrica y descontinúa el utilitario, que amenazaba el ´target´ de la Ford F-100 por precio y carga.

La destrucción de la industria nacional argentina, conducida desde el Estado Empresario al modo que el imperialismo lo hace desde las multinacionales, es el móvil ausente en los crímenes de lesa humanidad.

Las embajadas extranjeras, instigándolos por estrechas relaciones que el Pentágono norteamericano había desarrollado con los militares argentinos, son culpables que habría que incluír entre los acusados. Los empresarios privados, beneficiarios del aumento de su plusvalía en detrimento de salarios y condiciones de trabajo, deberían explicar su responsabilidad en resultados materiales obtenidos por medio del terror. La Patria argentina y su Pueblo trabajador, despojados de la propiedad social de los medios de producción por usurpadores al servicio del capital privado y las embajadas extranjeras, tendrían que ser incluídos como víctimas colectivas y materiales de la restauración ´manu militari´ del orden colonial. La transformación pacífica y democrática de la Argentina en un país cada vez más autosuficiente, con fuerte mercado interno, pleno empleo y una seguridad social que hoy se extraña, es la realidad oculta que el terrorismo de estado destruyó. Esa destrucción fue el móvil principal de los crímenes. Objetivo sin el cual se tiñen de absurdo, se acomodan a la disculpa “hubo excesos”, a los “efectos colaterales indeseados” y basuras argumentales así.

Interferir el Estado Empresario y sus benéficos efectos sobre el mercado interno fue la primera, inmediata tarea de los militares-funcionarios en las fábricas usurpadas. Así, el desarrollo de proveedores, que apuntaba en el criterio nacional argentino a abastecedores de insumos y materiales, no de mano de obra, fue trastocada en la tercerización norteamericana de la mano de obra y el abastecimiento de insumos y materiales por importación. La caída del valor agregado que semejante cambio produce es inmediato. Las tareas más rentables de la empresa son cedidas al subcontratista de mano de obra y el abastecimiento material de la línea de producción desnacionalizado a favor de la producción extranjera. Entonces, lo que no necesitaba subsidio lo empieza a reclamar para sobrevivir, lo que ya lo tenía lo pide en mayor cantidad y le basta al militar de turno manejar ese grifo para decidir quién vive y quién no, también industrialmente hablando. Así corrompió el terrorismo servil al capital y la extranjería al Estado Empresario promotor, regulador y usuario feraz del mercado interno de alto valor agregado. Perdida esa paternidad, la pyme retrocedió en su horizonte industrial.

La chapa naval con la que se construyen los cascos de los barcos puede estar en precio a 1 U$/kgr. El casco del barco, una vez construido, sube su precio a 3 U$/kgr. Pero si, en vez del casco, el mismo acero se usase para construír el motor, su precio subiría a 28 U$/kgr. La diferencia entre acero en bruto de laminación como lo entrega la acería, 1 U$/kgr, el casco elaborado por oxigenistas, caldereros y soldadores, 3 U$/kgr, y el motor, producto del trabajo de oxigenistas, caldereros, soldadores, fundidores, tratamientos térmicos, torneros, fresadores, ajustadores, electricistas, montadores, mecánicos, 28 U$/kgr, son las horas de trabajo humano que se agregan a la materia prima en cada caso. Por eso el gobierno peronista compra un tren de laminación de chapa ancha. Para auto abastecer al país con ese precioso comienzo desde SOMISA, estatal, San Nicolás de los Arroyos, Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina, a un precio justo y sin las demoras, a veces artificiales, teñidas de desprecio imperial hacia la colonia sudamericana, en las que incurrían acerías japonesas, europeas y norteamericanas por igual. Cadena de valor para nada despreciable, ya que el mineral de hierro de HIPASAN, estatal, Patagonia Argentina, o del Mutún, Bolivia, tenía un precio de 0,005 U$/kgr en boca de yacimiento, y una vez transformado en acero y laminado como chapa naval aumenta, ya se dijo, 1 U$/kgr… 200 veces más.

El móvil del terrorismo de estado fue destruír este modelo de país, el modo argentino de producción. Ideología, doctrina y práctica política que se negaban a aceptar el subdesarrollo en esos tres niveles. Porque su militancia revolucionaria, integrada por peronismo combativo, izquierda nacional, radicalismo de liberación y nacionalismo popular, lo consideraba un estadío permanente, colonial, no una etapa hacia el desarrollo. Sabía, porque leía la historia y se apoderaba de ella, que sin instrumentar sus deseos de justicia, libertad y soberanía en políticas concretas, se paralizaría en la retórica patriotera de los adoradores del bronce conservador. Así se dio a sí misma actualización doctrinaria, trasvasamiento generacional y socialismo nacional. Como superación del capitalismo colonial que los políticos profesionales, empresarios capitalistas, jerarcas religiosos y militares golpistas no aceptaban trascender, aunque todo se hacía en su medida y armoniosamente, respetando todas las opiniones democráticas, pero avanzando sin cesar hacia el mandato popular de las mayorías de justicia social, libertad económica y soberanía política. Así pensaban, así sentían y sobre todo vivían los 30.000 compañeros. Para ellos, el subdesarrollo no era una etapa más del progreso, algo intermedio y anterior al desarrollo. Era una injusticia permanente y consolidada. Las colonias no eran sino consecuencia de la centralidad capitalista, del imperialismo extranjero… De ahí su tremenda eficacia en la acción: de su lucidez política.

La militancia política de los 30.000 no era perfecta ni pretendía serlo. Tal vez ni siquiera fuese la mejor. Pero se sabía muy buena en lo que hacía. Su poder transformador en el barrio, la fábrica, la facultad, se hacía sentir de manera contundente y los resultados, todos ellos colectivos, generales, compartidos, hacían del individualismo algo fuera de lugar. El progreso era algo que se alcanzaba en manada, no solitariamente. Lo personal era algo secundario, un asunto privado que debía subordinarse al interés general. Entonces, el imperativo categórico de la hora era de tipo ético y social. Había que ser, estar, pertenecer. No militar en la

Argentina era tan mal visto como no tener religión en EEUU. Dicen los norteamericanos que, si alguien no cree ni en Dios, difícilmente crea en los negocios y, por lo tanto, no es de fiar. Decían los argentinos que, el que no milita contra el imperio y el capitalismo, es funcional a la colonia y, por lo tanto, debería militar.

La realpolitik del luche y vuelve peronista, había puesto las cosas en su lugar. Se llamare como se llamase, Cordobazo, Rosariazo… Platazo, Ensenadazo, …azo, los liderazgos no eran ortodoxos ni orgánicos. Pero eran profundamente representativos de una insurgencia no-capitalista, no-colonial, anti-imperialista, y que, a diferencia de otros países, hacía un hábil uso de la democracia republicana para imponer sus ideas por medio del voto popular y la mayoría callejera. Esta acción directa de las masas, legítima y democrática, le quitaba interlocutores transables al capital que, si corrompía a algún dirigente, lo destruía en el mismo acto, quedándose sin su traidor a sueldo. Esta dialéctica solo se resolvía con la satisfacción del interés de los representados y no con la corrupción del representante, razón por la cual los reclamos de justicia y bienestar tendían a ser demonizados, sin el más mínimo éxito, por la derecha acorralada, que perdía todos los días.

En el hinterland empresario, escandalizarse con acento porteño de barrio norte era una identidad de clase. Las cuentas del capital, excelentes en facturación bruta, no toleraban tener que compartir con la masa trabajadora un porcentaje, una proporción, una parte, de lo que consideraban su pedazo de la torta. La ley no escrita del capitalismo, la del tercio, la que reparte en trozos iguales la factura, dando un tercio al costo, otro a los impuestos y otro a las ganancias, era puesta en cuestión por el Estado Empresario. Obligada a dar la ecuación económico-financiera de sus precios para hacer viables y previsibles sus actualizaciones después, la empresa privada transparentó para siempre sus íntimos manejos, su estructura económica. Los estudiantes universitarios que, por militancia, se ganaban el peso como obreros en la fábrica, hicieron el resto. Rápida y certeramente, la juventud supo por sí misma, gracias a la transparencia forzada por el desarrollo de pymes proveedoras del Estado Empresario, la ley del tercio que todas ellas aplicaban… y la gran empresa también.

En la subcontratación de mano de obra, todo el costo, el 33% de cada factura, deberían ser salarios. Otro 33% impuestos. Y otro 33% ganancias empresariales. Pero como las listas negras les bajaron el precio a las horas de trabajo humano hasta en un 40% y los patrones subcontratistas se quedaban con la diferencia: el costo real era de un 20% de salario… más otro 13% de ganancia espuria y oculta. Pero como también evadían impuestos, en lo mejor de la fiesta un empresario subcontratista podía recaudar: 13% de reducción de salarios + 33% de evasión impositiva + 33% de ganancia empresarial = 79% de cada factura por servicios de mano de obra. Altísima rentabilidad de quien de nada se hizo cargo más que de intermediar, ya que la conducción de obra era ejercida por quien lo contrataba y las empresas y sus dueños desaparecían pasado un tiempo, dejando un pagadiós por único recuerdo a: trabajadores con sueldos sin cobrar, clientes mancomunados y solidarios con sus deudas, y recaudadores impositivos frustrados en su tarea de hacerles cumplir las obligaciones.

Detectada antes de lo que canta un gallo, tamaña diferencia empezó a ser apetecida por jefes de compra, gerentes de contrataciones, inspectores de trabajo y todo aquel que tomara contacto con la abultada billetera del subcontratista. Esto dio lugar a un reparto, un spread de coimas bastante amplio, socializando los beneficios obtenidos a expensas del trabajador directo en un ejército chupasangre de burócratas, que nada tenían que ver con quienes producían el 100% del valor agregado y se llevaban solo el 20% de la torta. Pronto, los de abajo quisieron rebelarse. Pero lo más que lograban era mudar de un subcontratista a otro, ya que las listas negras que los incluían vedaban su retorno al trabajo formal, en blanco. Entonces, preocupados por perder parte de sus nefastas ganancias, los subcontratistas se cartelizaron, ofreciendo todos ellos más o menos la misma paga, esto es, el mismo 20% del total facturado que sus subordinados querían perforar hacia arriba.

Con el tiempo, la situación creada en los dos primeros años del terrorismo de estado, comenzó a permear hacia adentro del trabajo que permanecía dentro de la ley y dentro de la empresa de bienes o servicios que no fueran mano de obra de listas negras. Esto produjo una fuerte depresión del salario formal al punto de que no pocos de los trabajadores empezaron a migrar hacia el subcontratista que, al principio, lo seducía con un sueldo mejor, pero luego de extraído de la seguridad laboral, lo sometía a los bajos estándares de la época o se desentendía de él diciendo que ya no tenía más trabajo. En caso de arrepentirse y querer regresar, la puerta estaba contablemente cerrada por el costeo por absorción, que había hecho artificialmente más cara la mano de obra propia, absorbiendo la totalidad de los gastos indirectos sobre la espalda, cada vez menor, de los trabajadores directos remanentes. Así, también desde adentro del empleo formal, y más allá de las originarias listas negras, se favorecía a ultranza la subcontratación, la tercerización, el out sourcing de mano de obra.

La violencia desatada en las calles por secuestros, torturas y asesinatos, hizo de esta operatoria de restauración colonial un mal menor, prácticamente invisible. Ante cualquier contingencia adversa, se decía, como para ayudarse a aguantarla, que peor sería estar muerto. Así de atroz podía ser la naturalización del horror que acontecía. Y quien quisiera acordarse del pasado reciente, casi inmediato, de apenas dos años

atrás, de cuando había directores obreros en los directorios del Estado Empresario y se los reclamaba en la empresa privada, era instantáneamente abandonado por quienes lo escuchaban, como se huye de un loco que no solo es peligroso para los demás, sino también para sí mismo. Defender la propia fábrica, el servicio que se prestase, la obra en construcción, la fuente de trabajo, del vaciamiento a manos del subcontrato de mano de obra se volvió algo peligroso, que contradecía el espíritu de la época, instalado a sangre y fuego.

Las ecuaciones económico financieras de respaldo a las ofertas y cotizaciones industriales, que luego facilitarían su actualización en un contexto inflacionario, y en uno no inflacionario también, pasaron de ser una transparencia, accesible a todo trabajador de la administración que se preocupara por ello, a un secreto guardado bajo siete llaves, encriptado para funcionarios militares y ejecutivos de alto rango de la estructura empresaria privada. La traza más visible de lo que allí se negociaba, era la prosperidad material acelerada de los implicados, que no habrían resistido un mínimo análisis patrimonial… como así tampoco la comparación con la miseria de sus trabajadores, que seguían siendo los productores reales de toda riqueza, tal y como explicaban los fundamentos de creación de la figura del director obrero. Esta desigualdad, esta restauración del orden colonial capitalista, que a las embajadas y a las multinacionales les habría resultado imposible en estado de derecho, fue el motivo fundamental del terrorismo de estado. Como la actualización doctrinaria, el trasvasamiento generacional y el socialismo nacional la causa revolucionaria de los 30.000.

Como en sus anteriores gobiernos, pero ahora desde el pie, desde la base, con un protagónico a cargo de jóvenes que, habiendo nacido en casa de material y con teléfono, migraban al barrio humilde o a la villa, y se ganaban el pan en una fábrica a pesar de estudiar en la universidad, el peronismo encarnó pacífica y democráticamente el socialismo fáctico, el movimiento que venía a emancipar la colonia capitalista. Era la liberación nacional de hecho: salario digno, pleno empleo, plan de vivienda, salud, educación, conciencia de sí y de la historia, juventud y futuro, bienestar y grandeza, identidad y alegría… Demasiado para cualquier facista. Más mercado interno protegido y en crecimiento, autonomía industrial y tecnológica, energía nuclear en desarrollo y autoabastecimiento de petróleo… Demasiado para cualquier geopolítica imperial. Mas 100% de la población económicamente activa con empleo formal, paritarias libres en todos los gremios, fifty-fifty entre capital y trabajo, directores obreros informados… Demasiado para cualquier mercado capitalista. Por eso el relato policial del terror es insuficiente como memoria, verdad y justicia. Hace falta esta causalidad: La materialidad económica, el beneficio capitalista que se restauró mediante secuestro, tortura y asesinato… Y el social, el político y republicano, el argentino y espiritual, no solo material, que el terrorismo destruyó.

Una arqueología económica argentina ubicaría rápidamente la raíz primera de su Estado Empresario en la Gobernación de Cuyo ejercida por San Martín para hacer caja y crear, con Fray Luis Beltrán, el Ejército de los Andes con el que liberó Argentina, Chile y Perú del imperialismo español. Continuidad del mismo plan, ahora contra el imperialismo de Inglaterra y Francia, la constituyó Rosas, la Vuelta de Obligado y su Ley de Aduanas. Basta para comprobarlo observar el cambio de manos, del primero al segundo, del legendario sable corvo. El tercer hito en este sentido lo constituye la creación de la primera petrolera estatal del mundo: la YPF argentina de Yrigoyen y Mosconi, contra los abusos petroleros de Estados Unidos, Inglaterra y Holanda. Iniciativa estatal que adelantó, en tanto propiedad social de este medio de producción, a la propia URSS de Stalin y Lenin. Cuartos, pero no por ello menos importantes, Perón y Savio repiten la iniciativa en el área siderúrgica con SOMISA y una pléyade de emprendimientos más del Estado Empresario en función social.

Así, la contradicción del argentino con el imperialismo de los países centrales, el capitalismo armado colonialista, está en el génesis mismo de la Patria argentina y su Pueblo trabajador: El fuerte rol del Estado Empresario argentino, sanmartiniano, rosista, yrigoyenista y peronista, atento a las necesidades y bienestar del Pueblo tanto como a la grandeza y soberanía de la Patria, también. Entonces, la voluntad industrial de hacer, fabricar, crear y producir, en el Estado Empresario argentino se ubican primero, antes y más arriba que el afán de lucro de la propiedad privada de los medios de producción, la empresa capitalista. Inmediata consecuencia de esta característica fundante es que el dinero es apenas un insumo más de la producción, y ni siquiera el más importante. La misión que el Estado Empresario recibe, desde el mismo día de su concepción, es integrar eslabones estratégicos de cadenas de valor agregado que el interés extranjero jamás concedería al país colonial porque con ellos se emanciparía de su control y explotación… He ahí el móvil imperialista del terrorismo.

Por eso hasta que Perón y el brigadier San Martín no acometen con IAME la producción automotriz, nadie fabricaba aquí, solo se ensamblaba. Pero ante la amenaza de sustitución de importaciones por el Estado Empresario, sí se avinieron a fabricar en el país. Primero en llegar fue el norteamericano Kaiser, factótum de la producción seriada de los buques Liberty durante la segunda guerra mundial, a razón de un buque por día. Es decir, un ritmo de producción superior al de hundimiento que podían provocar los U-boots, la jauría de lobos del Atlántico, la flota de submarinos alemanes que cortaban las líneas de abastecimiento aliadas. Pronto, el espanto de los importadores llegó a las casa matrices extranjeras, que tan alegremente disfrutaban del

mercado interno argentino hasta ese momento, sin invertir ni dar trabajo. El poder de la IAME estatal más la IKA privada, Industrias Kaiser Argentina, podían autoabastecer a saturación el mercado interno y cerrar toda la importación, sin mayor daño para los argentinos pero catastróficamente para los extranjeros. Entonces, ante la posibilidad de perderlo todo, aceptaron compartir un poco: invertir y dar trabajo en el país. No antes. Lo mismo había pasado con el petróleo. Igual con el acero. Exactamente como con los barcos. Y también…

La pérdida de valor agregado en los bienes de capital que el Estado Empresario producía no tardó en llegar con el terrorismo de estado. El Astillero Río Santiago, ARS, en producción desde 1948, había ido mutando de una empresa integrada a terminal naval mediante el sistemático desarrollo de proveedores. Obligada a auto abastecerse de todo en un principio, con los años interesó a las pymes a proveerla de insumos de poco valor para una gran empresa naval: válvulas, tornillería, revestimientos, metales no ferrosos, fundiciones, forjados, muebles, cables, luminarias, pinturas, etc. Y, en el caso de bienes de capital, el ARS llegó a nacionalizar el 75% de los grandes motores diesel, con el FIAT AB 757, antes del golpe de 1976, luego de 38 años de perseverancia en el esfuerzo industrial. Pues bien, al regreso de la democracia, había retrocedido a menos del 30% la participación nacional, y perdido o envejecido su mano de obra y tecnología, gracias a los militares y las listas negras, la subcontratación de mano de obra y la desinversión.

Lejos de ser un efecto colateral indeseado, el retroceso del Estado Empresario antagónico a las multinacionales extranjeras y su subordinación ficticia a una rentabilidad inalcanzable, fue el corazón de una política de destrucción que lo tenía en la mira. Porque no se tuvo conciencia de esto, o no se lo admitió, se lo negó, es que la reivindicación del gobierno democrático, los resultados positivos e inmediatos de su gestión, y el futuro de bonanza creciente de la mano de la coordinación de las Sociedades y Corporaciones del Estado, SyCEs, pasó desapercibida en la maraña de relatos truculentos de los secuestros, la tortura y la muerte. Pero tal vez sea hora de hacerlo hoy. Quizás ahora sea posible dar testimonio de la Patria argentina y el modo de vida del Pueblo trabajador al que los 30.000 consagraron la suya. Aunque no tan escabrosa ni mediática como la del terror mismo, la causa patriótica y popular que el imperialismo tronchó a través de él, también merece memoria, verdad y justicia. Ahí está el meollo de la cuestión, su mayor fuerza. Porque lo mismo que para el militante justificaba su vida y su compromiso, para el imperialismo justificaba su muerte.

Argentina es un país superavitario en la producción de alimentos. Produce más de once veces lo que su población necesita. Sin embargo, hay habitantes, compatriotas que pasan hambre en su territorio.

La Patria es un país rico en recursos naturales. La pampa húmeda argentina es la más fértil del planeta, las aguas de sus mares las de mayor oxígeno y fauna ictícola, sus reservas minerales de primer nivel mundial, su territorio amplio y acogedor. Pero su Pueblo es pobre y pasa necesidades.

El país lo tiene todo para ser una potencia benéfica, la sede de una prosperidad material y espiritual no imperialista, no capitalista. Recursos en abundancia y gente comparativamente instruída, hábil para el trabajo. Y, a pesar de ello, todo está por hacerse. Se vive bajo amenaza, con preocupación y a la defensiva.

Este es el resultado del terrorismo de estado que los gobiernos liberales y keynesianos del retorno a la democracia no han logrado revertir. Porque lo que el terrorismo de estado secuestró, torturó y asesinó no fue una Argentina gobernable, una república partidocrática y demoliberal, sino una Patria económicamente libre, socialmente justa y políticamente soberana. La Patria estaba parada sobre sus pies, tan hermosa… y desafiante del capitalismo. Tan anti imperialista como lo fueron, entre otros, San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón. Contra toda aquella belleza fueron el golpe y el terror. Contra la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria. Felicidad y grandeza que fueron causa de compromiso y vida para los nuestros, y que merece toda la memoria, la verdad y la justicia de la que seamos capaces. Si no, es como si las volviesen a matar, hoy.

El juicio que contemple aquel tiempo, aquel espacio y aquella materialidad, los hechos concretos de la historia, no puede eximirse de la causalidad que los explique. La ley debe ser justa para ser ley. No una tela de araña que rompen los bichos grandes y solo atrapa a los chicos. Y excluír los beneficios económicos que la empresa capitalista obtuvo mediante el terrorismo de estado, es dejar a éste sin fundamento y considerar a sus secuestrados, torturados y asesinados poco menos que víctimas de la mala suerte, de una banda de locos muy violentos. Y autónomos, que no recibían órdenes de ninguna embajada ni favorecían a ningún mandante… No fue así. Los delitos de lesa humanidad engordaron cuentas bancarias con dinero sangriento. Patria argentina y Pueblo trabajador retrocedieron en la historia material y espiritualmente mucho más allá de la libertad cívica.

Finalmente, aunque no pueda dar testimonio como de lo expuesto, argumentos del corazón que la razón no entiende me fuerzan a referir algunos nombres: Beatriz Ronco, Jorge Astudillo, Ricardo Huergo, Gustavo Fernández. Es la certeza de que, al morir sin batir para que sus compañeros pudiesen huir, en medio de la tortura y con la propia muerte aproximándose, solos y lejos de todo, los amaron como nunca antes.

Fuente: Agrupación Social 21, la Tendencia

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