Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Hoy se conmemoran 212 años de la formación de la Junta Grande, órgano de gobierno que reemplazó a la Junta Provisional del 25 de mayo. Alrededor de este hecho de la historia, se ha escrito y debatido mucho. Nosotros presentamos solamente un panorama, al cual consideramos que le falta mucho ruedo. Sólo diremos una cosa: aquí se “formalizó” la lucha entre un bando “unitario” y otro “federal”, que iría mutando con el tiempo en sus conformaciones, alineamientos y proyectos.
El Editor Federal
La Junta Grande fue el gobierno ejecutivo que se creó en las Provincias Unidas del Río de la Plata el 18 de diciembre de 1810 a partir de la Primera Junta, con la incorporación de los diputados provenientes de las provincias que integraron el ex Virreinato del Río de la Plata. Gobernó hasta el 22 de septiembre de 1811, cuando fue reemplazada por un golpe institucional encabezado por el Cabildo de Buenos Aires que llevó al gobierno al Primer Triunvirato, que volvería a las tendencias centralistas de la Primera Junta.
La creación
El 18 de diciembre de 1810 se celebró una reunión entre los siete integrantes de la Primera Junta que se hallaban en Buenos Aires y los nueve diputados de las provincias que habían llegado a la capital. Saavedra, Azcuénaga, Alberti, Matheu, Larrea, Manuel Ignacio Molina, Juan Francisco Tarragona, García de Cossio, Gurruchaga, Manuel Felipe Molina, Funes, Pérez de Echalar, Olmos de Aguilera y Gorriti votaron a favor de la incorporación de los diputados a la Junta mientras que Paso votó en contra.
Moreno se pronunció en contra de la medida propuesta, explicando que pensaba que se debía formar un congreso y dejar el poder ejecutivo a la Primera Junta; pero terminó por votar a favor en virtud de que la mayoría se había ya pronunciado en favor de la incorporación. Inmediatamente presentó su renuncia, pero la misma no fue aceptada. Al día siguiente se prestó juramento, quedando constituida la Junta Grande e integrada de la siguiente manera:
Cornelio Saavedra (presidente); Mariano Moreno (secretario, se ausentaría muy poco después, y sería reemplazado por Vieytes); Juan José Paso (secretario); Miguel de Azcuénaga; Domingo Matheu; Juan Larrea; Manuel Belgrano (ausente por campaña militar); Juan José Castelli (ausente por campaña militar); Manuel Alberti (fallecería el 31 de enero siguiente); José Simón García de Cossio (Corrientes), elegido el 3 de julio de 1810; Juan Francisco Tarragona (Santa Fe), elegido el 9 de julio de 1810; Manuel Felipe Molina (Tucumán), elegido el 16 de agosto de 1810; Gregorio Funes (Córdoba), elegido el 18 de agosto de 1810; José Julián Pérez (Tarija), elegido el 20 de agosto de 1810; Francisco de Gurruchaga (Salta), elegido el 31 de agosto de 1810; Juan Ignacio Gorriti (Jujuy), elegido el 4 de septiembre de 1810; José Antonio Olmos de Aguilera (Catamarca), elegido el 4 de septiembre de 1810; Manuel Ignacio Molina (Mendoza), elegido el 9 de octubre de 1810.
Antes de asumir serían reemplazados Bernardo Ortiz (Mendoza), elegido el 25 de junio de 1810; Juan José Lami (Santiago del Estero), elegido el 9 de julio de 1810; Ignacio de Acuña (Catamarca), elegido el 4 de agosto de 1810. Asimismo, no se incorporaron José Bonifacio Redruello (Concepción del Uruguay), elegido el 30 de julio de 1810, quién declinó su nombramiento por ser realista.
Asimismo, hubo diputados electos, impugnados por Castelli, que no concurrieron. Se trató de los sacerdotes José Francisco Javier de Orihuela, elegido por Cochabamba el 16 de octubre de 18106 y por Chuquisaca el 13 de noviembre de 1810; José Manuel Seoane (Santa Cruz de la Sierra), elegido el 24 de septiembre de 1810; Salvador Matos (Potosí), elegido el 10 de noviembre de 1810; y Ramón Mariaca (La Paz), elegido el 12 de diciembre de 1810.
Por último, se incorporaron a partir de nuevas designaciones o coberturas de morenistas, Marcelino Poblet (San Luis), elegido el 30 de junio de 1810; José Ignacio Fernández Maradona (San Juan), elegido el 9 de julio de 1810; Hipólito Vieytes (Buenos Aires, secretario, en reemplazo de Moreno); Francisco Ortiz de Ocampo (La Rioja); Pedro Francisco de Uriarte (Santiago del Estero), que reemplazó a Lamí; Nicolás Rodríguez Peña (Buenos Aires, en reemplazo de Alberti), nombrado por la misma Junta a fines de marzo de 1811; Feliciano Antonio Chiclana (electo en reemplazo de Rodríguez Peña), renunció a asumir; Atanasio Gutiérrez (electo en reemplazo de Azcuénaga); Juan Alagón (electo en reemplazo de Larrea); Joaquín Campana (electo en reemplazo de Vieytes), secretario.
Los cabildos que no eligieron diputados para la Junta Grande fueron los de Montevideo, el 2 de junio; y Asunción, el 18 de agosto de 1810, quienes se negaron a enviar un diputado. El diputado por Maldonado no pudo ser elegido. Por otro lado, el 24 de enero de 1811 la Junta ofició a Castelli ordenando que en cada una de las intendencias altoperuanas se eligiera un diputado indígena, pero no se cumplió.
Primeras acciones de la Junta Grande
La Junta Grande, se halló ante un cúmulo de problemas de difícil solución y careció del impulso que había dado a la primera Junta el genio de Moreno.
Por un lado, la creación de las Juntas provinciales. Se hizo una primera tentativa de carta constitucional el 10 de febrero de 1811, con el reglamento que instituye juntas provinciales elegidas por el pueblo, subordinadas a la central de Buenos Aires. Ya en las instrucciones dadas a la expedición libertadora se hablaba de formar esas juntas. El reglamento de las mismas fue obra del deán Funes, menos los artículos que impiden la designación para las mismas de eclesiásticos seculares y regulares.
Las de las capitales de las intendencias se compondrían de cinco miembros y serían presididas por el gobernador intendente; en caso de renuncia o muerte de éste, la Junta de Buenos Aires nombraría un reemplazante. Esa junta tendría toda la autoridad del gobierno de la provincia, pero subordinada a la de Buenos Aires.
Se creaban también juntas subordinadas en ciudades y villas que tuviesen o debiesen tener diputado en Buenos Aires; siendo integradas por tres miembros, bajo la presidencia del comandante de armas, con dos asociados elegidos por el pueblo. Estas juntas subordinadas reemplazaban a los subdelegados de la real hacienda, empleo que quedaba anulado. Los nombramientos de vocales de la Junta provincial debían recaer en personas de calidad recomendable y que hubiesen probado su adhesión decidida al sistema actual. Tendrían carácter provisional hasta la reunión del congreso general, que resolvería, en definitiva.
Con el reglamento de las juntas provinciales se extiende la revolución de Mayo a las provincias, instituyendo gobiernos colegiados en lugar del unipersonal de los gobernadores intendentes; se inicia de ese modo la intervención del pueblo en la elección de vocales para las juntas de gobierno. En uno de sus artículos se disponía que las juntas se esmerasen en la disciplina e instrucción de las milicias, tanto para mantener el orden interno como para concurrir a la defensa general del país. Era una práctica democrática que respondía a la que motivó el nombramiento de diputados para el congreso general.
Los cabildos y las juntas provinciales.
Los cabildos se mostraron celosos de la nueva autoridad de las juntas provinciales, de igual modo que se había visto en Buenos Aires en ocasión de la instalación de la Junta gubernativa provisional, que los quería subordinados a su dictado final. Las juntas provinciales eran resultado del voto de los pueblos., mientras los cabildos seguían siendo órganos de minorías dirigentes, la parte principal y más sana del vecindario.
El cabildo de Mendoza, que había expuesto su reivindicación de autonomía respecto de la dependencia de Córdoba, volvió sobre el caso el 10 de julio de 1811, alentado por el reglamento de las juntas provinciales, que dividía en principales y subordinadas. Mendoza no quería estar subordinada a Córdoba y presentó su solicitud con una amplia justificación histórica, política y económica.
El cabildo de Jujuy y su diputado Juan Ignacio Gorriti llevaron a Buenos Aires el problema de la organización institucional de las provincias y no solamente el caso particular; sostuvieron la igualdad de derechos de todos los pueblos y por consiguiente la necesidad de su autodecisión. Jujuy tenía que hacer frente a las exigencias de la defensa contra los realistas, abandonada muy a menudo a su suerte, aunque subordinada a la intendencia de Salta y eso motivó sus reclamaciones autonómicas en lo económico y en lo político.
Hubo desde el comienzo brotes localistas que llevaron a conflictos y a quejas, aunque no a la lucha armada como en las posteriores guerras civiles; fue una manifestación de federalismo. Jujuy reclamó un cuerpo de leyes propio y ajustado a su posición local y a sus necesidades; quería ser como una pequeña república autogobernada, con constitución propia para dirimir sus controversias; cada ciudad juraría amistad y mutua cooperación con las demás y por consiguiente quedaría abolida su dependencia de Salta; en la ciudad sería designado un pretor que tendría la misma facultad que los intendentes; etc.
Es decir, quería una estructura federal de abajo arriba, todo ello ligado a un programa de reconstrucción económica, de colonización, de formación de nuevos pueblos.
El reglamento de febrero de 1811 pareció dar cumplimiento a las aspiraciones jujeñas, y aquel pueblo se apresuró a constituir su junta subalterna. Pero las primeras objeciones sobre las juntas provinciales partieron del cabildo de Jujuy, que presionó a su diputado Gorriti para que hiciese la correspondiente presentación a la Junta. Gorriti acumuló pruebas históricas y razones jurídicas sobre el principio de la absoluta igualdad de derechos de todos los pueblos, un escrito importante que defiende a los pueblos sujetos a las capitales de provincia en una servidumbre mayor y más pesada que la anterior Surge así ya en 1811 un liberalismo político que fue comparado por Ricardo Rojas con el liberalismo económico de la Representación de los hacendados y labradores de Moreno.
Gorriti reiteró el 19 de junio su reclamación de. la igualdad de derecho de todos los pueblos, como lo había hecho en su escrito del 4 de mayo. Recuerda allí que la Junta de mayo no se dirigió a las ciudades capitales, sino a todos los cabildos, como entidades emancipadas que eran para deliberar sobre su futuro destino; mayo de 1810.
Rompió los lazos que ataban las ciudades a los gobiernos de las provincias; y si entonces se consideró a las ciudades capaces de resolver sobre el asunto de mayor trascendencia para una sociedad política, ¿por qué no se les ha de dejar manejar los negocios económicos de su suelo?
Contra los escritos de Gorriti, el deán Funes, que los calificó de pensamiento bárbaro, opuso la idea de un gobierno que se dividiera y subdividiera a fin de establecer un ordenamiento gradual de magistraturas de arriba abajo. Es decir, quería la división del territorio en provincias, de las provincias en ciudades y en lugares subalternos. Pensaba el deán que la destrucción de las intendencias precipitaría al Estado en el desorden y la confusión. El escrito de Funes revela agresividad, pasionismo, encono personal, aunque sus diferencias de opinión eran pequeñas, pues lo que los distanciaba era que mientras uno quería avanzar gradualmente, el otro quería dar pasos más decisivos.
Pero mientras se esbozaba la oposición de las ciudades a las capitales de intendencia con sus privilegios, apareció otra disposición localista: la de la capital histórica contra la gravitación de las provincias.
Las divergencias y pasiones que brotaron al amparo de la constitución de las juntas provinciales, dieron base al Triunvirato a fines de 1811 para la disolución de las juntas y la concentración del poder como recurso para resolver y restablecer la armonía y el orden en la conducción política frente a gravísimas situaciones de orden interno a internacional.
Movimiento del 5 -6 de abril de 1811
Ante la aparente debilidad de la Junta, el grupo morenista preparó un levantamiento, pero los cuerpos leales a Saavedra se adelantaron. Gran número de hombres de las afueras de la ciudad ocuparon la Plaza de la Victoria —la actual Plaza de Mayo— con el apoyo de las tropas, en la noche del 5 al 6 de abril. Presentaron ante el Cabildo una serie de peticiones, que fueron aceptadas por la Junta y los jefes militares.
A la unidad inicial de los pueblos en torno al reconocimiento de la Junta de Buenos Aires desde mayo de 1810, sucedió desde el 18 de diciembre un desborde de pasiones, de rivalidades, de rencores personales y de desconfianzas; las facciones se transformaron luego en partidos y comenzaron los alzamientos políticos y militares
La victoria de los conservadores contra Moreno produjo el «sacudimiento volcánico» del 5 y 6 de abril, según la calificación del diputado Funes.
Después de la renuncia de Moreno se constituyó la llamada Junta Grande con la incorporación de los diputados de las provincias; los morenistas, los jóvenes entusiastas de mayo, encabezaron la oposición y el vehículo de esa corriente fueron los jefes del regimiento Estrella, French y Beruti, el club del café Marcos, la Sociedad patriótica.
Ya desde el mes de enero tenía Saavedra información sobre la agitación revolucionaria y se dio cuenta de que se le quería separar de la comandancia de armas; en carta a Chiclana menciona como promotores de la agitación a French, a Beruti, a algunos alcaldes de barrio, a Agustín Donado, y decía el 15 de enero:
«Yo me río de todos ellos porque sé que sería obra tan bien gobernada como la del 1º de enero de 1809».
También se refiere en su carta a Chiclana a los miembros de la Junta vinculados con los preparativos subversivos: Matheu, Alberti, Azcuénaga; se esperaba también para reforzar la oposición la llegada de Hipólito Vieytes.
El 23 de marzo se produjo una conmoción cuando se decretó el extrañamiento de los españoles peninsulares solteros en el término de tres días.
Tras el fallecimiento de Mariano Moreno, lo reemplazó como secretario de la Junta Grande, hasta 1811, fue miembro de la «Sociedad Patriótica», asociación de revolucionarios rioplatenses creada por Manuel Moreno en marzo de 1811, con el fin de proclamar la independencia del Río de la Plata. Compartió estas ideas junto a otros morenistas como Juan Larrea, Agustín José Donado, Juan José Paso, Domingo French, Julián Álvarez y Nicolás Rodríguez Peña, entre otros.
Haciéndose eco de las reclamaciones de los afectados, el Cabildo resolvió intervenir para pedir la revocación del decreto por presión de los alcaldes de barrio que seguían las inspiraciones de French. La Junta tuyo que dejar sin efecto el decreto de expulsión. También produjo disgusto el nombramiento del español Matías Bernal como gobernador intendente de Potosí.
Aunque poco antes, cuando Elío pidió su reconocimiento por la Junta como virrey del Río de la Plata; se le respondió airadamente, y los opositores vieron en el nombra-miento de Bernal un rasgo de menosprecio de los americanos y hasta un principio de traición. El pasionismo tergiversaba el color de las cosas y se hablaba de traición, de entrega del país a una potencia extranjera y de otras exageraciones por el estilo.
En la noche del 5 de abril se advirtió un movimiento de gentes del pueblo, de vecinos del suburbio y de las quintas hacia la plaza Mayor; los regidores del Cabildo fueron citados a la Fortaleza para resolver allí en unión con la Junta la actitud por asumir ante esa concentración cuyos propósitos se desconocían.
Tras la formación de la Junta Grande y la partida y muerte de Moreno, el sector que lo seguía quedó en minoría en el nuevo ejecutivo. Pronto se formó la Sociedad Patriótica que nucleó la oposición a la Junta controlada fundamentalmente por Saavedra, el deán Gregorio Funes y el diputado Manuel Felipe Molina. A los efectos de consolidar la situación y anticipando un posible golpe, a comienzos de abril se produjo un movimiento dirigido por Grigera con el objetivo de purgar el gobierno de los morenistas remanentes, detener a los comandantes del único regimiento que les respondía en la ciudad, el América, a Agustín José Donado sindicado como el responsable de la Sociedad y establecer un estricto control interno.
Se hizo llamar a Tomás Grigera, alcalde de las quintas, que estaba en la plaza, en conocimiento de que había hecho citar a los vecinos de las quintas aquella mañana; interrogado por Vieytes, respondió que el pueblo tenía que pedir cosas importantes e interesantes para la patria.
La gente siguió llenando la plaza y se incorporaron también a la concentración los regimientos al mando del coronel de húsares Martín Rodríguez.
Los regidores salieron de la Fortaleza hacia el Cabildo a las tres de la madrugada y el doctor Joaquín Campana entregó una representación dirigida al gobierno en nombre de diversos alcaldes de barrio, entre ellos Grigera; también la firmaban varios jefes de regimiento.
Se pedía en la representación: la expulsión de los españoles europeos y un impuesto sobre las rentas de los bienes dejados por los expulsados; en febrero habían sido enviados a las provincias de Cuyo los poderosos comerciantes Martín de Alzaga, Santa Coloma, Neyra; la destitución de los vocales Vieytes y Rodríguez Peña, nombrados por la Junta para cubrir vacantes, y la designación de vocales con intervención y conocimiento del pueblo; la restitución de Cornelio Saavedra como comandante general de armas, al que concedían la suma confianza; también se pidió que Manuel Belgrano respondiese a los cargos que se le formularon por la expedición frustrada al Paraguay; que no se diesen empleos a personas que no fuesen naturales de las provincias en las que habían de ocuparlos; que se formase un tribunal de vigilancia; que fuesen privados de sus empleos y expatriados French, Beruti, Donado y Vieytes.
El pueblo de las quintas, acaudillado por Grigera y Campana, impuso su intervención en el nombramiento de miembros de la Junta y autorizó a las provincias a decidir también sobre los gobernantes que no fuesen nativos de ellas. Tal fue el origen del movimiento contra los gobernadores intendentes Diego José Pueyrredón en Córdoba, Tomás Allende en Salta, que abandonaron los cargos de presidentes de las respectivas juntas provinciales.
El tribunal de vigilancia fue integrado por Anastasio Gutiérrez, el coronel Juan Bautista Bustos y el doctor Juan Pedro Aguirre, y comenzó a actuar contra los adversarios de la situación creada por la asonada del 5-6 de abril.
Tomás Grigera, influyente en las quintas y en la campaña, se convirtió en un personaje principal, y Bernardino Rivadavia fue confinado en la Guardia de Salto, en la frontera con los indios.
La primera división persistente de la parte culta de la sociedad o el centro y la del pueblo de los suburbios, de las quintas y de las campañas surgió entonces; Moreno había exaltado la unidad de la ciudad y la campaña y ahora quedaba rota.
Se había reclamado la plena libertad de prensa; en la Gazeta extraordinaria se reconoce su utilidad, pero con ciertas restricciones, conciliada con las reglas generales de la decencia y de la verdadera ilustración y cultura de los pueblos. El deán Funes hizo el elogio de la libertad de prensa, pero Con excepción de los escritos sobre temas religiosos, que habrían de ser sometidos a – la censura de los ordinarios eclesiásticos. De todos modos, su discurso sobre la libertad de prensa es un valioso documento de la época; la reglamentación de la misma fue copiada casi enteramente del decreto respectivo aprobado por las Cortes de Cádiz.
El deán Funes y Saavedra aparecen ante la historia como responsables de la asonada; el Manifiesto sobre los antecedentes y origen de la noche del 5 y 6 de abril del corriente, redactado por Funes, se publicó en la Gazeta extraordinaria del 15 de abril y explica y justifica la asonada.
Tanto Saavedra como Funes declararon que no tuvieron parte ni noticia de ese movimiento hasta que se produjo; puede ser así, pero entonces habría sido obra de la iniciativa de los jefes de su facción, que ya había triunfado el 18 de diciembre contra los morenistas. Saavedra se jactaba de contar con el apoyo de la mayoría de los regimientos y estaba seguro de que el de la Estrella no podría imponerse, pues estaba al tanto de sus movimientos y preparado para reprimirlo a balazos.
La oposición al conservadorismo
La asonada del 5-6 de abril no había destruido la oposición creciente al conservadorismo de Saavedra y el deán Funes, aunque por el momento fue vencida y desarticulada, pero al poco tiempo volvieron a circular murmuraciones sobre gestiones del gobierno para entregar el país a los enemigos; y todo ello se agravó y se avivó con la reacción porteña ante los gobernadores provincianos; Saavedra mismo era natural de Tarja.
Además, se produjo un violento rozamiento entre la Junta y el Cabildo; Joaquín Campana, que había encabezado el movimiento de alcaldes de barrio y se convirtió en secretario de la Junta, era el ejecutor de las peticiones del 5-6 de abril; el Cabildo quiso eximirse de la investigación sobre los españoles europeos sospechosos, diciendo que esa tarea no entraba en sus funciones y que además tenía muchas cosas que hacer que absorbían su tiempo y no debían ser interrumpidas.
La Junta replicó enérgicamente e intimó al Cabildo el cumplimiento de esa labor contra la cual no reclamó al serle acordada.
Circuló a fines de junio la noticia de que las tropas del ejército auxiliar del Perú se habían sublevado al difundirse el rumor de que sería entregado el virreinato a la infanta Carlota; el Cabildo envió urgentes despachos a Castelli y Balcarce para informarles de la falsedad de aquella versión.
Entre el público había cundido el pánico y volvió a ponerse en el tapete la expulsión de los españoles europeos. Joaquín Campana pidió el 19 de julio una reunión urgente del Cabildo y asistió personalmente al acuerdo; informó allí que tenía noticias de que Francisco Xavier de Ello proyectaba una invasión nocturna a Buenos Aires para apoderarse de la Fortaleza y de los cuarteles, y exhortó a los regidores a tomar providencias inmediatas para la seguridad de la patria. Bajo esa presión, el Cabildo dispuso la expulsión de los españoles solteros a lugares distantes de la costa; los casados debían permanecer en sus domicilios desde la oración, bajo pena de la vida. Se esta-bleció una vigilancia rigurosa. La aplicación del destierro fue suspendida al tener noticias más tranquilizadoras.
El desastre de Huaqui en Buenos Aires
Cuando llegó a Buenos Aires el 20 de julio la noticia del desastre de Huaqui, cambió el panorama interno de la ciudad bajo el contagio del pánico. La Junta resolvió entonces enviar a Montevideo una delegación para tratar con Elío, siendo integrada por Gregorio Funes, Juan José Paso y José Julián Pérez.
El Cabildo ignoró esa medida de tanta trascendencia, lo cual no contribuyó al apaciguamiento de la tirantez de relaciones entre el Cabildo y la Junta.
Cornelio Saavedra y Manuel F. de Molina salieron en misión hacia el interior para tranquilizar a los pueblos y tratar de reorganizar las fuerzas salvadas del desastre; en la vicepresidencia de la Junta quedó Domingo Matheu y en la comandancia de armas Francisco Antonio Ortiz de Ocampo.
Castelli, Balcarce y Viamonte fueron relevados del mando del ejército del Norte, aunque los propios Saavedra y Molina habían pedido que no se cumpliese esa decisión en el caso de Viamonte, a causa de su pericia militar. Castelli y Antonio González Balcarce llegan presos a Buenos Aires y se les procesa, y el primero muere poco después, en octubre de 1812.
El nerviosismo en la capital era comprensible; Saavedra había salido hacia el interior para reagrupar fuerzas para la defensa del territorio después del desastre de Huaqui
y se difundió la especie de fuga; una delegación de Montevideo había llegado para concertar un tratado de paz; por otra parte debían ser elegidos los diputados de Buenos Aires al congreso general.
El Cabildo se resistió a proceder a la elección de diputados según las normas que le quería imponer la Junta;hubo encuentros ruidosos de escándalo entre la diputación del Cabildo y el doctor Campana; la violencia de lenguaje se tradujo en la calle en una serie de tumultos públicos desde el 11 al 18 de septiembre.
Castelli y Balcarce fueron remitidos a Buenos Aires luego de la pérdida de la batalla de Huaqui , una vez allí fueron enjuiciados . El triunvirato y la Gazeta fueron tremendos con las acusaciones, para colmo Castelli enferma de un cáncer de lengua que le hace perder el habla, falleciendo al poco tiempo, en cuanto a Balcarce el proceso judicial continuó quedando al finalizar liberado de todos sus cargos.
Destitución y destierro de Campana
Desde mayo de 1810 se había practicado la táctica de la formulación de peticiones populares por escrito y con las firmas de los vecinos. No existía aún el sufragio universal y ése era el sistema más adecuado para hacer oír opiniones, quejas y reclamaciones.
Se quiso poner término a ese procedimiento y en Mendoza fueron arrestados los firmantes de una de esas peticiones; en Buenos Aires se hizo otro tanto. La Junta increpó al Cabildo porque permitía esas solicitudes. Las persecuciones del tribunal de vigilancia eran alarmantes; Chiclana había quedado recluido en el cuartel de Martín Rodríguez; Bernardino Rivadavia fue desterrado a la Guardia de Salto por ser concuñado de Michelena, el jefe realista.
Un día se presentaron numerosas personas a una reunión de regidores y dijeron que se les perseguía injustamente y que no se moverían de allí, por no considerarse seguras en otra parte. El Cabildo pidió entonces garantías a la Junta de gobierno y ésta tuvo que acordarlas.
Después de haber sido el agitador de las quintas y de los suburbios, el doctor Campana se convirtió en defensor de un gobierno fuerte y de la obediencia ciega al mismo.
La lucha del secretario de la Junta contra el Cabildo hizo que fuese señalado como enemigo y muchos vecinos se apersonaron a la sala capitular alegando que no podrían hacer ninguna presentación con libertad mientras no se suspendiera a Joaquín Campana y se le tomase preso, así como también a sus adeptos Tomás Grigera, Domingo Martínez y Andrés Hidalgo.
El Cabildo se hizo intérprete de esas quejas y comunicó a la Junta que era imposible asegurar la tranquilidad pública mientras no cesase en su cargo el secretario; el 16 de setiembre el doctor Campana fue separado de su función con orden de salir en el plazo de cuatro horas para el pueblo de Areco.
Durante la gestión de Campana y sus medidas de gobierno se aplacaron las políticas extremistas del grupo de Moreno y se mantuvo una posición moderada y socialmente conservadora; se disminuyeron las relaciones con Gran Bretaña. Su influencia duró hasta septiembre, en que comenzó a gravitar la Logia Lautaro, apoyada por el Reino Unido de Gran Bretaña que logró la disolución de la Junta Grande y la formación del Primer Triunvirato. Desde entonces, los porteños comenzaron a derribar y cambiar los gobiernos sin consultar a las provincias; así comenzaba a formarse el partido unitario. Campana fue confinado a San Antonio de Areco, donde vivió algunos años. La Asamblea del Año XIII decretó una amnistía general, de la que sólo fueron excluidos Saavedra y Campana. Recuperó la libertad tras la caída del dictador unitario Carlos María de Alvear, en 1815.
Batalla de San Nicolás
El Combate de San Nicolás, que tuvo lugar frente a esa localidad el 2 de marzo de 1811, fue un enfrentamiento naval librado en el río Paraná entre fuerzas sutiles (fluviales) españolas del apostadero de Montevideo y la primera flotilla creada por la Junta de gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fue una acción naval que culminó con la destrucción de la flotilla de la Junta y con la posibilidad de aliviar el aislamiento logístico y táctico del ejército que realizaba la expedición al Paraguay. Cinco días después, la Junta ordenó al ejército dar por terminada la campaña y abandonar la provincia del Paraguay rumbo a la Banda Oriental.
Creación de la primera fuerza naval
Los realistas tuvieron desde el primer momento a su favor el dominio de las aguas y marinos expertos como José Primo de Rivera, José Antonio de Zabala, Juan Ángel Michelena, Jacinto Romarate, que hicieron posible la larga resistencia de Montevideo contra la revolución, mientras la campaña de la Banda Oriental les fue siempre hostil.
Si en tierra las improvisadas tropas de la independencia obtenían victorias como la de Suipacha, la de Tucumán, la de Salta, la de Las Piedras; en los ríos imperaban soberanos los buques de Montevideo, que establecieron el bloqueo a Buenos Aires, aislándolo del exterior y dificultando sus comunicaciones a través de las rutas fluviales. Al comienzo los directores de la guerra emancipadora no comprendieron el alto valor de una fuerza naval propia, para la que por otra parte faltaban recursos financieros, oficialidad y marinería, todo lo cual no era materia de improvisación.
Finalmente se encomendó a Francisco de Gurruchaga, el prócer salteño, que había estudiado en España y se había incorporado a la guerra contra los ingleses, asistiendo a la batalla de Trafalgar a bordo del Santísima Trinidad, como ayudante de Hidalgo de Cisneros, la organización de una fuerza naval. Era Gurruchaga el único miembro de la Junta que tenía alguna experiencia en el mar.
Se compró a particulares cinco barcos y se armó apresuradamente tres: un bergantín, una goleta y una balandra; con esas naves sin valor militar quería la Junta contener a las escuadrillas de Montevideo dirigidas por marinos avezados y bien equipadas. Las naves patriotas fueron bautizadas con los nombres 25 de Mayo, Invencible y América, y tripuladas la primera con 100 hombres, la segunda con 70 y la tercera con 25.
Se había hecho un reclutamiento entre tripulantes extranjeros y voluntarios criollos que no habían subido nunca a un barco. Se dio el mando de la flamante escuadra a Juan Bautista Azopardo, maltés nacido en 1774, con José Díaz Edrosa como segundo; los otros mandos fueron Hipólito Bouchard y Manuel Suárez, Ángel Hubac y Juan Francisco Díaz.
El 10 de febrero de 1811, Azopardo puso en marcha la expedición, río arriba por el Paraná, debiendo hacer presa a todo buque procedente de Montevideo. La Escuadrilla llegó hasta la altura de San Nicolás de los Arroyos, donde fondeó. El 23 sabe Azopardo que siete naves españolas habían entrado al Paraná en su persecución; como no encontró vientos favorables para ir más allá de San Nicolás, resolvió defenderse en ese puerto, armando una batería en tierra.
La precaria fuerza naval se hizo a la vela en Buenos Aires, el 11 de febrero de 1811; debía llegar a Corrientes, con escala en Santa Fe, y su cometido consistía en apresar a todo buque realista que encontrase en el río. En conocimiento de esos preparativos, Elío ordenó que saliese de Montevideo una escuadrilla, para establecer comunicación con el Paraguay y proteger el comercio fluvial, bajo las órdenes del capitán de fragata Jacinto Romarate, con larga experiencia naval desde 1792, en el apostadero de Montevideo desde 1806; integrante de las fuerzas de la reconquista de Liniers, encargado del bloqueo a Buenos Aires desde octubre de 1810.
Hallándose Azopardo a 10 millas al norte de San Nicolás, tuvo conocimiento de que era seguido por el enemigo y resolvió descender a esperarlo en la angostura de San Nicolás, frente a la isla de Cattáneo, en la que hizo instalar una batería con cuatro cañones de a 8, dotándola de 16 hombres de tropa y 50 milicianos de San Nicolás, bajo las órdenes de Ángel Hubac, el comandante del América. La división de Romarate llegó el 27 de febrero a la isla del Tonelero; el 28 fue avistada la fuerza patriota y el jefe español intimó su entrega en el plazo perentorio de dos horas. Azopardo, en respuesta, hizo flamear la bandera roja en los mástiles, serial de que se lucharía hasta el fin. Vientos contrarios obligaron a los realistas a quedar inactivos el 1Q de marzo y la lucha se inició al día siguiente; Romarate había ordenado batir al adversario hasta el abordaje. Los cañones de las naves patriotas y la batería de tierra hicieron fuego contra los realistas y les causaron daños; dos de sus buques quedaron varados. Bouchard propuso a Azopardo una acción ofensiva inmediata para aprovechar el inconveniente sufrido por el enemigo, pero el comandante en jefe se opuso y prefirió esperar los acontecimientos. Cuando los realistas salvaron sus naves de la varadura, reanudaron el combate y se fue al abordaje de los barcos patriotas. Azopardo luchó denodadamente, pero a la hora y media de combate solamente tenía a bordo del Invencible ocho hombres ilesos de los SO con que se había iniciado la lucha. Sin posibilidad de continuar, se propuso volar la nave, pero ante el ofrecimiento de una rendición honorable y del respeto de su vida, entregó su espada al comandante del Belén. El 25 de Mayo fue abordado por el Cisne; la mayor parte de la tripulación se arrojó al agua y Bouchard, desesperado e impotente para imponer obediencia y disciplina a sus noveles marinas, quiso prender fuego a la Santa Bárbara antes de entregar el barco, pero su segundo Suárez le quitó la mecha de las manos; no quedó más recurso que arrojarse al agua y alejarse del bergantín, que pasó a poder de los realistas.
La batería de tierra al mando de Hubac continuó haciendo fuego sobre los realistas hasta que se le agotaron las municiones. Bouchard, que no pudo mostrar sus condiciones en la nave de su mando, abandonado por su improvisada marinería, se batió heroicamente en San Lorenzo y adquirió luego fama legendaria como corsario con la Argentina, con la que recorrió todos los mares.
Romarate incorporó los tres primeros barcos de guerra patriotas a su división, que contó así con 14 unidades; hizo desembarcar 50 hombres y capturó la batería de tierra; el 13 de marzo fondeó en Colonia con el botín logrado.
La Gazeta quiso restar importancia al desastre de San Nicolás; pero es indudable que la falta de una escuadra apta para enfrentar a los realistas en los ríos interiores fue una de las causas de la prolongada resistencia de Montevideo.
La Junta hizo un proceso a los jefes de la escuadrilla; el fallo fue severo para Azopardo; desaprobó la conducta de José Díaz Edrosa y absolvió de toda culpa a Bouchard y a Hubac, lo mismo que a sus segundos Suárez y Díaz. Azopardo fue conducido prisionero a España y permaneció en Cádiz y en Ceuta hasta la revolución liberal de 1820. Regresó al país y desempeñó diversos cargos, entre ellos el de capitán del puerto; participó finalmente en la lucha contra el imperio del Brasil y en 1827 se acogió al retiro.
El fin de la Junta Grande, el comienzo del Triunvirato
El 19 de setiembre se celebró cabildo abierto para designar los diputados de Buenos Aires al Congreso general y para adoptar medidas apropiadas a la salvación de la patria; los vencidos del 5-6 de abril triunfaron en las elecciones del 19 de setiembre a las que sólo concurrió la parte principal y más sana de la población.
Son los primeros comicios públicos celebrados en Buenos Aires. La convocatoria había sido precedida de una constante agitación popular. Los votantes duplican la cifra del cabildo abierto del 22 de mayo de 1810.
Fueron citados a la plaza los vecinos americanos y pasaron uno tras otro al Cabildo para depositar su voto escrito.
La ciudad tenía 50.000 habitantes; fueron citados unos 1.000, de los cuales concurrieron 800; la gente del suburbio que dio origen a la asonada de Campana y Grigera fue silenciada y sus jefes expulsados. Chiclana resultó electo por 783 votos; Paso por 743; Manuel de Sarratea siguió a los anteriores en la cantidad de votos recogidos.
En el decreto autorizando la convocatoria al Cabildo abierto se dispuso también la elección de sujetos de conocida probidad y talentos para consultar con el gobierno los medios tendientes a asegurar la común felicidad.
Se instituyó, pues, una junta consultiva del pueblo para colaborar con el gobierno. Así fueron elegidos 16 consultores, entre ellos José Francisco Ugarteche, Esteban Romero, Manuel de Sarratea, Bernardino Rivadavia, fray Ignacio Grela, Tomás Rocamora, Juan José Anchorena, fray Francisco Castañeda, Vicente López, Nicolás Herrera, Antonio Sáenz. Los representantes de la junta consultiva se redujeron a trece, porque tres de ellos pasaron a integrar el Triunvirato, Sarratea como titular, y Rivadavia y Vicente López como secretarios la Junta Grande había terminado.
Fuentes
Busaniche, José Luis, Historia argentina. Ed. Solar, Bs. As., 1969. Calvo, Nancy, Di Stéfano, Roberto y Gallo, Klaus, Los curas de la Revolución, Ed. Emecé, Bs. As., 2002.