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Tirar la leche y llorarla

Uno de los sectores que poseen en el imaginario popular un carácter sagrado es el de la producción láctea: la leche se asocia con la crianza de los hijos y la correcta alimentación. Sin embargo, a la hora de producirla, ordenarla y venderla, el sector empresario piensa en otras cosas, y el Gobierno sólo interviene para disipar conflictos entre particulares.

Redacción

La lechería y la industria láctea en Argentina, viene teniendo un altísimo proceso de concentración y baja masiva de precios al productor y desmedida suba al valor de los productos en góndola. Si bien, el Gobierno Nacional anunció días atrás el aumento de las ventas en el sector, la dinámica de acumulación comenzó a mediados de la década pasada con la quiebra de San.Cor., sentó condiciones a mediados del gobierno macrista, y hoy se encuentra en un punto de estancamiento por derribo a pesar de las potencialidades que la cadena en sí misma posee.

Según datos oficiales, coincidentes con la información que publican los principales referentes privados del sector, Argentina produce anualmente 12 mil millones de litros de leche, de los cuales se consumen 8 mil en el mercado interno. No existe una política estable de exportación, por lo cual no puede hablarse de un política de sector puramente abocada al mercado externo; pero sin embargo existe un porcentaje de productos lácteos importados.

Aquí se da una situación paradojal que arroja por la borda muchas de las “verdades” de las economías de mercado: existe excedente de leche en el mercado interno, bajan los precios al productor y suben los precios en góndola. Asimismo, como ya se dijo, ingresan al país productos lácteos importados: vuelve a bajar el precio para el productor – al que de por sí no dejan de aumentarle los costos de producción -; y vuelven a subir los precios en góndola.

Resultado: cierran tambos y pequeñas fábricas lácteas. ¿Quién saca provecho de tamaña desmesura? Las grandes empresas: pagan poco al productor por la materia prima, y cobran mucho al consumidor por la leche, la manteca o el yogurt. Se establece así un mercado en pocas manos, sin equilibrio pero con coherencia interna: el más grande se come al más chico.

Las voces d ella industria vaticinan un destino que hace décadas parecía un delirio: en pocos años de no cambiar el rumbo ni las reglas, la industria láctea local será insignificante, y Argentina se transformará en un gran comprador de leche a los países vecinos.

¿Qué reclama el sector? Varias cosas; algunas inverosímiles. Tales como establecer un precio interno de referencia para la cadena, al igual que sucede con la soja o el maíz. Es decir, tomar la cotización internacional de la tonelada de leche (se establece en Nueva Zelanda), y que los precios internos de la cadena posean ese marco de fluctuación.

A esas reglas, se propone aplicarle instituciones regulatorias: Bolsas de Comercio, Cámaras Arbitrales; legislación y regímenes contractuales; y una grilla de carga impositiva.

¿Cómo funciona en la práctica? Los únicos que aplican precio de referencia internacional, son las grandes empresas del sector como Mastellone, aunque sólo lo aplica para el valor en góndola en convenio con las cadenas de comercialización – super e hipermercados -. Para los productores, existe una especie de precio “criollo” que se arregla campechanamente de palabra.

Hay algo que es muy simple de comprender: a la vaca hay que ordeñarla todos los días, y salvo algunos pocos tambos, la mayoría no tiene grandes capacidades de acopio y conservación de la leche. Entonces, viene el camión de la gran empresa a buscarla con un mandante de precio por litro. Si el productor no acepta, el camión no se lleva la leche; ésta le queda de clavo al tambero, mientras las vacas largan más leche todavía. Si tira el excedente, pierde tiempo y trabajo. Por lo tanto acepta.

Comparativamente, al tambero le quedan 0,17 dólares por litro de leche. Brasil, que produce el triple que nuestro país, paga a sus tamberos 0,50 centavos de la divisa.

¿Qué se podría hacer? Por un lado, lo que reclaman algunas voces del sector: establecer órdenes, reglas y regímenes claros. Con contratos de provisión a término. Por otro lado, aunque no creemos que caiga simpático en los actores de la cadena, es que el Estado tome el rol de garante de costos reales de producción por litro en tambo, costos logísticos y de industrialización, para fijar un precio de venta al consumidor final que no esté arbitrariamente acordado por el oligopolio industrializador lácteo y los supermercados.

¿Los gobiernos no se dan cuenta de estas cosas? Sí, por supuesto. La cuestión de fondo, es la no voluntad política de intervención de cara a proteger la producción y el trabajo argentino. Hace décadas que la cosa viene así. Sucede que ahora se nota incluso en temas sagrados como el pan y la leche.

Fuente Ser Industria

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