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La finalidad, el equilibrio fiscal, no justifica los medios que, en este caso, son mutilaciones a la industria exportadora lo que terminará bajando la recaudación. Las consecuencias serán inevitables.

Por Carlos Leyba*

[Nota del Editor: compartimos el siguiente artículo de Leyba publicado varios días atrás en un medio de la Capital Federal. La aclaración viene a cuento porque la misma fue publicada durante los primeros días de debate en Comisión legislativa de la Ley Ómnibus.

Por entonces, se esperaba que sobre los puntos que analiza esta nota, hubiese un debate a la altura de las circunstancias. Eso no ocurrió.

Por lo tanto, el concepto de “industricidio” que Leyba ha desarrollado ampliamente en diversos trabajos que recomendamos leer, cobra renovada vigencia.]

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La ley ómnibus tiene un capítulo de “derechos de exportación”. Su breve articulado explicita “la política industrial” de Milei que, como el personaje de Moliere, “tiene política industrial sin saberlo”.

Los legisladores ratificarán o rectificarán, dicha política en la parte pertinente.

El gobierno propone, sin objetivos explícitos, herramientas de una política industrial que es un “industricidio exportador”.

La propuesta desincentiva la exportación de valor agregado manufacturero con una herramienta de alto impacto: toda la industria manufacturera tendrá un derecho de exportación de 15%.

Un ejemplo sorprendente: la industria del cuero, en principio, tendría 15% de retenciones, mientras “el cuero bovino”, la materia prima, tendría 0%. Será así mientras no se explicite qué se entiende por “complejo exportador del cuero bovino”. ¿El mundo del revés? ¿Qué parentesco tendrá “cuero bovino” con la economía del conocimiento?

Ni en los fundamentos, ni en el articulado del proyecto, se señala la existencia de “una política industrial”. Pero sí se establece una norma impositiva que la define.

En la industria manufacturera –no “agroindustria” – después de larga secuencia de “industricidios” de las últimas décadas, se fueron destruyendo eslabones de producción nacional de su cadena de valor.

Como consecuencia de esa estrategia, la mayor parte de la industria manufacturera exportadora, que se abastece de productos importados a los que agrega valor, procesa productos nacionales que a su vez se componen de insumos importados y de productos nacionales que también cotizan en dólares.

Toda devaluación, en la actual estructura de la manufactura exportadora nacional, implica similar aumento de la mayor parte de los insumos.

Esa es la realidad de costos de la industria manufacturera después de los “industricidios”. Imponer un derecho de exportación de 15% es, de hecho, decidir mutilar a la industria manufacturera exportadora al sobrestimar, desde el despacho ministerial, los beneficios cambiarios, sin tener en cuenta el impacto devaluatorio en sus costos. ¿Consecuencia? Disminución de la producción, de ingreso de dólares y de salarios. Efectos no deseados de imponer derechos de exportación sin tener en cuenta la estructura de costos. ¿La razón? Es más fácil “cazar impuestos en el zoológico”: la molicie tributaria es la enfermedad de la política fiscal argentina.

Este es un “nuevo caso” de gravísimas consecuencias. El impuesto al cheque es un cazabobos que induce a vivir en negro: después llegará el blanqueo y en esta ley hasta sin pagar un cobre, sin residir fiscalmente en el país y sin decir de dónde venís. Y si dolarizamos – como amenaza la delegación de facultades legislativas -será tarde para lamentos y diremos: “bien venidos dólares corruptos y narcos”.

Los diputados están amenazados por el PEN – a instancias del Ministerio de Economía y su visión de operador financiero – para que le brinde recursos impositivos destinados a eliminar el déficit fiscal. Objetivo sensato.

Pero estos instrumentos propuestos no lo son, porque tienen consecuencias de UNA gravedad TAL que, lejos de contribuir a mejorar las cuentas públicas ahogaran la producción que, en el proceso económico, genera enormes recursos fiscales.

Esta medida improvisada, de 15% de retenciones a la exportación industrial – sin estudio del impacto en la protección aduanera efectiva (PAE)– pone en riesgo a las exportaciones y los niveles de producción de esos sectores.

Toda política es objetivos e instrumentos. “Objetivos” sin instrumentos no es “una política”: sin instrumentos no hay consecuencias.

Si no se expresan “objetivos”, pero se imponen “instrumentos”, se tiene una “política” de impacto, pero oculta. Este es el caso.

Instrumentos referidos al aparato productivo afectan sea positiva o negativamente, a la generación de valor agregado, promueven o desincentivan producciones y empleo, y afectan, a través de las producciones, al ámbito regional donde estas se encuentran.

En economía no se pueden evitar las consecuencias de las medidas. El objetivo “inconsciente” u “oculto”, si hay medidas, tiene consecuencias no contempladas y por lo tanto incapacidad de reparar el daño. Este es el caso.

El legislador rechazará o avalará las consecuencias de estos insólitos (únicos en el mundo) derechos de exportación a la manufactura, que evidencian una improvisación: tomar en un día la dosis de un mes no apura la cura, sino que produce “iatrogenia” [1].

La finalidad, el equilibrio fiscal, no justifica los medios que, en este caso, son mutilaciones a la industria exportadora lo que terminará bajando la recaudación. Las consecuencias serán inevitables.

*Carlos Leyba es economista y escritor, fue Subsecretario de Economía durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón, tuvo a su cargo la redacción del “Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional” (1974-1977), durante la gestión del Ministro de Economía José Gelbard. Profesor emérito, UBA. Artículo publicado en el diario Perfil el pasado 16 de enero.

[1] Aclaración del Editor: según el diccionario de términos médicos, la iatrogenia es “un daño no deseado ni buscado en la salud, causado o provocado, como efecto secundario inevitable, por un acto médico legítimo y avalado, destinado a curar o mejorar una patología determinada”. La metáfora utilizada por el autor de esta nota, no pudo ser mejor.

Fuente: Diario Perfil (cortesía de Laura Roldán)

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