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Pobreza, desocupación e informalidad laboral es lo que reina y sobra en Nuestra América. Además, existe todo un andamiaje de organismos e instituciones estatales y supraestatales que hoy atraviesan -según sus propios números – a todos los países de la región.

Redacción

Según la oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para nuestro continente, en 2023 la tasa regional de ocupación – formal y no formal – continúa en caída y se estima en 62,3% de las personas en edad de trabajar, con una desocupación pura del 6,5%.

Resalta el informe, que la precarización y la informalidad, se acrecentó entre el tercer trimestre de 2020 y el segundo trimestre de 2023, de un 40 al 95 por ciento en la mayoría de los países. El promedio general del trabajo formal arroja un 48%. En cuanto al precario, en algunos países la tasa llega al 70.

Pasando el limpio, y sólo tomando los promedios generales para todo el continente, de cada 100 personas en edad de trabajar, 32 lo hacen el los circuitos formales, 30 en el informal, 6 no realizan ninguna tarea en ambas dimensiones del mercado laboral, y finalmente 32 realizan tareas ocasionales (changas).

Las propuestas de la oficina de OIT parecen basarse en un diagnóstico que contradice sus propias cifras estadísticas. Pone el acento en que el actual contexto requiere de habilidades digitales y que la formación profesional es el camino para disminuir la brecha principalmente en los más jóvenes.

En la lógica de la mirada puesta en las transformaciones tecnológicas, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), presentó otro documento donde se abordan la automatización del trabajo y desafíos para la inclusión laboral en el continente. Coincide con el trabajo de la OIT en la preocupación de que las innovaciones puedan reemplazar, parcial o completamente, las tareas y roles laborales tradicionalmente desempeñados por seres humanos.

Lo desopilante en ambos informes son los reparos y las consideraciones. Aseguran que la automatización agiliza y aumenta la producción, pero que socialmente trae impactos negativos como los mencionados en materia laboral – por solamente nombrar ese aspecto.

Afirman que la automatización afecta áreas de políticas vinculadas al trabajo, la educación, la cuestión sanitaria y de la protección social. Las soluciones propuestas son parecidas a la propuesta de formación profesional: pregonan una supuesta vuelta a la “cultura del aprendizaje continuo” para desarrollar y mejorar las habilidades, y efectivizar los programas de ayuda social.

Amos organismos, dan por sentado que la automatización del trabajo trae el desempleo, y por lo tanto la única que queda por hacer es invitar a que los habitantes del continente se plieguen a los procesos de formación y sean contenidos por la asistencia social.

Hasta ahí llegan los muchachos de los organismos internacionales y regionales que Argentina integra. Legitiman y materializan la resignación del camino de pobreza y precariedad por venir para pueblos enteros.

Lo que cabría preguntarse es lo siguiente: si la senda de este modelo de desarrollo tecnológico – que no es el único – nos lleva invariablemente hacia la precarización del trabajo y la pobreza de los pueblos, ¿es necesario seguir abonando el mismo modelo o hay que cambiarlo?

Fuente: Prensa Latina

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