Nacionalismo e internacionalismo en la educación argentina y latinoamericana

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Nacionalismo e internacionalismo en la educación argentina y latinoamericana

La educación y el pensamiento: agentes de descolonización o herramientas del colonialismo. El internacionalismo comporta, además de un “problema moral”, “una forma de barbarie que, al romper la cohesión de la conciencia nacional en la Patria”, deviene en “anarquía espiritual de una sociedad” y conlleva “el empobrecimiento de sus fuerzas históricas”.

Por Elio Noé Salcedo*

En el prólogo de “Condición del Extranjero en América” -libro que recoge y contiene la última campaña periodística de Domingo Faustino Sarmiento, orientada a lograr la “nacionalización de los que se mantienen extranjeros” en suelo argentino-, el santiagueño Ricardo Rojas (el prologuista) rescataba el “espíritu unificador de nuestra nacionalidad”, que hasta el sanjuanino –no obstante ser un gran defensor de la cultura europea primero y de la norteamericana después- había opuesto en esta campaña “a la peligrosa dispersión del cosmopolitismo”.

Según el diccionario de la RAE, cosmopolitismo es la “doctrina y género de los cosmopolitas”; en tanto “cosmopolita” es una palabra proveniente del griego que significa “ciudadano del mundo”, persona que “se mueve por muchos países y se muestra abierta a sus culturas y costumbres”. Esa parece ser la doctrina y la nacionalidad que promueve el proyecto de “internacionalización de la educación superior (IES)”, impulsado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), a través de las sucesivas Conferencias Regionales de Educación Superior (CRES) de América Latina y el Caribe, que desde 1996 –en el contexto global del “Consenso de Washington” y del pensamiento único- reúne a todas las universidades de la región.

La “internacionalización de la educación superior” ha sido definida por sus impulsores como un “proceso de transformación institucional integral, que pretende integrar la dimensión internacional e intercultural en la misión y las funciones sustantivas de las instituciones de educación superior, de tal manera que sean inseparables de su identidad y cultura”, y cuyo alcance es “el fomento de una perspectiva y conciencia global de las problemáticas humanas en pro de los valores y actitudes de una ciudadanía global…”. ¿Nueva u otra identidad, nueva u otra cultura, nuevas u otras funciones de las instituciones educativas? No parece haber mucha diferencia semántica ni de fondo entre aquel paradigma cosmopolita de fines del siglo XIX y este paradigma internacionalizador y/o globalizador de comienzos del XXI, si reparamos en la definición que nos deja el mismo diccionario sobre “internacionalismo”: “actitud que antepone la consideración o estima de lo internacional a la de lo puramente nacional”. 

Y si faltaren argumentos, lo confirma el capítulo primero del libro preparatorio de la CRES 2018, “La internacionalización de la educación superior. Significado, relevancia y evolución histórica”. Aunque reconoce que “uno de los retos actuales de la educación superior consiste en reinterpretar su función, releyendo su pasado, lo que inevitablemente conducirá al regreso a una época de convergencia…”, no obstante, advierte sobre las dificultades que existen para alcanzar ese propósito, debido –nada más ni nada menos- al “predominio en las universidades de marcados intereses nacionalistas, que se reflejan en su organización y currículo”. Cabe preguntarse entonces: ¿Acaso debemos renunciar a nuestros intereses nacionales tras un ideal, ciudadanía y/o nacionalidad internacional o global? ¿Es eso lo que auspicia el proyecto de internacionalización educativa, que no es latinoamericanismo ni nada que se le parezca? ¿Resulta conveniente ese proyecto para los intereses de América Latina y el Caribe, más allá de que las universidades y los universitarios de la región le puedan sacar algún provecho particular, individual y/o parcial a ese programa?

El primer Documento de política para el cambio y el desarrollo en la educación superior basado en el paradigma de la “internacionalización” que la UNESCO lanzó en 1995 –en plena época del Consenso de Washington y de la instauración del actual orden mundial unilateral, asimétrico e injusto de Occidente-, fue considerado como “brújula intelectual” en el proceso de preparación de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior llevada a cabo en París en octubre de 1998. Así planteaba la cuestión: “La internacionalización cada vez mayor de la educación superior es en primer lugar, y ante todo, el reflejo del carácter mundial del aprendizaje y la investigación. Ese carácter mundial se va fortaleciendo gracias a los procesos actuales de integración económica y política, por la necesidad cada vez mayor de comprensión intercultural y por la naturaleza mundial de las comunicaciones modernas, los mercados de consumidores actuales, etc. El incremento permanente del número de estudiantes, profesores e investigadores que estudian, dan cursos, investigan, viven y comunican en un marco internacional es buena muestra de esta nueva situación general a todas luces benéfica”.

Por lo que se ve –por ese y otros conceptos que emanan de dicho “proyecto” suscripto por el conjunto de las universidades latinoamericanas y del Caribe reunidas en las CRES- en los claustros universitarios de nuestro continente no solo estamos lejos de otorgarle predominio a “los intereses nacionalistas” sino que –lo que es su grave consecuencia- estamos lejos de tener una idea cabal de lo que es América Latina. En efecto, estamos lejos de entender la cuestión nacional latinoamericana, desde el momento que al más alto nivel de una conferencia regional de educación superior se omite que el conjunto de los países latinoamericanos y del Caribe (que por ubicación e intereses geopolíticos pertenecen a Latinoamérica) constituyen una unidad y/o totalidad –es decir una misma y grande Nación y no “naciones” ni bloques separados (como si no fuera ya suficiente fragmentación); y que su objetivo o estrategia principal como entidad geopolítica, antes que cualquier otro, debe ser reconstruir la Patria Grande de los Libertadores y Unificadores, finalmente derrotados en ese intento integral, no militarmente sino política y culturalmente (entre otras cosas, a través de una “política de la historia”, educativa y cultural  ad hoc), muy a pesar de ellos.

La currícula y el ideario de la Universidad Latinoamericana –como la proyectaba Saúl Taborda, autor de esa idea-, no registra esa realidad histórica sino, por el contrario-, impugnan el nacionalismo y los “intereses nacionalistas” de América Latina y el Caribe, en lugar de reivindicarlos como base y fundamento para “reinterpretar su función”, “releer su pasado” y proyectar su futuro, tal como lo han hecho y lo hacen todas las Naciones que hoy se precian de tales, que –nacionalismo o patriotismo mediante- valoran su historia y se valoran a sí mismas. A esa verdad de que somos subdesarrollados porque estamos desunidos, habría que agregarle esta otra: estamos desunidos porque no tenemos conciencia nacional de la unidad, totalidad y potencialidad que somos. 

El proceso de unificación (uniformidad) global bajo el signo capitalista/imperialista a partir de 1989, no por ello ha impedido -por el contrario, ha agudizado ese proceso-: que el mundo siga dividido en países dominantes y países dominados, países centrales y países periféricos, países ricos y países pobres, países desarrollados y países no desarrollados o subdesarrollados, países explotadores y países explotados. En definitiva, ese sistema global y la ayuda inestimable de una clase social nativa, que ha actuado y sigue actuando como socio interno de esos intereses extranjeros, es la razón de nuestro atraso económico, científico y tecnológico. Y sin resolver ese problema político nacional, vano será ir a buscar la solución de nuestros problemas seculares entre nuestros internacionales explotadores, competidores y favorecidos con nuestros recursos y nuestro atraso.

¿Es que volvemos torpemente a plantearnos las mismas preguntas que Sarmiento se hacía en el Facundo (1845), todavía obnubilado por la civilización europea? “¿No queréis, en fin, que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestro auxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de toda traba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violencia y de toda coacción? ¡Oh! ¡Este porvenir no se renuncia así no más!”. Dicho “porvenir” –es hora de saberlo- bajo la tutela europea o del imperialismo norteamericano en el último siglo de nuestra vida histórica y principio de éste, nunca nos trajo ni la ciencia ni la industria extranjera en nuestro auxilio; tampoco permitió que tuviéramos ciencia ni industrias propias; una vez sentados esos intereses “en medio de nosotros”, desconocieron y omitieron tanto la ciencia como la industria y hasta el pensamiento nativo, e incluso ¡la salud!, pretendiendo dominarnos por la propaganda o por coacción, para que renunciemos a todo, incluso a la Defensa Nacional ¡Y con parte de nuestro territorio todavía ocupado por una potencia europea! 

¿Seguiremos estudiando la versión europea de nuestra historia en el marco del dominio neoliberal y concentrado de la economía? Después de ser repetidores seriales de esa versión, ¿ahora las universidades latinoamericanas y del Caribe actuarán como sucursales de dicho pensamiento cosmopolita, global y/o internacional, aparentemente “democrático”, “pluralista” y “progresista”?

El cosmopolitismo en la educación y la cultura

Para Ricardo Rojas –prologuista de ese libro póstumo de Sarmiento y  reconocido autor de un destacado Informe Educacional de principios del siglo XX publicado con el título de La Restauración Nacionalista (1909)-, el cosmopolitismo –o el  internacionalismo, tal cual lo hemos definido- comporta, además de un “problema moral”,  “una forma de barbarie que, al romper la cohesión de la conciencia nacional en la Patria”, deviene en “anarquía espiritual de una sociedad” y conlleva “el empobrecimiento de sus fuerzas históricas”. En ese sentido, “un pueblo que aspira a realizar una obra de cultura –y la obra de educación superior lo es, sin duda-, debe superar el cosmopolitismo por un ideal nacional”, máxime si en vez de tratarse de extranjeros emigrados, como sucedía para el caso de la campaña nacionalizadora de Sarmiento, se trata de educandos nativos, a quienes la educación debería dotarlos de un ideal nacional, confirmándolos en ese ideal que, está a la vista, la educación superior  en nuestro país y América Latina y el Caribe desafortunadamente no provee, como corolario de un orden educativo general des argentinizado y des latinoamericanizado.  

Pensamos con Rojas que “el nacionalismo en los países de necesaria inmigración” como ha sido la Argentina, y de tremenda colonización cultural e intelectual, como sucede con todos los países de nuestra América, resulta “una disciplina ideal en defensa de la (propia) civilización”. Hasta Bolivia, país de mayoría indígena, gobernado hasta no hace mucho por representantes directos de los pueblos originarios antiguos, hubo de caer víctima de un golpe de Estado antinacional, llevado a cabo seguramente por los formados –o deformados- en un sistema educativo que no comienza, desde su base, por nacionalizar sus conciencias ni quitarles su racismo y clasismo intrínseco tradicional.  Por el contrario, lo que caracteriza a las universidades actuales en América Latina y el Caribe  –y una muestra de ello son los proyectos de “internacionalización de la ES” (IES), el de “integración académica con la Unión Europea” y el denunciado por el Prof. Roberto Rovasio de la UNC-, es la internacionalización y consecuente desnacionalización de los contenidos de enseñanza, situación de colonización pedagógica y/o colonialidad epistemológica de la currícula y/o de los contenidos de la enseñanza en todos niveles, frente al cual protestan, desde hace muchas décadas, los más grandes pensadores nacionales latinoamericanos, desde Alberdi (el segundo Alberdi) hasta el presente. 

Para empezar, Juan Bautista Alberdi lo planteaba de esta manera: “No hay una filosofía universal, porque no hay una solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo –razón para no tener que imitar a nadie o adoptar el modo de ser de “otros-. Cada país, cada época, cada filósofo ha tenido su filosofía peculiar, que ha cundido más o menos, que ha durado más o menos, porque cada país, cada época y cada escuela han dado soluciones distintas de los problemas del espíritu humano”. 

Si en nuestras universidades priman los intereses nacionalistas, como protesta uno de los representantes de la CRES, no queremos pensar qué sería si fuera lo contrario. Pero las cosas, en “puridad de verdad”, como diría Saúl Taborda, son como son y así hay que encararlas. Nos preguntamos entonces, en medio de un ambiente espiritual sin raíces, sin historia propia, sin identidad y sin ideales nacionales -que es el caso del ambiente internacional globalizado que depara el proyecto de “internacionalización de la ES”-, ¿puede haber acaso educación y/o formación y cohesión de la conciencia nacional -que es lo que la educación implica o debería implicar- en el contexto de un orden mundial unilateral y asimétrico, dominado por el pensamiento único, que se nos propone como marco para la educación superior del futuro inmediato y posterior?  Cabe preguntarse, si en esas condiciones, no conviene proceder en materia de educación, de acuerdo a nuestros propios intereses y necesidades nacionales y latinoamericanas. 

Resulta doloroso y frustrante que el proyecto conjunto y/o colectivo más importante de las universidades latinoamericanas en el Centenario de la Reforma Universitaria de 1918 haya sido el proyecto de Internacionalización de la Educación Superior (IES), que es la antítesis del proyecto latinoamericanista y espiritualmente emancipador de la Reforma. 

Si una pandemia mundial pone en juego nuestra salud física y nuestra vida biológica, incluso en los tiempos de adelantos tecnológicos que corren, no hay ninguna duda que, con este proyecto de “internacionalización de la educación superior”, se está poniendo en peligro nuestra conciencia y personalidad colectiva nacional, o sea, nuestra vida intelectual, espiritual y cultural que nos da identidad y originalidad universal como argentinos y latinoamericanos.

*Periodista e historiador sanjuanino. Docente universitario.

Fuente: Pal’Sur

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