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Tras varios días de implementación de las nuevas medidas tomadas por el Gobierno Nacional respecto de la facilitación de compras externas de insumos para las Pequeñas y Medianas Empresas, lo resultados siguen siendo malos. El problema de fondo está atado a la importación de prácticamente todo bien que no sea materia prima en bruto.

Redacción

Varios sectores PyME tienen un diagnóstico común: aproximadamente el 80% de la producción argentina depende de componentes importados. A la vez, casi la totalidad de las cadenas económicas, dependen de insumos externos fundamentales, para poder producir y luego exportar. Ya no se trata de máquinas, vehículos o algún bien de capital extraordinario, sino que afuera se compran cosas elementales que podrían fabricarse sin mayor esfuerzo en el país.

Existe además un laberinto indescifrable. Si una empresa – no importa el rubro y el valor agregado que produzca -, debe importar insumos para cultivar, criar o fabricar, y luego vender afuera a cambio de dólares para volver a importar insumos – y así sucesivamente – se encuentra con dos escollos sin solución de continuidad por mayor “agilización” de trámites que se declame: no hay dólares y el factor logístico quiere los dólares frescos.

Obviamente, no es tan fácil como decir que “los de afuera son malos” y no quieren hacer los fletes. La Patria Importadora y sus colaboradores inciden permanentemente en el proceso.

La mecánica que se viene practicando – fundamentalmente en el Río de la Plata es más o menos la siguiente. Como falta dinamismo en la aprobación de giro de dólares al exterior para pagar fletes, las líneas marítimas retacean los fletes hacia Argentina y atracan en Montevideo, Uruguay. Desde allí, sea por barcazas u otro modo de transporte, se traslada la mercadería a Buenos Aires aumentando obviamente el costo logístico, las comisiones de intermediación y una serie de etcéteras que hacen a las derivas de dinero, seguros y demás.

Más allá del lugar de la soga donde cada sector se encuentre, todos coinciden en un punto: el comercio exterior argentino se encuentra en una situación insostenible. Los importadores dicen estar acumulando deudas superiores a los US$ 40 mil millones con sus proveedores extranjeros que ya no estarían dispuestos a financiar las cargas. Los que están desde la vereda contraria, pugnan por eliminar las importaciones masivas de valor agregado, fundamentalmente en industria liviana, vienes superfluos, indumentaria, y preparados químicos básicos. Todos esos rubros pueden perfectamente fabricarse y completarse en nuestro país.

Los importadores y operadores logísticos ligados a las cadenas internacionales, consideran una herejía la regulación del comercio exterior por parte de un país soberano. Ese sistema en nuestro país se denomina Sistema de Importaciones de la República Argentina (SIRA); el mismo que reivindicó Massa semanas atrás y prometió flexibilizar principalmente para con las PyMEs.

Pero con las SIRAs hay problemas objetivos, reales que es oportuno describir. ¿Qué son las SIRAs? En criollo, los permisos de importación. Prácticamente Argentina no aplica restricción alguna sobre la importación de lo que venga. Los permisos están enfocados ala disponibilidad de dólares para pagar esas operaciones.

Entonces, cuando un importador solicita una SIRA, automáticamente comienza a pedir cotización y operación de fletes a las agencias comerciales vinculadas alas grandes cadenas navieras. Sucede que la autorización de esas SIRAs no es automática, porque dependen de la disponibilidad de dólares necesarios para pagar la mercadería en cuestión y el flete de la misma.

Como Argentina no cuenta con flota mercante de bandera que pueda canalizar por sí mismas ese servicio, depende de las redes logísticas extranjeras. Como el lector se imaginará, a estas cadenas les importa un bledo abastecer o no a nuestro país de los bienes requeridos, a menos que estén los dólares, o que la cadena comercial forme parte de su operatoria integral de control de negocios.

Por ejemplo, no chillan tanto respecto de la cadena agropecuaria o la petrolera. Los problemas, en general, giran en torno a la manufactura industrial.

Otro factor es que esas SiRAs tienen vencimiento, por lo tanto, toda esa combinación de factores debe atenderse antes de su caducidad. Ocurre que, por el sistema implementado, la importación se paga en el mejor de los casos cuando llega a puerto, o bien en un plazo de 180 días.

No hay ser en este mundo que no se queje si tiene que esperar medio año por el pago de una venta. Mucho menos, los grandes proveedores globales de insumos industriales, químicos, o simplemente prestadores de servicios de fletes marítimos. Estos últimos controlan entre 15 navieras el 92% del comercio internacional. Una SIRA más o menos, no les mueve la aguja.

De allí que la mayoría de las líneas marítimas hace tiempo que llegan a Montevideo. Luego en barcazas, como dijimos, cruzan a Buenos Aires o remontan el Paraná hasta Rosario.

Con el programa de “facilitación” presentado por Massa para PyMEs, según algunas cámaras importadoras de insumos de electrónica o autopartes, reconocer que la solicitud de las SIRAs ha comenzado a canalizarse mejor y se autorizan las importaciones de una forma más dinámica.

Pero el problema sigue estando. El asunto es poder pagarlas contraembarque, y eso sigue demorando entres 60 y 180 días según el solicitante del permiso de importación. Los proveedores externos al mismo tiempo piden anticipos de operaciones, y si no hay una relación comercial construida a lo largo de varios años de trabajo, el margen de maniobra se achica.

Se suman a esto los factores internos: tipo de cambio, inflación, costos generales, y consumo en franca caída.

¿Para qué sirven las medidas adoptadas entonces? Para que la patria Importadora solamente abastezca a las grandes industrias de escala que tiene inserción internacional o se están posicionando a través de concesiones permanentes. Es decir, el agro, con sus cuatro graneles y subproductos tradicionales (soja, maíz, trigo y girasol); y en los últimos años, el petróleo y la minería metalífera (oro, plata y cobre fundamentalmente por el momento).

Hay cierta disputa con fertilizantes y algunos fitosantitarios para el agro, dado que hay proyectos serios desde nuestro mercado interno de producir a escala nacional suficiente, y comenzar un tenue proceso de sustitución. Por lo tanto, así como el precio del fertilizante cayó a nivel global en forma estrepitosa en el último semestre, las importadoras siguen manteniendo la relación de precios anterior y el costo relativo del segmento en el mercado interno no ha variado.

Pero lo más grave es que este tipo de políticas no para de reventar la industria liviana nacional. Primero se aniquiló la cadena de proveedores internos, y ahora van por los externos.

Es escenario venidero es un volumen de importación cada vez mayor de productor terminados, y serán “héroes”, los que consigan el proveedor extranjero más barato. Dados los últimos movimientos observados en los grandes foros internacionales y las decisiones políticas argentinas en materia de obras energéticas y dinamismo de ciertas cadenas de valor, como la energía, las autopartes o las maquinarias agropecuarias, todo indica que ese “proveedor” de productos terminados baratos será Brasil. El trabajo argentino, bien; gracias.

¿De quién será el negocio? ¡De la Patria Importadora, papá!

Fuentes: MEcoN / Ser Industria / AgendaPyme

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