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Sin ofensa ni temor 106: El pensamiento nacional

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. Compartimos un extracto del trabajo elaborado por Francisco Pestanha* titulado “¿Otra mirada sobre Malvinas?”, donde expresa un abordaje sobre nuestro territorio invadido desde el pensamiento nacional. En el apartado escogido, el autor resume a grandes rasgos, lo fundamental de la obra de nuestrosautores.

El Editor Federal

Una prolífica corriente de pensamiento nacional, aunque ignorada por las academias oficiales, tiene algo que decir respecto al conflicto acontecido entre abril y junio de 1982, y aunque por el momento, sólo se ha expresado marginalmente por medios alternativos, creo detectar que comienza paulatinamente a ejercer cada vez mayor influencia. Dicha corriente que se autoconceptúa como «nacional» ha transcurrido y aún transcurre por fuera del entramado mediático local y es difundida -como en sus orígenes- a través de pequeñas conferencias y de la labor patriótica de pequeños editores nacionales, entre los cuales se destaca don Arturo Peña Lillo. En la actualidad, la red informática se ha convertido en una herramienta sumamente útil para su difusión.

No obstante las limitaciones y la ostensible censura, esta vertiente del pensamiento llegó a producir durante el siglo pasado más de 6.000 textos, sin contar revistas y otras publicaciones. Nos referimos a autores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José Maria Rosa, Ramón Doll, Manuel Ugarte, Manuel Gálvez, Leonardo Castellani, Coriolano Alberini, Jorge Enea Spilimbergo, Alberto González Arzac, Ernesto Goldar, Osvaldo Guglielmino, Salvador Ferla, Saúl Taborda, Abelardo Ramos, José Luis Torres, Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacio, Arturo Sampay, Fermín Chávez, Manuel Ortiz Pereyra, Rodolfo Puigross y Norberto Galasso, entre otros. El pensamiento nacional constituye toda una tendencia del saber que, si bien nunca aspiró a un encuadramiento especifico en tanto estuvo caracterizada por lógicos y nítidos matices, asumió el desafío de producir ciencia desde el propio lugar, desde la propia América, desde la propia Argentina.

Un dato históricamente llamativo, y sugestivamente poco abordado, nos remite a la profunda revolución cultural que se operó durante las primeras décadas del siglo pasado en la Argentina, e indica el modo en que científicos sociales argentinos como Carlos Cossio, Arturo Zampay, Saúl Taborda o Carlos Astrada (algunos de ellos hoy sujetos de estudio en universidades europeas e ignorados en nuestras academias) asumieron desde el «aquí nomás» una fuerte crítica a la ciencia producida en el Viejo Continente. Estos hombres y mujeres llevaron a cabo una verdadera epopeya de afirmación americana. Un período de profunda aspiración e inspiración que se manifestó a partir de una producción científico-social con ciertos rasgos de autonomía. Esta actividad que abarcó casi todos los campos del saber social, y produjo además obras de un brillo y valor incalculables, es escasamente difundida en los ciclos oficiales de instrucción y educación. Una referencia imprescindible para entender este proceso la constituye el trabajo de Juan Waldemar Wally, Generación de 1940; grandeza y frustración, que puede consultarse en Internet, y que próximamente será publicado.
Las razones de este fenómeno son variadas y complejas. En términos generales puede sostenerse sin temor a equívoco que el ocultamiento o la censura encubierta que recayó sobre «los nacionales», puede ser atribuida a cierta tendencia no generalizada pero sí fuertemente extendida que promueve en nuestra intelligentzia un fenómeno de remisión del saber.
Fermín Chávez en su obra Historicismo e Iluminismo en la Cultura Argentina, enseña que en nuestras elites académicas subyace un mecanismo que tiende a remitir el saber hacia el exterior, y a vincular la erudición y la sabiduría con el conocimiento de las ideas universales o categorías de abordaje producidas en el Viejo Continente. Chávez enseñaba en tal sentido que tal actitud proviene de «La ideología de la dependencia (que) lleva entre nosotros el nombre de Iluminismo, esto es de una ideología a-histórica. En el rígido marco del país iluminista, la única cultura es la cultura purista. La cultura popular es un producto marginal que no cuenta para la nación» [1].
Chávez no es el único autor que sostiene tal fenómeno. Alberto Methol Ferré, notable pensador uruguayo, atribuye a la intelligentzia de su país una tendencia que lo lleva a seguir una sucesión de modas escolásticas, donde lo escolástico da cuenta de la «calidad» de lo transplantado. La reflexiones formuladas por Chávez y Ferré advierten respecto de una actitud que lleva a nuestra intelligentzia a formular un procedimiento inverso al que acontece en los países centrales, donde las elites productoras de conocimiento académico parten del presupuesto que el saber primordial sobre sí mismos se encuentra en ellos mismos. Tal actitud coloca a la producción teórica de dichas naciones en el centro, y desde allí se analiza «el afuera». Cabe señalar que Jauretche concebía el pensamiento nacional como una mirada de lo universal con los propios ojos, proponiendo de esta manera en su época una verdadera reversión en la tendencia seguida por nuestra intelligentzia. Sobre este punto ahondaremos más adelante.
Antes de reanudar, y a efectos de evitar equívocos innecesarios y cuestionamientos improductivos, quiero resaltar expresamente que lo manifestado en los párrafos anteriores de manera alguna implica desprecio o menoscabo hacia la producción teórica proveniente de exterior, que por cierto ha brindado medulares categorías de análisis para el abordaje de cuantiosos fenómenos sociales. Simplemente pretendo aquí mostrar una tendencia que encubre un serio déficit para nuestro proceso de autoconocimiento.
El fenómeno tan magistralmente explicado por Chávez y Ferré adquiere vital importancia, ya que como lo he comprobado acabadamente, muchos de nuestros alumnos se gradúan de las universidades locales con una sutil convicción que asocia la externidad con la calidad del saber, y además, con una suerte de convencimiento respecto a la insolvencia iberoamericana para producir material teórico universalmente relevante. Esta tendencia que, reitero, no es generalizada pero sí ampliamente extendida, constituye una verdadera desdicha, ya que es harto conocido que cualquier abordaje sobre la dinámica social e histórica -más allá de que un individuo en particular aspire a desarrollar categorías universales de análisis- presupone una mirada ciertamente determinada por condiciones subjetivas e históricas de quien se lo propone, y por lo tanto existe un nítido e irreversible contexto de subjetividad en toda mirada social.
A esa tendencia remitiva del saber, que según Chávez se potencia en las primeras décadas del siglo XIX a partir de la expansión de la filosofía iluminista, se suma naturalmente otro fenómeno que responde a impulsos de índole individual y que es compartido por muchos intelectuales en el mundo: la aspiración a determinar categorías universales de análisis aplicables a toda comunidad humana. Este secreto o expreso anhelo de índole narcisista suele determinar muchas veces el pensamiento social.
La combinación entre ambas, es decir, entre la remisión hacia el afuera y las aspiraciones narcisistas, ha producido en nuestra intelligentzia un gran déficit de autoconocimiento -y por tanto- una grave falencia en el desarrollo integral de nuestro país, que se expondrá en otro apartado referido a las elites. Por su parte, el hecho de que una considerable porción de nuestros cuadros académicos se haya formado durante muchas décadas en un idealismo teórico que parte desde el afuera hacia el adentro, ha motivado, entre otras cuestiones, que a pensadores como Jauretche difícilmente engarzables en categorías sociológicas concebidas en el «primer mundo», se los aparte, se los niegue, o se asigne a su obra el carácter de acientífica.

*Abogado, docente universitario y ensayista

NOTA

1 Fermín Chávez, «Historicismo e Iluminismo en la cultura Argentina», Editora del País, 1977, pág. 9.

Fuente: El Ortiba

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