Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Se cumplen 70 años del fallecimiento de Eva Duarte de Perón, “Evita”. Ella es una figura inmensa, para muchos “Madre de la Patria”. Reproducimos aquí, dos de sus últimos discursos: el del Cabildo Abierto del 22 de agosto; y el conocido como “el Renunciamiento”, pronunciado días más tarde por cadena nacional en aquél invierno de 1951.
El Editor Federal
Según varias de las fuentes consultadas, corría el verano de 1951, cuando desde varios sectores del movimiento peronista, y principalmente desde la CGT, se comenzó a impulsar la candidatura de Eva Duartea la vicepresidencia, compartiendo fórmula con el presidente Perón. El Partido Peronista Femenino y centenares de agrupaciones políticas se sumaron al pedido cegetista.
La respuestas oficiales, eran un continuo de evasivas, y hacia el interior de los sectores más representativos del movimiento se comenzó a gestar un hecho político dónde quedara claro cuáles eran los intereses del pueblo, de los trabajadores, y se definiera la fórmula presidencial de cara al acto eleccionario que tendía lugar el 11 de noviembre de 1951.
Con ese objetivo, fue convocado para el 22 de agosto de ese año, el “Cabildo Abierto”. Se cuenta que más de dos millones de personas provenientes de todo el país habían acudido a la cita donde se esperaba proclamar la dupla tal lo señalaba la gran bandera que presidía el palco: “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la patria”.
Los historiadores coinciden en que más allá de los deseos de la CGT, la agrupaciones de base y la rama femenina, la alianza que conformaba por el entonces el gobierno encabezado por Perón, había manifestado al propio presidente las tiranteces y disconformidades ante la posibilidad de que la propia Eva Duarte se erigiera como la segunda al mando. Hubiese sido un “hecho inédito a todo los tiempos” como tituló el diario brasileño O’Globo, y al que dieron cobertura medios de todo el mundo. Por más que la mujer ganase derechos cívicos, era inimaginable que una fórmula presidencial que incluyera a una de ellas, muy a pesar de un importante sector de las fuerzas armadas y de las cúpulas empresarias con las cuales convivía el gobierno.
Llegado el 22 de agosto, ante la calles colmadas de personas que habían concurrido al acto, Eva salió al balcón y habló ante la multitud. Algunos historiadores dicen que ella en principio ”aceptó” la postulación; otros, que pidió unos días para resolver; y también hay quienes afirman que solicitó unas horas para contestar. Creemos importante que leen por ustedes mismos, las palabras que pronunció Eva aquel 22 de agosto de 1951:
Excelentísimo señor presidente; mis queridos descamisados de la Patria:
Es para mí una gran emoción encontrarme otra vez con los descamisados, como el 17 de octubre y como en todas las fechas en que el pueblo estuvo presente. Hoy, mi general, en este Cabildo del Justicialismo, el pueblo, que en 1810 se reunió para preguntar de qué se trataba, se reúne para decir que quiere que el general Perón siga dirigiendo los destinos de la Patria. Es el pueblo, son las mujeres, los niños, los ancianos, los trabajadores, que están presentes porque han tomado el porvenir en sus manos, y saben que la justicia y la libertad únicamente la encontrarán teniendo al general Perón al frente de la nave de la Nación.
Mi general: son vuestras gloriosas vanguardias descamisadas las que están presentes hoy, como lo estuvieron ayer y estarán siempre, dispuestas a dar la vida por Perón. Ellos saben bien que antes de la llegada del general Perón vivían en la esclavitud y por sobre todas las cosas, habían perdido las esperanzas en un futuro mejor. Saben que fue el general Perón quien los dignificó social, moral y espiritualmente. Saben también que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatria todavía no están derrotados, y que desde sus guaridas atentan contra el pueblo y contra la nacionalidad. Pero nuestra oligarquía, que siempre se vendió por cuatro monedas, no cuenta en esta época con que el pueblo está de pie, y que el pueblo argentino está formado por hombres y mujeres dignos capaces de morir y terminar de una vez por todas con los vendepatrias y con los entreguistas.
Ellos no perdonarán jamás que el general Perón haya levantado el nivel de los trabajadores, que haya creado el Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos olvidaron; los niños y los ancianos y las mujeres, que ellos relegaron a un segundo plano.
Ellos, que mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado las tres banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía de la Patria.
Pero hoy el pueblo es soberano no sólo cívicamente sino también moral y espiritualmente. Mi general: estamos dispuestos, los del pueblo, su vanguardia descamisada, a terminar de una buena vez con la intriga, con la calumnia, con la difamación y con los mercaderes que venden al pueblo y al país. El pueblo quiere a Perón no sólo por las conquistas materiales –este pueblo, mi general, jamás ha pensado en eso, sino que piensa en el país, en la grandeza material, espiritual y moral de la Patria-, porque este pueblo argentino tiene un corazón grande y piensa en los valores por sobre los valores materiales. Por ello, mi general, hoy esta aquí, cruzando caminos, acortando kilómetros con miles de sacrificios, para decirnos «presente», en este Cabildo del Justicialismo.
Es la Patria la que se ha dado cita al llamado de los compañeros de la Confederación General del Trabajo, para decirle al Líder que detrás de él hay un pueblo, y que siga, como hasta ahora, luchando contra la antipatria, contra los políticos venales y contra los imperialismos de izquierda y de derecha.
Yo, que siempre tuve en el general Perón a mi maestro y mi amigo –pues él siempre me dio el ejemplo de su lealtad acrisolada hacia los trabajadores-, en todos estos años de mi vida he dedicado las noches y los días a atender a los humildes de la Patria sin reparar en los días ni en las noches, ni en los sacrificios.
Mientras tanto ellos, los entreguistas, los mediocres, los cobardes, de noche tramaban la intriga y la infamia del día siguiente, yo, una humilde mujer, no pensaba sino en los dolores que tenía que mitigar y en la gente a que tenía que consolar en nombre vuestro, mi general, porque se el cariño entrañable que sentís por los descamisados y porque llevo en mi corazón una deuda de gratitud para con los descamisados que el 17 de octubre de 1945 me devolvieron la vida, la luz, el alma y el corazón al devolverme a Perón.
Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino, una descamisada de la Patria, pero una descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la Patria.
Mi general: aquí en este magnífico espectáculo vuelve a darse el milagro de hace dos mil años. No fueron los sabios, ni los ricos, ni los poderosos los que creyeron; fueron los humildes. Ricos y poderosos han de tener el alma cerrada por la avaricia y el egoísmo; en cambio, los humildes, como viven y duermen al aire libre, tienen las ventanas del alma siempre expuestas a las cosas extraordinarias. Mi general: son los descamisados que os ven a vos con los ojos del alma y por eso os comprenden, os siguen; y por eso, no quieren más que a un hombre, no quieren a otro: Perón o nadie.
Yo aprovecho esta oportunidad para pedir a Dios que ilumine a los mediocres para que puedan ver a Perón y para que puedan comprenderlo, y para que las futuras generaciones no nos tengan que marcar con el dedo de la desesperación si llegaran a comprobar que hubo argentinos tan mal nacidos que a un hombre como el general Perón, que ha quemado su vida para lograr el camino de la grandeza y la felicidad de la Patria, lo combatieron aliándose con intereses foráneos.
No me interesó jamás la insidia ni la calumnia cuando ellos desataron sus lenguas contra una débil mujer argentina. Al contrario, me alegre íntimamente, porque yo, mi general, quise que mi pecho fuera escudo para que los ataques, en lugar de ir a vos, llegaran a mí. Pero nunca me dejé engañar. Los que me atacan a mí no es por mí, mi general, es por vos. Es que son tan traidores, tan cobardes que no quieren decir que no lo quieren a Perón. No es a Eva Perón a quien atacan: es a Perón.
A ellos les duele que Eva Perón se haya dedicado al pueblo argentino; a ellos les duele que Eva Perón, en lugar de dedicarse a fiestas oligárquicas, haya dedicado las horas, las noches y los días a mitigar dolores y restañar heridas.
Mi general: aquí está el pueblo y yo aprovecho esta oportunidad para agradecer a todos los humildes, a todos los trabajadores, a todas las mujeres, niños y hombres de la Patria, que en su corazón reconocido han levantado el nombre de una mujer, de una humilde mujer que los ama entrañablemente y que no le importa quemar su vida si con ello lleva un poco de felicidad a algún hogar de su Patria. Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros trabajadores que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de ser la esposa del presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo argentino!
Yo me siento extraordinariamente emocionada. Mi humilde persona no merece el cariño entrañable de todos los trabajadores de la Patria. Sobre mis débiles espaldas de mujer argentina ustedes cargan una enorme responsabilidad. Yo no sé cómo pagar el cariño y la confianza que el pueblo deposita en mí. Lo pago con amor, queriéndolo a Perón y queriéndolos a ustedes, que es como querer a la Patria misma.
Compañeros: Yo quiero que todos ustedes, los del interior, los del Gran Buenos Aires, los de la Capital, en fin, los de los cuatro puntos cardinales de la Patria, les digan a los descamisados que todo lo que soy, que todo lo que tengo, que todo lo que hago, que todo lo que haré, que todo lo que lo que pienso, que todo lo que poseo no me pertenece: es de Perón, porque él me lo dio todo, porque él, al descender hasta una humilde mujer de la Patria, la elevó hacia las alturas y la puso en el corazón del pueblo argentino.
Mi general: si alguna satisfacción podría haber tenido es la de haber interpretado vuestros sueños de patriota, vuestras inquietudes y la de haber trabajado humilde pero tenazmente para restañar las heridas de los humildes de la Patria, para cristalizar esperanzas y para mitigar dolores, de acuerdo con vuestros deseos y con vuestros mandatos.
Yo no he hecho nada, todo es Perón. Perón es la Patria, Perón es todo, y todos nosotros estamos a distancia sideral del Líder de la nacionalidad. Yo, mi general, con la plenipotencia espiritual que me dan los descamisados de la Patria, os proclamo, antes que el pueblo os vote el 11 noviembre, presidente de todos los argentinos. La Patria está salvada, porque está en manos del general Perón.
A ustedes, descamisados de mi Patria, y a todos los que me escuchan, los estrecho simbólicamente muy, pero muy fuerte, sobre mi corazón».
Se cuenta, que la multitud pasó varias horas de vigilia, esperando que Evita volviera a salir y confirmara la decisión. Sin embargo, se pronunciaría nueve días más tarde – el 31 de agosto de 1951 – por cadena nacional de radiodifusión, con las siguientes palabras:
Compañeros: quiero comunicar al pueblo argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico Cabildo Abierto del 22 de agosto. Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto. Desde aquel momento, después de aquel diálogo entre mi corazón y mi pueblo, he meditado mucho en la soledad de mi conciencia, y reflexionando fríamente he tomado mi propia decisión, que en forma irrevocable y definitiva, he presentado ya ante el Consejo Superior del Partido Peronista y en presencia de nuestro jefe supremo, el general Perón. Ahora quiero que el pueblo argentino conozca por mí misma las razones de mi renuncia indeclinable. En primer lugar, y poniendo estas palabras bajo la invocación de mi dignidad de mujer argentina y peronista y de mi amor por la causa de Perón, de mi patria y de mi pueblo, declaro que esta determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por eso es totalmente libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva.
Yo, que ya he vivido varios años, los mejores de mi vida, junto al general Perón, mi maestro y amigo, he aprendido de él a pensar y a sentir y a querer teniendo como únicos ideales la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. La felicidad del pueblo que para mi acción se concreta en el bienestar de trabajadores y en la dignificación de los humildes y en la grandeza de esta patria que Perón nos ha dado y que todos debemos defender como la más justa, la más libre y la más soberana de la Tierra. Yo invoco en este momento el recuerdo del 17 de octubre de 1945, porque en aquella fecha inolvidable me formulé yo misma, y ante mi propia conciencia, un voto permanente, y por eso me entregué desde entonces al servicio de los descamisados, que son los humildes y los trabajadores. Tenía una deuda casi infinita que saldar con ellos, que habían reconquistado a Perón para la patria y para mí. Yo creo haber hecho todo lo que estuvo en mis manos para cumplir con mi voto y con mi deuda. No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola ambición. Una sola y gran ambición personal: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que luego Perón convertía en hermosas realidades. Y que a esta mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Nada más que eso. Evita quería ser cuando me decidí a luchar codo a codo con los trabajadores y puse mi corazón al servicio de los pobres llevando siempre como única bandera el nombre del general Perón a todas partes. Si con ese esfuerzo mío conquisté el corazón de los obreros y de los humildes de mi patria, eso es ya una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas. Yo no quiero otro amor que ese cariño. Aceptar otra cosa sería romper la línea de conducta que le impuse a mi corazón y darles la razón a los que no creyeron en la sinceridad de mis palabras y que ya no podrán decir jamás que todo lo hice guiada por mezquinas y egoístas ambiciones personales. Yo sé que cada uno de los descamisados que me quieren de verdad ha de querer también que nadie tenga derecho a descreer de mis palabras y ahora, después de esto, nadie que no sea un malvado podrá dudar de la honradez, de la lealtad y de la sinceridad de mi conducta. Por eso, quiero que estén tranquilos mis descamisados. No renuncio a la lucha ni al trabajo, renuncio a los honores. He decidido renunciar al insigne honor de acompañarlo al general Perón a la fórmula presidencial, pero seguiré ocupando, como su más humilde colaboradora, el puesto de batalla donde sirvo como pueblo al pueblo mismo, y como peronista, al general Perón. Junto a la Confederación General del Trabajo y como una compañera más de los trabajadores, seguiré siendo el puente de sus esperanzas ante el general Perón.
Tenemos los compañeros de la Confederación General del Trabajo y yo mucho que hacer para cumplir con los objetivos geniales de nuestro líder en estos años venideros. Crearemos juntos luchando, corazón a corazón, la unidad absoluta del justicialismo con el sindicalismo, a la sombra de la bandera peronista de la justicia social. Por eso, y también porque aspiro a consolidar con mi trabajo y con mi propio ejemplo las puertas materiales y morales del Partido Peronista femenino y masculino, quiero seguir siendo nada más, pero nada menos, que la compañera Evita para todos: para los humildes, para los trabajadores y para Perón. Esta es la única gloria y el único honor que aspiro para mí. Yo sé que meditando estas razones mías, el mismo pueblo que me proclamó el 22 de agosto también está conmigo ahora y también quiere para mí esa única gloria y ese único honor.
Yo me anticipé a su juicio definitivo e interpretándolo, adopté mi decisión inquebrantable e irrevocable. Guardaré, sin embargo, un recuerdo de eterna gratitud para con todos los hombres y mujeres, los niños y los ancianos de mi pueblo, que estuvieron material o espiritualmente presentes en el Cabildo Abierto del 22 de agosto. Nunca se borrará tampoco de mi corazón la gratitud que siento para los compañeros de la Confederación General del Trabajo y para con la inmensa legión de trabajadores argentinos. Con ellos, y por ellos, por los trabajadores y por los descamisados, seguiré luchando como hasta hoy con el corazón y el pensamiento puestos en el General. Nuestro líder, nuestro conductor, nuestro maestro, y para mí, el amigo leal que con la grandeza extraordinaria de su alma supo dejar mi decisión de estos días librada al arbitrio de mi propia conciencia y de mi propia voluntad. Todas estas cosas me obligan a seguir luchando todavía con más amor y con más energía que hasta el presente. Estoy segura que el pueblo argentino y el Movimiento Peronista, que me lleva en su corazón, que me quiere y que me comprende, acepta mi decisión porque es irrevocable y nace de mi corazón. Por eso, ella es inquebrantable e indeclinable. Y por eso, me siento inmensamente feliz y a todos les dejo mi corazón.
Estas palabras, conocidas como “el Renunciamiento”, fueron definitivas, y sellaban un proceso que venía desarrollándose por esos años, y donde los sectores mayoritarios dentro del movimiento gobernante, también pugnaban protagonismo con sus posiciones. Finalmente, quién acompañó a Perón en la formula fue Hortencia Quijano, quién fallecería a poco de asumir el cargo.
Fuentes: Pensamiento Discepoleano / Norberto Galasso, “Perón” / Archivos SUTEBA y El Historiador.