Tiemblen los Tiranos 72: El federalismo provinciano y nacional (2ra. Parte)

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Tiemblen los Tiranos 72: El federalismo provinciano y nacional (2ra. Parte)

Columna que existe para difundir y divulgar hechos y reflexiones sobre la historia, desde una visión, federal, popular y latinoamericana. Compartimos con ustedes la segunda parte del trabajo recientemente publicado por el Instituto Artiguista de Santa Fe, firmado por Elio Noé Salcedo*, y titulado “El federalismo provinciano y nacional. Una mirada desde el Interior profundo”. A nuestro entender, con el nombre nomás, invita a su lectura.

El Editor Federal

Para leer la primera parte, pulse aquí.

4. Origen, carácter y sentido histórico del federalismo nacional

Para introducirnos brevemente en el tema, conviene saber con Alfredo Terzaga que lo que se conoce como federalismo o “llamamos Partido Federal, no nació entero de la noche a la mañana ni se mantuvo como algo homogéneo o idéntico a través de nuestras peripecias civiles”. En efecto, “circunstancias diversas de tiempo, de lugar y de coyuntura política –factores que condicionan en última instancia su carácter y sentido histórico- fueron determinando que el pabellón federal recubriera muy distintos programas, muy diferentes matices y a veces hasta muy opuestos intereses”.

En ese mismo sentido, advierte Roberto A. Ferrero respecto al fenómeno federal, que “solo con posterioridad (a 1820) y pausadamente, fue constituyéndose como un cuerpo de ideas”, de tal manera que, “las primeras proclamas de los caudillos y las instrucciones iniciales de los Cabildos de provincia planteaban principalmente la exigencia del gobierno propio, la necesidad de la protección para determinadas industrias artesanales y la cesación de las expediciones punitivas contra los pueblos”, que cada tanto organizaba Buenos Aires para imponer su poder y su política librecambista. En cambio, aclara Ferrero, “la problemática de la nacionalización de la Aduana porteña, la coordinación de las autonomías locales con las facultades del poder central, la discusión doctrinaria sobre las ventajas y los males del librecambio en Pedro Ferré, son todos temas que van a apareciendo con posterioridad al año XX”.

De allí que el federalismo no sea uno ni el mismo en el espacio ni en el tiempo. De hecho se pueden apreciar a grande rasgos en el tiempo, tres etapas o períodos políticos del federalismo entre 1810 y 1853: el Federalismo Artiguista o Artiguismo (con sede en la Banda Oriental y el acompañamiento del actual Litoral argentino, con ramificaciones o extensión en casi todo el país de los argentinos, que concluye en 1820 con el exilio definitivo de Artigas en el Paraguay); el Federalismo del Interior argentino o federalismo nacional (que sucede al artiguismo en la lucha por un país federal); y por último, y el más tardío y discutible, el Federalismo Bonaerense (luego transformado en “Santa Federación”) que -en conflicto con el ala unitaria y más liberal del “partido de Buenos Aires”- aparece con Manuel Dorrego y se consolida con Juan Manuel de Rosas.

En cuanto al propio Federalismo del Interior, heredero del Federalismo Artiguista a partir de 1820, podemos considerar que hubo dos expresiones genuinas en la primera mitad del siglo XIX: una rama mediterránea o federalismo mediterráneo (con sede en Córdoba en un comienzo, e integrado por las provincias del Norte y Cuyo, que nace con la sublevación de Arequito el 9 de enero de 1820), y una rama litoraleña o federalismo del Litoral (con sede en Santa Fe, e integrado por esta provincia, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones, que tiene su bautismo de fuego propio en la batalla de Cepeda y el derrocamiento del Directorio el 1 de febrero de 1820).

En “La saga del artiguismo mediterráneo”, Roberto A. Ferrero aclara que lo que el federalismo del Interior deseaba “era la organización nacional, pero en un pie de igualdad con la metrópoli porteña, sin subordinaciones ruinosas para su economía y deprimentes de su calidad de pueblos capaces de autogobernarse”. La diferencia con los unitarios no estribaba en el rechazo a “la unidad constitucional de la nación”, sino al dominio de una provincia (la ciudad-provincia de Buenos Aires) sobre las demás. Por eso, como dice Alfredo Terzaga, “casi no hubo caudillo que en algún momento no tratara de contribuir a la organización del país y de pedirla, como requisito indispensable para que sus provincias salieran de la asfixia, el aislamiento y el atraso”, condición que por supuesto Buenos Aires no sufría, dada su condición natural de ciudad portuaria y provincia ganadera, extensa y poseedora de los suelos más fértiles de la República.

A propósito de la compatibilidad federal entre autogobierno, unidad nacional y constitución de la Nación, el federal cordobés José Javier Díaz, en su oficio del 10 de octubre de 1815, ya se peguntaba: “¿Es lo mismo unión que dependencia?”. Y agregaba: “Es preciso no equivocar las palabras ni el significado de ellas, y entonces se verá claramente que Córdoba, sin embargo, de hallarse independiente (autónoma), se conserva y desea permanecer en la perfecta unión y armonía con el Pueblo y Gobierno de Buenos Aires”. Pero como sabemos, Buenos Aires no concebía la unidad sin subordinación de las provincias y de sus habitantes, en 1826, con Rivadavia, promovería “la unidad a palos”, y desde 1830 a 1852 esquivaría e impediría la organización nacional y la obtención de una Constitución Federal para el país.

La conformación del federalismo nacional: de la Banda Oriental al Norte y Cuyo

Si seguimos la línea temporal histórica que describe Ferrero en “La saga del artiguismo mediterráneo” (1810 – 1820), aparte del movimiento artiguista principal de la Banda Oriental (Artigas), de la que participan también hombres del Litoral como Pancho Ramírez de Entre Ríos, Estanislao López de Santa Fe y Andresito Artigas de las Misiones, se manifiestan algunas expresiones artiguistas autonómicas (autonomistas artiguistas o de influencia artiguista) tierra adentro, es decir en el Norte, Córdoba y Cuyo, que acompañan esa primera expresión del federalismo provinciano y nacional: tal es el caso –entre 1810 y 1820-, de José Javier Díaz y Juan Pablo Bulnes en Córdoba; de Juan Francisco Borges en Santiago del Estero; de Domingo Villafañe en La Rioja; de José Moldes en Salta; o de Fray Justo Santa María de Oro en San Juan y Cuyo.

Así también hay un autonomismo provinciano –no necesariamente artiguista, y antes de la conformación de eso que aceptamos en llamar Federalismo Mediterráneo, cuyos casos más destacados son: el del mismo general José de San Martín en 1814, reelegido como gobernador en Cuyo por el propio pueblo cuyano, protagonista de la primera revolución autonomista(como la denomina el historiador Roberto Ferrero) contra la voluntad y decisión del Directorio (que finalmente, salvo el apoyo personal de Martín Pueyrredón, se desentendería del Ejército de los Andes y de las provincias cuyanas); y el de Martín Miguel de Güemes en Salta, “al frente de un gobierno autonomista de facto” contra “la sorda resistencia de la oligarquía salto-jujeña” (1815 – 1821), aliada de Buenos Aires.

Si bien Güemes no se sentirá representado por el federalismo como fuerza y sistema político hasta la sublevación de Arequito, la proclama y convocatoria a un Congreso Federal Constituyente del general Bustos, lo tendrán entre sus apoyos y auspiciantes. Igualmente, el Gral. San Martín se contará entre los que apoyan dicho Congreso, aparte de negarse también (como Bustos, Paz y Heredia en Arequito) a poner el Ejército de los Andes al servicio de Buenos Aires (desobediencia histórica) para reprimir la lucha del Interior por sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales.

Artigas y el Congreso de Córdoba

El año XX, “por una cruel ironía de la historia” –señala Ferrero-, es al mismo tiempo el año de la derrota de José Artigas y el de la victoria de sus lugartenientes (López y Ramírez) y de otros caudillos provincianos, es decir del nacimiento de lo que Terzaga postula como la siguiente etapa federal, que podríamos llamar en nuestro esquema temporal, el segundo federalismo argentino. La derrota y los conflictos internos estaban a la vuelta de los planes y de las buenas intenciones del “Protector de los Pueblos Libres”.

No obstante, sobreponiéndose a las vicisitudes de su destino, como auténtico federal, ya derrotado por los portugueses y abandonado por alguno de sus propios socios, Artigas “volcó sus últimos esfuerzos sobre Bustos y las provincias mediterráneas para apoyarlas en la tarea de constituir la unidad federal de la Nación, siempre resistida por Buenos Aires”. Así, Artigas –junto a Bustos- coadyuvó al nacimiento de uno de sus hijos dilectos –el federalismo mediterráneo-, sin poder disfrutar los halagos de su paternidad y de su esfuerzo a lo largo de su concepción.

Si López (Santa Fe) y Ramírez (Entre Ríos) triunfaban sobre el Directorio y Buenos Aires el 1° de febrero de 1820 en la Batalla de Cepeda, terminando con el poder omnímodo de la ciudad-puerto, veinte días antes, Bustos (Córdoba), Paz (Córdoba) y Heredia (Tucumán), con el apoyo de Felipe Ibarra (Santiago del Estero) desde su comandancia de frontera en el chaco santiagueño, habían sublevado el Ejército del Norte en Arequito contra los planes de represión del Directorio a los movimientos anti porteños en las provincias. Por eso creemos ver en la sublevación de Santa Fe de la madrugada del 8/9 de enero de 1820 encabezada por Juan Bautista Bustos, secundado por el tucumano Heredia, con el apoyo del santiagueño Ibarra –los tres serían luego gobernadores de sus respectivas provincias por voluntad de sus pueblos- el nacimiento de lo que hemos dado en llamar el Federalismo Mediterráneo. El general José María Paz (que también participa en Arequito) -dado su fuerte carácter individual y sus ambigüedades políticas- será asimismo gobernador de su provincia, pero no precisamente por voluntad de su pueblo, no integrará las filas del federalismo mediterráneo y tomará otro rumbo,

En cambio, a través de su Proclama del 3 de febrero de 1820, apocos menos de un mes de la rebelión de Arequito y dos días después de la batalla de Cepeda, el general Juan Bautista Bustos hacía saber a Estanislao López (Santa Fe), Martín Miguel de Güemes (Salta), Bernabé Araoz (Tucumán) y José Javier Díaz (Córdoba) sobre los sucesos de Arequito, y el 16 de febrero –mostrando su innata condición de liderazgo militar, político e intelectual en ese frente- se comunicaba con el “Protector de los Pueblos Libres”, a través de un largo oficio en el que “analiza la frustración de la alegre perspectiva de Mayo”, “critica al Directorio que usaba las fuerzas destinadas a enfrentar el enemigo realista para combatir a sus mismos hermanos y arruinar las mismas Provincias”, explicando a su vez la memorable jornada de Arequito. Llamaba además a la unión de todos los patriotas y le expresaba a Artigas la esperanza de que el gran caudillo federal le diera a la Proclama de Arequito la importancia que ella merecía.

En otro oficio al día siguiente, Bustos le mostraba al caudillo oriental –referente principal del federalismo argentino hasta ese preciso momento- su fidelidad al clamor popular y se justificaba de su silencio anterior a la sublevación federal de Arequito, “porque las circunstancias no me permitían otra cosa y aun no se había generalizado bastantemente la opinión pública a favor del sistema federal”.

Asimismo, pasando del dicho al hecho, le explicaba a Artigas -el gran organizador del Congreso Independentista de los Pueblos Libres de 1815- sobre la convocatoria al Congreso Federal que estaba programando en Córdoba para 1821, invitando a las demás provincias “para que a la brevedad envíen sus diputados a ésta, que es la que me parece media mejor las distancias, a efectos de que cuanto antes se organice el Estado por medio de una Constitución General que conciliando los intereses de todos, fije y establezca la administración general…”.

En un tercer oficio al gran federal americano, refiriéndose nuevamente al Congreso que organizaba en Córdoba, Bustos le solicita su cooperación para “su más pronta formación”, asegurándole que, “con este paso acabará su V.E. de afianzar para siempre su reputación en la opinión pública y estas provincias y el mundo entero reconocerán en la persona de V.E. al Whashington de ellas y de Sud América”.

Sin embargo, la derrota frente a los portugueses, la traición de Ramírez en connivencia con Buenos Aires e incluso la desoída advertencia respecto a no dejar a Buenos Aires las manos libres para actuar, hasta no asegurar la organización nacional y una Constitución Federal, desarmarían a Artigas y lo acorralarían definitivamente en su exilio paraguayo.

De hecho, así, por necesidad histórica y sin imponerle en definitiva a Buenos Aires las condiciones de su victoria (que le impidiera volver sobre sus pasos, como finalmente sucedió), nacía el federalismo argentino en su nueva etapa, uno de cuyos vástagos era el federalismo mediterráneo, que pronto reuniría, además de Córdoba, a las provincias de Mendoza, San Luis, San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy, con sus respectivos caudillos provinciales y/o regionales, que construirán ese gran movimiento o se irían incorporando a él.

Por su parte, si como dijimos, el federalismo del Litoral había formado parte importante y necesaria del federalismo artiguista, la desaparición de escena del caudillo oriental lo puso frente a la tarea inconclusa de su antecedente federal, destacándose prontamente el liderazgo de Estanislao López y la concurrencia de las cuatro provincias litorales -Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones- aunadas en un mismo propósito.

5. Un año crucial en la historia argentina

Si hacemos una síntesis del Año 20 del siglo XIX, en efecto, dicho año resulta ser crucial en la historia argentina, año en el que se producen esos dos grandes hitos: la sublevación militar de Arequito (Bustos, Paz, Heredia), con explícito signo federal y anti directorial (8/9/1/1820), y la batalla de Cepeda del 1/2/1820 (López, Ramírez), que depone al Directorio porteño y derriba la institución directorial. Esos dos hechos producen una verdadera revolución en todo el país de los argentinos, con importantes consecuencias inmediatas que, con fines didácticos, podemos resumir así:

1. Nacimiento de un nuevo movimiento federal –más de carácter defensivo, hasta convertirse en ofensivo con Justo José de Urquiza en 1852-, con dos fuertes alas: el ala mediterránea (encabezada precisamente por los líderes de la sublevación de Arequito) y el ala del Litoral (encabezada por los triunfadores de la batalla de Cepeda), que ocupan el lugar que deja vacío el artiguismo (primera expresión nacional del federalismo argentino en la primera década patria).

2. Con el nuevo movimiento federal se forja la era de los caudillos federales del interior argentino o “democracia de a caballo”, con participación efectiva de las masas rurales del Interior (“una lanza, un voto”) –“democracia” hasta entonces concentrada en las ciudades-, entendiendo con Alberdi que “los caudillos son la democracia”, y que tal nombre es nuestra forma original de llamar al “jefe de las masas, elegido directamente por ellas, sin injerencia del poder oficial, en virtud de la soberanía de que la revolución ha investido al pueblo todo, culto e inculto”.

3. Se produce una “eclosión de autonomismo” en todo el interior mediterráneo (Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Tucumán, Salta y Cuyo), que redunda en la aprobación de Constituciones y leyes e instalación de un verdadero orden legal en las provincias adheridas, al contrario de Buenos Aires, que, aunque también se autonomiza como las demás provincias, vive una verdadera “anarquía” (tres gobernadores en un mismo día), que los próceres de la “contrarrevolución” endilgan a las provincias. Recordemos que el término “revolución” y “contrarrevolución” fue utilizado con verdadero acierto por San Martín y Vicente López y Planes en su correspondencia de 1830 para señalar la grieta entre los sectores nacionales y los sectores porteños.

4. Dueño de la situación en esta parte del país, el general Juan Bautista Bustos convoca al Congreso Federal de Córdoba, incluso con el apoyo de San Martín y Güemes.

5. Buenos Aires, a pesar de haber sido derrotada militarmente (pero no del todo políticamente), comienza a conspirar contra la República Federal para imponer nuevamente sus designios, condición conspirativa que adopta gracias a la “generosidad” del federalismo del Interior que, a pesar de haberla derrotado, permite subsistir a sus clases y sectores anti nacionales que medran en territorio porteño-bonaerense.

6. La conspiración de Buenos Aires, con Rivadavia a la cabeza, produce el boicot y fracaso del Congreso de Córdoba de 1821, al que hasta el general Martín Miguel de Güemes –autonomista de hecho, pero no enrolado en el federalismo hasta entonces- envía desde Salta sus representantes, convencido definitivamente del ideario federal.

7. Con las autonomías provinciales –el autogobierno-, comienzan a aparecer progresivamente en el orden del día de los asuntos nacionales a resolver por las provincias, distintas necesidades políticas, institucionales y económicas, según se va ir explicitando en el tiempo con la maduración del movimiento federal: la institucionalización del sistema federal (necesidad de organización nacional y de una Constitución Federal), y con la organización institucional, administrativa y económica de la República Federal, la necesaria democratización, federalización y/o nacionalización de los recursos financieros que depara el Puerto Único y sus exclusivas rentas, que Buenos Aires monopoliza para su uso exclusivo y excluyente, sustrayéndolas al conjunto de las provincias que las necesitan para poder gobernarse, vivir y desarrollarse también.

Sin embargo, si bien la oposición de Buenos Aires a los designios federales en esta oportunidad va a reanudar la lucha civil, es necesario saber también que tanto la aparición del Artiguismo, como la del federalismo provinciano en el interior contra Buenos Aires, responde además a otras causas históricas y no solo coyunturales.

6. La política de Buenos Aires, causa eficiente del federalismo argentino

La aparición del artiguismo en la Provincia Oriental –provincia argentina hasta 1828-, así como en las regiones de nuestro litoral mesopotámico a poco de la revolución de Mayo, da cuenta eficiente de una situación de rebeldía que eclosionó entre 1813 y 1814, dada en principio por la rivalidad entre los puertos de Buenos Aires y el de Montevideo, pero también por factores económicos específicos que hacían peligrar el sistema de vida del gauchaje y de los pastores criollos.

El anulamiento de las posibilidades fluviales de la zona litoral por obra del monopolio aduanero bonaerense; los arreglos vergonzosos y abusos de las autoridades porteñas y montevideanas, a espalda de los pueblos de ambas orillas del río Uruguay; la tolerancia porteña a la invasión lusitana a la Banda Oriental; los sacrificios impuestos a las masas rurales y provincianas por el esfuerzo de la guerra de la Independencia; y la negativa centralista a reconocer el derecho de cada provincia a elegir sus propias autoridades, fueron factores que se conjugaron para crear un generalizado malestar en esa extensa región del Plata.

“Todo confluía –dice Jorge Abelardo Ramos- para hacer del gobierno directorial de la ciudad de Buenos Aires (1814 – 1820) el poder más impopular del país”. En semejante situación –apunta Roberto A. Ferrero-, “la rebelión gaucha se extendió como un incendio desde las llanuras santafesinas hasta el corazón de las antiguas misiones jesuíticas”, en tanto “durante los meses finales de 1813 y los primeros de 1814 las divisiones porteñas enviados a reprimir el alzamiento”, retrocedían derrotadas.

En marzo de 1814, todo el territorio mesopotámico y la campaña de la Banda Oriental reconocía la supremacía de Artigas y se había dado sus propios gobiernos federales. Por su parte, en las duras circunstancias que generaba la lenta crisis de las economías mediterráneas, colige Ferrero, “se incubaban las condiciones para el surgimiento de los primeros caudillos” del centro, norte y oeste del país. Ello tenía a su vez una explicación histórica.

La creación del Virreinato del Río de la Plata con cabecera en Buenos Aires, había roto el equilibrio logrado por las economías del Norte y Cuyo, agravada dicha situación por el derrumbe de los antiguos circuitos comerciales del Alto Perú y del Pacífico. A esto se sumó la crisis económica y social que la guerra de la Independencia, por un lado, y la política librecambista del Puerto Único, por otro, que terminaron de imponer y generalizar una situación angustiante en el Interior.

Reparemos en que las provincias mediterráneas carecían de puertos y sus productos artesanales o industriales eran arrasados por la competencia de los productos extranjeros más baratos, insertados en el mercado local en grandes cantidades, sin ninguna ganancia tampoco en el intercambio comercial, de la que solo se beneficiaban los exportadores e importadores porteños, socios de los industriales ingleses. Las poderosas familias de comerciantes de provincia debieron reorientar sus circuitos comerciales hacia Buenos Aires “para recoger las migajas de los importadores porteños”, refiere Alfredo Terzaga.

El malestar fue adquiriendo “caracteres cada vez más acusados, cuando el Interior, después de haber perdido su salida y comunicación con el Norte, perdió también, a raíz de la ocupación portuguesa y de la guerra brasileña, su salida por la Banda Oriental y por el Puerto de Montevideo”, completa el historiador y pensador nacional de Córdoba.

No hay duda de que “el federalismo provinciano –como sostiene Ferrero- nació como una reacción defensiva del interior ante el avasallamiento del centralismo portuario, que destruía sus instituciones y cegaba sus fuentes productivas”, sin descontar que “Buenos Aires se opone a cualquier intento de organizar el país, si la iniciativa parte de las provincias”, como advierte a su vez Denis Conles Tizado.

Para Buenos Aires, lo importante era “organizar la nación bajo su hegemonía” (tesis unitaria de Rivadavia y Mitre), y si no, no organizarla y seguir dominando a las provincias por el usufructo de sus recursos y por su debilidad institucional y económica, separando o aislando a unas de otras (tesis “federal” de Rosas), con la ilusión de una soberanía que no podían ejercer efectivamente mientras no se constituyeran nacionalmente y fundaran un Estado nacional y federal que las representara por igual a todas.

En esta nueva fase defensiva del federalismo del Año XX, las provincias, como que sus hijos habían conformado los ejércitos de la Independencia y sus caudillos habían sido sus jefes militares contra godos y portugueses (Artigas, Güemes, Bustos, Ibarra, Heredia), aparte de las reivindicaciones concretas respectivas –autonomía, proteccionismo y luego nacionalización de la Aduana de Buenos Aires, entre otras-, estaban de consuno con la causa general de libertad, independencia y unidad americana (Bolívar, San Martín, Güemes y el mismo Artigas), contra la Ciudad-Puerto, que, además de mandar los ejércitos de la patria a reprimirlas (con la patriótica desobediencias de ellos), le negaba sus recursos tanto a las provincias como a la gesta libertadora continental, y prefería pensar solo en sus negocios con el extranjero.

La comprensión de esa doble tarea: derrotar al enemigo interno que impedía desarrollar a la Nación, y derrotar al enemigo externo que impedía nuestra independencia, era asumida lúcida y espontáneamente por el federalismo del Interior en todos sus matices.

Al parecer esa historia no ha terminado, cuando nuevamente la clase de financistas, intermediarios, exportadores e importadores de la Ciudad Puerto –con nuevos privilegios y poderes a partir de haber sido convertida en ciudad autónoma (1994)- presiona sobre el Estado Federal para volver a hacer su voluntad a expensas de todos. Tampoco es en vano insistir para el presente y futuro inmediato de nuestra Patria Grande, que los canales y corredores inter oceánicos y todos los proyectos que unen ambos océanos y de una punta a otra nuestro Continente-Nación, restablecerán aquel equilibrio perdido en 1776 al crearse el virreinato platense sin tener en cuenta sus graves consecuencias para el Interior.

Obras consultadas:

Roberto A. Ferrero (1996). La saga del artiguismo mediterráneo. Córdoba: Alción Editora; Alfredo Terzaga (1914). Federalismo Nacional o Federalismos Regionales. Córdoba: Edición del Compilador. Jorge Abelardo Ramos (2006). Revolución y Contrarrevolución en la Argentina. Tomo I: Las masas y las lanzas. Buenos Aires: Dirección de Publicaciones del Senado de la Nación; Denis Conles Tizado (2001). Juan Bautista Bustos. Córdoba: Ediciones del Corredor Austral. Juan Bautista Alberdi (2007). Grandes y pequeños hombres del Plata. Buenos Aires: Editorial Punto de Encuentro.

7. Entre el Federalismo del Litoral y el Federalismo Mediterráneo

Tampoco debemos olvidar, en la medida en que la memoria de esos hechos y la premisa de su no repetición es garantía para construir esa nación por la que luchó el federalismo nacional en el siglo XIX, que esa lucha se vio opacada también y finalmente neutralizada durantelos primeros cuarenta años de nuestra historia autónoma de España, debido a las rencillas y disputas internas por el poder y la preeminencia en el propio federalismo del Interior. Dicha disputa generó la tragedia de Barranca Yaco, benefició a Buenos Aires y postergó hasta 1853 la organización federal del país.

Con el atinado título de “Los Reynafé, entre López y Quiroga” (que bien podría entenderse “entre el Federalismo del Litoral y el Federalismo Mediterráneo”), en su “Breve Historia de Córdoba”, al referirse a las dificultades que tuvo el coronel José Vicente Reynafé cuando le tocó gobernar Córdoba, el historiador Roberto A. Ferrero pone en contexto esas dificultades y da algunas precisiones sobre los trágicos hechos de 1835, revisión que completa en su último libro “Los caudillos artiguistas de Córdoba”.

Al destacar las realizaciones del federal cordobés “en medio de dificultades de todo orden, que dieron a la época de Reynafé un carácter tumultuoso”, Fererro atribuye a “la ambición de Facundo Quiroga, amo indiscutible de nueve provincias”, la intención “de asentar también su dominio sobre Córdoba, perspectiva ésta que resistían los Reynafé”, hombres también, por su ubicación geopolítica, del federalismo mediterráneo. La misma legítima ambición sostenía López desde Santa Fe, aunque la forma de dirimir dicho liderazgo no transitaría por los mejores carriles.

En medio de dicha contradicción y conflicto entre el caudillo riojano –aliado de Bustos mientras éste vivía- y Reynafé, que ahora se movía en “la órbita de Estanislao López”, se produjo ese episodio que hemos ya mencionado y que echa sombra sobre Facundo Quiroga por encima de otros que podrían cuestionar por alguna razón su accionar o manera de pensar.

Veamos un poco más en detalle los hechos: el canónigo Juan Bautista Marín –diputado por Córdoba a la “Comisión Representativa” creada por el Tratado Federal de 1831 entre las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, “escribió a sus amigos en el Interior en marzo de 1832, instándolos a desconfiar de Buenos Aires” y concentrarse detrás de las provincias del Litoral y Córdoba “para organizar federalmente la República”. Otro tanto hizo el doctor Manuel Leiva, representante de Corrientes, con veraces argumentos que describían el dominio que ejercía Buenos Aires a través del monopolio de la aduana porteña, entre otras consideraciones.

Quiroga entró en posesión de esa correspondencia y, en una actitud impropia, y sobre todo inconveniente para los intereses del Interior, “hizo públicas” las cartas de los representantes de Córdoba y Corrientes, y se las envió a Rosas -su aliado de coyuntura-, que tuvo así “argumentos” para justificar el retiro de su representante de la Comisión Representativa y la quita de su apoyo a un Congreso Federal Constituyente, postergándolo sine die.

Queremos entender, sin justificarla, que la indebida conducta de Quiroga fue el resultado de la disputa por el poder y la preeminencia dentro del federalismo del Interior entre Facundo Quiroga (líder en aquel momento del Federalismo Mediterráneo) y Estanislao López (gobernador de Santa Fe y líder del Federalismo del Litoral), que disputaban además el apoyo de Córdoba.

Podríamos deducir también, que aquella actitud de Quiroga fue el fruto del enojo y resentimiento que le produjo la exclusión del federalismo del Norte y Cuyo en los planes federales del Litoral y Córdoba para “organizar federalmente la República”, dada la firma del Pacto Federal de 1831 sin la participación de las demás provincias en esa primera instancia.

Nos preguntamos: ¿No podría haber supuesto Quiroga que, al ser dejado de lado, él también tenía derecho a negociar y pactar con Buenos Aires de acuerdo a sus propias razones políticas? Incluso podría llegar a pensarse que hasta las mismas conversaciones de Facundo con rivadavianos y unitarios en Buenos Aires, y la propia reivindicación de la Constitución de 1826 que se le atribuye -a falta de otra en ese momento-, no era precisamente una muestra de su dependencia de Rosas sino, por el contrario, un desafío a Rosas, a su poder omnímodo y a su rechazo a toda organización nacional y Constitución Federal, como lo había hecho Rivadavia un lustro antes, a quien Quiroga había combatido por las armas. ¿No utilizaría el general Urquiza esa misma táctica política veinte años después, al establecer acuerdos tanto con federales como con unitarios, con brasileros y uruguayos, para derribar a Rosas y organizar el país bajo una Constitución Federal?

Tampoco dejemos de lado entre las razones de la inapropiada conducta de Quiroga al mostrar las cartas de un sector del Interior, la misma justificación que el propio Quiroga alega en carta a Marín (el representante cordobés) y Leiva (representante de Corrientes a la Comisión Representativa), transcriptas por Vicente Fidel López, en la que expresa, ingenuamente, estar convencido de las buenas intenciones de Buenos Aires, en quien Quiroga confía en ese momento (y con quien López había firmado otros pactos), o a quien Quiroga supone manejar y/o tener del lado de su causa.

En la carta respectiva, Facundo le dice a Marín, descubriendo en última instancia cuál es la razón transparente (aunque ingenua e impropia) de su comportamiento: “… Yo también soy provinciano e interesado, como el que más, en la felicidad de todos los pueblos que componen la República, en cuya línea a nadie cedo; porque aun cuando hay otros que han trabajado más que yo por el bien general (podría estar refiriéndose a Artigas, Bustos e incluso a López), ninguno dejará de confesar que no he omitido ningún género de sacrificios, estando en la esfera de mi poder”. No parece ser ésta una confesión de abandono del ideal federal ni la de alguien que actúa en las sombras e hipócritamente. “Y si fuera efectiva la acriminación que usted hace a la provincia de Buenos Aires -le insiste a Marín-, yo sería el primero en detestar su marcha, y aun oponerme a ella del modo más formal, como lo hice el año 26 por mí solo, contra el poder del presidente de la República; pues que viendo yo la justicia de mi parte, no conozco peligro que me arredre ni que me haga desistir de buscarla…”.

Fiel a esas palabras, dos años después, Quiroga debería volver sobre sus pasos, pero ya era demasiado tarde.

Lo cierto es que, como ya hemos dicho, y a pesar de la “razón histórica” que en este caso le asistía a Marín y Leiva al prevenir a otros provincianos sobre las intenciones de Rosas, la “jugada” de Quiroga impuso un retroceso tremendo al federalismo del Interior y fortaleció a Buenos Aires, contrario -con Rivadavia o con Rosas- a la organización nacional y a la reunión de un Congreso Federal Constituyente.

En 1833, debido a la consecución del conflicto con los Reynafé y con el federalismo del Litoral, Quiroga se vio involucrado en otro intento de incluir a Córdoba entre las provincias bajo su liderazgo: “la sublevación de los federales del Norte y el Oeste” en Córdoba, mientras se sustanciaba la campaña del Desierto de esos años comandada por Rosas, Quiroga y Aldao.

Al mando del general Huidobro (segundo de Quiroga en la campaña contra los indios), y con el apoyo de “la fracción disidente mayoritaria” del federalismo cordobés y su expresión más auténtica, la de Juan Pablo Bulnes (quien fuera la mano derecha de Bustos y “un federal consecuente toda su vida”, como sostiene Ferrero), aquel intento de derribar a los hermanos Reynafé, que se le atribuyó a Quiroga, agregó inoportuna y fatalmente más leña al fuego de las divisiones provincianas.

Ni López ni Quiroga parecieron reparar en aquel momento que, de esa manera –separados de los demás o enfrentados entre los sectores del federalismo del Interior-, favorecían invariablemente los intereses de Buenos Aires.

Finalmente, el “encarnizado conflicto” tuvo el penoso desenlace que conocemos, cuando después de que el gobierno de Córdoba destituyera al Vicario apostólico Dr. Benito Lazcano (aliado de Bustos también), éste buscó refugio junto a Quiroga en La Rioja. La trágica lógica de los hechos “desbordó el vaso del resentimiento y la paciencia de los Reynafé”, que no trepidaron en “tramar el asesinato del caudillo riojano”, como nos confirma Ferrero, con la consecuente tragedia para el federalismo mediterráneo y del Interior en su conjunto.

Incluso podría conjeturarse, sin justificarlos tampoco, que los hermanos Reynafé, dadas las aspiraciones de dominio del caudillo riojano, temían una próxima invasión de Quiroga a Córdoba si se lo dejaba volver sobre sus pasos en febrero de 1835. Aunque eso no cambie en nada la tragedia y sus móviles, ni las causas y consecuencias políticas de los actos que sus protagonistas aportaron a la tragedia provinciana. En efecto, el único favorecido en todos y cada uno de los hechos comentados terminará siendo Rosas y Buenos Aires, que otra vez se saldrá con la suya.

Solo queda por saber, aparte de la lamentable desaparición de Facundo Quiroga del escenario nacional que, “fue tal la conmoción que se advirtió en todo el país por el atentado, que el gobernador de Santa Fe no se animó a seguir sosteniendo a los Reynafé” y, “librados a su suerte”, fueron arrestados y sometidos a un largo juicio.

José Antonio Reynafé falleció en las mazmorras rosistas, y Guillermo y José Vicente –que nunca quisieron acusar a nadie ni siquiera por complicidad en el crimen de Barranca Yaco, auto inculpándose en todo momento, fueron fusilados en 1837 junto a Santos Pérez, el autor material del crimen. Francisco Reynafé, el único que logró escapar de la justicia rosista, murió en el combate de Cayastá en 1840, peleando contra Rosas.

Si Facundo había aceptado en silencio y con resignación su condena de Barranca Yaco, los hermanos Reynafé sepultaban con ellos toda la verdad sobre el crimen.

En 1837, el federalismo mediterráneo había sufrido una verdadera tragedia por la desaparición de cuatro de sus principales caudillos (Quiroga y los tres hermanos Reynafé). En 1838 sería asesinado también Alejandro Heredia, que, con el Tratado de Santiago del Estero, firmado por él, Quiroga, el santiagueño Ibarra y el salteño Moldes, había quedado al frente del federalismo mediterráneo. Y ese mismo año de 1838 moría también el gran caudillo federal santafesino Estanislao López.

Hasta 1852, el federalismo del Interior en su conjunto estaría inhabilitado para hablar, hacer y disentir, hasta que un nuevo caudillo y un nuevo representante del Interior todo, y de la mayoría de los argentinos -el entrerriano Justo José de Urquiza-, levantara las banderas que prácticamente desde 1810 habían agitado las provincias contra el poder arbitrario de Buenos Aires, desde la Banda Oriental a Cuyo, desde el Paraguay y el Alto Perú a Córdoba, desde el extremos noroeste andino a Santa Fe y todo el litoral platense, desde los límites norte, este y oeste del ex virreinato al límite sur con el desierto pampeano y patagónico.

* Según se interpreta de la publicación de la fuente, el artículo de Salcedo fue extraído de los Cuadernos de Reflexión Nacional 11.

Fuente: Instituto Artiguista de Santa Fe

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