Gases: hacia un mundo falto de olla

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Un nuevo episodio del “colonialismo verde” o “imperialismo del carbono”, está teniendo lugar durante la COP28 en Dubai. La “recomendación” de la ONU es bajar el consumo y por ende, la producción de carnes, ya que – dicen – los gases de los animales, potencian el calentamiento global.

Por Pablo Casals

Antes se escribir algo y que el lector se enoje, le advertimos: no se extrañe mi amiga/amigo, de que nuestros “representantes” agarren viaje con esta historia. La cosa ya no pasa por la soberanía, la buena alimentación, los pajaritos y las florcitas. La mano viene por la garantización de la tasa de utilidades.

Esto es así por el brazo de la Organización Naciones Unidas que se ocupa de temas relacionados a la agricultura y la alimentación, la famosa FAO, postuló su plan de acción que intentará consolidar durante la Conferencia por el Cambio Climático (la COP28) que se está llevando adelante en Dubai.

Los anuncios son concretos: la FAO propone un su plan de acción para lograr que los sistemas de alimentación globales frenen su “desmesurado consumo de carne como parte de un primer plan exhaustivo para adecuar la industria agroalimentaria mundial al Acuerdo de París en materia de cambio climático”.

Así, se “recomienda” a partir de ahora, que los Estados que consumen carne de forma “excesiva”, deberán “limitar su ingesta”. Para los países en desarrollo, ya que la poca ingesta de carne acarrea consecuencias en la nutrición, deberán mejorar su ganadería.

El párrafo anterior, se habrá dado cuenta el lector, enuncia algunos disparates. El primero, a qué se refieren con consumo excesivo de carne. El segundo, es la idea de limitar la ingesta. ¿Qué piensan hacer? ¿Invadir o persuadir con alguna otra división de aguas entre las sociedades?

El tercer disparate está antecedido de una certeza: el consumo de carne animal aporta proteínas fundamentales para el ser humano, principalmente en los primeros 10 o 15 años de vida. Un pueblo que consume carne en su hábito normal y cultural de alimentación, posee por consecuencia una mejor calidad de vida y menos problemas estructurales en términos sanitarios.

Pero sin embargo, la FAO le dice a los países que no tienen animales, y que por lo tanto sus habitantes carecen de una matriz de alimentación adecuada, que mejoren sus rodeos… ¿Qué rodeos; qué ganadería?

Si te gusta, bien; y si no, también

Más adelante daremos nuestro argumento científicamente probado de que lo planteado por la FAO es mentira. Pero antes contaremos lo que la ONU propone, porque se vienen varios años de monserga al respecto y es mejor estar advertidos e informados.

El cuento es largo, pero para no aburrir la cosa viene más o menos así: según la FAO, desde que un producto proveniente del complejo agropecuario (cultivos, animales y derivados) sale del campo y llega ala mesa familiar, genera cerca de una tercera parte de las emisiones globales de gases de efecto invernadero; lo que provocaría el calentamiento global.

Una proporción importante de esas emisiones agropecuarias proviene de la ganadería y específicamente, de los bovinos; es decir, la vacas. Por el sólo hecho de vivir, y que la actividad ganadera se basa en la reproducción, cría, engorde y multiplicación, las vacas han ocupado el lugar de los bosques, montes y praderas naturales. En el caso de los bovinos engordados en corral (feed-lot), los mismos consumen una gran cantidad de forraje, sea éste pastura enfardada, granos o sus combinaciones en balanceado. Eso implica, destinar grandes extensiones de campo para producir las pasturas o granos destinados a forraje – y dado el paquete tecnológico agro extractivista aplicado -, dichos cultivos atacan directamente la biodiversidad.

Asimismo, en ambas metodologías de la cadena ganadera, las vacas emiten gases. En criollo: pedos, gas metano. Así, amuchas vacas, muchos pedos. A muchos pedos, mucho calentamiento global.

Entonces la FAO, utilizando la monserga señalada, en lugar de utilizar los mecanismos que equilibren sana y nutritivamente los hábitos de nutrición de los pueblos del mundo, a partir de esquemas productivos conducidos desde los principios del bien común y la justicia social, postula cosas imposibles de llevar a cabo sin masiva mishiadura.

Estas cosas son: que los países con consumos de carne altos, dejen de producir carne de cara a bajar, y disminuir la oferta. Semejante medida lo primero que genera es resistencia y por ende el efecto contrario: más vacas y más carne para los países que consumen mayor cantidad de carne, porque “el mundo no quiere que comamos carne”.

Del otro lado, están los países totalmente hambreados por el saqueo de recursos naturales y siglos de invasión imperialista, donde los consumos de carne en su población son muy bajos, insuficientes nutricionalmente, y por ende carecen de infraestructura y cultura ganadera. A estos les exigen que, pongan sus cadenas de valor acorde a las nuevas exigencias internacionales… ¡Imposible para ellos! ¿Qué va a suceder entonces? Que en esos países se dirá resignadamente “no hay más vacas, porque no podemos afrontar el costo de producir las mismas según los requisitos que exige la comunidad internacional”.

¿Qué países se verán afectados entonces? Los que estamos al medio de los extremos – como Argentina – y que son la mayoría de los países del mundo.

¿Y qué sucederá? Volvemos al principio: si baja la incorporación por alimentación de la proteína animal, los cerebros se desarrollan menos; las estructuras físicas de las personas son más vulnerables; y por ende, el futuro de las comunidades avizoraría grandes problemas estructurales a nivel población respecto de lo alimentario a nivel mundial. Mucho más grave de o que está ocurriendo ahora mismo.

Es criollo, si permitimos que eso suceda, vamos hacia un mundo y una población con falta de olla y que ni siquiera podrá defenderse.

Vamos hacia algunas cifras comparativas según la propia FAO. Argentina tuvo en 2022, un consumo por habitante de carne de 40,5 kilos anuales (datos argentinos oficiales afirman que en 1974 el mismo era de 75 kg, y en 1990, de 58 kg). En el mismo periodo, Estados Unidos tuvo un consumo anual por persona de 127 kilos; Nigeria tuvo 7 kilos; y la República Democrática del Congo, 3 kilos por persona al año.

La FAO pretende que Estados Unidos reduzca el consumo de carne al nivel actual argentino (con el 60% de nuestros niños faltos de olla); y que la república del Congo posea una infraestructura productiva ganadera similar a la nuestra, pero sustentable.

No; no son idiotas. Son malos. Pero la “comunidad internacional” dice que lo que hace la FAO está bien. Si te gusta, bien; y si no, también.

Lo que estaba bien, no era tan así

Todo lo anterior, sucedió y fue anunciado en la Cumbre del Cambio Climático días atrás. Pero el domingo, en el mismo evento hubo otro anuncio, que les “tiró el chico a la miércoles” a los de la FAO porque encaró la cuestión al medio; al nudo del conflicto.

Según el informe presentado por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), las emisiones de gases de efecto invernadero de la ganadería bovina en América Latina son menores a las atribuidas por una “mala contabilidad” e impactan mucho menos sobre el calentamiento global.

Las emisiones achacadas principalmente a las vacas – y en menor medida también a ovinos y porcinos -, no les corresponden a los animales, sino que proceden de otros sectores de las cadenas industriales ganaderas: como ser el transporte, los frigoríficos, la distribución, y la propia dinámica del consumo humano.

Los técnicos del IICA lo expresan en forma técnica y académica, pero lo que están diciendo básicamente es: si se reduce el costo logístico y los procesamientos industriales de gran escala, las emisiones ganaderas disminuirían significativamente.

El problema está cargado sobre el uso de combustibles fósiles y derivados petroquímicos que inciden en la cadena, fundamentalmente “gastados” en el transporte y la energía; y casi todo eso se produce después de que las vacas dejan de emitir gases porque ya han sido faenadas. Si la cadena de cría, faena y consumo estuviera organizada en función de la cercanía productiva, cuyo principio rector fuera un criterio alimentario equilibrado, las emisiones del sector disminuirían muchísimo más aún.

Alguno preguntará, ¿cómo hacemos en las grandes ciudades para bastecernos de carne? Trabajando en mejorar y abaratar la logística en forma integral.

Obviamente, aquí hay mucho dinero en juego; no somos ingenuos. Pero como se dijo al principio, hay que intentar desactivar la monserga del “colonialismo del carbono” o el “imperialismo verde”.

Hay una perspectiva de estudio que van a empezar a escuchar cada vez más seguido en los próximos años, y que tiene que ver con el enfoque denominado “Análisis de Ciclo de Vida” (ACV) de un producto. Básicamente, el mismo consiste en calcular las emisiones ocurridas en cada eslabón de las cadenas productivas – en este caso la ganadera -, desde el campo a la mesa familiar. Es decir, se establece una “huella de carbono”.

Como toda herramienta de análisis, esta puede ser usada para múltiples fines e intenciones. El asunto es donde y cómo se pone el ojo.

Porque la FAO usando este método afirma lo que ya hemos narrado: que las vacas emiten el 15% de los gases. Pero los muchachos de la IICA desde el mismo enfoque, afirman que según dónde se haga el corte de análisis los resultados cambian. Lo que afirman los técnicos es que a través del ACV se pudo establecer la actividad ganadera propiamente dicha de todo el mundo, produce menos del 5% de las emisiones.

En criollo: la culpa no es de la vaca, sino del que la lleva de acá para allá e industrializa su carne.

Fuente: COP28 / IICA / EFE / Bloomberg

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