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Sin ofensa ni temor 132: “Bárbaros” y “civilizados”

Columna destinada a mover la cabeza. Si temes hacerlo, no la leas. El siguiente artículo de Elio Noé Salcedo, explica la política de confusión ideológica impulsada por los enemigos del pueblo argentino, con la cual se ha querido ver rasgos “bárbaros” en los que son rasgos de nuestra idiosincrasia criolla, y rasgos “civilizados” en los que no son sino rasgos de auto denigración; retroceso y conformismo social; verdadero extranjerismo y servilismo político, económico y cultural frente a los grandes centros mundiales de poder o países hegemónicos

El Editor Federal

Ha llegado a tal extremo la disociación de nuestra identidad y conciencia nacional -complejos y prejuicios mediante-, que muchos argentinos han creído ver barbarie en los movimientos nacionales y populares, y civilización en el neoliberalismo o en sus variantes “cambiarias” y “libertarias. Sin duda, la antinomia “civilización o barbarie” y las consecuencias que de ella se derivan, han calado hondo –no para bien de nadie sino para mal de todos– en la mente de muchos argentinos.

Aunque reconocemos que es difícil amar lo que no se reconoce como propio, no se entiende del todo el retorcido mecanismo gramatical – ideológico que se ha utilizado para definir al enemigo de los argentinos: la “casta”, cuyo significado es “ascendencia o linaje propio”. Los que así piensan de su propia ascendencia o linaje criollo, se revelan como verdaderos “descastados” (sus propios enemigos), que el diccionario define sugestivamente como aquellas personas que “han perdido o han renunciado al vínculo con su origen o identidad social, cultural, nacional”. Esa definición parece pintar de cuerpo entero -en realidad de cuerpo y alma-, a los “libertarios” de ayer (1930, 1955, 1976), de hoy (2015 y 2023) y de siempre.

Con ese mismo mecanismo atravesado y distorsionado, en la Argentina se ha querido ver “bárbaros” en nuestros paisanos, y “civilizados” en los habitantes de las ciudades cosmopolitas y en los extranjeros. Para los griegos y romanos, bárbaros eran los pueblos extranjeros; y civilizados, los hombres de las “civis”, es decir los habitantes del propio país que vivían en sus ciudades. A propósito, decía el historiador José María Rosa: “Los hombres que trastocaban al país comenzaban por trocar la gramática”.

En ese trastoque de conceptos y, sobre todo, de confusión ideológica, se ha querido ver rasgos “bárbaros” en los que son rasgos de nuestra idiosincrasia criolla, y rasgos “civilizados” en los que no son sino rasgos de auto denigración, retroceso y conformismo social y/o verdadero extranjerismo y servilismo político, económico y/o cultural frente a los grandes centros mundiales de poder o países hegemónicos (nuestros verdaderos enemigos), dando vía libre en definitiva a la destrucción de todo lo genuinamente nacional construido esforzadamente a lo largo de dos siglos.

En realidad, solo podría ver bárbaros, o sea extranjeros en sus paisanos o compatriotas, quien se siente extranjero en su propia patria; o que mira a sus compatriotas desde algún pedestal, círculo de elite o punto de vista extraño a nuestro propio suelo. En ese sentido, muchos de nuestros intelectuales reputados (incluidos entre ellos los agentes de la desinformación y deformación social que medran en los medios de comunicación masiva)-y no pocos argentinos influidos por su incansable prédica-, se han sentido exiliados o extraños en su propia patria, o lo que es lo mismo, han sentido extraña la realidad y la sociedad, que no coincide con sus esquemas académicos, intelectuales o periodísticos, aprendidos en libros y teorías sobre realidades ajenas y diferentes a la nuestra, cuyo paradigma ha sido la “tribuna de doctrina” y la “política de la historia”, que instituiría como “Maestro de América”, a la primera gran víctima de la colonización pedagógica en los albores de nuestra nacionalidad, formado en la lectura y estudio de libros extranjeros, como lo hemos probado fehacientemente en “La Colonización Pedagógica en la Educación de Sarmiento” (2008), autor del falso dilema de “civilización o barbarie”.

Es de esa manera que los prejuicios antinacionales no han permitido ver los rasgos de civilización y progreso efectivo que traen aparejadas las políticas nacionales (industrialización, trabajo, mejores salarios, ampliación del mercado interno, alto consumo, seguridad social, leyes laborales, paritarias, desarrollo científico, tecnológico, cultural, educacional, etc.), al mismo tiempo que han impedido advertir los rasgos de atraso, dependencia e injusticia social -y hasta anti humanos y anti cristianos- que traen aparejadas las políticas neoliberales o libertarias, cuyos valores connotan lo contrario de lo que parecen denotar, como bien ya lo ha advertido el mismo Papa Francisco.

Asimismo, en lugar de discutir las cosas básicas y fundamentales, aún no resueltas después de 200 años de historia “independiente” (sin terminar de serlo), la corriente “cambiaria” y/o “libertaria” pone por delante de los problemas nacionales fundamentales, los intereses individuales y sectoriales y las cosas secundarias y no sustantivas ¿Qué es sino poner por delante de los agudos problemas de ocupación y desarrollo argentino, el déficit fiscal, que es una consecuencia directa de la abultada deuda externa,  de la falta de desarrollo autónomo y de la aguda dependencia externa?

De ese modo, el árbol de los problemas derivados y/o sobrevinientes, en una sociedad en formación, no deja ver el bosque de los problemas nacionales preexistentes, de una Nación todavía en proceso de afianzamiento y auto afirmación. Así, ante la falta de consolidación del proyecto nacional y popular, van quedando en el camino –dejando girones, cuando no desaparecen directamente-, los derechos nacionales y sociales del conjunto (protección de la industria, ocupación, seguridad social, salud pública, educación pública, etc.).

Como decíamos en “Recuerdos de una provincia ignorante y atrasada” hace más de cuatro décadas atrás (en plena dictadura militar), “ante el retroceso espiritual de la Argentina y de casi toda América Latina y el Caribe –fruto de la colonización pedagógica y cultural-, han sido los intereses antinacionales y/o extranacionales los que se han expresado preferentemente a través del libro, de la escuela, los planes de estudio, la prensa, los medios de comunicación masiva (ahora también Internet y redes sociales), con los resultados a la vista”.  

Justamente, al introducirnos en ese libro en “la colonización pedagógica en la educación de Sarmiento”, decíamos que nuestro intelectual colonizado “pensaba que la cultura provenía de los libros abarrotados de información e ideas, que para colmo no eran fruto de nuestra realidad, madre de toda sabiduría”. En la medida en que los libros venían de afuera y describían realidades distintas a las nuestras -como hoy las redes sociales-, “obviamente su lectura no podía enseñar las causas de nuestros males ni la manera de solucionarlos”. En ello reside la diferencia entre educación nacional y “educación” a secas. Justamente, esa educación nacional nos puede y nos debe enseñar a interpretar correctamente los falsos dilemas planteados por la cultura y educación oligárquicas, que expresan la hegemonía de esa falsa cultura sobre la cultura auténtica y raigal de nuestros connacionales.

La esencia de la cuestión educacional en la Argentina y América Latina “pasa por el contenido de la enseñanza. Allí reside su drama: en la falta de contenido nacional de sus programas”. Por eso decíamos, que la refundación de la Patria, nuestra segunda Independencia y la conquista definitiva de América debía empezar “por la misma nacionalización de los programas de estudio de la escuela, los colegios militares y las universidades argentinas y latinoamericanas. A la colonización pedagógica no podemos sino oponerle la descolonización pedagógica y cultural, de tal suerte que –como decía Ricardo Rojas, precursor de la Reforma Universitaria de 1918-, “hoy se plantea para algunos espíritus un verdadero problema de restauración nacional”, pues “para cohesionarnos de nuevo, para conservar el fuerte espíritu nativo que nos condujo a la Independencia, no nos queda otro camino que el de la educación acertadamente conducida a esos fines”.

Nuestra enseñanza, como la propia autoeducación de Sarmiento, considerado por la cultura oligárquica como el fundador de la Escuela Argentina, no ha contribuido a crear -mal que nos pese a todos- la necesaria conciencia de nuestros problemas y soluciones nacionales, “a causa del vacío enciclopedismo y la simiesca manía de imitación que nos llevara a estériles estudios universales en detrimento de una fecunda educación nacional”, inaugurando una verdadera escuela de prejuicios antinacionales.

Por eso, ya en 1909, Ricardo Rojas exigía, sin que el panorama haya cambiado demasiado: “… tendrán estas generaciones que dividirse entre los que quieren el progreso a costa de la civilización, entre los que aceptan que la “raza” (criolla) sucumba entregada en pacífica esclavitud al extranjero, y los que queremos el progreso con un contenido de civilización propia que no se elabora sino en sustancia tradicional”, o lo que es lo mismo, volviendo a las raíces americanas que defendían nuestros verdaderos Libertadores y auténticos padres de la Patria.

*Periodista e historiador sanjuanino. Docente universitario.

Fuente: Revista Patria Grande

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