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Una guerra, todas las guerras

En Kaduna, Nigeria, se disputa una de las guerras más antiguas de la humanidad: campesinos contra pastores que luchan, como desde el principio de los tiempos, por un bien cada vez más escaso, las tierras productivas. Una disputa étnica ancestral que hoy tiene los motivos de antaño mezclado por los problemas propios de los pueblos saqueados por el capital. Compartimos la nota de Guadi Calvo titulada “Nigeria, la última guerra antes del fin del mundo”.

Por Guadi Calvo

La última guerra antes del fin del mundo ya se libra en Kaduna, un estado en el noroeste de Nigeria, desde por lo menos hace diez años, entre la etnia de mayoría musulmana y esencialmente pastores conocidos como fulanis, que combaten contra los agricultores cristianos renovando un conflicto ancestral que la crisis climática y la guerra en Ucrania han agravado de manera extrema.

Por otro lado, haciendo gala de su natural ineficiencia, las Naciones Unidas desoyen los insistentes pedidos de colaboración para alcanzar una solución antes de que la situación se desborde de manera incontrolable.

Este conflicto, que se ha cobrado la vida de más de 8.000 personas entre 2011 y 2020 y obligó a otras 200.000 a abandonarlo todo en procura de seguridad, se reproduce o está en estado de latencia en países como Níger, Camerún, Chad, Malí y Senegal, donde los episodios de violencia entre agricultores y pastores van adquiriendo mayor intensidad.

La etnia fulani, instalada en 14 países del continente desde hace siglos, trashuma con sus miles de cabezas de ganado ignorando las fronteras dibujadas por el colonialismo, en búsqueda de pasturas y agua, lo que hace que los enfrentamientos con los agricultores se reproduzcan temporada tras temporada generando docenas de muertos de ambos lados.

Particularmente en Nigeria, donde este problema ha tomado características cada vez más graves, se han dejado de conocer estadísticas sobre muertes provocadas por este conflicto desde el 2020 hasta la fecha.

Por lo tanto cabe suponer, sumando la información de nuevos episodios que hablan de ataques a iglesias y mezquitas, a aldeas cristianas y campamentos fulanis, que las muertes, producidas entre uno y otro bando continúan siendo elevadas más allá del encubrimiento de los datos oficiales.

Mientras la crisis climática se incrementa y el escalofriante aumento de la desertificación se expande a todo lo largo del Sahel, la franja que corre desde el mar Rojo hasta el océano Atlántico, que separa el Sáhara de los países subsaharianos, los fulanis se ven obligados a llevar sus rebaños hacia el sur, hacia Nigeria. Cruzan sin inconvenientes las fronteras llegando hasta Kaduna y otros estados como Benue, en la región central donde los ataques son tan frecuentes como en Kaduna, Plateau en el centro oeste, Lagos, en el suroeste, Rivers en el sur y Borno en el noreste, donde esos miles animales llegan para arremeter contra los sembradíos, lo que va generado más enfrentamientos al paso.

Según distintos informes, varios grupos armados entre los que se destacan autodefensas, bandas criminales comunes y muyahidines, operan junto a los fulanis, que además de destruir sembradíos y aldeas, secuestran, saquean y roban ganado.

Frente a este conflicto, que no se circunscribe solo al estado de Kaduna, el ejército nigeriano, abocado casi con exclusividad a combatir contra las khatibas fundamentalistas, no alcanza a conseguir la confianza y la calma en las comunidades mixtas de cristianos y musulmanes que durante siglos habían convivido con armonía.

Miles de desplazados por la violencia todavía no retornan a sus tierras dada la falta de seguridad por parte de las autoridades del Gobierno, tanto nacional como estadual, a lo que se agrega la inoperancia de los organismos internacionales, incluidas las Naciones Unidas, que ignoran la situación y ni siquiera atienden a los informes elaborados por propios equipos de relatores especiales que desde el mismo territorio hace años advierten sobre la gravedad de la crisis después de haber analizado y tomado nota de la situación, tras reunirse con funcionarios estatales, organizaciones civiles y líderes comunales, mientras que el gobierno del presidente Muhammadu Buhari, muy debilitado, no por estar transitando los últimos meses de su último año de mandato sino también por el fracaso de sus políticas contra el terrorismo, se encuentra prácticamente inerte.

Así, los más de 211 millones de nigerianos, para encontrar una solución, deberán esperar a las presidenciales del próximo febrero, en las que Buhari, no podrá participar por tener ya dos mandatos consecutivos, sin contar el Gobierno militar que presidió entre 1983-1985, y que el nuevo Gobierno pueda intervenir con fuerza en la larga lista de conflictos que el país está arrastrando y donde participan las cada vez más violentas y numerosas organizaciones criminales que se dedican, según la zona, a los secuestros masivos, piratería en el golfo de Guinea, saqueos de oleoductos en el delta del río Níger, narcotráfico, contrabando de armas, oro, maderas preciosas y tráfico de personas.

Muyahidines y bandoleros, un camino de doble mano

Algunas de esas organizaciones se han asociado en operaciones puntuales con los tres grupos rigoristas que, desde la aparición de Boko Haram en 2009 y tras escindirse de estos, en 2015 -ISWAP y el Ansaru o Vanguardia para la Protección de los Musulmanes en África Negra- han generado una cifra que supera en mucho los 50.000 muertos y han provocado millones de desplazados.

Los enfrentamientos étnicos-religiosos que se iniciaron en 2011, durante el Gobierno del presidente cristiano evangélico Goodluck Jonathan (2010-2015), fueron la respuesta de los cristianos para preservar sus tierras ancestrales de la invasión religiosa y étnica por parte de los musulmanes en muchos casos nómades, alentados por las autoridades de entonces.

El dejar hacer del presidente Goodluck Jonathan, desencadenó el conflicto, que en pocos días produjo cerca de 700 muertes en Kaduna y otros tantos en el resto de los 11 estados del norte del país, de mayoría islámica.

A esos ataques la respuesta de los musulmanes, fue masacrar cristianos, saquear sus tiendas e incendiar sus iglesias, a lo que correspondió otra letal respuesta de los cristianos de Kaduna, que asesinaron en horas a otros 500 musulmanes.

Frente a la magnitud del conflicto, muchos campos de cultivo han dejado de ser trabajados, incrementado crítica situación alimentaria de Nigeria, la que según un experto podría agravarse todavía más por el aumento de los precios, a lo que coadyuva la situación en Ucrania y la escasez producida por el cambio climático.

Intentando evitar mayores desbordes, el ejército inició operaciones en el estado de Kaduna, consiguiendo eliminar a Kachalla Gudau, el principal jefe del crimen organizado, junto a uno de sus más próximos lugartenientes, conocido por el alias de Rigimamme, este domingo día 20 en Kankomi, al sur de la ciudad de Kaduna, capital del estado.

Gudau fue uno de los estrategas de los ataques coordinados contra los campamentos de pastores, a los que incautó grandes cantidades de animales, por lo que se cree se convirtió en uno de los grandes ganaderos de la región. Además de mantener negocios con el tráfico de drogas y armas, solo en la primera mitad del año Gudau y sus socios habían robado unas 5.000 mil vacas.

Mientras se confirmaba la muerte de Gudau y su segundo, se conoció que durante una operación aérea el ejército destruyó diez campamentos de delincuentes en el estado de Kaduna, neutralizando a una importante cantidad de criminales y varios de sus jefes en lo que parece el último impulso de Buhari para controlar, en algo, el desborde que vive el país entre la criminalidad común y el terrorismo takfrirista que parecen estar circulando por una vía de doble mano, ya que en muchas oportunidades sus operaciones parecen conjuntas, como el asalto al tren Abuja-Kaduna en abril pasado, o el secuestro de centenares de alumnos en diversas escuelas del noreste del país.

El pasado jueves día 18 un grupo de bandidos secuestró a unas 40 personas en la localidad de Kanwa, estado de Zamfara, en el oeste del país. La mayoría de las personas secuestradas son niños y mujeres. Tras la acción no se ha vuelto a tener noticias de los secuestrados ni de los bandidos, aunque las autoridades creen que pronto reaparecerá para discutir los términos de los rescates.

En Kaduna se disputa una de las guerras más antiguas de la humanidad: campesinos contra pastores que luchan, como desde el principio de los tiempos, por un bien cada vez más escaso, las tierras productivas. Por lo que no deja de ser paradójico que en un contexto de armas de última generación y el cambio climático, quizás hagan de esta ancestral batalla la última guerra antes de lo que parece estar todo dado para el fin del mundo.

* Guadi Calvo es escritor y periodista argentino, que desarrolla temas vinculados a África, Medio Oriente y Asia Central. 

Fuente: Rebelión

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